martes, 4 de marzo de 2014

La alargada leyenda de ‘El Virginiano’

Jeff Hornacek se ha convertido por motivos propios (y de sus jugadores) en una de las sensaciones de la presente temporada de la NBA. De este modo, el que fuera uno de los tiradores más temibles en una década dorada para los escoltas en la mejor Liga del mundo, ‘El Virginiano’ para aquellos que seguíamos las retransmisiones del añorado Andrés Montes, alarga su leyenda, esta vez desde el banquillo de los Phoenix Suns, equipo con el que debutó en la NBA, gracias a un conocimiento del juego del que ya hizo gala durante su carrera universitaria y profesional. Y es que, con una de las plantillas menos mejoradas de la Liga y después de firmar sus peores resultados desde el año de su fundación la pasada temporada, los analistas no apostaban sino por otra campaña plena de fracasos para el equipo de Arizona, una previsión que ha sido desechada a través de una buena defensa, sobre todo a los jugadores exteriores, cierta facilidad para el contraataque, un buen movimiento de balón y, en general, un trabajo incansable en los fundamentos técnicos y tácticos del juego, precisamente el mismo factor que hizo que un enclenque joven blanco se convirtiera en uno de los mejores triplistas de la NBA en los 90.

Tiro y visión de juego
A pesar del apodo del comentarista español, Hornacek no tiene nada de virginiano, más allá de una facilidad para sacar el revolver aún mayor que la del cowboy de la mítica serie televisiva. Nació en una localidad de tamaño medio en el frío y gris estado de Illinois, Elmhurst, en el área metropolitana de Chicago en una familia de inmigrantes checos ya plenamente integrados en la vida estadounidense. Esa tradición familiar de recién llegados que han de hacerse un hueco en un lugar completamente nuevo, así como la influencia de su padre, profesor de instituto y entrenador colegial de baloncesto y béisbol, le hicieron ver que el trabajo y la dedicación era la única manera de alcanzar sus retos. De este modo, el joven y delgaducho Jeff comenzó a tirar incansablemente, muchas veces bajo la atenta mirada de su progenitor, que le fue inculcando la importancia del movimiento de balón y de los buenos movimientos para poder recibir la pelota en las mejores condiciones.

Así, siguiendo el trabajo de su padre por algunas localidades de pequeño tamaño en el entorno de Chicago, Hornacek fue puliendo su estilo tirador y, sobre todo, una gran intuición para la lectura y la dirección del juego en el colegio Konarek Elementary School de North Riverside y los institutos Gurrie Middle School y, sobre todo, Lyons Township High School en La Grange.

Unos buenos registros como estudiante, aunque en escuelas de segunda fila, le abrieron las puertas, aunque sin derecho a una beca deportiva, de Iowa State University, un centro más cualificado por su certificación académica que por su tradición deportiva. En la NCAA, se fue haciendo un hueco en el equipo gracias a su buena lectura del juego, ocupando el puesto de combo guard, a medio camino entre el base y el escolta. De esta manera, los Cyclones, dirigidos por el mítico Johnny Orr, fueron mejorando su nivel según crecía la importancia de Hornacek, clasificándose en su último para el torneo de la NCAA y ganando dos partidos y llegando hasta el Sweet Sixteen, todo un hito para la historia de la universidad. De estos años quedan como recuerdo los promedios de 13,7 puntos y 3,8 asistencias en la temporada senior y la canasta ganadora desde más de ocho metros ante Miami University en la prórroga, tras haber conseguido también el empate sobre la bocina minutos antes.

De secundario a protagonista
Su entrada en el profesionalismo no fue nada espectacular. El draft de 1986 fue el del número 1 de Brad Daugherty, el del trágico final de Len Bias, el de la llegada a la Liga de una generación de interesantes proyectos (Dell Curry, Ron Harper, Chuck Person, Dennis Rodman y Mark Price, entre otros) y de otros que terminarían siendo ilustres en Europa (Walter Berry, Roy Tarpley, Harold Pressley y Johnny Rodgers). Al final de la segunda ronda, los Phoenix Suns, que habían recibido esa opción tras varios traspasos en 1983, eligieron a un enclenque escolta de 1,91 metros que serviría para completar su rotación o, más bien, sus entrenamientos.

Sin embargo, Cotton Fitzsimmons, entrenador de los de Arizona, pronto se dio cuenta de que, a pesar de su no muy llamativo cartel, Hornacek podía ser una pieza útil, todo ello gracias, una vez más, a la perseverancia en el trabajo y a la importancia otorgada al conocimiento táctico y a los fundamentos técnicos del juego. Ya en su temporada rookie, gozó de hasta 19 minutos de media, aunque su protagonismo en ataque era aún limitado, más como organizador (4,51 asistencias) que como anotador (5,3 puntos). A la altura de su segunda temporada, ya se había ganado la titularidad en la mayoría de los partidos, así como un buen puñado de minutos más. Y es que su juego era ideal para el equipo, ya que podía asumir el rol de base durante bastantes minutos para descargar a Kevin Johnson, que podía permitirse más minutos de descanso o una mayor dedicación a su faceta anotadora, o ser la referencia exterior cuando el equipo sacaba a sus jugadores de perfil defensivo, como Kurt Rambis, Mark West, Tim Perry o Andrew Lang.

Y así pasaron seis años en los que Hornacek fue aumentando sus prestaciones, llegando a promediar 20,1 puntos en su última temporada en Arizona, siempre superando ampliamente las 5 asistencias por partido y con porcentajes más que aceptables. Pero los Suns querían dar un paso adelante, y para ello se habían fijado en Charles Barkley, cuyos Philadelphia 76ers iniciaban su enésimo proceso de reconstrucción. Así, el de Illinois volvía al Este junto a Lang y Perry, aunque su posición más habitual sería la de base, ante la titularidad indiscutible de Hersey Hawkins como escolta. A pesar de ello, sus números no se resintieron, consiguiendo 19,1 puntos y 6,9 asistencias en la temporada 1992/93, la única completa en Pennsylvania. Y es que, en pleno año 94, con 53 partidos ya jugados en Philadelphia manteniendo los buenos registros, los Sixers decidieron afrontar su reconstrucción, enviando a Hornacek a Utah a cambio del veterano escolta Jeff Malone y una futura elección del Draft no muy bien empleada.

