miércoles, 29 de agosto de 2012

Ascenso y caída de la ‘kosarka'

La noche del 27 de junio de 1991, Jure Zdovc abandonaba el hotel de Roma en el que la selección yugoslava de baloncesto se concentraba durante el Eurobasket de la ciudad eterna. Lo hacía antes de tiempo, sin entender muy bien las razones y rumbo a su Eslovenia natal, declarada estado independiente apenas unos días antes. Esta importante baja, tanto por el peso del jugador dentro de la cancha como por su papel como parte del grupo, no fue óbice para que la representazija se impusiese a Francia y a Italia para volver con la medalla de oro al cuello, pero significó el preludio de una ‘muerte anunciada’, la de una impresionante generación baloncestística que, a partir de entonces, no volvería a competir bajo la misma bandera.

Tres años de oro
En aquel equipo que se subió a lo alto del podio en Roma se encuentran algunos de los jugadores que dominaron el panorama continental durante la siguiente década, algunas de las más rutilantes estrellas europeas de la NBA y algunos ídolos de los últimos años de los ochenta. Nombres como Toni Kukoc, Dino Radja, Drazen Petrovic, Vlade Divac, Sasha Djorjevic, Pedrag Danilovic o Zarko Paspalj habían ido configurando una escuadra de ensueño, protagonista de un juego espectacular con multitud de posibilidades y capaz de adaptarse a cualquier circunstancia de partido, un elenco de artistas que se mostraban superiores a cualquier rival tanto por talento como por físico. Un baloncesto destinado a renovar las anquilosadas estructuras de las selecciones europeas, dominadas por el juego físico y previsible de la URSS durante demasiados años, si bien apenas pudieron verse los primeros compases de esta sinfonía debido a las tensiones nacionalistas y a los posteriores procesos bélicos que dividieron Yugoslavia en cinco repúblicas independientes en el primer lustro de los años 90.

El éxito de Roma, conseguido con una superioridad casi aplastante (ganando todos los partidos, salvo el primero, por al menos 15 puntos), no era una casualidad, sino que la escuadra plavi había iniciado una deslumbrante racha de éxitos, primero en categorías de formación y, más tarde, en campeonatos absolutos gracias a la irrupción de una generación de jóvenes talentos destinados a completar el genio competitivo de Petrovic. De este modo, el Eurobasket de Zagreb de 1989 supuso un paseo militar para el equipo dirigido por Dusan Ivkovic, con un juego alegre y dado al contraataque y las posesiones cortas pero efectivas, apoyado en una defensa intensa e incansable. Un año después, la selección yugoslava también gana con contundencia el Mundial de Argentina, esta vez con un baloncesto algo más lento, pero igualmente efectivo, dada las bajas de jugadores como Djorjevic o Radja. Con anterioridad, y ya incluyendo algunos jugadores de la nueva generación aunque aún con Petrovic como líder y referencia indiscutible, Yugoslavia se había hecho con la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl’88, además del bronce en el Europeo de Atenas en 1987 y en el Mundial de España de 1986, campeonatos con menor peso de los jóvenes talentos y dirigidos por Kresimir Cosic.

Sin embargo, gran parte de los jugadores venían pisando fuerte desde muchos años antes. Bajo las órdenes de Svetislav Pesic en categoría junior y en campeonatos anteriores en campeonatos juveniles, gran parte de esta plantilla, jugadores como Paspalj, Kukoc, Divac, Radja o Arijan Komazec tenían una larga colección de oros. Una larga consecución de éxitos que hacía prever que la década de los 90 tendría la bandera yugoslava en lo alto del podio en todos los torneos internacionales de baloncesto.

La marcha de Zdovc por orden ministerial en 1991 se unía a la polémica generada en la celebración del campeonato mundial de 1990, cuando Divac arrebató a un seguidor una bandera croata y la lanzó al suelo, como las claras muestras de que aquella generación dorada que se había ido gestando durante varios veranos de concentraciones y campeonatos en diferentes categorías, aquella que apenas había mostrado sus primeros destellos, iba a desaparecer por la desintegración política de Yugoslavia. Una medalla de oro al cuello servía de despedida para un sueño deportivo del que estos jugadores se habían despertado por cuestiones ajenas al juego de la ‘pelota gorda’.

Después de la explosión
La declaración de independencia de Eslovenia fue seguida inmediatamente por la de Croacia, iniciando un proceso de tensiones diplomáticas y de guerra entre las diferentes repúblicas tendentes a la escisión. Si políticamente la creación de los nuevos países era aceptada con mayores o menores reparos por la comunidad internacional, la gestión deportiva no iba a ser menos y las naciones recién independizadas pronto presentaron sus combinados a los torneos internacionales.

