miércoles, 10 de junio de 2015

Poco que ganar, mucho que perder

El deporte tiene siempre la obligación de desafiar, aunque no siempre exitosamente, los pronósticos de los observadores y estudiosos de los números que su práctica general. Así, a falta de que se disputen los setenta partidos programados hasta el 28 de junio, el Eurobasket femenino que da comienzo esta semana parece ser uno de los más previsibles de la reciente historia de esta competición. Así, por trayectoria, plantilla y resultados, España, Francia y Turquía son los llamados a repartirse los metales, pero, con la clasificación para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro del próximo año en juego (el campeón obtiene la clasificación directa; los cuatro siguientes juegan el torneo previo el verano que viene), cualquier mal movimiento puede tener un precio excesivamente alto, mayor al que uno podría suponer por la entidad del rival y del momento del torneo, que en esta edición incluye cuatro nuevos equipos y se disputa con dos fases de liguilla y torneo eliminatorio desde cuartos de final.

De este modo, Turquía se encuentra ante una de las pocas reválidas restantes para coronar a una de las generaciones de jugadoras más talentosas de este país. Después de la plata de 2011, el bronce del último Eurobasket y el cuarto puesto en el Mundial del pasado año, el equipo tiene ganas de dar el último paso hasta el cajón más alto. El equipo tiene mimbres para ello, con un juego interior potente y talentoso, formado por Nevriye Yilmaz y Latoya Sanders; una de las mejores bases del continente, Isil Alben, algo lejos de su mejor juego, y exteriores con experiencia y conocimiento del juego, como Saziye Ivegin o Birsel Vardarli, quinteto que estará apoyado por jóvenes incorporaciones que van ganando peso en la rotación.

Las otomanas no deberían tener problema en imponerse en un grupo en el que todos los equipos adolecen de algo para terminar de apuntalar sus equipos. Así, Grecia cuenta con jugadoras con talento y capacidad ofensiva, como Zoi Dimitrakou, Artemis Spanou o Stella Kaltsidou, pero pueden sufrir mucho ante rivales con un juego interior potente, ya que Pelagia Papamichail será un isla en la zona griega. Por su parte, Italia y Polonia deberán confiar en marcadores cortos ante una alarmante falta de anotación. En el bando transalpino, serán la base Giorgia Sottana y Kathrin Ross, lejos de su mejor momento, quienes sustenten el ataque, confiando en las aportaciones de Chiara Consolini y Martina Crippa para subir las estadísticas, mientras que las centroeupeas tiene a Ewelina Kobryn como principal referente, con la incógnita de si la base nacionalizada Julie McBride conseguirá hacerse con el mando del equipo. En un posición algo mejor para intentar clasificarse para las rondas definitivas se encuentra Bielorrusia, que cuenta con la incorporación de Lindsey Harding, número 1 del draft de la WNBA en 2007, y la recuperación de la interior Anastasiya Verameyenka, aunque deberá dar más protagonismo a jugadoras como Likhtarovich y Snytsina.

El camino de Turquía se juntará pronto con el de Francia, gran favorita por la contundencia de su juego interior, con Gruda y Yacoubou como principales armas y Miyem como reserva de lujo, la clarividencia de su directora de juego, Celine Dumerc, y una línea exterior con facilidad para anotar desde lejos. En la primera fase, en el grupo B, las galas tendrán que cumplir el trámite de enfrentarse a la anfitriona Rumanía, que tiene a la alero Gabriela Marginean como principal estrella y a veteranas como Pascalau y Parau para secundarla, y a Ucrania, equipo en el que destacan los 2,02 metros de Khomenchuk y el talento de Alina Iagupova. Algo más de batalla presentará la República Checa, lejos de sus momentos más temibles, pero aún con jugadoras competitivas como Jana Vesela y jóvenes prometedoras como Katerina Elhotova y Alena Hanusova, y Montenegro, que deberá confiar en el juego coral sus posibilidades en el torneo. El juego cerca del aro parece bien provisto, con Iva Perovanovic, Angelica Robinson y Jelena Dubljevic, de modo que las dudas están en el perímetro, donde Jelena Skerovic no parece pasar por su mejor momento y Jovana Pasic es aún una incógnita.

