miércoles, 23 de octubre de 2013

El 'primer' hombre en la Luna

Durante muchas décadas, la NBA fue un terreno vedado para cualquier jugador no nacido o formado en Estados Unidos. Si algunos baloncestistas estadounidenses tenían dificultades para ser aceptados por cuestiones religiosas o, sobre todo, raciales, la entrada de jugadores llegados de otros lugares del mundo era una quimera de algunos entusiastas que no vivían enfrascados dentro de las fronteras y sí eran conocedores de las evoluciones del deporte de la pelota gorda en Europa y los países sudamericanos, mientras que el sector ‘proteccionista’ veía esta posibilidad como un insulto a la supremacía norteamericana.

Sin embargo, a lo largo de la década de los 60 y los 70 ya hubo algunos casos aislados de jugadores que, después de un prometedor inicio de carrera allende los mares, llamaron la atención de aquellos visionarios y, trabas administrativas, políticas y familiares aparte, fueron invitados a probar la forma de vida y las maneras de trabajar propias del profesionalismo norteamericano. Junto con el italiano Dino Meneghin y el mexicano Manuel Raga, ambos caprichos personales de Marty Blake, el principal ojeador del extranjero de la NBA en los primeros 70, Drazen Dalipagic fue el primer hombre (de Europa) en pisar la Luna (de la NBA).

La historia de ‘Praja’ es peculiar. Sus inicios deportivos fueron en el balonmano y, sobre todo, en el fútbol, de donde le vino su apodo, dado a su gran parecido con el delantero estrella del equipo local de Mostar, su ciudad natal, Dane Praha. A pesar de sus buenos fundamentos técnicos con el balón en los pies, cuando Drazen probó por primera vez con el baloncesto a los 19 años de edad, quedó automáticamente prendado de este deporte. A ello ayudaron sus 1,97 metros de altura y una facilidad innata para el lanzamiento lejano que, ya en su primera temporada enrolado en el Lokomotiva de Mostar, le permitió desarrollar una suspensión rápida e infalible y le llevó a figurar entre los máximos anotadores de su equipo y a firmar por el mítico Partizan de la capital yugoslava con apenas un año de experiencia. Y fue en Belgrado donde llegó el éxito, tanto colectivo como individual.

Sus buenas actuaciones durante las siguientes temporadas hicieron que Jim McGregor fijara sus ojos en él. Como agente de jugadores, McGregor organizaba frecuentes giras de baloncestistas norteamericanos de segunda fila por Europa, con el fin de asegurarles un contrato a este lado del Atlántico. Con el paso del tiempo y con el objetivo de que estos partidos sirvieran también de promoción de los jugadores locales de cara a mejores contratos o a un remoto ingreso en la NBA, empezó a confeccionarse una selección de los talentos europeos en ciernes para medirse a los estadounidenses. Gracias a sus números de estrella, por encima de los 25 puntos en todas sus temporadas en el Partizan, Dalipagic fue uno de sus invitados en julio de 1975 a la cita celebrada en un pueblo costero cerca de Génova, llamando poderosamente la atención de uno de los pocos ojeadores NBA presentes en la cita, John Killilea, avisado por el propio McGregor del potencial de algunos jugadores europeos. Impresionado, Killilea se puso en contacto con el alero bosnio y le invitó a los campus de entrenamiento para novatos y agentes libres de su equipo, los míticos Boston Celtics, una oferta muy tentadora pero demasiado ambiciosa para alguien con apenas cinco años de experiencia en el baloncesto.

La progresión de Dalipagic siguió adelante la siguiente temporada, algo que se hizo más que palpable en los Juegos Olímpicos de Montreal del verano de 1976, competición en la que ‘Praja’, Kresimir Cosic y Dragan Kicanovic dirigían al equipo yugoslavo. Después del primer partido contra la selección de Estados Unidos, en la que Dalipagic anotó 22 puntos, Killilea, presente en las gradas, no quiso esperar más y pidió una reunión con el alero aquella misma noche, en la que volvió a plantearle la oferta para probar con los Celtics, vigente campeón de la NBA, aquel mismo verano. Los galones adquiridos dentro del equipo plavi (con espectaculares actuaciones, incluyendo sus 27 puntos en la final ante la estrella estadounidense Adrian Dantley), los ánimos de sus compañeros y el hecho de encontrarse tan lejos de casa (y tan cerca del posible futuro destino) fueron haciendo que Drazen cambiara de opinión y se animara a probar con los orgullosos verdes.