Yugoslavia, que entonces se correspondía con las repúblicas federales de Serbia y Montenegro y las provincias autónomas de Kosovo y Vojvodina, disputando además territorios de Croacia y Bosnia, que fue vetada de las competiciones deportivas internaciones entre 1992 y 1994 por mandato de la ONU como castigo por la represión armada de los procesos nacionalistas, si bien el resto de países sí presentaron sus equipos y deportistas a los torneos de los siguientes años, como los Juegos Olímpicos de Barcelona’92.

En este panorama, la primera de las nuevas selecciones en reverdecer los laureles de la ya extinta Yugoslavia unida fue Croacia, que consiguió una meritoria medalla de plata en los JJOO de 1992. Frente al Dream Team de Estados Unidos, el primer equipo con jugadores NBA que compitió en un torneo internacional, el brillo de jugadores como Kukoc, Petrovic, Komazec o Radja, la mitad de la generación dorada, no fue suficiente, si bien su segundo puesto fue logrado con una clara superioridad sobre la mayor parte de los rivales. Aún con la guerra en marcha, y a pesar del golpe que supuso la muerte de Petrovic, el equipo dálmata consiguió prolongar resultados razonablemente buenos en las siguientes citas internacionales, mientras duró la gran generación. De este modo, consiguió las medallas de bronce en los Eurobasket de 1993 y 1995, ganados por Alemania y la nueva Yugoslavia, y en el Mundial de 1994, con Estados Unidos como campeón. Desde entonces, y a pesar de que la cantera croata, al igual que la del resto de países balcánicos no ha dejado de generar buenos jugadores, los dálmatas no han repetido éxito, a pesar de no haberse perdido ninguna de las grandes citas continentales y haber competido en los JJOO de Pekín’08 y en el Mundial de 2010, ahora con jugadores como Marko Tomas, Zoran Planinic, Gordan Giricek, Damir Mulaomerovic o Nikola Vujcic.

Una vez cumplida la sanción de la ONU, la federación yugoslava, representada únicamente por los jugadores de Serbia y Montenegro, tuvo un retorno glorioso con siete medallas en ocho años, apurando los jóvenes talentos de los campeonatos de 1989, 1990 y 1991 e incorporando algunas nuevas perlas baloncestísticas con el paso de los años, como Dejan Bodiroga o Pedrag Stojakovic. Su primer torneo internacional, el Eurobasket de 1995, se saldó con una victoria liderada por Divac y Djorjevic y un reflejo de la tensa relación existente debido a la Guerra de los Balcanes, cuando los jugadores croatas abandonaron el podio cuando la selección yugoslava iba a recibir la medalla de oro. La racha victoriosa de los Paspalj, Danilovic, Tomasevic y demás estrellas plavi se prolongó con la plata en los JJOO de Atlanta’96, con una final perdida ante EEUU; nuevos oros en los Eurobasket de 1997 y 2001, el bronce en el campeonato continental de 1999 y las incontestables victorias en los Mundiales de 1998 y, sobre todo, de 2002 en Indianápolis, el último triunfo de los supervivientes de la generación dorada con incorporaciones como Marko Jaric o Igor Rakocevic. 

Tras esta secuencia de éxitos, que le colocan como el principal dominador del baloncesto internacional durante una década, la federación ha perdido su antigua denominación, compitiendo como Serbia y Montenegro hasta 2009 y como Serbia, tras la escisión de la pequeña república balcánica, desde entonces. El mejor resultado de la nueva generación, comandada por Milos Teodosic, Novica Velickovic y Nenad Krstic, entre otros, ha sido la plata conseguida frente a España en el Eurobasket de 2009 y el cuarto puesto en el Mundial de Turquía un año después, eliminando a su verdugo en el campeonato anterior en los cuartos de final.

Peor suerte han corrido el resto de selecciones surgidas de la desaparición de Yugoslavia. Eslovenia, con una mayor tradición baloncestística, sí que ha partiicpado en todos los Eurobasket celebrados desde entonces, así como en dos Mundiales. El nivel competitivo se ha elevado desde mediados de de la primera década del siglo XXI; gracias a jugadores como Goran Dragic, Bostjan Nachbar o Erazem Lorbek, si bien el mejor resultado ha sido el cuarto puesto en el Eurobasket de 2009.