El grupo C, por su parte, parece configurado para reverdecer los laureles de Rusia y llamar la atención sobre el baloncesto balcánico, más reconocido en su faceta masculina que la femenina. Las rusas cuentan con una plantilla con muchos centímetros, además de la experiencia de 'viejas conocidas' como Osipova, Kuzina o Sapova, a las que se une la escolta nacionalizada Epiphany Prince, sustituta de otra rusa norteamericana, Becky Hammon. Serbia, por su parte, quiere confirmar las buenas sensaciones de los últimos torneos internacionales, como el cuarto puesto en el Eurobasket de hace dos años, y para ello cuenta con el armazón de aquel equipo, dirigido en la pista por Tamara Radocaj y asentado en el potente juego interior de Sonja Petrovic y, sobre todo, Jelena Milovanovic, al que se une la nacionalizada Danielle Page, más talento para la pintura. 

A pesar de haber visto fuertemente truncados sus planes, la escasa entidad de los otros dos rivales, Gran Bretaña, que se prepara para un interesante futuro con algunas jovenes jugadoras con cierta proyección, y Letonia, que tiene a Anete Jekabsone como jugadora más en forma, Croacia tiene muchas posibilidades de llegar a la segunda fase. La nacionalización de Shavonte Zellous no ha podido consumarse, a lo que se unen las sensibles bajas por lesión de la luchadora Ana Lelas, la polivalente Antonija Musura y Marija Rezan, que había cuajado una de sus mejores temporadas en la Euroliga. La responsabilidad recaerá en las espaldas de la escolta Jelena Ivezic, que tendrá el apoyo interior de Iva Sliskovic y Luca Ivankovic.   

La vigente campeona, la selección española, está encuadrada en el último grupo. Con un currículum inmaculado en los partidos preparatorios, los rivales no parecen poner en demasiado peligro su clasificación, tampoco en la futurible segunda fase de liguilla junto al grupo C. Después del éxito europeo y mundial de los últimos campeonatos, España introduce algunas caras nuevas y jóvenes, como Leticia Romero o Astou Ndour, en sustitución de la nacionalizada Sancho Lyttle, y recupera a jugadoras con las que ya había contado en alguna ocasión, como Laura Herrera o Nuria Martínez, que se unen al grupo cuajado y bien engrasado de las Xargay, Nicholls, Palau, Pascua y Torrens, sobre todo Torrens, principal termómetro del momento de forma y de las posibles aspiraciones del equipo.

En este grupo, la anfitriona Hungría, con un trío relativamente solvente (Honti-Vajda-Horti) y la incorporación de Alexandra Quigley, pero poco más que ofrecer, y Eslovaquia, con el único atractivo de la nacionalizada Kristi Toliver, parecen los claros descartes, sobre todo teniendo en cuenta la dinámica más o menos positiva en los partidos de preparación de los otros dos contendientes: la Suecia de las espectacular anotadoras exteriores Frida Eldebrink y Ashley Key y una Lituania bastante bien construida, a pesar de sus discretos resultados en las citas internacionales recientes.

jueves, 4 de junio de 2015

Cuarenta años sin sol en la Bahía

Viendo el desarrollo del baloncesto en las últimas dos décadas, pocos podrían aventurarse a decir que Golden State Warriors, que inicia esta madrugada su asalto al título de la NBA en unas Finales totalmente inéditas contra Cleveland Cavaliers, sea un equipo ganador. Quienes hayan seguido la actualidad del baloncesto profesional norteamericano desde la década de los 80 o los 90, se han encontrado con un equipo casi siempre simpático, de juego alegre pero con poca tendencia al orden y al sacrificio, con jugadores de cierta calidad, como Mitch Richmond, Chris Mullin, Tim Hardaway, Chris Webber, Latrell Sprewell, Gilbert Arenas o Baron Davis, que terminaban por abandonar la franquicia, cansados de que apenas se hayan alcanzado los Play-Offs en siete ocasiones en los últimos veinticinco años, tres de ellas en el último trienio, ya bajo la capitanía de Stephen Curry y Klay Thompson. Nadie se acuerda ya de aquellas fotografías en blanco y negro, de los inicios en la otra costa del país, de los Philadelphia Warriors que ganaron la primera edición de la NBA (entonces aún BAA),y que reeditaron el título en 1956 antes de mudarse a California. Y es que hace ya cuarenta años sin que salga el sol en la Bahía de San Francisco...

