Viendo el desarrollo
del baloncesto en las últimas dos décadas, pocos podrían
aventurarse a decir que Golden State Warriors, que inicia esta
madrugada su asalto al título de la NBA en unas Finales totalmente
inéditas contra Cleveland Cavaliers, sea un equipo ganador. Quienes
hayan seguido la actualidad del baloncesto profesional norteamericano
desde la década de los 80 o los 90, se han encontrado con un equipo
casi siempre simpático, de juego alegre pero con poca tendencia al
orden y al sacrificio, con jugadores de cierta calidad, como Mitch
Richmond, Chris Mullin, Tim Hardaway, Chris Webber, Latrell Sprewell,
Gilbert Arenas o Baron Davis, que terminaban por abandonar la
franquicia, cansados de que apenas se hayan alcanzado los Play-Offs
en siete ocasiones en los últimos veinticinco años, tres de ellas
en el último trienio, ya bajo la capitanía de Stephen Curry y Klay
Thompson. Nadie se acuerda ya de aquellas fotografías en blanco y
negro, de los inicios en la otra costa del país, de los Philadelphia
Warriors que ganaron la primera edición de la NBA (entonces aún
BAA),y que reeditaron el título en 1956 antes de mudarse a
California. Y es que hace ya cuarenta años sin que salga el sol en
la Bahía de San Francisco...
En concreto, ese
último día de alegría para los aficionados al deporte de la pelota
gorda en Oakland fue el domingo 25 de mayo de 1975. Aunque nada
indicaba durante el desarrollo del partido que el final fuera a ser
así, el marcador después de los 48 minutos de juego en el Capital
Centre de Landover, Maryland, reflejaba un 96-95 para los visitantes,
unos Warriors que habían conseguido 'barrer' a los favoritos
Washington Bullets, que llegaban a las Finales acreditando 60
victorias en la temporada y con el liderazgo de dos de los mayores
dominadores de la Liga, Wes Unseld y Elvin Hayes. El héroe del
partido, casi una anécdota, fue el base Butch Beard, encargado de
anotar los últimos siete puntos para los californianos. Sin embargo,
el camino victorioso empezó a recorrerse mucho antes.
La llegada a San
Francisco
A pesar de estar
asentados desde hace medio siglo en California, los Warriors forman
parte de la larga lista de equipos deslocalizados por intereses
económicos. En concreto, en 1962, el productor televisivo Franklin
Mieuli, junto con otros empresarios de la zona, compró la mayoría
de las acciones del equipo, entonces radicado en Philadelphia y con
Wilt Chamberlain como principal reclamo, y lo trasladó la zona de la
Bahía de San Francisco. La apuesta salió bien, ya que se trataba de
un equipo ganador que no tardó en hacerse con los favores del
público gracias a sus triunfos, lo que les llevó a las Finales de
1964, perdidas ante los Celtics de Auerbach, Russell, Sam y K. C.
Jones y Havliceck. Algunos de los mimbres de los futuros éxitos,
como Al Attles o Nate Thurmond, ya estaban en el equipo.
Chamberlain sentía
morriña de su Philadelphia natal y se marchó de vuelta a los recién
renombrados 76ers (antiguos Syracuse Nationals), aunque pronto
terminaría volviendo a California para vestir de púrpura y oro.
Gracias a esta marcha y la consiguiente temporada para olvidar con
únicamente 17 victorias, los Warriors pudieron hacerse en el draft
con los servicios de Rick Barry, un anotador impenitente llegado de
la Universidad de Miami. En solamente dos años, el nuevo alero de
moda se había convertido en el líder del equipo, Rookie del Año en
su primera temporada y máximo anotador de la liga con 35,6 puntos de
media en la segunda. Y así, volvieron a la senda ganadora de hacía
apenas un par de años y a plantarse en unas Finales, en esta ocasión
contra unos Sixers plagados de caras conocidas (contaban también con
el entrenador Alex Hannum, responsable de los buenos resultados de
1964) que impusieron el favoritismo que da un récord de 68-13
durante la temporada regular en una serie que se alargo hasta los
seis partidos.