Y será en el estado mormón, con la treintena ya cumplida y encasillado en el papel de escolta anotador en general y tirador en particular cuando la leyenda de ‘El Virginiano’ toma forma, a pesar de que los registros estadísticos se vieron algo mermados (aún así, nunca bajó de 12 puntos y 4 asistencias hasta su retirada en 2000). Número parte, ésa fue la época dorada en la que, junto a John Stockton y Karl Malone, el equipo llegó a dos Finales de la NBA (1997 y 1998) perdidas ante Chicago Bulls, mientras que el tirador de Illinois mejoraba sus porcentajes, popularizaba su peculiar gesto de tocarse la cara antes de los tiros libres para felicitar a su familia y ganó dos veces el Concurso de Triples (1998 y 2000), además de, como tanto gusta en la épica del deporte  estadounidense, convertirse en un pilar de la comunidad y un hombre de familia.

Junto a la cancha
En los siguientes años, los Jazz reconocieron su labor, colgando el número 14 en el techo del pabellón de Salt Lake City, mientras que su entrenador y mentor durante los años en el estado mormón, Jerry Sloan, no se olvidaba de sus cualidades. Así, en 2007, el entrenador contrató a su antiguo pupilo como preparador especialista en tiro para ayudar a Andrei Kirilenko y otros jugadores exteriores. Durante cuatro años, su labor no pasó de la de trabajar con los tiradores pero la marcha de Jerry Sloan y su sustitución por Tyrone Corbin en febrero de 2011, sus servicios fueron requeridos como asistente, tanto para cuestiones técnicas individuales como, sobre todo, para mejorar el trabajo táctico y de lectura del juego de la plantilla.


Este buen trabajo durante dos años hizo que varios equipos se fijaran en él como entrenador jefe, principalmente sus antiguas franquicias, Sixers y Suns, que finalmente se llevaron el gato al agua. Hornacek aceptó el reto de ponerse al frente de uno de los equipos de la campaña 2012/13, con una plantilla en continua reconstrucción desde los días del run & gun de Mike D’Antoni. Sin embargo, los resultados no pueden ser mejores. A pesar de competir en la Conferencia más dura, en el salvaje Oeste, los de Hornacek se han mantenido en los puestos de honor desde el inicio de la temporada y ahora, con apenas veinte partidos por jugar, lucen sus 35 victorias y su porcentaje del 59,3 por ciento de triunfos. Pero, más allá de los resultados, la incidencia del nuevo entrenador se nota en el trabajo realizado, con un juego más fluido, mejores opciones en ataque para los jugadores, menos dependencia de los talentos individuales, un sistema de juego y de trabajo en el que la plantilla confía y la irrupción de algunas piezas que, a principio de temporada, se preveía que iban a contar con pocos minutos, lo que le está garantizando 105,3 puntos por noche, la quinta media de anotación más alta de la Liga. Además, ha habido una importante mejora en los sistemas defensivos y en la jerarquía de las ayudas, sobre todo los que se refieren a la línea exterior, lo que hace que sea el equipo que menos tiros liberados concede y, por tanto, que menos triples encaja. 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Veinte años y diecisiete días

El baloncesto femenino en España siempre ha vivido en una relativa sombra, como ocurre más frecuentemente de lo deseado con cualquier modalidad deportiva en su versión femenina. Pabellones pequeños, aunque casi siempre intensamente poblados, competiciones con cada vez menos equipos y más diferencia de presupuestos y potenciales, jugadoras casi desconocidas y, más recientemente, el exilio de las mejores deportistas a ligas más potentes en lo económico. A nivel internacional, ha habido algunas alegrías a nivel de clubes recientemente, aunque quizás el trabajo que más destaque en la última década. 20 años casi exactos, con apenas una diferencia de 17 días, separan los dos momentos más gloriosos para las aficionadas al deporte de la pelota gorda en España.

El primero tuvo lugar el 13 de junio de 1993 en la ciudad italiana de Perugia, cuando un grupo de mujeres fueron avanzando con buenas sensaciones y resultados más positivos de los esperados por los cinco partidos que entonces componían los Eurobaskets. El segundo momento sucedió la tarde del 30 de junio de 2013, cuando la última colaboración sobre la pista de las dos generaciones más talentosas de mujeres del baloncesto español tocaba a su fin en la ciudad francesa Orchies. Quiso el destino que, en ambos casos y para hacer el aniversario aún más redondo, el rival en la final fuera Francia en ambos casos. Aquí están sus historias…

Perugia’93
Con la organización de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, la Federación Española de Baloncesto estaba algo inquieta. Si bien la sección masculina tenía nombres de cierto prestigio en Europa y había vivido momentos de cierta gloria en un pasado reciente, el equipo femenino había ido coleccionando resultados más que mejorables y presencias intermitentes en los Eurobaskets desde mediados de los 70. Como ocurrió prácticamente en todas las disciplinas, el objetivo era que el papel de los atletas nacionales se viera fuertemente mejorado con respecto a citas anteriores, por lo que se multiplicaron las becas y ayudas a estos deportistas, incluyendo también a las baloncestistas, cuya competición aún estaba lejos de ser profesional.

Así, se decidió premiar a algunas de las jugadoras más prometedoras para que, durante varios años, pudieran entrenar en condiciones profesionales y comenzaran a jugar juntas. Finalmente, el grupo que acudió a los JJ.OO. estuvo formado por Patricia Hernández, Carolina Mújica, Blanca Ares, Piluca Alonso, Mónica Pulgar, Margarita Geuer, Almudena Vara, Ana Belén Alvaro, Mónica Messa, Marina Ferragut, Betty Cebrián y Carlota Castrejana, dirigidas desde el banquillo por Chema Buceta. A pesar de mostrar síntomas de mejoría en el juego y una gran competitividad en la cancha, estas jugadoras apenas consiguieron ganar un partido en la primera fase, ante Checoslovaquia, lo que las relegó al torneo por las cuatro últimas plazas. Sin embargo, con una victoria de relumbrón contra Italia e imponiéndose nuevamente ante Checoslovaquia, las españolas consiguieron una meritoria quinta plaza, la mejor clasificación histórica de la selección femenina en un torneo internacional hasta el momento.