Una semana en Boston
La aventura americana comenzó el 21 de agosto de 1976 en el aeropuerto de Belgrado, del que partieron Dalipagic, su suegro, Tony Pozeg, y Cosic, que le ayudaría con el idioma gracias a su estelar paso de cuatro años por la Universidad de Brigham Young, un viaje que había causado un gran revuelo mediático a ambos lados del Atlántico (un periódico de Hartford llegó a asegurar que había una oferta por dos años y 900.000 dólares, un sueldo de estrella para la época). Pocas horas después de aterrizar en Boston, ‘Praja’ tuvo que hacer frente a su primer entrenamiento, la primera de las dos sesiones diarios a las que eran sometidos los 16 jugadores novatos y agentes libres pretendidos por los Celtics y que eran observadas de forma pormenorizada por Killilea, Tom Heinsohn, entrenador del equipo, y John Havlicek, estrella bostoniana cercana a la jubilación y capitán de la plantilla.

Durante los primeros entrenamientos, Drazen se sorprendió de la dureza defensiva y el juego individualista que se imponía, aunque precisamente era la potencia física del bosnio, además de su gran acierto en el tiro, lo que había llamado la atención de Killilea. Así, Dalipagic se puso manos a la obra para mostrar todo su potencial, primero reivindicando su gran capacidad reboteadora y, unos días más tarde, priorizado su aportación ofensiva, tanto en sus efectivos tiros desde prácticamente cualquier punto de la cancha (sus preferidos eran desde las esquinas) como sus penetraciones rebosantes de potencia, finalizadas con elegancia con la mano derecha o con fuerza con un mate, aunque se repetía un lunar que los ojeadores NBA veían en todos los prospectos europeos que probaban en EEUU, una cierta indolencia defensiva. Gracias a esta nueva faceta más activa, la prensa comenzó a conocerle con el sobrenombre de “Yumpin’ Yugo”. Su fama crecía a la misma velocidad que su aportación al equipo, e incluso el mandamás de los Celtics, el mítico Arnold ‘Red’ Auerbach, se había acercado a los campus de entrenamiento para conocer al yugoslavo. Tras una breve entrevista, quedó impresionado con la madurez y el juego de ‘Praja’, por lo que no dudó en bromear y presentarle a Havlicek como “sucesor”.  

Sin embargo, las buenas vibraciones que estaba causando en el seno de la franquicia de Boston no pasaban desapercibidas en su Yugoslavia natal. Así, la Federación y el Gobierno iniciaron su propia campaña con una nota de prensa difundida en las agencias periodísticas internacionales recordando que el país balcánico no permitía a sus jugadores salir de sus fronteras a jugar hasta los 30 años, habiendo cumplido el servicio militar y disponiendo de un doble permiso de su equipo de origen y de la Federación, encargados de jugar si se habían acreditado “suficientes méritos en el servicio a la patria”. Todos estos condicionantes se unían a la normativa FIBA, que prohibía que los jugadores NBA, los únicos considerados profesionales, volvieran a militar con su selección nacional, además de ocupar plaza de extranjero en los equipos amateur en caso de verse obligados a volver de EEUU. Aunque Dalipagic solamente tenía en mente probar sus capacidades en los campus NBA sin llegar a fichar por un equipo profesional, estas noticias no hacían sino devolver al suelo los posibles sueños que pudieran haberse despertado en su estancia de apenas una semana en EEUU.

Así que todo siguió como estaba planeado y, una vez concluido el campus, Drazen hacía las maletas de vuelta a Belgrado. Antes del viaje de vuelta, y aunque la decisión era de sobra conocida por los gestores célticos, Auerbach quiso tener una última reunión con Dalipagic en su despacho, en la que le ofreció un contrato garantizado por un año y 30.000 dólares con posibilidad de renegociación al final de la temporada. ‘Praja’ aludió a la llamada del servicio militar, su desconocimiento del inglés, su nueva situación familiar, ya que acababa de ser padre; y la restrictiva normativa FIBA para cumplir con Yugoslavia para declinar amablemente esta invitación. De esa reunión, queda el consejo de ‘Red’ de que aprendiera idiomas de cara al futuro y un libro con la dedicatoria “al amigo para quien espero que algún día vista la camiseta de los Celtics”.

