jueves, 4 de junio de 2015

Cuarenta años sin sol en la Bahía

Viendo el desarrollo del baloncesto en las últimas dos décadas, pocos podrían aventurarse a decir que Golden State Warriors, que inicia esta madrugada su asalto al título de la NBA en unas Finales totalmente inéditas contra Cleveland Cavaliers, sea un equipo ganador. Quienes hayan seguido la actualidad del baloncesto profesional norteamericano desde la década de los 80 o los 90, se han encontrado con un equipo casi siempre simpático, de juego alegre pero con poca tendencia al orden y al sacrificio, con jugadores de cierta calidad, como Mitch Richmond, Chris Mullin, Tim Hardaway, Chris Webber, Latrell Sprewell, Gilbert Arenas o Baron Davis, que terminaban por abandonar la franquicia, cansados de que apenas se hayan alcanzado los Play-Offs en siete ocasiones en los últimos veinticinco años, tres de ellas en el último trienio, ya bajo la capitanía de Stephen Curry y Klay Thompson. Nadie se acuerda ya de aquellas fotografías en blanco y negro, de los inicios en la otra costa del país, de los Philadelphia Warriors que ganaron la primera edición de la NBA (entonces aún BAA),y que reeditaron el título en 1956 antes de mudarse a California. Y es que hace ya cuarenta años sin que salga el sol en la Bahía de San Francisco...

En concreto, ese último día de alegría para los aficionados al deporte de la pelota gorda en Oakland fue el domingo 25 de mayo de 1975. Aunque nada indicaba durante el desarrollo del partido que el final fuera a ser así, el marcador después de los 48 minutos de juego en el Capital Centre de Landover, Maryland, reflejaba un 96-95 para los visitantes, unos Warriors que habían conseguido 'barrer' a los favoritos Washington Bullets, que llegaban a las Finales acreditando 60 victorias en la temporada y con el liderazgo de dos de los mayores dominadores de la Liga, Wes Unseld y Elvin Hayes. El héroe del partido, casi una anécdota, fue el base Butch Beard, encargado de anotar los últimos siete puntos para los californianos. Sin embargo, el camino victorioso empezó a recorrerse mucho antes.

La llegada a San Francisco
A pesar de estar asentados desde hace medio siglo en California, los Warriors forman parte de la larga lista de equipos deslocalizados por intereses económicos. En concreto, en 1962, el productor televisivo Franklin Mieuli, junto con otros empresarios de la zona, compró la mayoría de las acciones del equipo, entonces radicado en Philadelphia y con Wilt Chamberlain como principal reclamo, y lo trasladó la zona de la Bahía de San Francisco. La apuesta salió bien, ya que se trataba de un equipo ganador que no tardó en hacerse con los favores del público gracias a sus triunfos, lo que les llevó a las Finales de 1964, perdidas ante los Celtics de Auerbach, Russell, Sam y K. C. Jones y Havliceck. Algunos de los mimbres de los futuros éxitos, como Al Attles o Nate Thurmond, ya estaban en el equipo.

Chamberlain sentía morriña de su Philadelphia natal y se marchó de vuelta a los recién renombrados 76ers (antiguos Syracuse Nationals), aunque pronto terminaría volviendo a California para vestir de púrpura y oro. Gracias a esta marcha y la consiguiente temporada para olvidar con únicamente 17 victorias, los Warriors pudieron hacerse en el draft con los servicios de Rick Barry, un anotador impenitente llegado de la Universidad de Miami. En solamente dos años, el nuevo alero de moda se había convertido en el líder del equipo, Rookie del Año en su primera temporada y máximo anotador de la liga con 35,6 puntos de media en la segunda. Y así, volvieron a la senda ganadora de hacía apenas un par de años y a plantarse en unas Finales, en esta ocasión contra unos Sixers plagados de caras conocidas (contaban también con el entrenador Alex Hannum, responsable de los buenos resultados de 1964) que impusieron el favoritismo que da un récord de 68-13 durante la temporada regular en una serie que se alargo hasta los seis partidos.

Aunque parecía que el futuro podía ser brillante para los de San Francisco (faltaban aún un par de años para que se bautizaran como Golden State), la liga rival de la NBA en aquel momento, la ABA, se entrometió en los planes de los Warriors y, gracias a una cuantiosa oferta económica, a una mayor laxitud en la exigencia defensiva, la existencia de la línea de tres puntos, lo que podía disparar sus promedios, y a la presencia en el banquillo de su suegro y ex-entrenador en la Universidad de Miami, Bruce Hale, consiguió que la estrella Rick Barry se mudara de equipo, que no de ciudad, a los Oakland Oaks, lo que le supuso, además, un año sin jugar como penalización por incumplir su contrato con los Warriors. El experimento de la ABA duró cuatro temporadas, en las que el alero se mudó a Washington, a Virginia y a Nueva York y se alzó con un campeonato de la liga del balón tricolor, mientras que los Warriors se mantenían en una digna participación en la NBA, consiguiendo llegar a la eliminatorias casi todos los años, aunque con menos brillantez, redoblando los esfuerzos de Thurmond y, sobre todo, de Attles, que asumió el cargo de entrenador cuando aún era el base titular del equipo.

Una nueva era ganadora
Con la reincorporación de Barry, el sistema estaba claro. El balón iba a ser para el alero estrella (precursor del point forward tan de moda desde la irrupción en la NBA de Lebron James, Carmelo Anthony, Kevin Durant y Paul George), que, a pesar de sus nuevas funciones, podía mantener sus registros anotadores cercanos a los 30 puntos. De este modo, la misión de los demás, jugadores como Charles Johnson, el citado Beard, Jeff Mullins o Phil Smith, era no fallar cuando se les necesitara.