Aunque parecía que
el futuro podía ser brillante para los de San Francisco (faltaban
aún un par de años para que se bautizaran como Golden State), la
liga rival de la NBA en aquel momento, la ABA, se entrometió en los
planes de los Warriors y, gracias a una cuantiosa oferta económica,
a una mayor laxitud en la exigencia defensiva, la existencia de la
línea de tres puntos, lo que podía disparar sus promedios, y a la
presencia en el banquillo de su suegro y ex-entrenador en la
Universidad de Miami, Bruce Hale, consiguió que la estrella Rick
Barry se mudara de equipo, que no de ciudad, a los Oakland Oaks, lo
que le supuso, además, un año sin jugar como penalización por
incumplir su contrato con los Warriors. El experimento de la ABA duró
cuatro temporadas, en las que el alero se mudó a Washington, a
Virginia y a Nueva York y se alzó con un campeonato de la liga del
balón tricolor, mientras que los Warriors se mantenían en una digna
participación en la NBA, consiguiendo llegar a la eliminatorias casi
todos los años, aunque con menos brillantez, redoblando los
esfuerzos de Thurmond y, sobre todo, de Attles, que asumió el cargo
de entrenador cuando aún era el base titular del equipo.
Una nueva era
ganadora
Con la
reincorporación de Barry, el sistema estaba claro. El balón iba a
ser para el alero estrella (precursor del point forward tan de
moda desde la irrupción en la NBA de Lebron James, Carmelo Anthony,
Kevin Durant y Paul George), que, a pesar de sus nuevas funciones,
podía mantener sus registros anotadores cercanos a los 30 puntos. De
este modo, la misión de los demás, jugadores como Charles Johnson,
el citado Beard, Jeff Mullins o Phil Smith, era no fallar cuando se
les necesitara.
Y así llegó la
temporada 1974-75, en la que los Warriors incorporaban en el draft
a un potente joven alero de la Universidad de UCLA, Jackson Keith
Wilkes, que pasaría a la historia vestido de púrpura y oro y
respondiendo al nombre de Jamaal. Este fichaje supuso una importante
mejora de las capacidades atléticas del equipo, sobre todo en lo que
se refería al rebote y la intimidación, dada la gran actividad de
Wilkes bajo los aros, que contrarrestaba sobradamente su falta de
centímetros. El curso baloncestístico fue desarrollándose y los
Warriors iban mejorando moderadamente sus resultados, para terminar
la temporada como campeones de la División Pacífico con 48
victorias.
Este título honorífico no aseguraba nada y, de hecho, los Seattle SuperSonics, que llegaban por primera vez a las eliminatorias de post-temporada con Bill Russell en el banquillo y Spencer Haywood en la pintura,
consiguieron alargar la serie a seis partidos robando alguna que otra
victoria inesperada. Las Finales de Conferencia también se hicieron
algo más cuesta arriba de lo esperado, con los Chicago Bulls
(todavía localizados en el Oeste a efectos baloncestísticos)
obligando a los Warriors a pelearse bajo el aro con el poderío de
Bob Love y el viejo conocido Nate Thurmond y a estar atentos a la
pericia exterior de Norm Van Lier, Chet Walker y Jerry Sloan. Siete
partidos bastante largos y disputados, y con menos anotación de lo
que los de la Bahía de San Francisco hubieran deseado, para por fin
medirse al 'coco' de la competición, los Bullets de las 60
victorias.
Los capitalinos no
había tenido un camino especialmente sencillo, con series de siete
partidos ante Buffalo Braves (posteriormente los Clippers) y seis
ante los Celtics, pero aupados siempre por su sólida temporada y la
fortaleza interior de Hayes y Unseld, apoyados por el base Kevin
Porter, el escolta tirador Phil Chenier y el polivalente alero Mike
Riordan.