En concreto, ese último día de alegría para los aficionados al deporte de la pelota gorda en Oakland fue el domingo 25 de mayo de 1975. Aunque nada indicaba durante el desarrollo del partido que el final fuera a ser así, el marcador después de los 48 minutos de juego en el Capital Centre de Landover, Maryland, reflejaba un 96-95 para los visitantes, unos Warriors que habían conseguido 'barrer' a los favoritos Washington Bullets, que llegaban a las Finales acreditando 60 victorias en la temporada y con el liderazgo de dos de los mayores dominadores de la Liga, Wes Unseld y Elvin Hayes. El héroe del partido, casi una anécdota, fue el base Butch Beard, encargado de anotar los últimos siete puntos para los californianos. Sin embargo, el camino victorioso empezó a recorrerse mucho antes.

La llegada a San Francisco
A pesar de estar asentados desde hace medio siglo en California, los Warriors forman parte de la larga lista de equipos deslocalizados por intereses económicos. En concreto, en 1962, el productor televisivo Franklin Mieuli, junto con otros empresarios de la zona, compró la mayoría de las acciones del equipo, entonces radicado en Philadelphia y con Wilt Chamberlain como principal reclamo, y lo trasladó la zona de la Bahía de San Francisco. La apuesta salió bien, ya que se trataba de un equipo ganador que no tardó en hacerse con los favores del público gracias a sus triunfos, lo que les llevó a las Finales de 1964, perdidas ante los Celtics de Auerbach, Russell, Sam y K. C. Jones y Havliceck. Algunos de los mimbres de los futuros éxitos, como Al Attles o Nate Thurmond, ya estaban en el equipo.

Chamberlain sentía morriña de su Philadelphia natal y se marchó de vuelta a los recién renombrados 76ers (antiguos Syracuse Nationals), aunque pronto terminaría volviendo a California para vestir de púrpura y oro. Gracias a esta marcha y la consiguiente temporada para olvidar con únicamente 17 victorias, los Warriors pudieron hacerse en el draft con los servicios de Rick Barry, un anotador impenitente llegado de la Universidad de Miami. En solamente dos años, el nuevo alero de moda se había convertido en el líder del equipo, Rookie del Año en su primera temporada y máximo anotador de la liga con 35,6 puntos de media en la segunda. Y así, volvieron a la senda ganadora de hacía apenas un par de años y a plantarse en unas Finales, en esta ocasión contra unos Sixers plagados de caras conocidas (contaban también con el entrenador Alex Hannum, responsable de los buenos resultados de 1964) que impusieron el favoritismo que da un récord de 68-13 durante la temporada regular en una serie que se alargo hasta los seis partidos.

Aunque parecía que el futuro podía ser brillante para los de San Francisco (faltaban aún un par de años para que se bautizaran como Golden State), la liga rival de la NBA en aquel momento, la ABA, se entrometió en los planes de los Warriors y, gracias a una cuantiosa oferta económica, a una mayor laxitud en la exigencia defensiva, la existencia de la línea de tres puntos, lo que podía disparar sus promedios, y a la presencia en el banquillo de su suegro y ex-entrenador en la Universidad de Miami, Bruce Hale, consiguió que la estrella Rick Barry se mudara de equipo, que no de ciudad, a los Oakland Oaks, lo que le supuso, además, un año sin jugar como penalización por incumplir su contrato con los Warriors. El experimento de la ABA duró cuatro temporadas, en las que el alero se mudó a Washington, a Virginia y a Nueva York y se alzó con un campeonato de la liga del balón tricolor, mientras que los Warriors se mantenían en una digna participación en la NBA, consiguiendo llegar a la eliminatorias casi todos los años, aunque con menos brillantez, redoblando los esfuerzos de Thurmond y, sobre todo, de Attles, que asumió el cargo de entrenador cuando aún era el base titular del equipo.

Una nueva era ganadora
Con la reincorporación de Barry, el sistema estaba claro. El balón iba a ser para el alero estrella (precursor del point forward tan de moda desde la irrupción en la NBA de Lebron James, Carmelo Anthony, Kevin Durant y Paul George), que, a pesar de sus nuevas funciones, podía mantener sus registros anotadores cercanos a los 30 puntos. De este modo, la misión de los demás, jugadores como Charles Johnson, el citado Beard, Jeff Mullins o Phil Smith, era no fallar cuando se les necesitara.