El trabajo realizado había dado sus frutos, aunque nadie podía prever, salvo quizás las propias protagonistas, lo que iba a pasar apenas un año después. La convocatoria para el Eurobasket de Perugia de junio de 1993, esta vez con Manolo Coloma al frente, fue muy similar a la de la cita olímpica, manteniendo algunos de los principales mimbres e introduciendo con papeles más bien secundarios a Laura Grande, Mar Xantal, Pilar Valero y Paloma Sánchez, aunque éstas dos últimas sí sumaron algunas actuaciones meritorias a lo largo del torneo.

Los esquemas de juego estaban claros. La primera opción en ataque era Blanca Ares, la joven más talentosa de la generación, que promedió 19 puntos en el torneo europeo. La segunda opción le correspondía a las dos jovencísimas interiores destinadas a dominar las pinturas en el baloncesto  nacional en los siguientes años, Marina Ferragut (9) y Betty Cebrián (6,4), que pagaron esta falta de experiencia en forma de cierta irregularidad. Para poner la serenidad y la veteranía ya estaban Carolina Mújica (6,8), alero polivalente y capitana del equipo, y Margarita “Wonny” Geuer (7,8) que, aunque sus compañeras aún no lo sabían, afrontaba su última participación con la selección, mientras que la dirección del conjunto se dejaba en manos de Ana Belén Álvaro (6,6), que cuajó un campeonato bastante completo.

El torneo, mucho más modesto que los actuales con apenas ocho equipos en liza, no pudo comenzar con mejores sensaciones, anotando 92 puntos ante Polonia, con cierta solidez defensiva y con todas las piezas funcionando. Cuando la segunda victoria se consumó ante Bulgaria, un rival más exigente, la clasificación para las eliminatorias estaba asegurada, por lo que las jugadoras sintieron el descargo que suponía el objetivo más que cumplido. El partido de trámite ante Italia fue la única derrota del corto torneo.

En las eliminatorias, el primer escollo fue una Eslovaquia, un equipo algo mermado con respecto a la Checoslovaquia del año anterior en Barcelona y al que las españolas pronto comenzaron a sacar ventajas que se extendieron hasta los 18 puntos finales (73-55). La otra semifinal fue más batallada entre dos selecciones que sí entraban en los pronósticos para cazar medalla, Francia e Italia, con victoria final para las galas por apenas dos puntos.

Y así se plantaron en la final. El día más importante de la historia del baloncesto femenino nacional, que apenas había participado en seis Eurobaskets y en los JJ.OO. a los que fue invitada como anfitriona. El partido entre España y Francia no fue especialmente estético, aunque sí bastante disputado a lo largo de casi todo el encuentro. Las francesas trataban de imponer la fuerte defensa y el bajo tanteo que les había llevado hasta la final. Así consiguieron mantener el partido igualado en los primeros minutos, consiguiendo distancias de hasta cinco puntos gracias a la anotación de Odile Santaniello. Finalmente, el marcado al descanso daba 3 puntos de ventaja para la francesas, 30-27.

Siete minutos tardaron las jugadoras españolas en ponerse otra vez por encima en el marcador, 32-34, gracias a una mayor contundencia en la defensa y, sobre todo, en el rebote. Esta intensidad se mantuvo durante gran parte del segundo tiempo, llegando con una distancia de 12 puntos a los cuatro minutos finales. Las francesas reaccionaron con algunas canastas fáciles y 7 puntos en apenas un minuto, aunque la sangría se quedó ahí y las españolas pudieron ir gestionando las diferencias y los tiempos para, a través de tiros libres y alguna jugada aislada, concluir el partido con el 53-63 final.

Esta victoria supuso la despedida de esta generación y el desmembramiento paulatino de un equipo que, en las siguientes citas internacionales, volvió a sus discretos papeles lejos de las medallas, si bien sí consiguió sembrar una semilla en un generación más joven y, sobre todo, asentar una infraestructura en la Federación y en la Liga que hizo que la selección española se convirtiera en un participante fijo en Mundobasket y Eurobasket.

Francia’13
El caldo de cultivo veinte años después era totalmente diferente. Las nuevas condiciones y, cómo no, el referente que marcaron Ares, Geuer, Cebrián y compañía en las niñas nacidas a mediados y finales de los 80 hizo que la popularidad del baloncesto creciera en todos los públicos y, sobre todo, en las jugadoras de cantera, lo que ha motivado que, con el paso del tiempo, deportistas como Amaya Valdemoro, Marta Fernández, Anna Montañana, Lucila Pascua, Elisa Aguilar, Rosi Sánchez, Nieves Anula, Laia Palau, Isa Sánchez o Nuria Martínez fueran llegando a los primeros equipos de las grandes potencias del baloncesto nacional y a la Selección. Ya no hacía falta ir buscando a los mejores proyectos para incluirlos el programas becados de entrenamiento específico, sino que los propios clubes habían ido profesionalizando sus métodos y ampliando sus categorías inferiores.

Este efecto empezó a eclosionar apenas ocho años después, en el Eurobasket de Francia de 2001, cuando España consiguió su segunda medalla internacional, esta vez de bronce. A partir de entonces, las jugadoras nacionales apenas se han bajado del podio, con una plata (2007) y tres bronces (2003, 2005, 2009) europeos y un tercer puesto mundial (2010), siempre capitaneadas por algunos de los mejores entrenadores nacionales especializados en deporte femenino, como Evaristo Pérez, José Ignacio Hernández o Domingo Díaz.

En 2013, esta exitosa generación había ido perdiendo a algunos de sus referentes, aunque una nueva cantera de talentosas jóvenes ya se acercaba con ganas y experiencia suficiente para ir ganando importancia en los esquemas del equipo nacional. Así, el Eurobasket de Francia se revelaba crucial ya que podía ser el del definitivo cambio de ciclo, el último en el que la vieja guardia se vistiera de corto y el primero en el que la nueva hornada estaba lo suficientemente preparada para aparecer de forma protagonista sobre la cancha.