Los números sobre
el papel asustaban, pero los partidos hay que jugarlos, una regla que
debe ser aún más obligatoria para un equipo apodado los guerreros.
Los dos primeros
partidos fueron similares, con diferencias iniciales de cierta
importante para los Bullets, a pesar de no poder contar con la
aportación habitual de Elvin Hayes, muy bien defendido por Wilkes.
Sin embargo, en el segundo tiempo, el vendaval anotador de los
Warriors conseguía neutralizar las ventajas y dar la vuelta al
marcador. En el primer encuentro fue Phil Smith quien, con sus 20
puntos desde el banquillo, ayudó a la remontada, mientras que en el
segundo fue Rick Barry quien anotó 36 puntos para contrarrestar los
esfuerzos capitalinos. El tercer partido fue el más plácido para
los futuros campeones, con 38 tantos de Barry y 10 de George Johnson,
y sin tener que protagonizar grandes remontadas, gracias a un juego
ofensivo coral y a la gran defensa de Wilkes bajo el aro.
Con su equipo al
borde de la eliminación, el entrenador de los Bullets, K. C. Jones,
decidió colocar al correoso Riordan encima de Barry para que no
pudiera repetir sus grandes actuaciones anotadoras. El experimento
funcionó y el equipo capitalino logró una ventaja de 14 puntos al
inicio del partido. Sin embargo, el juego físico de Riordan sobre el
alero estrella terminó siendo decisivo... para sus rivales. Tras una
dura falta por la espalda, Attles saltó del banquillo e inició una
pelea con el jugador de los Bullets, con el fin de que no fuera el
propio Barry el que se revolviera y fuera expulsado. El tumulto
terminó con el entrenador en el vestuario, pero con el 24 de los
Warriors sobre el parqué para protagonizar otra actuación estelar
(29,5 puntos de media en los cuatro partidos de las Finales que que,
unida a la defensa presionante, asfixió al equipo capitalino, que
terminó perdiendo su ventaja. Dos tiros libres de Butch Beard
certificaron el 96-95 final y la alegría de los aficionados
californianos.
Después de la
gloria
La tendencia
ganadora duró poco en Oakland. La plantilla apenas permaneció
intacta tres temporadas, en las cuales no se pudo volver a repetir el
golpe de efecto logrado en 1975. A partir de entonces, los Warriors
cayeron en el vorágine de cambios casi constantes de entrenadores y
jugadores que han impedido la fructificación de un equipo ganador.
Desde aquel anillo de hace cuarenta años, las temporadas por debajo
del 30% de victorias casi igualan a las que se ha logrado la
clasificación para los Play-Offs, y la fuga de jugadores destinados
a ser los abanderados del proyecto Warrior ha sido la tónica
habitual hasta la presente década. De este modo, y tras tres
temporadas mejorando sus resultados y alcanzar este año el récord
de 67 partidos ganados y el MVP para su base estrella, Stephen Curry,
la franquicia se encuentra en un situación inmejorable par
reverdecer aquellos laureles y cambiar su trayectoria histórica de
equipo perdedor. El trabajo de Mark Jackson para la conformación de
esta plantilla, liderada por Curry y Klay Thompson en lo espectacular
y lo anotador, y apuntalada por Andrew Bogut y David Lee, ahora casi en desuso, se dio por
terminado con la incorporación de Andre Igoudala, que dio al equipo
el empaque defensivo y de disciplina que le faltaba, un salto de calidad que se ha confirmado ya con Steve Kerr en en banquillo. El pasado año
fue un mal cruce con unos Clippers crecidos lo que les dejó en la
cuneta mucho antes de lo previsto. Este año, solamente la genialidad
de Lebron y su capacidad de liderar a unos Cavaliers bien cuajados
puede separar a los Warriors de su cuarto anillo, el segundo en
California, el primero para la gran mayoría de sus seguidores.
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