Y así llegó la temporada 1974-75, en la que los Warriors incorporaban en el draft a un potente joven alero de la Universidad de UCLA, Jackson Keith Wilkes, que pasaría a la historia vestido de púrpura y oro y respondiendo al nombre de Jamaal. Este fichaje supuso una importante mejora de las capacidades atléticas del equipo, sobre todo en lo que se refería al rebote y la intimidación, dada la gran actividad de Wilkes bajo los aros, que contrarrestaba sobradamente su falta de centímetros. El curso baloncestístico fue desarrollándose y los Warriors iban mejorando moderadamente sus resultados, para terminar la temporada como campeones de la División Pacífico con 48 victorias.

Este título honorífico no aseguraba nada y, de hecho, los Seattle SuperSonics, que llegaban por primera vez a las eliminatorias de post-temporada con Bill Russell en el banquillo y Spencer Haywood en la pintura, consiguieron alargar la serie a seis partidos robando alguna que otra victoria inesperada. Las Finales de Conferencia también se hicieron algo más cuesta arriba de lo esperado, con los Chicago Bulls (todavía localizados en el Oeste a efectos baloncestísticos) obligando a los Warriors a pelearse bajo el aro con el poderío de Bob Love y el viejo conocido Nate Thurmond y a estar atentos a la pericia exterior de Norm Van Lier, Chet Walker y Jerry Sloan. Siete partidos bastante largos y disputados, y con menos anotación de lo que los de la Bahía de San Francisco hubieran deseado, para por fin medirse al 'coco' de la competición, los Bullets de las 60 victorias.

Los capitalinos no había tenido un camino especialmente sencillo, con series de siete partidos ante Buffalo Braves (posteriormente los Clippers) y seis ante los Celtics, pero aupados siempre por su sólida temporada y la fortaleza interior de Hayes y Unseld, apoyados por el base Kevin Porter, el escolta tirador Phil Chenier y el polivalente alero Mike Riordan.

Los números sobre el papel asustaban, pero los partidos hay que jugarlos, una regla que debe ser aún más obligatoria para un equipo apodado los guerreros.

Los dos primeros partidos fueron similares, con diferencias iniciales de cierta importante para los Bullets, a pesar de no poder contar con la aportación habitual de Elvin Hayes, muy bien defendido por Wilkes. Sin embargo, en el segundo tiempo, el vendaval anotador de los Warriors conseguía neutralizar las ventajas y dar la vuelta al marcador. En el primer encuentro fue Phil Smith quien, con sus 20 puntos desde el banquillo, ayudó a la remontada, mientras que en el segundo fue Rick Barry quien anotó 36 puntos para contrarrestar los esfuerzos capitalinos. El tercer partido fue el más plácido para los futuros campeones, con 38 tantos de Barry y 10 de George Johnson, y sin tener que protagonizar grandes remontadas, gracias a un juego ofensivo coral y a la gran defensa de Wilkes bajo el aro.

Con su equipo al borde de la eliminación, el entrenador de los Bullets, K. C. Jones, decidió colocar al correoso Riordan encima de Barry para que no pudiera repetir sus grandes actuaciones anotadoras. El experimento funcionó y el equipo capitalino logró una ventaja de 14 puntos al inicio del partido. Sin embargo, el juego físico de Riordan sobre el alero estrella terminó siendo decisivo... para sus rivales. Tras una dura falta por la espalda, Attles saltó del banquillo e inició una pelea con el jugador de los Bullets, con el fin de que no fuera el propio Barry el que se revolviera y fuera expulsado. El tumulto terminó con el entrenador en el vestuario, pero con el 24 de los Warriors sobre el parqué para protagonizar otra actuación estelar (29,5 puntos de media en los cuatro partidos de las Finales que que, unida a la defensa presionante, asfixió al equipo capitalino, que terminó perdiendo su ventaja. Dos tiros libres de Butch Beard certificaron el 96-95 final y la alegría de los aficionados californianos.