Así, por parte de las veteranas con varias medallas al cuello, Valdemoro y Aguilar se enfrentaban a sus últimos partidos con la Selección, mientras que Palau y Cindy Lima también tenían galones de sobra para estar en la convocatoria. Por parte de las ‘nuevas’, algunas jóvenes que ya habían dado sobradas muestras de carácter, calidad y liderazgo en sus equipos y en competiciones anteriores defendiendo a España, como Alba Torrens, Laura Nicholls, Cristina Ouviña, Marta Xargay y una más experimentada Silvia Domínguez (Anna Cruz se lesionó del tobillo apenas unos días antes de la concentración del equipo). Completaban el equipo, dirigido desde la banda por Lucas Mondelo, dos debutantes con buenos partidos a sus espaldas en categorías inferiores del la Selección y en los últimos años en sus equipos, Queralt Casas y Laura Gil, y, sobre todo, la presencia titánica en la pintura de la caribeña de formación estadounidense, Sancho Lyttle, nacionalizada en el año 2010 para terminar de dar el salto de calidad al equipo.

Con Lyttle recién incorporada a la concentración, España llegó a Francia para abrir el torneo ante uno de los rivales más temibles de la primera fase. Torrens y Valdemoro tuvieron que tomar las riendas para conseguir la primera victoria del campeonato, la más disputada hasta la final, ante Rusia por cinco puntos. Y es que, en el resto de la primera fase fue de triunfos relativamente cómodos, 12 puntos ante Italia y 24 ante Suecia. Por el momento, las sensaciones no podían ser mejores, con un juego efectivo, cierta facilidad anotadora y una defensa bastante férrea, algo que había que certificar en la segunda fase. En esta ocasión, tampoco hubo grandes agobios, con una victoria inicial de 26 puntos ante Eslovaquia, y dos triunfos algo más reñidos, no tanto por el resultado final sino por encontrar mayor dificultad en la anotación y una creciente intensidad defensiva de las rivales, ante Montenegro por 16 y ante Turquía por 13.

A pesar de que pudiera haber algunas dudas por la menor fluidez del ataque, los partidos se habían salvado con mucha solvencia, por lo que la confianza ante las eliminatorias directas era buena. Y así se demostró con el 75-58 ante la República Checa y el 88-69 ante Serbia, con Torrens (29 y 11 puntos, 16,2 de media en todo el torneo) y Lyttle (23+12 y 22+11) como principales arietes, a las que se habían ido uniendo puntualmente en distintos partidos jugadoras como Xargay (9,3 puntos de media), Ouviña (19 puntos en las semifinales), Valdemoro (11 puntos en cuartos de final) o Palau (3,4 asistencias en el torneo).

Y así España se plantaba en la final contra las anfitrionas. Francia, que venía de quedar segunda en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, estaba haciendo un torneo bastante sólido en ambos lados de la cancha, aunque menos espectacular en ataque que el de España. Su juego se basaba en la potencia física de sus jugadores, principalmente en el poste bajo, donde Isabelle Yacoubou (11,1 puntos) y Sandrine Gruda (12) se encargaban de finalizar, mientras que la dirección del equipo recaía en manos de la eléctrica e imaginativa Celine Dumerc, capitana y líder absoluta del grupo. De este modo, se preveía un partido intenso, con dificultad para conseguir canastas y muchas alternancias en el marcador. Y así fue incluso desde antes de lanzar el balón al aire, cuando el público francés cantó “La Marsellesa” a capella para motivar a sus jugadoras.

El partido comenzó con ambos equipos tanteándose y poniendo en práctica el scouting previo al partido. De hecho, la primera canasta llegó pasados más de dos minutos y tras varios ataques imprecisos. Sin embargo, el juego fue bastante más fluido a partido de entonces, con un intercambio de canastas durante los siguientes dos minutos hasta que, finalmente, los contraataques tras buenas defensas hicieron que España tomara una distancia de nueve puntos, 21-12 tras el primer acto. En el segundo, el parcial siguió creciendo hasta los 12 de diferencia, momento en el que Francia tomó el relevo y con 13 puntos seguidos dio un golpe sobre la mesa. Nueva alternativa en el marcador, con 7 puntos para España a apenas dos minutos del final, una ventaja que la intensidad de las francesas atrás y una serie de buenos ataque dejaron en apenas un punto al descanso, 36-35.

El tercer cuarto parecía responder al planteamiento previo del equipo anfitrión, logrando sujetar las embestidas españolas y mantener el marcador equilibros, siempre con ligeras ventajas de dos o tres puntos para las azules. Sin embargo, la pizarra de Mondelo volvió a funcionar en los primeros minutos del periodo definitivo, con un parcial de 8-0 en los primeros dos minutos que dio a España el mando del partido hasta los últimos segundos. Sin embargo, la cosa no era cómoda, ya que las diferencias eran de entre 1 y 3 puntos. De hecho, con 68-67 a las de 46 segundos, la cosa no estaba nada decidida. Tras un fallo en la zona de las francesas, Palau y Xargay se las ingeniaron para mantener la posesión hasta que, tras una frenética penetración, Lyttle recibió el balón para meter la canasta definitiva. 7,5 segundos y tres puntos de ventaja, una buena defensa, un triple a la desesperada y un rebote para maquilar el resultado. 70-69.

El gesto de que la organización dejara recibir la copa a Aguilar, ante su último partido internacional, junto a Valdemoro, capitana por derecho del equipo, y la música de “Star Wars” o el MVP de Sancho Lyttle (18,4 puntos y 11,1 rebotes) son las imágenes que quedan para el recuerdo después del que, por ahora, y a falta de que esta nueva hornada certifique su capacidad de sufrimiento y liderazgo en la Copa del Mundo de Turquía de este otoño, es el último momento dorado de la historia del baloncesto femenino español.

De aquellos polvos, estos lodos
Si el camino andado por la exitosa generación que se coronó en 2013 había sido empedrado por las pioneras que veinte años antes asaltaron Perugia, las primeras sendas fueron abiertas, aún con más esfuerzo y menos reconocimiento, por otras mujeres que no tuvieron la suerte de contar con becas, patrocinadores, seguimiento mediático o entrenamientos regularizados, solamente amor por el deporte de la pelota gorda. El juego sí tenía su cierto púdicamente entre el público femenino, sobre todo en Cataluña y, en menor medida, Andalucía y Madrid, por lo que no fue difícil encontrar mujeres que jugaran, eso sí, con un nivel de competición totalmente amateur.