Bosnia Herzegovina y Macedonia siempre han tenido un papel secundario en el baloncesto desde su separación de Yugoslavia. Los bosnios sí que han participado en siete de los diez Eurobasket celebrados desde su fundación, pero su mejor clasificación ha sido caer en cuartos de final, mientras que los macedonios, con apenas tres apariciones en los torneos continentales, sí se han colado en las semifinales para lograr un meritorio cuarto puesto en 2011, gracias en gran parte a la incorporación del norteamericano nacionalizado Bo McCalleb. Por su parte, Montenegro, la última federación en nacer al ser el país más ‘joven’ de los Balcanes, aún no ha tenido opción de defender su bandera en uno de los grandes campeonatos.

Material de interés:
"Sueños robados. El baloncesto yugoslavo", de Juanan Hinojo

lunes, 13 de agosto de 2012

El lento ocaso de la Generación Dorada

Un partido perdido y un cuarto puesto no parecen el mejor final para una de las generaciones más exitosas y vibrantes del baloncesto internacional. Aunque exigieran la mejor versión de Andrei Kirilenko y Alexei Shved antes de hincar la rodilla en un partido al que se agarraron como a un clavo ardiendo, los jugadores de la selección argentina pueden estar diciendo adiós a sus tiempos de gloria y verse obligados a afrontar un relevo generacional postergado por los buenos resultados obtenidos. Y es que en la última década, el ‘básquetbol’ se ha hecho con siete medallas y solamente es una ocasión se han quedado fuera de la lucha por el podio en las grandes citas.

La elevada edad de algunos de sus máximos exponentes, como Emmanuel Ginobili, con 35 años, o Luis Scola y Andrés Nocioni, con 32, puede hacer que la infructuoso gesta que los argentinos intentaron en el North Greenwich Arena de Londres, recortando la ventaja de la potente escuadra rusa para mantener sus opciones hasta el final (81-77), se convierta en el último partido de un equipo que ha mantenido su núcleo duro en casi todas las competiciones internacionales desde 2002. Este más que probable epílogo fue una buena muestra de aquello que la Generación Dorada argentina ha puesto sobre la marcha en estos diez años gloriosos: talento individual, buen juego en equipo, garra en defensa y una convicción más allá de lo humano en sus posibilidades, una fe inasequible al desaliento cuando estos jugadores se agrupan juntos bajo la bandera albiceleste.

La leyenda del ‘seleccionado’ argentino tuvo su punto álgido en el año 2004, cuando se alzaron con el oro en los Juegos Olímpicos de Atenas en un impresionante torneo en el que derrotaron con bastante solvencia a Estados Unidos en las semifinales y no fallaron en la final ante Italia. Sin embargo, los inicios de esta generación tuvieron lugar dos años antes, En Indianápolis, cuando el equipo del Cono Sur se coló en la final del Mundial contra una Yugoslavia en la cima de su juego, con baloncestistas de la talla de Pedrag Stojackovic, Marko Jaric, Igor Rakocevic o Dejan Bodiroga. A pesar de la derrota, la plata servía de prólogo para años de fuertes emociones y grandes éxitos.

En esa primera experiencia, los grandes referentes de la Generación Dorada, como Scola, Ginobili, Nocioni, Carlos Delfino y Fabricio Oberto, eran los talentosos ‘novatos’ que llegaban a un equipo en el que coincidieron con experimentados jugadores de la hornada anterior, como los rocosos pívots Rubén Wolkowyski y Gabriel Fernández, el anotador Hugo Sconochini y el telentoso base Alejandro Montecchia. Con estos buenos mimbres y buscando aspirar a éxitos como la plata del Mundial, Rubén Magnazo volvió a confiar para los Juegos Olímpicos de Atenas en la mezcla de experiencia y calidad de este grupo de jugadores, que también incluía el cerebro organizador de Pepe Sánchez y la espectacularidad de Walter Herrmann.

Después de alcanzar la gloria olímpica, algunas de las estrellas de la albiceleste se tomaron un descanso en el Torneo de las Américas de 2005, celebrado en Santo Domingo (República Dominicana), lo que sirvió para que fueran tomando cierto protagonismo otros jugadores que también serán habituales en las selecciones de los siguientes campeonatos, como Leo Gutiérrez, convertido ahora en un tirador más que fiable; la torre Román González, el eléctrico Paolo Quinteros o trabajadores como Juan ‘Pipa’ Gutiérrez, Hernán ‘Pancho’ Jasen y Federico Kammerichs. A pesar de no contar con sus mayores talentos, este equipo B consiguió una meritoria segunda plaza jugando la final contra Brasil, su gran rival por el dominio del baloncesto sudamericano.