La vida sigue
Tras su aventura americana, Dalipagic completó una longeva y estelar carrera hasta los 40 años en Partizan, Real Madrid, Venecia, Udine, Verona y Estrella Roja, con promedios de puntos por encima de los 30 casi todas las temporadas y descollantes exhibiciones anotadoras de hasta 70 puntos, todo ello contando con que gran parte de su carrera se desarrolló antes de la inclusión de la línea de tres puntos en el reglamento FIBA. Por su parte, los Celtics prolongaron un par de años más la carrera de Havlicek hasta 1978, momento en el que Auerbach hizo otra de sus magistrales jugadas de efecto para hacerse con Larry Bird, que debutó una temporada después. De este modo, no pudo consumarse la llegada a los Celtics de lo que parece el eslabón intermedio entre el trabajador Havlicek y el estelar Bird, dando por sentado el gusto céltico por los aleros blancos con un buen conocimiento del juego en equipo.

martes, 15 de octubre de 2013

Fin de lo que pudo ser una leyenda

Su historia tenía todos los alicientes para convertirse en una de esas leyendas de superación y éxito que el deporte, no solamente el de la pelota gorda, regalan a veces a sus seguidores. Sin embargo, la realidad ha sido más tozuda y, unida a un poco de mala suerte, han hecho que el cuento de hadas termine antes de tiempo y sin el brillo que se pronosticaba. Después de ser una estrella universitaria, plantar cara a una enfermedad crónica y superar una grave lesión de rodilla, de asombrar con un carisma especial y un look más que llamativo, Adam Morrison se retira del baloncesto activo y pasará a formar parte del cuerpo técnico de la Universidad de Gonzaga, donde militó durante tres temporadas, mientras concluye sus estudios. De este modo, el que fuera proyecto de estrella baloncestística se unirá a su mentor, Mark Few, y aconsejará a los jóvenes estudiantes sobre los avatares que les esperan en el paso al profesionalismo.

Es cierto que cualquier prometedor proyecto de alero blanco es siempre comparado con Larry Bird, pero puede que Morrison fuera el primero que pudiera convertirse verdaderamente en el heredero de Larry Legend, uno de los principales ídolos dentro de un vasto universo cultural y deportivo de este baloncestista. Algo menos creativo a la hora de crear juego y con una actitud defensiva más perezosa que el de Indiana, Morrison contaba con la enorme capacidad anotadora de Bird, además de una capacidad de liderazgo y una desmedida pasión por la victoria, además de una aspecto algo alejado de los stándares de un deportista profesional, con diferentes estilismos capilares, siempre con melena, y un bigote que, una vez más, recordaba al ídolo de los 80.

Nacido en un pequeño pueblo de Montana, Glendive, Morrison empezó a practicar baloncesto muy pronto, dado que su padre era entrenador de instituto y le inculcó desde joven los fundamentos técnicos de este deporte. La infancia itinerante en pos de los nuevos destinos de su familia concluyó en Spokane, una ciudad mediana del estado de Washington, sede de la Universidad de Gonzaga, entidad a la que se verá asociado desde su mudanza en adelante. Y es que, nada más llegar al que sería su nuevo hogar con apenas diez años, y siempre con una pasión desmedida por el deporte del balón naranja, se enroló en la organización universitaria como recogepelotas, lo que le permitió estar presente en todos los partidos y muchos entrenamientos.

Un enfermedad para toda la vida
Su progresión no era ningún secreto para los ojeadores locales, que incluso le invitaban a campus con jugadores de mayor edad, si bien nunca fue considerado uno de los mejores proyectos de su generación, a pesar de su rendimiento en la cancha. Durante uno de estos talleres de trabajo técnico y táctico, con la edad de 13 años, Morrison tuvo que enfrentarse al primer gran escollo en su carrera. Durante los días de entrenamiento, el joven alero fue perdiendo peso de forma exagerada, un proceso que culminó con el desmayo durante una de las sesiones el 2 de mayo de 1999. Tras varias pruebas en el hospital, el diagnóstico confirmó que el problema era una diabetes tipo 1, una enfermedad crónica que le haría esclavo de una dieta estricta y de la necesidad de inyectarse insulina frecuentemente, algo prácticamente incompatible con la vida de un deportista profesional.

Pero por aquel entonces, el baloncesto era solamente un juego, a pesar del carácter ganador que siempre le había acompañado, por lo que siguió compitiendo en su instituto, el Mead Senior High School, donde fue haciéndose un jugador indispensable en los esquemas de juego gracias a su facilidad anotadora y su liderazgo sobre la pista. Así, en sus cuatro años, fue el máximo anotador del equipo, logrando el récord de su conferencia con 1.904 puntos en una de las temporadas. En su último año, su instituto consigue llegar a la final de estado de Washington, un partido épico que Morrison tuvo que jugar fuertemente mermado por una hipoglucemia, a pesar de lo cual logró anotar 37 puntos que no ayudaron a conseguir la victoria.