El primer partido de la Selección española femenina de baloncesto fue un amistoso disputado en la localidad catalana de Malgrat de Mar ante Suiza. El marcador era lo menos importante, al menos para María Isabel Díez de la Lastra, Luisa Puentes, Mabel Martínez Ortíz, Monserrat Bobee, Mª Luz Rosales, Mª Josefa Senante, Ángeles Gómez Mínguez, Teresa Pérez, Antonia Gimeno, Teresa Tamayo y Teresa Vela, dirigidas por Cholo Méndez, las verdaderas pioneras que dieron el golpe en la mesa para demostrar que las mujeres también se manajeban en un mundo tradicionalmente reservado a los hombres. Después de ellas, y antes de que la generación de los JJ.OO. de Barcelona lograra la relevancia nacional con su oro un año después, otras figuras como las de Ana Junyer, Rocío Jiménez, Conchi Navío, Ana María Eizaguirre o Rosa Castillo se encargaron de mantener viva la llama del baloncesto entre las aficionadas y deportistas.

Material adicional
Programa “Conexión vintage” de TDP: “Históricas del baloncesto femenino” (incluye un amplio resumen de la Final de Perugia’93)

martes, 4 de febrero de 2014

El Mundial de las confirmaciones

La Copa del Mundo de la FIBA, que estrena denominación en esta edición tras conocerse como Mundial, Mundobasket y Campeonato Mundial en diferentes épocas desde su primera celebración en 1950, buscará el próximo mes de septiembre al nuevo mejor equipo nacional del planeta, y lo hará en España, en un total de seis sedes repartidas por todo el país.

El sorteo, celebrado este lunes en Barcelona, ha confirmado las previsiones de la FIBA de que Estados Unidos y España, los dos principales cabezas de serie para determinar el calendario, serán los favoritos y no se cruzarían hasta una hipotética final. Sin embargo, selecciones como Francia, Argentina o Lituania intentarán acercarse lo más posible al partido definitivo y a las medallas. Y es que la suerte ha querido que uno de los cuadros del torneo se vea mucho más cargados de candidatos a medalla que el otro, haciendo más duro el camino de algunos de los equipos destinados a alcanzar cotas altas. A pesar de ello, la primera ronda, en la que reclasifican para octavos de final cuatro de los seis equipos encuadrados en cada grupo, no parece que vaya a ser demasiado complicada para ninguno de los favoritos, salvo sorpresa mayúscula. Además, a más de medio año para el inicio de la gran cita, muchos países aún no saben con qué jugadores podrán contar, tanto en el caso de las nacionalizaciones como de posibles lesiones o renuncias, mientras que también podría haber algunos cambios en los banquillos de aquí al periodo de convocatorias.

Así, en el grupo A, España no debería pasar penurias para clasificarse, buscando poner la primera piedra de una nueva medalla, a ser posible de oro como en Japón en 2006, para poner un buen broche a la mejor generación baloncestística nacional. Sin embargo, los resultados en los partidos contra una Serbia en constante renovación y con el debut de Shasha Djordjevic en el banquillo; contra Brasil, invitado al torneo tras un FIBA Américas decepcionante sin ninguna de sus estrellas del juego interior, y, sobre todo, contra Francia, campeón del Eurobasket, determinarán la posición de cada uno de ellos y, por tanto, los emparejamientos con los equipos del grupo B de cara a la segunda fase. Egipto e Irán son los rivales más débiles de este cuadro y la clasificación final puede depender de que alguna de estas dos selecciones dé la sorpresa a los cuatro favoritos.

En el grupo B, Argentina intentará prolongar un torneo más a su veterana Generación Dorada, que se enfrenta probablemente a su último torneo, si bien el equipo liderado por Ginobili, Nocioni y Scola se nutrirá, como el los torneos anteriores, de jóvenes promesas y otros jugadores contrastados que, lamentablemente, no han llegado al nivel de sus antecesores. La siempre competitiva Grecia; Puerto Rico, en constante renovación y búsqueda de jóvenes talentos tanto dentro de la isla como en Estados Unidos; y Croacia, que quiere ratificar el buen papel realizado en el Eurobasket de 2013, serán los principales rivales para determinar los puestos de clasificación y, por tanto, los cruces como en el grupo A. Igual que en el caso anterior, dos selecciones parecen, en principio, convidados de piedra en el torneo, Senegal y Filipinas.

De este modo, cualquiera de los cruces que se presenta a los clasificados de los dos primeros grupos, así como el camino hacia las medallas, no parece que vaya a tener paradas sencillas para ninguno de los equipos en liza.

En el otro lado del cuadro, la superioridad de Lituania y EEUU en sus respectivos grupos y, probablemente, hasta las seminifinales, no parece que vaya a tener demasiada discusión. En el grupo C, los estadounidenses, dependiendo de la plantilla que finalmente presenten a la competición (parece que Kevin Durant, Kevin Love y Stephen Curry serán de la partida, mientras otras superestrellas como Lebrun James, Carmelo Anthony o Kobe Bryant esperarán hasta los Juegos Olímpicos), tienen asegurado el primer puesto. El resto de los clasificados se decidirán en una ardua competición entre cinco equipos con argumentos suficientes para intentar colarse en la siguiente fase. Turquía querrá repetir la medalla de plata del Mundobasket de 2010 y olvidar así el descalabro del pasado Eurobasket, mientras que, en el caso contrario, Finlandia y Ucrania intentarán repetir las buenas sensaciones de hace un año para colarse en las eliminatorias. Por su parte, Nueva Zelanda siempre presenta equipos muy intensos y activos, aunque algo carentes de talento en algunas posiciones, por lo que parece uno de los más débiles, mientras que la República Dominicana intentará movilizar a sus jugadores NBA y a las estrellas que juegan en Europa para armar un equipo con más peligro en ataque que en defensa.