La reválida de la Generación Dorada debía llegar en el Mundial de Japón en 2006, cita en la que se reunieron las mejores armas de este equipo y uniendo a la causa a Pablo Prigioni, uno de los mejores bases de la última década. Sin embargo, después de un campeonato prácticamente inmaculado a las órdenes de Sergio Hernández, los argentinos tuvieron la mala suerte de caer en los dos últimos partidos, los que deciden las medallas. Primero, la igualada, intensa y emocionante semifinal (75-74) contra una España en estado de gracia que a la postre se alzó con el oro y, después, la lucha por el bronce contra EEUU, selección herida por su derrota ante Grecia.

Sin Ginobili y Oberto aunque con el resto del grupo, la albiceleste volvió a dar guerra en el siguiente campeonato continental. Solamente EEUU, con la urgencia de ganar para clasificarse para los JJOO de 2008, pudo vencer al ‘seleccionado’ argentino en la final del Torneo de las Américas, organizado en Las Vegas en el verano de 2007. Un nuevo metal, el pasaporte al torneo olímpico de Pekín y la confirmación de Scola como un anotador insaciable desde las cercanías del aro fueron algunas de las conclusiones extraídas de este campeonato.

En los JJOO de 2008, Argentina volvió a confirmar su tercer puesto en el ránking FIBA de selecciones con una medalla de bronce. Nuevamente, todo el talento de la Generación Dorada acudió a la capital china para volver a poner sobre el parqué la intensidad en ambos lados de la cancha que ha hecho grande a este equipo. La piedra en el camino volvió a ser el Team USA, que acudía al torneo olímpico herido por la derrota en Atenas y con un equipo enormemente mejorado con respecto a 2004. La dolorosa derrota ante los campeones finales fue enderezada un par de días después, derrotando a la siempre correosa Lituania y pudiendo celebrar un metal en tierras chinas.

Ya por aquel entonces, se oían los cantos de la renovación generacional del equipo y las dudas acerca de la continuidad de los éxitos dada la menor proyección de la cantera argentina. A pesar de ello, y otra vez sin contar con la presencia de dos de sus líderes, Oberto y Ginobili, y otros talentos como Nocioni y Delfino, Argentina volvió a pelear con uñas y dientes por mostrarse como uno de los mejores equipos del continente en el Torneo de las Américas de 2009, acaparando una nueva medalla, en este caso de bronce. El cruce con un Puerto Rico con gran presencia de jugadores NBA supuso el punto y final para la albiceleste en este torneo, en el que también fueron de la partida algunos concidos de la ACB como Leo Mainoldi, Diego Pérez o Carlos Sandes.

La siguiente gran cita supuso la primera decepción para esta Generación Dorada. Sin Ginobili y con Oberto aquejado de algunos problemas físicos, Argentina superó con solvencia la primera fase y fue derrotada por Lituania en los cuartos de final del Mundial de Turquía en 2010. A pesar de ello, fue capaz de sobreponerse y vencer en los partidos restantes para quedar como quinto clasificado en el campeonato. Fue un campeonato en el que los anfitriones y la joven hornada de jugadores serbios se colaron en las semifinales, ocupando el lugar antes reservado para Argentina y España, también eliminada en cuartos de final.

Con la clasificación para los JJOO en juego, Argentina se presentó con sus mejores galas al Torneo de las Américas de 2011, celebrado en casa, en la ciudad de Mar del Plata. Este campeonato se saldó con un incontestable triunfo al final del mismo, ganando el partido definitivo a Brasil después de un torneo prácticamente perfecto plagado de victorias. La mala noticia, quizá el prólogo a lo que parece que va a ocurrir un año después, fue el adiós al ‘seleccionado’ de Fabricio Oberto, muy castigado por su carrera en la NBA, un toque de atención de que la gloria no puede ser eterna en el deporte de la pelota gorda.

La última embestida de los guerreros de la Generación Dorada se ha producido en los JJOO de Londres, haciendo un buen papel durante la fase previa y logrando una trabajada victoria ante Brasil para alcanzar las semifinales. Otra vez ha sido EEUU la que ha evitado que Argentina alcanzara la final y el potencial físico y baloncestístico de Rusia le arrebató la medalla de bronce en un partido disputado. A lo largo del torneo, Julio César Lamas ha tenido la oportunidad de ir dando minutos a dos jugadores llamados a recoger el testigo de sus exitosos predecesores, el alero Marcos Mata y el eléctrico base Facundo Campazzo.