En casa como en ningún sitio
Llegaba la hora de dar el salto a la universidad, y Gonzaga parecía el lugar más indicado. Allí podría saciar sus inquietudes intelectuales, que junto con su aspecto le había granjeado una fama de tipo estrafalario en la ciudad, sobre todo para un atleta, y permanecer cerca de casa para estar más arropado en su enfermedad, con la que ya había aprendido a vivir, inoculándose solo la insulina prácticamente desde el comienzo de su tratamiento. De esta forma, pronto se convirtió en una celebridad en su campus, como después lo sería en el seno de la NBA, gracias a su espíritu de superación de su enfermedad y a sus polémicas declaraciones políticas, su carácter intelectual, su reconocida defensa de las tendencias de izquierdas, esas tan poco presentes en el espectro político de EEUU, su admiración por el “Ché” Guevara, su interés por las tesis del marxismo-leninismo y su gusto por el heavy metal y estilos afines.

De la mano de Mark Few y con el número 3 a la espalda, Morrison fue progresando en su juego y en su importancia en al pista. En su primer curso, el equipo fue el mejor de su Conferencia con 11,4 puntos de aportación del joven alero. El segundo año, ya con más galones en los esquemas de Gonzaga, sus prestaciones subieron hasta 19 puntos por partido, logrando una vez más ser el mejor equipo de la WCC. Ya convertido casi en un ídolo en su tercera temporada en los Bulldogs, Morrison promedió 28,1 puntos por partido, con 13 partidos por encima de los 30 y un máximo de 40 puntos frente a Loyola Marymount. Este rendimiento le llevó a una rivalidad a distancia con el base de Duke J. J. Reddick como gran revelación de la temporada, una competición que se saldó con un MVP compartido por los dos jugadores. 

A nivel colectivo también fue el mejor año para los Zags, logrando colarse en el Sweet Sixteen, a apenas un par de pasos de la Final Four de la NCAA, si bien un competido partido contra UCLA, saldado con una pérdida de balón en la última posesión del pívot J. P. Batista, el segundo mejor jugador del equipo durante la temporada. Ese sería su último partido en Gonzaga, ya que había decidido dar el salto a la NBA antes de que su enfermedad le dificultara aún más la tarea, por lo que no pudo evitar echarse a llorar sobre el parqué al no haber podido poner la guinda al pastel, un requisito indispensable para su carácter ganador.

Sus buenos años en Gonzaga le habían abierto la puerta del baloncesto profesional, y su trabajo había costado. Mientras sus compañeros podían llevar una dieta normal para un deportista, con copiosas y energéticas comidas varias horas antes de los partidos, Morrison tenía que comer un par de filetes, una patata y unos guisantes apenas 2 horas y cuarto antes de cada encuentro, además de tener siempre dosis suficientes de insulina, que en su vida diaria llevada en una bomba pegada al pecho, en el banquillo, ya que llegaba a pincharse entre tres y cinco veces en cada partido, unas rutinas que tuvo que compaginar también, esta vez con más dificultades dados los continuos viajes y cambios de horario, en su vida profesional.

Después de tres años de creciente estrellato universitario, misteriosamente Morrison no se encontraba entre los jugadores más deseados para el Draft de 2006 según periodistas y expertos, lo que hacía que su futuro fuera una nueva incógnita. Sin embargo, su MVP no pasó desapercibido para Michael Jordan, que se acababa de hacer cargo de la dirección de la recién creada franquicia de Charlotte Bobcats, y decidió darle una oportunidad al joven alero. Un más que digno número 3 del Draft por detrás de Andrea Bargnani y LaMarcus Aldridge y grandes expectativas en una joven franquicia con malos resultados en sus únicas dos temporadas en la Liga.

De estrella a último recambio
Su deber fue esperanzador, con 14 puntos y 3 rebotes y, después de un partido de 30 puntos contra Indiana Pacers, el 35 se convirtió en la camiseta favorita en Charlotte, mientras que su peculiar aspecto con pelo largo y bigote también era imitado en las gradas Time Warner Cable Arena con pelucas y postizos. Sin embargo, su escasa implicación defensiva hizo que Bernie Bickerstaff le relegara a un papel más secundario en la rotación. Aún así, la temporada concluyó con 11,8 puntos y 2,9 rebotes de promedio, a pesar del descenso de protagonismo.

