jueves, 5 de diciembre de 2013

Rozando la gloria... para caer en el olvido

El torneo de baloncesto de la NCAA se ha caracterizado siempre por una buena organización y un importante mercado creado a su alrededor, incluyendo la venta de todo tipo de merchandising y contratos televisivos que cubren la retransmisión de casi la totalidad de los partidos. Los jóvenes jugadores universitarios, estrellas mediáticas en todo Estados Unidos, no reciben nada a cambio de sus esfuerzos, a pesar de generar una importante cuantía de ingresos a publicistas y universidades, salvo un adusto e implacable código de conducta heredado de las primeras generaciones del torneo universitario y que no ha sabido adaptarse a los tiempos. Con el paso de los años, algunos son los estudiantes que han alzado la voz contra este injusto estado de las cosas, mientras otros han decidido explotar su potencial en el baloncesto profesional cuanto antes. Sin embargo, hubo una generación de jugadores que decidió desafiar a las convenciones y poner su pasión y buen hacer en el deporte de la pelota gorda por encima de unas reglas que no entendían.

Los Michigan Wolverines habían sido campeones de la NCAA en 1989, si bien el equipo capitaneado por Glen Rice, Loy Vaught y Terry Mills no tardó en escuchar los cantos de sirena del baloncesto profesional, por lo que el entrenador Steve Fisher, que se había hecho con el cargo a mitad de la temporada tras la destitución de Bill Frieder, tuvo que ingeniárselas para que la universidad volviera a tener un equipo competitivo cuanto antes. El reciente campeonato lo ponía fácil, pero el reclutamiento de jóvenes perlas de los institutos es siempre una encarnizada lucha, máxime cuando las presiones del mercado, desde pagos en metálico a regalos de todo tipo, habían aterrizado en las tácticas de captación de jugadores de muchas universidades.

Labor de rastreo
Tan intenso fue el trabajo de captación que, tras apenas un año desde el abandono de dos de sus principales baluartes, los Wolverines sorprendieron a toda la NCAA con el reclutamiento de la mejor generación de baloncestistas de una misma promoción jamás reunida en un mismo equipo. El  primero de los ‘fichajes’ llegados al campus de Michigan fue Juwan Howard. Se trataba de un intenso alero alto que había deslumbrado en su instituto de Chicago con un juego atlético en ambos lados de la cancha. Esta incorporación servía para cubrirse las espaldas de cara a la dificultad para reclutar a la gran perla de aquella generación, Chris Webber, un ala-pívot con multitud de recursos ofensivos y una buena implicación de cara al rebote que era pretendido por la mayor parte de las universidades con programas de baloncesto potentes en toda la geografía estadounidense. Sin embargo, hubo una importante razón que no siempre sirve como elemento decisivo para la captación de talentos: Webber era natural de Detroit, principal ciudad de este estado norteño, por lo que la cercanía del campus, unida al reciente éxito deportivo de los Wolverines, fueron algunas de las razones que jugaron a favor de la universidad local. Igualmente, otra joven perla de Detroit también decidió quedarse cerca de casa: Jalen Rose, un alero criado en los barrios bajos al que el baloncesto había alejado de la mala vida. El reclutamiento se completó con dos prometedores escoltas texanos, Jimmy King y Ray Jackson, dos proyectos algo menos deslumbrantes pero también incluidos entre los cien mejores de su generación en todo el país.

El futuro parecía brillante para los Wolverines, si bien el entrenador Steve Fisher se mostró respetuoso con las conservadoras reglas no escritas de la NCAA, por las que los novatos se ven relegados a un papel menos protagonista en los equipos, al menos en los primeros compases de la temporada, por lo que el gran impacto del quinteto estrella de la Universidad de Michigan tuvo que esperar. La titularidad de Webber era obvia desde un principio, y Rose y Howard tenían nivel suficiente para aportar tanto o más sobre el parqué que cualquier de sus compañeros de plantilla, por lo que pronto comenzaron a disfrutar de muchos minutos en la cancha.

Cambio de ciclo
Sin embargo, la pujanza de los dos escoltas texanos pronto tuvo también su reflejo en el reparto de protagonismo. Cada vez eran más los minutos que tanto King como Jackson estaban en la cancha, haciendo que, durante una parte cada vez más importante de los partidos, el quinteto de los Wolverines estuviera compuesto únicamente por los freshmen de aquel éxito de reclutamiento. Tanto fue así que, mediada la temporada, el 9 de febrero de 1992, los cinco post-adolescentes salieron como titulares en el partido contra Notre Dame. Ese fue el inicio de la revolución. Pocas veces en la historia de la NCAA un equipo había establecido tan claramente un quinteto compuesto por jugadores novatos. Además, este grupo de chicos desafiaba otras convenciones de la competición, imponiendo el juego de contraataque y uno contra uno y los lances más propios del streetball a las académicas tácticas de la NCAA, además de introducir un look más urbano, con zapatillas y calcetines negros, cabezas rapadas y pantalones caídos. Además, su actitud desafiante y el thrash talking con sus contrincantes tampoco eran bien vistos.