¿La despedida?
Ahora se abre nuevamente el debate, como después de cada gran campeonato desde 2009, del relevo generacional de Argentina. Sin embargo, en esta ocasión, ante la creciente edad media del equipo y las declaraciones de algunos jugadores acerca de futuras convocatorias, parece que puede llegar el final definitivo de la Generación Dorada, cuyos grandes arietes, veteranos como Scola, Prigioni, Ginobili o Nocioni, llegarían muy desgastados a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. Ojalá el baloncesto nos dé una última oportunidad de disfrutar de este elenco en el Mundial de España en 2014...

miércoles, 8 de agosto de 2012

La leyenda perfecta

En el año 1992, se dieron las circunstancias perfectas para que el USA Basketball, federación norteamericana del deporte de la ‘pelota gorda’, sorprendiera a los aficionados y al mundo entero con el que se ha calificado como la plantilla de mayor talento jamás reunida, un equipo de ensueño, el Dream Team. El 8 de agosto de 1992, hace exactamente veinte años, se produjo un día feliz y triste para el baloncesto, la consecución de la medalla de oro por parte de esta selección sin flaquezas y el convencimiento de los seguidores de que nunca podrían volver a ver nada como lo ocurrido en aquellas seis semanas del verano del 92.

El levantamiento de la prohibición del Comité Olímpico Internacional a que los jugadores profesionales de la NBA pudieran participar en los Juegos Olímpicos supuso el primer paso para la conformación de este equipo de ensueño, unido a las ganas de muchos de estos baloncestistas a defender el honor de su país después de que la URSS le arrebatara el oro en varias ocasiones (Munich’72, Seúl’88) a los jóvenes jugadores universitarios de EEUU. Además, coincidía con la convivencia en la Liga de dos de las generaciones más brillantes del baloncesto norteamericano, jugadores convertidos en mitos incluso durante su carrera, lo que confería a este equipo una aureola tanto deportiva como publicitaria y mediática aún mayor. De este modo, el Team USA de los Juegos Olímpicos de 1992, bautizado como Dream Team antes de saltar a la cancha, incluiría al jugador más determinante del momento con su fiel escudero, los dos mayores rivales de la década anterior jugando por primera vez juntos en el ocaso de sus carreras, algunas de las nuevas estrellas llegadas a la NBA desde finales de los 80 y un jugador universitario, por aquello de mantener la ilusión de que el sueño americano es realizable.

El Dream Team se configuró con unos mimbres que, por calidad técnica, superioridad física y capacidad de trabajo, hacían prácticamente invencible a este equipo ni siquiera en su día más desacertado. Los líderes dentro y fuera de la cancha eran Michael Jordan y Earvin “Magic” Johnson, que compartía la capitanía con Larry Bird. Estos tres nombres míticos estaban rodeados por poderosos pívots como David Robinson y Patrick Ewing, trabajadores interiores como Charles Barkley y Karl Malone, el inmaculado tiro de Chris Mullin, la potencia en ambos lados de la cancha de Scottie Pippen, la espectacularidad de Clyde Drexler y cerebro organizador de John Stockton, además de la presencia testimonial de Christian Leattner, que venía de ganar dos títulos de la NCAA con la Universidad de Duke. Y para conjugar todo ello, el cuerpo técnico formado por Lenny Wilkens, P. J. Carlesimo y Mike Krzyzewsk estaba encabezado por el entrenador Chuck Daly, uno de los preparadores más concienzudos de la NBA del momento, tanto en los aspectos del juego como en la motivación de los grupos. Y es que, tal y como afirmó Barkley, “Daly ha entrenado a los Pistons, y si ha podido hacerlo con esa panda de cabrones, puede entrenar a cualquiera”. Con estos ingredientes, no se podía perder.

La conformación de este elenco de jugadores fue el primer quebradero de cabeza para el USA Basketball. Un año antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, los responsables se pusieron manos a la obra para reclutar a los mejores baloncestistas disponibles en la NBA. Jordan no se mostró muy convencido, pensando que sería el único jugador de peso que acudiría a la cita olímpica, y no dio su ‘sí quiero’ hasta que los otros diez jugadores NBA, mucho menos escépticos que él con la propuesta del USA Basketball, hubieron aceptado. Otra de las exigencias de la estrella de los Bulls era la no inclusión en la plantilla del base Isiah Thomas, una de las debilidades de Daly al haber sido su entrenador en los Pistons de los ‘Bad Boys’, dada su mala relación tras los tensos enfrentamientos de los de Chicago con los de Detroit.

