El refranero español
tienen muchos dichos aplicables a aquel que llega precedido por su
fama y, posteriormente, decepciona con su rendimiento. La historia
clásica de la guerra está llena, asimismo, de ejemplos de estos
perros ladradores y poco mordedores, y la expresión moderna de esta
épica, el deporte, no le podía ser menos. En el caso que nos ocupa,
el baloncesto, hay un ejército temible capitaneado por algunos de
los más reputados generales del mundo que, a fuerza de acumular
derrotas en las batallas importantes, corre el riesgo de convertirse
en uno de esos proyectos fallidos, de esos castillos de naipes que,
en apariencia majestuosos, son constatados una y otra vez por sus
rivales y no hacen sino caer indefectiblemente. Una temporada más,
el siempre deslumbrante proyecto del CSKA de Moscú ha fracasado en
su intento de hacerse con la corona europea, la que debiera ser la
séptima en su palmarés, y lo ha hecho tropezando en la misma
piedra.
En la Final Four de Madrid, el CSKA volvía a presentarse con una hoja de servicios prácticamente inmaculada, como líder de su grupo en ambas rondas y una plantilla de muchos quilates. Dirigidos por Dimitris Itoudis, el equipo parecía un poco más engrasado que en anteriores ediciones. Y es que, tras las incorporaciones de Nando de Colo y Manuchar Markoishvili, Milos Teodosic no se veía en la necesidad de obligarse tanto en ataque, por lo que podía dedicarse a hacer jugar a sus compañeros, mientras que Sonny Weems y Vitaly Fridzon ya tenían bien aprendido cuál era su papel. Además, Victor Khryapa y Shasha Kaun ponían centímetros y experiencia en la pintura, y Andrei Kirilenko apareció, como el eterno hijo pródigo, en la recta final de la temporada para hacer aún más brillante esta plantilla.
En la Final Four de Madrid, el CSKA volvía a presentarse con una hoja de servicios prácticamente inmaculada, como líder de su grupo en ambas rondas y una plantilla de muchos quilates. Dirigidos por Dimitris Itoudis, el equipo parecía un poco más engrasado que en anteriores ediciones. Y es que, tras las incorporaciones de Nando de Colo y Manuchar Markoishvili, Milos Teodosic no se veía en la necesidad de obligarse tanto en ataque, por lo que podía dedicarse a hacer jugar a sus compañeros, mientras que Sonny Weems y Vitaly Fridzon ya tenían bien aprendido cuál era su papel. Además, Victor Khryapa y Shasha Kaun ponían centímetros y experiencia en la pintura, y Andrei Kirilenko apareció, como el eterno hijo pródigo, en la recta final de la temporada para hacer aún más brillante esta plantilla.
Por contra, el
resultado ha sido el mismo. Un equipo que, sobre el papel, estaba a
años luz del nivel que puede desarrollar el CSKA, en concreto ha
vuelto a ser el Olympiakos griego, les ha ganado gracias a todo eso
que, normalmente llamado 'intangibles', no se puede comprar con
dinero: ganas, capacidad de sufrimiento, concentración, intensidad,
respeto al rival... Y un triple lejano de Vasilis Spanoulis en la
última jugada.
El origen de la mala
suerte
La maldición del
CSKA empezó tras la exitosa era de Ettore Messina y Theodoros
Papaloukas. Fue con estos dos principales líderes, junto con algunos
ejecutores de lujo tales como Trajan Langdon, J. R. Holden, Matjaz
Smodis o David Andersen, entre otros, de un proyecto que se alzó con
el título de la Euroliga en 2006 y 2008 y vivió apasionantes duelos
con el Maccabi de Pini Gershon y el Panathinaikos de Zeljko Obradovic
por la supremacía continental.

Fue entonces cuando
los dólares, siempre presentes en el equipo ruso más importante de
todos los deportes desde los tiempos de la planificación totalitaria
de todos los ámbitos de la vida en la URSS, hicieron su aparición
de forma más evidente que hasta el momento. Se eligió un entrenador
con cierta reputación pero sin ínfulas de estrella, Jonas
Kazlauskas, y recuperó a Nenad Krstic y Andrei Kirilenko de la NBA
aprovechando el 'lockout' patronal y se gastó 10 millones de euros
en Milos Teodosic, que se unían a una ya temible familia que incluía
a Victor Khryapa, Jamont Gordon, Alexei Shved y Ramunas Siskauskas.