En el último grupo, el D, una de las naciones con más tradición baloncestística, Lituania será la gran favorita, teniendo que medirse en los primeros partidos con otra selección siempre competitiva, Eslovenia. Aparte de las dos europeas, la sorprendente campeona del FIBA Américas, México, liderada por Gustavo Ayón, y Australia, un país que siempre junta plantillas de cierta calidad técnica, intentarán aprovechar la oportunidad de acercarse a las eliminatorias dado el mejorable nivel de los dos equipos que completan el grupo, Angola, habitual en las citas internacionales, y Corea del Sur.

lunes, 27 de enero de 2014

La 'batalla' de Málaga

Después de 17 partidos, los ocho mejores equipos de la competición doméstica más igualada de Europa, la Liga ACB, se medirán en una de las citas tradicionales del baloncesto nacional. Al margen de los resultados de récord del Real Madrid, claro favorito para llevarse la competición la haber vencido a todos los demás contendientes en sus duelos ligueros, esta edición de la Copa del Rey, que se celebrará en Málaga entre el 6 y el 9 de febrero, destaca por la presencia por primera vez en la historia de dos equipos canarios, siendo además la única comunidad autónoma que aporta más de un participante (a pesar de la gran tradición baloncestística de Cataluña y, en menor medida, País Vasco), por la clasificación en el último momento del Baskonia, campeón en seis ocasiones de este trofeo en los últimos 20 años, y la imposibilidad de repetir la final de la última edición, Barça-Valencia, ya que se cruzarían en semifinales.

El Real Madrid (7-0 en los enfrentamientos directos entre los equipos de Copa) es claro favorito, si bien podría tener que doblegar a dos de los equipos que más problemas le plantearon en sus partidos de la liga regular para plantarse en la final. Primero vendrá el Gran Canaria (3-4), al que derrotó por 5 puntos en las Islas. Por su parte, en semifinales podría cruzarse con el CAI (1-6), al que solamente derrotó por 7 puntos con el más habitual de lo deseable show arbitral (también llamado cambio de criterio) tras el descenso, o al Unicaja, que ejerce de anfitrión pero que dio una imagen manifiestamente mejorable en el Palacio de los Deportes en la última jornada de la primera vuelta, perdiendo de 21 puntos ante el líder invicto. El duelo entre los anfitriones, deseosos de dar buena imagen en casa y de reverdecer laureles, y los zaragozanos, club que va quemando etapas a pasos agigantados después de su refundación hace algo más de una década, puede ser uno de los más reñidos, si bien los maños ya han conseguido llevarse una victoria por 9 puntos del Martín Carpena esta temporada.

El Valencia Basket (5-2), que ya llegó al partido definitivo en la pasada edición, podría intentar dar la campanada, si bien el camino no es nada fácil. El primer escollo será el Baskonia (3-4), que ha mejorado ostensiblemente su juego y sus capacidades desde el titubeante inicio de temporada, un camino similar al del pasado año para el Barça, que finalmente se alzó campeón. El precedente es un igualado partido en Vitoria que se llevaron los taronja por un punto, por lo que, a pesar de su clasificación definitiva en la última jornada, los vascos intentarán reivindicar la mejoría experimentada en los últimos partidos.

En semifinales, esperará seguramente el Barça, que se empareja con el último en llegar al club de la Copa, el Canarias. El juego de los canarios es alegre y bastante efectivo, si bien están sufriendo en algunas fases de los partidos la ausencia de algún líder en ataque, papel que deberían repartirse Levi Rost, Blagota Sekulic, Nico Richotti y Saúl Blanco, y el consiguiente atasco anotador. Los barcelonistas, por su parte, han ido consolidando su juego con el paso de los meses y, a pesar de algunas carencias y pérdidas de concentración e intensidad, son capaces de sacar adelante los partidos con bastante solvencia. Los precedentes de cara a semifinales son de lo más variado, ya que mientras el Tenerife ha ganado a Baskonia y perdido contra Valencia, el Barça sucumbió a los vitorianos y consiguió ganar de un punto a los toronja.

jueves, 16 de enero de 2014

Un hombre, una jugada

Muchos son los jugadores que, después de muchos años de carrera, son recordados por sus buenos números en una única temporada, su actuación decisiva en un partido o, en más casos de los que uno pudiera pensar, por una única jugada, un movimiento acertado en el momento más álgido de la temporada. El semigancho de Printezis en la Final Four de 2012 o el triple de John Paxson en el sexto partido de la Finales de 1993 son buenos ejemplos de cómo un jugador sin la aureola de estrella toma el protagonismo en los momentos más calientes y queda inscrito para siempre en la historia del baloncesto o de un determinado equipo.

Una de las cunas más importantes del deporte de la pelota gorda en España, el Joventut de Badalona, ha tenido decenas de héroes a lo largo de sus 80 años de vida. Sin embargo, el extranjero que más ha calado en la hinchada verdinegra se ganó su ascenso a los cielos de la Penya precisamente por estar acertado en el momento indicado. Cornelius Allen “Corny” Thompson siempre fue un gran profesional y un tipo integrado en la vida del Joventut, pero hizo falta un lance definitivo del juego para que el club llegara al máximo clímax de su historia deportiva y el orondo ala-pívot se convirtiera para los restos en el único en quedar inscrito en los páginas más gloriosas del club y de su siempre mitómana afición. Y eso ocurrió hace 20 años.

Buscando un lugar
Mucho antes de que historia verdinegra se viera alterada para siempre por este orondo pívot de 202 centíemtros, Thompson era un prometedor jugador de instituto en la pequeña ciudad de Middletown, en Connecticut, que dominaba con cierta solvencia el campeonato local, lo que le valió una beca de estudios en la universidad local, la UConn, donde también fue el líder de los Huskies. A pesar de ello, y de unos movimientos bastante dignos en el poste bajo y un mano más que aceptable, su estatura no le hizo del todo apetecible para las franquicias NBA, por lo que tuvo que esperar hasta la tercera ronda del draft de 1982, el de James Worthy y Dominique Wilkins, para ser seleccionado por los Dallas Mavericks en el puesto 50.

Al haber recalado en un equipo de creciente creación y con dos temporadas poco menos que desastrosas, Corny pudo dar el salto al profesionalismo, si bien no contó con muchos minutos, por su escaso cartel y por su difícil adaptación a los puestos interiores, ya fuera por su escasa estatura o por su movilidad no excesivamente rápida. Así, su paso por el equipo texano se saldó con 44 partidos disputados con medias de cerca de 3 puntos y 3 rebotes en una decena de minutos de juego. Podría haber seguido deambulando por banquillos de todo Estados Unidos durante más de una década para vivir una carrera sin pena ni gloria, pero quiso la fortuna, mala en principio aunque gloriosa a la postre, que, antes de iniciar su segunda temporada en la NBA, Thompson sufriera una importante lesión de rodilla que hizo temer por la continuidad de su carrera. Aunque el pronóstico finalmente fue algo más favorable, los Mavericks le eliminaron de la plantilla para no esperar su recuperación y previendo una pérdida de potencia de sus capacidades físicas, ya de por si poco exuberantes. Más de medio año después, Corny volvió a las pistas, aunque en la ‘segunda división’ estadounidense, la CBA, donde cuajó buenas actuaciones en los Detroit Spirits, con más de 15 puntos y 10 rebotes de promedio.