Con tanta calidad entre sus manos y el revuelo mediático creado durante el reclutamiento, el primer trabajo de Daly era convertir a aquel elenco de jugadores de nivel estratosférico en un verdadero equipo conjuntado, “cambiar la mentalidad de All-Star por la de un equipo”, en palabras del propio entrenador. Así, después de unos cuantos entrenamientos en los que los piques entre jugadores en la misma posición fueron la nota dominante, el cuerpo técnico planeó un partido contra un equipo universitario para tomar el pulso de la tensión competitiva de los jugadores. Aquel encuentro supuso un serio toque de atención, ya que el conjunto conformado por futuros NBA como Bobby Hurley, Chris Webber, Anfernee Hardaway, Grant Hill o Allan Houston se mostró mucho más serio que las superestrellas y se llevó el partido por 54-62. La derrota se silenció, pero sí sirvió para que los jugadores se tomaran más en serio la preparación. Tanto fue así que el partido se repitió unos días después con un resultado bien distinto.

El primer escollo que tuvo que superar el primer equipo de jugadores NBA en competiciones internacionales fue el Torneo de las Américas, clasificatorio para los JJOO de Barcelona y celebrado en el Rose Garden de Portland apenas un mes antes de la cita olímpica. Esta competición fue un auténtico paseo de los jugadores del Dream Team desde la victoria inaugural ante Cuba por 77 puntos hasta la final contra Venezuela. Y es que, además del entusiasmo de los aficionados al jugar en casa, los jugadores rivales no podían evitar emocionarse y mostrar su admiración a los trabajadores antes, después e, incluso, durante los partidos.

Con la clasificación asegurada y la preparación por buen camino, el Team USA salió por fin de EEUU, pudiendo comprobar a su llegada a Europa y, sobre todo, a Barcelona la gran expectación creada a su alrededor, con miles de seguidores esperando junto al hotel o el campo de entrenamiento antes de cada desplazamiento y ruedas de prensa atestadas de periodistas de todos los países y de publicaciones más allá de los temas deportivos. Y es que la presencia de jugadores NBA en una competición internacional bien merecía este revuelo entre los fans y los medios de comuniación, máxime cuando el equipo estaba formado por algunos de los mejores baloncestistas de todos los tiempos, diez de ellos incluidos en la selección de cincuenta jugadores que la NBA realizó con motivo de su cincuentenario en 1999.

Sin embargo, antes de eso, todavía quedaban unos días de cierta tranquilidad, entrenamientos e intensa convivencia en Montecarlo. En medio del lujo del principado mediterráneo, los jugadores aprovecharon para relajarse jugando a las cartas o al golf, gran pasión de Jordan y Daly, lo que les ayudó a mejorar su relación, y para ir desarrollando una mejor relación entre ellos, lo que dio lugar a amistades impensables antes de la preparación. Sin embargo, aún quedaban algunas asperezas que limar para mejorar la química del equipo. Y es que el doble liderato de Jordan y “Magic” daba lugar a habituales piques y concursos de habilidades en los entrenamientos, una rivalidad que la estrella de Chicago no llevaba nada bien y que el base de los Lakers acrecentaba con su habitual sentido del humor (un ejemplo se produjo en una sesión de fotos junto a Jordan y Bird, en la que Johnson dijo en tono de broma “no voy a acercarme demasiado a Michael no vaya a ser que piten falta”). Para solucionar esta disputa, Daly propuso un partido entre ambos jugadores junto a los cuatro compañeros que eligieran. Para desgracia de “Magic”, el entrenamiento concluyó con victoria para el equipo de Jordan, después de que el escolta diera lo mejor de sí mismo para demostrar que era el jugador más determinante del momento.

Con todas las rencillas solventadas y una química a prueba de bombas, la competición se inició en Barcelona y el equipo de ensueño no hizo sino lo que se esperaba de él. El 116-48 con el que iniciaron su participación ante Angola fue el preludio de un campeonato inmaculado, con un juego dominado por la velocidad en ataque, ya fuera en contraataques o en rápidos ataques posicionales, y una defensa intensa, promediando más de 117 puntos por partido, superiores aunque siempre respetuosos con los rivales. Solamente Toni Kukoc, sobredefendido por un un motivado y celoso Pippen antes de su llegada a los Bulls en el partido de la fase de grupos, y algunos jugadores interiores de Angola, que pagaron los malos humos de Barkley, pueden tener queja del Team USA, más allá del maltrato baloncestístico al que sometieron a todos sus oponentes (Angola, Alemania, Brasil, España, Puerto Rico, Lituania y Croacia en dos ocasiones).