El equipo fue tan efectivo como temible hasta el final de la
temporada 2011-2012, pero nuevamente adolecieron de una cierta falta
de carácter, de un marcado exceso de confianza que hizo que el
Olympiakos, bastante mermado con respecto a las plantillas de los
años anteriores precisamente por falta de liquidez, les remontara 19
puntos en algo más de diez minutos de juego en la final de la
Euroliga, dando además importancia a sus jugadores más jóvenes,
como Papanikolau, Mantzaris, Sloukas o Keselj. El semigancho de
Printezis en el último segundo queda ya para la historia.
Un paso más atrás
Desde aquella final
prácticamente ganada en el minuto 30 de juego y finalmente perdida,
el CSKA no ha vuelto a pisar el partido definitivo de la competición
continental, aunque sí ha estado presente en las tres Final Four
jugadas desde entonces. En la temporada 2012-2013, los rusos
quisieron reverdecer laureles a base de hacer retornar a los otrora
héroes de sus gestas, pero ni Papaloukas, cansado y casi ejerciendo
más de segundo entrenador y consejero de Teodosic que de jugador
desequilibrante y brillante en la dirección de juego, ni Ettore
Messina, junto con los que también llegaron Vladimir Micov, Zoran
Erceg, Aaron Jackson y Sonny Weems, más talento, velocidad y
centímetros a un vestuario presuntamente sobrado de todo ello,
pudieron con el mismo verdugo un año después.
Para el curso 2013-2014, las novedades fueron Kyle Hines, ala-pívot de corta estatura pero que les había complicado la vida sobremanera a base de colocación e intensidad en los últimos (y dolorosos) duelos con el Olympiakos, y un tirador fiable como Fridzon. Tampoco eran estas las piezas que faltaban para dominar un arte excesivamente delicado, el de ganar los partidos comprometidos, los que determinan si uno toca la gloria o queda para siempre en el montón de los segundones. En esta ocasión fue el Maccabi de Tel Aviv, a posteriori campeón continental, quien apeó a los rusos de la competición un partido antes de lo deseado, y por un punto, con fallo de los rojos a pocos segundos del final incluido.
Para el curso 2013-2014, las novedades fueron Kyle Hines, ala-pívot de corta estatura pero que les había complicado la vida sobremanera a base de colocación e intensidad en los últimos (y dolorosos) duelos con el Olympiakos, y un tirador fiable como Fridzon. Tampoco eran estas las piezas que faltaban para dominar un arte excesivamente delicado, el de ganar los partidos comprometidos, los que determinan si uno toca la gloria o queda para siempre en el montón de los segundones. En esta ocasión fue el Maccabi de Tel Aviv, a posteriori campeón continental, quien apeó a los rusos de la competición un partido antes de lo deseado, y por un punto, con fallo de los rojos a pocos segundos del final incluido.
Idas y venidas
La maldición del CSKA ha sido tal que muchos jugadores se han cansado de esperar el prometido éxito que no termina de llegar, además de todos aquellos jugadores, protagonistas o segundones, que han ido despidiéndose de Moscú por capricho de los entrenadores o por falta de adaptación al juego o a la disciplina del equipo. Así, Krstic prefirió escuchar los cantos de sirena del Anadolu Efes, otro proyecto, este con el sello Obradovic, que aún no se ha visto recompensado con éxitos continentales; Alexei Shved se dejó tentar por la NBA, donde ha protagonizado tres temporadas más bien irregulares como moneda de cambio en diversos equipos, Jeremy Pargo ha optado por vestir el amarillo del Maccabi, aunque la suerte de los israelíes no ha sido la mejor este año, y Kirilenko no terminar de decidirse sobre su estancia en Moscú, donde no terminar de tocar la gloria, o su vuelta a la NBA, donde los salarios son más abultados.
La maldición del CSKA ha sido tal que muchos jugadores se han cansado de esperar el prometido éxito que no termina de llegar, además de todos aquellos jugadores, protagonistas o segundones, que han ido despidiéndose de Moscú por capricho de los entrenadores o por falta de adaptación al juego o a la disciplina del equipo. Así, Krstic prefirió escuchar los cantos de sirena del Anadolu Efes, otro proyecto, este con el sello Obradovic, que aún no se ha visto recompensado con éxitos continentales; Alexei Shved se dejó tentar por la NBA, donde ha protagonizado tres temporadas más bien irregulares como moneda de cambio en diversos equipos, Jeremy Pargo ha optado por vestir el amarillo del Maccabi, aunque la suerte de los israelíes no ha sido la mejor este año, y Kirilenko no terminar de decidirse sobre su estancia en Moscú, donde no terminar de tocar la gloria, o su vuelta a la NBA, donde los salarios son más abultados.
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