Y así llegó la temporada 1974-75, en la que los Warriors incorporaban en el draft a un potente joven alero de la Universidad de UCLA, Jackson Keith Wilkes, que pasaría a la historia vestido de púrpura y oro y respondiendo al nombre de Jamaal. Este fichaje supuso una importante mejora de las capacidades atléticas del equipo, sobre todo en lo que se refería al rebote y la intimidación, dada la gran actividad de Wilkes bajo los aros, que contrarrestaba sobradamente su falta de centímetros. El curso baloncestístico fue desarrollándose y los Warriors iban mejorando moderadamente sus resultados, para terminar la temporada como campeones de la División Pacífico con 48 victorias.

Este título honorífico no aseguraba nada y, de hecho, los Seattle SuperSonics, que llegaban por primera vez a las eliminatorias de post-temporada con Bill Russell en el banquillo y Spencer Haywood en la pintura, consiguieron alargar la serie a seis partidos robando alguna que otra victoria inesperada. Las Finales de Conferencia también se hicieron algo más cuesta arriba de lo esperado, con los Chicago Bulls (todavía localizados en el Oeste a efectos baloncestísticos) obligando a los Warriors a pelearse bajo el aro con el poderío de Bob Love y el viejo conocido Nate Thurmond y a estar atentos a la pericia exterior de Norm Van Lier, Chet Walker y Jerry Sloan. Siete partidos bastante largos y disputados, y con menos anotación de lo que los de la Bahía de San Francisco hubieran deseado, para por fin medirse al 'coco' de la competición, los Bullets de las 60 victorias.

Los capitalinos no había tenido un camino especialmente sencillo, con series de siete partidos ante Buffalo Braves (posteriormente los Clippers) y seis ante los Celtics, pero aupados siempre por su sólida temporada y la fortaleza interior de Hayes y Unseld, apoyados por el base Kevin Porter, el escolta tirador Phil Chenier y el polivalente alero Mike Riordan.

Los números sobre el papel asustaban, pero los partidos hay que jugarlos, una regla que debe ser aún más obligatoria para un equipo apodado los guerreros.

Los dos primeros partidos fueron similares, con diferencias iniciales de cierta importante para los Bullets, a pesar de no poder contar con la aportación habitual de Elvin Hayes, muy bien defendido por Wilkes. Sin embargo, en el segundo tiempo, el vendaval anotador de los Warriors conseguía neutralizar las ventajas y dar la vuelta al marcador. En el primer encuentro fue Phil Smith quien, con sus 20 puntos desde el banquillo, ayudó a la remontada, mientras que en el segundo fue Rick Barry quien anotó 36 puntos para contrarrestar los esfuerzos capitalinos. El tercer partido fue el más plácido para los futuros campeones, con 38 tantos de Barry y 10 de George Johnson, y sin tener que protagonizar grandes remontadas, gracias a un juego ofensivo coral y a la gran defensa de Wilkes bajo el aro.

Con su equipo al borde de la eliminación, el entrenador de los Bullets, K. C. Jones, decidió colocar al correoso Riordan encima de Barry para que no pudiera repetir sus grandes actuaciones anotadoras. El experimento funcionó y el equipo capitalino logró una ventaja de 14 puntos al inicio del partido. Sin embargo, el juego físico de Riordan sobre el alero estrella terminó siendo decisivo... para sus rivales. Tras una dura falta por la espalda, Attles saltó del banquillo e inició una pelea con el jugador de los Bullets, con el fin de que no fuera el propio Barry el que se revolviera y fuera expulsado. El tumulto terminó con el entrenador en el vestuario, pero con el 24 de los Warriors sobre el parqué para protagonizar otra actuación estelar (29,5 puntos de media en los cuatro partidos de las Finales que que, unida a la defensa presionante, asfixió al equipo capitalino, que terminó perdiendo su ventaja. Dos tiros libres de Butch Beard certificaron el 96-95 final y la alegría de los aficionados californianos.

Después de la gloria

La tendencia ganadora duró poco en Oakland. La plantilla apenas permaneció intacta tres temporadas, en las cuales no se pudo volver a repetir el golpe de efecto logrado en 1975. A partir de entonces, los Warriors cayeron en el vorágine de cambios casi constantes de entrenadores y jugadores que han impedido la fructificación de un equipo ganador. Desde aquel anillo de hace cuarenta años, las temporadas por debajo del 30% de victorias casi igualan a las que se ha logrado la clasificación para los Play-Offs, y la fuga de jugadores destinados a ser los abanderados del proyecto Warrior ha sido la tónica habitual hasta la presente década. De este modo, y tras tres temporadas mejorando sus resultados y alcanzar este año el récord de 67 partidos ganados y el MVP para su base estrella, Stephen Curry, la franquicia se encuentra en un situación inmejorable par reverdecer aquellos laureles y cambiar su trayectoria histórica de equipo perdedor. El trabajo de Mark Jackson para la conformación de esta plantilla, liderada por Curry y Klay Thompson en lo espectacular y lo anotador, y apuntalada por Andrew Bogut y David Lee, ahora casi en desuso, se dio por terminado con la incorporación de Andre Igoudala, que dio al equipo el empaque defensivo y de disciplina que le faltaba, un salto de calidad que se ha confirmado ya con Steve Kerr en en banquillo. El pasado año fue un mal cruce con unos Clippers crecidos lo que les dejó en la cuneta mucho antes de lo previsto. Este año, solamente la genialidad de Lebron y su capacidad de liderar a unos Cavaliers bien cuajados puede separar a los Warriors de su cuarto anillo, el segundo en California, el primero para la gran mayoría de sus seguidores.

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