Después de la gloria

La tendencia ganadora duró poco en Oakland. La plantilla apenas permaneció intacta tres temporadas, en las cuales no se pudo volver a repetir el golpe de efecto logrado en 1975. A partir de entonces, los Warriors cayeron en el vorágine de cambios casi constantes de entrenadores y jugadores que han impedido la fructificación de un equipo ganador. Desde aquel anillo de hace cuarenta años, las temporadas por debajo del 30% de victorias casi igualan a las que se ha logrado la clasificación para los Play-Offs, y la fuga de jugadores destinados a ser los abanderados del proyecto Warrior ha sido la tónica habitual hasta la presente década. De este modo, y tras tres temporadas mejorando sus resultados y alcanzar este año el récord de 67 partidos ganados y el MVP para su base estrella, Stephen Curry, la franquicia se encuentra en un situación inmejorable par reverdecer aquellos laureles y cambiar su trayectoria histórica de equipo perdedor. El trabajo de Mark Jackson para la conformación de esta plantilla, liderada por Curry y Klay Thompson en lo espectacular y lo anotador, y apuntalada por Andrew Bogut y David Lee, ahora casi en desuso, se dio por terminado con la incorporación de Andre Igoudala, que dio al equipo el empaque defensivo y de disciplina que le faltaba, un salto de calidad que se ha confirmado ya con Steve Kerr en en banquillo. El pasado año fue un mal cruce con unos Clippers crecidos lo que les dejó en la cuneta mucho antes de lo previsto. Este año, solamente la genialidad de Lebron y su capacidad de liderar a unos Cavaliers bien cuajados puede separar a los Warriors de su cuarto anillo, el segundo en California, el primero para la gran mayoría de sus seguidores.

martes, 19 de mayo de 2015

La (im)productividad de la inversión

El refranero español tienen muchos dichos aplicables a aquel que llega precedido por su fama y, posteriormente, decepciona con su rendimiento. La historia clásica de la guerra está llena, asimismo, de ejemplos de estos perros ladradores y poco mordedores, y la expresión moderna de esta épica, el deporte, no le podía ser menos. En el caso que nos ocupa, el baloncesto, hay un ejército temible capitaneado por algunos de los más reputados generales del mundo que, a fuerza de acumular derrotas en las batallas importantes, corre el riesgo de convertirse en uno de esos proyectos fallidos, de esos castillos de naipes que, en apariencia majestuosos, son constatados una y otra vez por sus rivales y no hacen sino caer indefectiblemente. Una temporada más, el siempre deslumbrante proyecto del CSKA de Moscú ha fracasado en su intento de hacerse con la corona europea, la que debiera ser la séptima en su palmarés, y lo ha hecho tropezando en la misma piedra.

En la Final Four de Madrid, el CSKA volvía a presentarse con una hoja de servicios prácticamente inmaculada, como líder de su grupo en ambas rondas y una plantilla de muchos quilates. Dirigidos por Dimitris Itoudis, el equipo parecía un poco más engrasado que en anteriores ediciones. Y es que, tras las incorporaciones de Nando de Colo y Manuchar Markoishvili, Milos Teodosic no se veía en la necesidad de obligarse tanto en ataque, por lo que podía dedicarse a hacer jugar a sus compañeros, mientras que Sonny Weems y Vitaly Fridzon ya tenían bien aprendido cuál era su papel. Además, Victor Khryapa y Shasha Kaun ponían centímetros y experiencia en la pintura, y Andrei Kirilenko apareció, como el eterno hijo pródigo, en la recta final de la temporada para hacer aún más brillante esta plantilla.

Por contra, el resultado ha sido el mismo. Un equipo que, sobre el papel, estaba a años luz del nivel que puede desarrollar el CSKA, en concreto ha vuelto a ser el Olympiakos griego, les ha ganado gracias a todo eso que, normalmente llamado 'intangibles', no se puede comprar con dinero: ganas, capacidad de sufrimiento, concentración, intensidad, respeto al rival... Y un triple lejano de Vasilis Spanoulis en la última jugada.


El origen de la mala suerte
La maldición del CSKA empezó tras la exitosa era de Ettore Messina y Theodoros Papaloukas. Fue con estos dos principales líderes, junto con algunos ejecutores de lujo tales como Trajan Langdon, J. R. Holden, Matjaz Smodis o David Andersen, entre otros, de un proyecto que se alzó con el título de la Euroliga en 2006 y 2008 y vivió apasionantes duelos con el Maccabi de Pini Gershon y el Panathinaikos de Zeljko Obradovic por la supremacía continental.