Estrella en Europa
Con las puertas de la NBA prácticamente cerradas para siempre, sus buenas actuaciones en el obligado exilio en esta competición le abrieron las puertas de la mejor opción para los jugadores norteamericanos que no tenían cabida en la NBA, ya fuera por cuestiones físicas, técnicas o disciplinarias. Y así recaló en Europa, en uno de los baloncestos más competitivos y poderosos en lo económico de la década de los 80, la Lega italiana. El destino fue uno de los históricos del pallacanestro, el Varese, donde coincidió a lo largo de seis temporadas con otros interiores de cierto renombre internacional, como los propestos NBA Mark Acres y Larry Micheaux o el ídolo nacional Stefano Rusconi. Con actuaciones que frecuentemente superaban los 20 puntos y los 10 rebotes, Corny consiguió hacerse imprescindible en el equipo de Varese y aplacar las dudas sobre su rendimiento tras la lesión. Puede que, con 2,02 y un físico orondo, no pareciera un jugador determinante en la pintura, pero su bueno juego de pies y una muñeca que le permitía alejarse del aro propiciaron que se convirtiera en una estrella europea.

En este ínterin, el Joventut intentó entrar en la vida de Corny en varias ocasiones, si bien su elevado caché, el correspondiente a un interior estadounidense que promediaba esos números, y cierta indecisión por parte de la directiva verdinegra, tanto en lo que a la decisión de dar el paso definitivo como sobre las cuestiones económicas, no permiten culminar el fichaje, trayendo a Badalona a otros refuerzos de menor cartel como Joe Meruweather, Earl Jones o Mike Schultz. Mientras tanto, Thompson sigue en su línea, si bien no consigue llevar a su equipo a ningún título, sino solamente a varias finales de la Lega (1990), la Copa de Italia (1985 y 1988) y la Copa Korac (1985).

Éxito verdinegro
En la temporada 1990/91, la cosa cambió. El Joventut de Badalona por fin había logrado un título, la Copa Korac, después de deambular por todo tipo de finales. El dinero del banco Banesto, a través del centro comercial Montigalà, llegó al club verdinegro, unido a la mala noticia de la bajada del rendimiento de Reggie Johnson, principal baluarte interior del club en los últimos años, por lo que tocaba rastrear el mercado en busca de un buen sustituto y rascarse el bolsillo para no bajar el nivel de la plantilla era obligatorio. Así llegaron al equipos dos de los extranjeros más recordados de su historia, el atlético alero Harold Pressley, campeón de la NCAA con Villanova y suplente consolidado en los Sacramento Kings de la NBA, y el deseado Corny. Junto con hombres de la casa como Jordi Villacampa, los hermanos Jofresa o Juanan Morales, la Penya de Lolo Sainz ya tenía equipo más que suficiente para competir con los futboleros.

A pesar de las buenas perspectivas que daban sus números y sus referencias en Italia, las primeras reacciones de la afición y la directiva del Joventut no fueron demasiado optimistas. Se criticaba su lentitud y su reducida movilidad, así como una tendencia preocupante a alejarse del aro, por detrás de la línea de 3, en muchos lances del partido. Sin embargo, su profesionalidad, su buen talante y unos movimientos inteligentes en el poste bajo hicieron pronto entrar en razón a la familia verdinegra. Además, con la presencia en el equipo de cañoneros como Villacampa y Pressley y jugadores perfectamente capaces de generar puntos, como Morales, Ferrán Martínez o los Jofresa, su peso en ataque no era tan grande como en la etapa italiana. Con estos mimbres, y con una aportación de 13,8 puntos y 7,6 rebotes por noche de Thompson, el Joventut firma un inicio arrollador con 13 victorias seguidas, si bien tiene un cierto bajón de forma a mitad de temporada que le apea de la Copa Korac en semifinales. El equipo se recuperó para el tramo final de temporada, llegando a los playoffs en buena forma. Quemando etapas, y con Corny ampliando sus prestaciones hasta 16 puntos y 9,8 rebotes, la Penya se planta en la final frente al Barça, otrora bestia negra, pero que esta vez sucumbe en cuatro partidos, dos ganados brillantemente por los verdinegros en casa, uno para los balugrana llevado hasta la emoción extrema del último segundo y el último culminado con un robo y un contraataque de Tomás Jofresa a escasos segundo del final.

Los demonios del Joventut se iban despejando gracias a la confección de una ilusionante plantilla, a la que se incorporaba otro querido foráneo verdinegro, Mike Smith. A pesar de ello, las sensaciones al principio de la siguiente temporada son contrapuestas: tres derrotas en liga, debut arrollador en la Liga Europea (anteriormente Copa de Europa, posteriormente Euroliga) con 8 victorias y competencia hasta el último segundo en el partido de exhibición ante Los Angeles Lakers subcampeones de la NBA en el Open McDonalds de París. La afición verdinegra estaba ilusionada con su equipo, aunque otro bajón mediada la temporada empezó a hacer temer por el resultado final curso. Thompson, ya conocido como “papi” o, incluso, “el abuelo” entre los seguidores, mantuvo su nivel con 13,6 puntos y 9,8 rebotes para llegar con opciones en todas las competiciones. De hecho, contra todo pronóstico, la Penya y el Estudiantes se cuelan en la Final Four de Estambul. Si los colegiales no fueron capaces de competir en tan deslumbrante escenario, la Penya sí se las ingenió para calarse en la final, si bien los irreductibles partisanos de Belgrado (y de Fuenlabrada) dirigidos por un neófito Zeljko Obradovic se llevaron un partido poco brillante decidido por una de esas jugadas que quedan para siempre en la retina, el triple en escorzo de Shasha Djordjevic. El sabor se tornó agridulce en la temporada gracias a un nuevo triunfo doméstico, esta vez contra el Real Madrid y tras cinco partidos extenuantes que dejan la rodilla de Thompson bastante maltrecha.