El colofón final tuvo lugar el 8 de agosto de 1992, tras un partido contra Croacia en la que, a pesar de ponerse por encima mediada la primera parte, los balcánicos no pudieron hacer nada contra el poderío norteamericano y sucumbieron por 85-117. Una medalla de oro más que previsible pero más que deseada y un espaldarazo sin parangón para la popularidad en todo el mundo de la NBA y del baloncesto en general.

Epílogo
Subidos al podio para recibir las medallas, dos jugadores que lo han sido todo para el deporte de la ‘pelota gorda’, “Magic” Johnson y Larry Bird, se despedían para siempre de la práctica deportiva. El primero, ya apartado de la profesionalidad la temporada anterior al conocerse que era portador del virus del SIDA aunque aún capaz de sorprender a propios y extraños. El segundo, castigado por las lesiones y lejos de la genialidad que regalara años antes a los habituales del Boston Garden. “Éste es el final. Así es como quiero acabar”, reconoció haber pensado la eterna sonrisa de los Lakers mientras escuchaba “Star splangled banner” en el Palau Olimpic de Badalona.

jueves, 2 de agosto de 2012

¿El mejor equipo profesional de la historia?

Las andanzas de las grandes dinastías del baloncesto moderno son más que conocidas. Son referencias comunes equipos como los Bulls de Jordan, los Lakers del ‘showtime’ y su rivalidad como los Celtics de Bird y McHale, incluso los Knicks de Willis Reed, Frazier y “The Pearl” Monroe o los más recientes Spurs de Duncan y sus éxitos intermitentes. También se recuerdan grandes equipos europeos, como la Cibona arrolladora de los hermanos Petrovic, la sorprendente Jugoplastika plagada de jóvenes talentos croatas, el Maccabi de Anthony Parker y ‘Saras’ Jasikevicius o el CSKA comandado por Papaloukas y Ettore Messina.

Sin embargo, antes de que se configuraran los grandes campeonatos nacionales e internaciones tal y como se disputan ahora, los pioneros del baloncesto profesional también crearon sus equipos de leyenda. A pesar de que su nombre sea prácticamente desconocido para la mayoría de los aficionados, hay un club que ha firmado un 82,76 por ciento de victorias a lo largo de sus 26 años de andadura, una cifra difícil de igualar en el deporte profesional.


Por aquel entonces, en los años 20 del pasado siglo XX, el baloncesto era muy distinto. Creado para que los estudiantes de los colegios e institutos de buenas familias pudieran ejercitarse en los fríos y nevados meses de invierno en los estados del norte de EEUU, el deporte de la ‘pelota gorda’ iba ganando cierta popularidad en el país norteamericano, aunque aún no había pabellones construidos específicamente para su práctica ni competiciones nacionales estables. Además, al contrario de lo que ocurre ahora, los problemas de segregación racial también se dejaban notar en el deporte y los jugadores que gozaban del ‘status’ de profesional solían ser de raza blanca.

En este caldo de cultivo es en el que nace el que probablemente sea el mejor equipo profesional del baloncesto norteamericano, si no mundial, al menos en lo que a resultados se refiere. El 13 de febrero de 1923, en entrenador y empresario Robert Douglas consiguió el permiso de los gestores del Renaissance Casino & Ballroom de Harlem para que su equipo, entonces los Spartans Braves, jugaran partidos de exhibición en sus instalaciones. Para ello, tuvo que cambiar el nombre del club por el de New York Renaissance, denominación con la que se convertiría en el primer club profesional de baloncesto con jugadores de raza negra, debutando el 3 de noviembre de aquel año en la sala de baile que le sirvió de pabellón durante toda su historia.

Con el fin de conseguir la atención de los aficionados del baloncesto y, por tanto, de más dinero en concepto de venta de entradas, y ante la ausencia de competiciones regladas, Douglas, que ejercía como jefe en la cancha y fuera de ella, intentó atraerse a los mejores jugadores de la ciudad, ya fuera habilidosos con el balón, buenos tiradores o físicos privilegiados, o una mezcla de las tres. De este modo, los Rens, como fueron conocidos desde prácticamente sus inicios, fueron confeccionando una plantilla invencible, sobre todo dada la escasa entidad de los equipos ‘negros’ de la época, y se ganaron una buena fama tanto en Nueva York como en el resto del país.