Sin embargo, su inicio más o menos prometedor se cortó de repente el 21 de octubre de 2007, en un partido de pretemporada contra Los Angeles Lakers mientras Morrison defendía a Luke Walton. Las pruebas médicas revelaron que la consecuencia de aquella dolorosa caída causó la rotura del ligamento cruzado anterior de su rodilla, una lesión que le mantuvo apartado de las canchas toda su segunda temporada, la 2007/08, y parte de la tercera. Su regreso, mediado el curso 2008/09, no fue nada exitoso, ya que el nuevo entrenador, Larry Brown, tenía más que decidida su rotación habitual y no estaba dispuesto a incluir en ella a un poco experimentado proyecto de estrella con poca inclinación hacia la defensa y que no había recuperado su facilidad anotadora después de la grave lesión. Así, en 44 partidos, sus promedios cayeron a 4,5 puntos y 1,6 rebotes, un papel testimonial que le relegó a servir como moneda de cambio, junto a Shannon Brown, para que Charlotte consiguiera a Vladimir Radmanovic.

Una vez en los Lakers, sus minutos sobre el parqué fueron nuevamente en descenso, aunque al menos estaba enrolado en un equipo ganador con una química en el vestuario más placentera que la de los perdedores Bobcats, un lugar en la que su peculiar carácter intelectual era bien aceptado, sobre todo por su entrenador, Phil Jackson, que le regaló varios libros de interés, como la biografía del “Ché” Guevara. Gracias a ello, y con el número 6 a la espalda, logró levantar dos títulos de Campeón, aunque con aportaciones simbólicas de 1,3 puntos en sus ocho partidos en 2009 y 2,4 en sus 31 encuentros la campaña 2009/10. La nueva temporada marcaba un nuevo inicio, otra vez en un equipo con sistemas de juego menos definidos ya que se encontraban en busca de una nueva estrella. Sin embargo, Morrison tampoco consiguió encajar en Washington Wizards, donde fue cortado antes del inicio de la temporada después de varios campus de entrenamiento.

Buscando un futuro más brillante
Un año en blanco no ayudaba a un posible regreso a la NBA, por lo que, con el fin de volver a sentirse importante, el peculiar y prometedor alero decidió probar en Europa durante la temporada 2011/12 para no desaprovechar su talento. Belgrado fue su destino, atraído por la fogosidad del público del Estrella Roja, muy similar a la de su alma máter Gonzaga, y el inicio fue más que prometedor. Líder de anotación del equipo y plenamente integrado para defender los colores, se ganó a la grada con su amplio repertorio de movimientos ofensivos y por un recobrado espíritu ganador, que le llevaba a celebrar sus canastas, hacer toda clase de gestos e, incluso, a tener sus más y sus menos con algunos jugadores rivales (y, por tanto, con los árbitros) durante los partidos. 8 partidos, 15,5 puntos y 3,1 rebotes por noche le hicieron volver a sentirse importante, por lo que abandonó la disciplina del Estrella Roja en busca de aspiraciones mayores, ya fuera en Europa o en la NBA.

Su reaparición no había causado tanta sensación en los círculos baloncestísticos como él había creído, por lo que, después de un par de meses sin jugar, tuvo que conformarse con la atracción del dinero turco. De este modo, el alero recaló en el Besiktas, donde rindió a buen nivel con 11,8 puntos aunque se quejaba de la ausencia de minutos de juego. Estas tensiones con el entrenador acerca de su protagonismo en el juego hicieron que se retirara voluntariamente del equipo después de tres meses enrolado en la disciplina del equipo, aunque sin causar tanta impresión en Estambul como en la capital serbia.

La aventura europea le sirvió para que los equipos NBA volvieran a abrirle las puertas, aunque los interesados tomaron toda clase de precauciones para no terminar de comprometerse del todo. Así, Morrison pasó por los campus de entrenamiento en Brooklyn Nets, Los Angeles Clippers y Pórtland Trail Blazers, los más interesados en su incorporación, aunque finalmente un nuevo corte antes de iniciar la temporada le dejó en la estacada y, después de otra temporada completa sin jugar, con casi 30 años de edad, el alero no se ve animado para un nuevo comienzo sobre la cancha. Habrá que marcarle de cerca en los banquillos para comprobar su adaptación.