La racha se va frenando
Dos exitosos años para la Penya y para Corny. Sin embargo, tras pasarse los efectos de la locura olímpica generada en toda España, los patrocinadores se retiran y/o rebajan sus aportaciones. A pesar de ello, el Joventut consigue mantener gran parte de su estructura, algo que a Thompson le cuesta cada vez más, bajando su aportación a 9 puntos y 6,8 puntos. La Liga Europea se escapa bastante pronto y las competiciones domésticas cada vez se encaran con mayor dificultad, sobre todo teniendo en cuenta la incorporación al Real Madrid de Arvydas Sabonis. A pesar de ello, se repite la presencia en la final de la Liga, al igual que en la de la Copa del Rey, aunque ambos títulos van a parar a las vitrinas blancas.

Las apreturas económicas, la pujanza de los futboleros y el envejecimiento de la plantilla no eran buenas circunstancias para iniciar una nueva temporada. A pesar de ello, el Joventut hizo una maniobra de prestigio en el mercado y contrató a Zeljko Obradovic, joven entrenador pero con el suficiente carisma y éxito como para intentar guiar la nave verdinegra. Harold Pressley ya había salido del equipo y Corny se mantuvo en el plantel ya que le restaban dos años de contrato y el club no quería afrontar los gastos que suponía su despido, a pesar de que el rendimiento había bajado. La conexión con la granda no fue muy buena, debido a que Obradovic ralentizó el juego verdingro, buscando minimizar sus errores y sacar partido de jugadores experimentados, pero las victorias iban llegando. Sin el brillo ni la superioridad del pasado, pero llegaban. Así, sin hacer ruido, el Joventut se cuela en los cuartos de final de la Liga Europea, aunque toda parece indicar que el Real Madrid de Sabonis y Joe Arlaukas, el equipo más en forma de la competición continental y nacional, podrá deshacerse con facilidad de los verdinegros. Sin embargo, la Penya aprovecha sus bazas y consigue llevar la serie al tercer partido, en el que Corny, consciente de lo que supone, saca su mejor versión y olvida sus problemas de rodilla para dar una lección de juego al poste bajo a un jugador más joven y con un físico y una técnica a priori superiores. Victoria inesperada sobre el papel y viaje a Tel Aviv asegurado.

Un premio inesperado a una temporada bastante medriocre, sobre todo analizando los años anteriores. Quizás por ello, el Joventut podía permitirse viajar hasta Israel sin tantas presiones como el Barça de Aíto García Reneses o los dos aspirantes griegos, Olympiakos y Panathinaikos. En las semifinales, los verdinegros jugaron con gran fluidez, sobre todo en el segundo tiempo, gracias al acierto en el tiro exterior que se impuso a la defensa blaugrana con 14 puntos de diferencia final. El partido entre los vecinos atenienses se lo llevaron los rojos en un ‘combate a los puntos’.

Una cita con la historia
El día había llegado. 21 de abril de 1994. La Mano de Elías de Tel Aviv. El partido es lento, porque Obradovic así lo quiere, y el entrenador rival, Iannis Ioannidis, tampoco le quitaba la razón. A pesar de ello, se llega al descanso con empate a 39 gracias a la buena mano de los interiores verdinegros, que se salían de la zona para no tener que vérselas con el poderío físico de Roy Tarpley, Panagiotis Fassoulas, Giorgios Sigalas y Zarko Paspalj. El segundo tiempo, mucho más lento y, además, con mucho menos acierto. A falta de 7 minutos, la ventaja para los griegos era de 5 puntos. Cuatro minutos después, el marcador apenas se había movido: +4 para el Olympiakos. Con 57-53, Paspalj falla dos tiros libres, aunque el Joventut no consigue anotar en un enrevesado ataque de más de 25 segundos. De nuevo en la otra canasta, la defensa asfixiante sobre las líneas de pase hace que Tarpley no pueda coger un pase. Posesión para la Penya, que vuelve a mover y mover el balón hasta que, por fin, llega a Villacampa, que anota un triple que aprieta aún más el marcador. En el ataque griego, la pelota es amasada por Milan Tomic hasta que consigue conectar con Fassoulas, que no es capaz de imponer su superioridad en altura y falla a escasos centímetros de la canasta.

Nuevamente, el Joventut no tiene muy claro que hacer con la bola, que viaja de mano en mano con Mike Smith como único jugador que busca la canasta. Casi se acaba la posesión, pero Ferrán consigue lanzar un triple. Fallo, pero rebote de Villacampa. Otra circulación sin ideas de balón, que acaba nuevamente en manos del pívot, esta vez en la zona, que vuelve a fallar, aunque Mike Smith coge el rebote. 35 segundos y la zona parece tapiada y la canasta tiene una tapa puesta. El balón vuelve a volar entre las manos de los verdinegros, aunque Smith decide coger el toro por los cuernos.

Y llega la jugada definitiva. El alero norteamericano ntenta zafarse de su par tras un bloqueo de Corny, pero los dos marcadores se van con él y tiene que sacar el balón a Rafa Jofresa. El base canterazo mira a su izquierda, donde ve al orondo pívot de Connecticut que no se había movido tras el bloqueo anterior. Recibe y, sin mover los pies, lanza, sin más oposición que la lejana llegada de Tarpley. (En mis recuerdos de niño, ruge Quedan 12 segundos. Dos puntos arriba.

El resto es historia. Una falta de Mike Smith intentando robar el balón a Paspalj a 4,8 segundos del final. El fallo, uno más, desde la línea del corpulento pero poco aplicado alero yugoslavo. El rocambolesco rebote en ataque. El reloj que no se pone en marcha. Un nuevo fallo a escasos metros de la canasta del Olympiakos. Y la cita con la gloria de uno de los clubes imprescindibles en la historia del baloncesto nacional.

Después de la gloria
La carrera de Corny Thompson ya había empezado un lento declive en la Penya, por lo que, a pesar del ser el héroe de aquella final, el Joventut prescidió de sus servicios y el pívot decidió exprimir el poco baloncesto que le quedaba sus rodillas un par de temporadas más en el Baloncesto León, equipo de la ACB que, por tanto, le permitió regresar a Badalona al menos una vez al año para recibir el cariño de aquellos que, un día de primavera, fueron un poco más felices gracias a un pequeño giro de muñeca, y del destino.