Y es que muy pronto, los Rens abandonaron su casa para hacer interminables giras por casi todos los Estados Unidos enfrentándose a los equipos locales o a otros clubes profesionales itinerantes. Al principio, estos partidos de exhibición eran siempre contra jugadores de raza negra, si bien algunos equipos ‘blancos’ fueron paulatinamente aceptando jugar contra la escuadra prácticamente imbatible, así como contra la creciente nómina de clubes de “colored basketball”, como se le denominaba en la época. Los grandes rivales de esta época fueron los Original Celtics, equipo fundado en Nueva York en 1918 y gran dominador de los enfrentamientos entre jugadores blancos hasta el momento. Otros frecuentes rivales durante su andadura de partidos itinerantes fueron los Philadelphia Sphas, escuadra formada eminentemente por jugadores de religión judía, y los Indianápolis Kautskys.

Sin embargo, la apertura por parte de los equipos profesionales para acertar enfrentamientos interraciales en la cancha no se veía reflejada fuera. Y es que, si con la pelota en las manos, estos jugadores atraían a ingentes cantidades de público a las salas de baile, graneros, gimnasios y demás espacios en los que se organizaban sus partidos, la sociedad estadounidense, sobre todo en determinados estados, seguía sin aceptar a la población de color. De este modo, las ya de por sí exigentes giras de partidos de varias semanas y en ciudades lejanas se complicaban cuando la mayoría de hoteles y restaurantes no aceptaban como clientela a los jugadores, lo que les obligaba a comer alimentos fríos o dormir frecuentemente en el autobús, algo muy alejado de los lujos y atenciones que ahora rodean a los jugadores de la NBA, sean de la raza que sean.

A lo largo de los años, y con la creciente fama del baloncesto, se intentaron organizar distintos tipos de torneos en distintos ámbitos, aunque ninguno de ellos terminó de convertirse en definitivo, por lo que los equipos más continuaban alternando los partidos en casa con giras por todo el país. En la temporada 1932-33, los Rens firmaron un récord de 120 partidos ganados por 8 perdidos, con una racha de 88 victorias seguidas. Fue uno de sus años más intensos, tanto por la cantidad de encuentros como por el porcentaje de éxitos, y uno de los que sirvió para que los Rens desaparecieran en 1949 después de haber disputado 3.127 partidos con 2.588 victorias y 539 derrotas.

Ya desde 1937, los equipos ‘blancos’ tuvieron la oportunidad de jugar en una liga, la Nacional Basketball League (NBL), patrocinada por grandes empresas, dueñas a su vez de los equipos, y radicada principalmente en los estados del Medio Oeste, una opción que se le escapa a los Rens tanto por su plantilla de raza negra como por su cuna en Nueva York. Sin embargo, este equipo tiene la oportunidad de medirse con las mejores escuadras de esta competición en el World Professional Basketball Tournament, un torneo anual organizado por el periódico Chicago Herald American y en el que se invitaba a los equipos con más tirón entre los lectores. Los NY Rens fueron los campeones de la primera edición, en 1939, seguidos por otro equipo neoyorkino, los Harlem Globetrotters.

Con una liga potente en marcha y la creación de nuevas competiciones territoriales y nacionales, como la Basketball Association of America (BAA), que se fusionaría en 1949 con la NBL para fundar la actual NBA, la popularidad de los equipos itinerantes fue decayendo con los años, por lo que, después de continuar con sus giras durante cerca de una década, los Rens fueron invitados a unirse a la NBL en la temporada 1948-49, a la postre la última tanto para este equipo como para la liga, y se mudaron a la ciudad da Dayton, en Ohio. 

A lo largo de estos 26 años de andadura, la figura del entrenador y empresario Robert Douglas pasó a un segundo plano gracias a la incorporación a la plantilla de algunos de los mejores jugadores del momento, como Clarence “Fats” Jenkins, James “Pappy” Ricks, Eyne Saitch, Charles “Tarzan” Cooper, Bill Young, “Wee” Willie Smith, “Big Dave” DeJernett, Pop Gates o Frank “Strangler” Forbes. Algunos de estos nombres corresponden a los primeros atletas de raza negra que se ganaron un sueldo y una reputación social gracias al deporte, tanto el baloncesto como el béisbol, ya que muchos de ellos también militaban en la más asentada liga de esta modalidad para jugadores de color. De este modo, además de haber saboreado las mieles del éxito en la práctica del baloncesto y haber contribuido con sus giras a la popularidad del deporte de la ‘pelota gorda’ por todo EEUU, puede que también hayan aportado su granito de arena para que, poco a poco y siempre con problemas, la población afroamericana haya regularizado su situación social en este país e, incluso, sea mayoritaria en gran parte de los deportes.