Con la marcha de estos dos baluartes en 2008 y 2009 y el desmembramiento progresivo del equipo, el CSKA cayó en una pequeña crisis. Si bien en 2009, el equipo del Ejército Rojo alcanzó nuevamente la final continental, sucumbiendo nuevamente frente al equipo griego el trébol, y en 2010, con el experimento de Evgenyi Pashutin en el banquillo, el Barça, a la postre campeón, quien detuvo el camino ruso en el primer partido de la Final Four, la temporada 2010-2011 fue terriblemente aciaga para los rusos. A pesar de que la plantilla no había cambiado demasiado con respecto al año anterior, y con Dusko Vujosevic, entrenador revelación de los últimos años tras un interesante trabajo en Partizán de Belgrado durante casi una década, en el banquillo, el CSKA no logró siquiera superar la primera fase para encaramarse al Top 16, registrando su peor resultado en la Euroliga en todas sus participaciones.

Fue entonces cuando los dólares, siempre presentes en el equipo ruso más importante de todos los deportes desde los tiempos de la planificación totalitaria de todos los ámbitos de la vida en la URSS, hicieron su aparición de forma más evidente que hasta el momento. Se eligió un entrenador con cierta reputación pero sin ínfulas de estrella, Jonas Kazlauskas, y recuperó a Nenad Krstic y Andrei Kirilenko de la NBA aprovechando el 'lockout' patronal y se gastó 10 millones de euros en Milos Teodosic, que se unían a una ya temible familia que incluía a Victor Khryapa, Jamont Gordon, Alexei Shved y Ramunas Siskauskas. El equipo fue tan efectivo como temible hasta el final de la temporada 2011-2012, pero nuevamente adolecieron de una cierta falta de carácter, de un marcado exceso de confianza que hizo que el Olympiakos, bastante mermado con respecto a las plantillas de los años anteriores precisamente por falta de liquidez, les remontara 19 puntos en algo más de diez minutos de juego en la final de la Euroliga, dando además importancia a sus jugadores más jóvenes, como Papanikolau, Mantzaris, Sloukas o Keselj. El semigancho de Printezis en el último segundo queda ya para la historia.

Un paso más atrás
Desde aquella final prácticamente ganada en el minuto 30 de juego y finalmente perdida, el CSKA no ha vuelto a pisar el partido definitivo de la competición continental, aunque sí ha estado presente en las tres Final Four jugadas desde entonces. En la temporada 2012-2013, los rusos quisieron reverdecer laureles a base de hacer retornar a los otrora héroes de sus gestas, pero ni Papaloukas, cansado y casi ejerciendo más de segundo entrenador y consejero de Teodosic que de jugador desequilibrante y brillante en la dirección de juego, ni Ettore Messina, junto con los que también llegaron Vladimir Micov, Zoran Erceg, Aaron Jackson y Sonny Weems, más talento, velocidad y centímetros a un vestuario presuntamente sobrado de todo ello, pudieron con el mismo verdugo un año después.

Para el curso 2013-2014, las novedades fueron Kyle Hines, ala-pívot de corta estatura pero que les había complicado la vida sobremanera a base de colocación e intensidad en los últimos (y dolorosos) duelos con el Olympiakos, y un tirador fiable como Fridzon. Tampoco eran estas las piezas que faltaban para dominar un arte excesivamente delicado, el de ganar los partidos comprometidos, los que determinan si uno toca la gloria o queda para siempre en el montón de los segundones. En esta ocasión fue el Maccabi de Tel Aviv, a posteriori campeón continental, quien apeó a los rusos de la competición un partido antes de lo deseado, y por un punto, con fallo de los rojos a pocos segundos del final incluido.

Idas y venidas
La maldición del CSKA ha sido tal que muchos jugadores se han cansado de esperar el prometido éxito que no termina de llegar, además de todos aquellos jugadores, protagonistas o segundones, que han ido despidiéndose de Moscú por capricho de los entrenadores o por falta de adaptación al juego o a la disciplina del equipo. Así, Krstic prefirió escuchar los cantos de sirena del Anadolu Efes, otro proyecto, este con el sello Obradovic, que aún no se ha visto recompensado con éxitos continentales; Alexei Shved se dejó tentar por la NBA, donde ha protagonizado tres temporadas más bien irregulares como moneda de cambio en diversos equipos, Jeremy Pargo ha optado por vestir el amarillo del Maccabi, aunque la suerte de los israelíes no ha sido la mejor este año, y Kirilenko no terminar de decidirse sobre su estancia en Moscú, donde no terminar de tocar la gloria, o su vuelta a la NBA, donde los salarios son más abultados.