El resultado de este cambio fue un importante incremento en las retransmisiones deportivas de los partidos de Michigan, pero también una respuesta negativa por parte de seguidores y grandes nombres de la Liga. Así, durante los dos años en los que el “Fab Five” de Michigan se mantuvo unido, incluso en el año en que webber dio el sato a la NBA, muchos aficionados empezaron a enviar cartas amenazantes, la mayoría de ellas de contenido racista, una mala respuesta que se incrementó cuando Jalen Rose se vio envuelto en una redada antidroga en una fiesta en el segundo año del equipo.

Sin embargo, la respuesta ante estos malos augurios se daba en el vestuario y en la cancha y los resultados no podían ser mejores, con únicamente tres partidos perdidos en la liga regular desde la inclusión de los cinco debutantes en el quinteto inicial. Y con esa dinámica positiva y el orgullo de reivindicarse ante la dividida prensa y los sectores más conservadores de la afición, se plantaron en el torneo de la NCAA con ganas de revelarse. Y lo hicieron con victorias cómodas ante Temple y East Tenessee State y otras más trabajadas ante Okahoma State y Ohio State. El objetivo de la Final Four, una meta a largo plazo para los jóvenes Wolverines, se había cumplido mucho antes de lo previsto, como mucho antes de lo esperado habían eclosionado las cinco jóvenes promesas. Ya en Minneapolis, los Wolverines se las ingeniaron para deshacerse de Cincinatti en la semifinal nacional, lo que hacía que el último escollo hacia una temprana consagración eran los Blue Devils de Duke.

Se trataba de la Némesis de Michigan. Si los Wolverines destacaban por su juego libre, sus provocaciones y su aspecto urbano, los de Duke eran buenos chicos, con una estrella blanca como Christian Leattner y jugadores respetuosos con las reglas, tanto blancos como de color, como Grant Hill o Bobby Hurley, deportistas bienintencionados y de buena familia a los que los Wolverines llamaban "Tío Tom". Durante la temporada, Michigan había conseguido exprimir a los Blue Devils hasta la prórroga en su propia casa, aunque en el partido definitivo, los Wolverines pagaron su falta de experiencia y fueron arrollados por los pupilos de Mike Krzyzewski por 71-51.

El regreso
Lo peor de la derrota no era tanto el sinsabor de quedarse a las puertas del título en sí, algo que no se esperaba con una generación tan joven de buenos jugadores en su primer año, sino la creación de unas altas expectativas difíciles de refrendar después de un primer año de ensueño. A la vuelta de un viaje de hermanamiento por Europa, algo poco atractivo en un principio para jóvenes de menos de 20 años procedentes de barrios desfavorecidos de los Estados Unidos, los jugadores Michigan se había convertido en uno de los reclamos más importantes de la NCAA a nivel comercial y televisivo, por encima incluso de los campeones, y la venta de merchandising se había multiplicado a niveles jamás vistos en un equipo universitario, con marcas tan importantes como Niké metidas en el ajo, dos factores que, de forma inconsciente, se habían colado dentro del vestuario de los lobeznos.

Aún así, dentro de la cancha, todo parecía seguir fluyendo de la manera adecuada, con 26 victorias en los 30 partidos de la temporada regular, lo que le valió el número 1 regional y una cómoda victoria por más de 30 puntos en la primera ronda contra Coastal Carolina. El resto del camino fue algo más arduo, con victorias ante UCLA por dos puntos en la prórroga, ante George Washington por 8 y ante Temple por 6.

Segunda Final Four en dos años  y esta vez con una urgencia mayor de ganar, una empresa también complicada. Para empezar, la Universidad de Kentucky exprimió a los pupilos de Steve Fisher hasta la prórroga, aunque los lobeznos terminaron imponiéndose 81-78. La final estaba servida y el rival parecía incluso más asequible que el año anterior. Los Tar Heels de North Carolina contaba con dos jugadores de referencia, aunque menos peligrsos a priori que los Blue Devils el año anterior, Eric Montross dentro y George Lynch fuera, capitaneados desde el banquillo por el veterano Dean Smith, toda una leyenda con más de treinta año comandando a esta Universidad. A pesar de ello, los Tar Heels plantearon un duelo exigente, manteniéndose siempre cerca e, incluso, por encima en el marcador. A falta de escasos segundos, los de North Carolina estaban 2 arriba, por lo que los focos estaban sobre las tres estrellas de los Wolverines. Alguno de los tres debía intentar arreglar el entuerto. Y parecía que Webber, el más deslumbrante producto de su generación, sería el encargado de hacerlo.

Tras un fallo en un tiro libre, Webber cogió el rebote con autoridad, dudó entre pasar el balón o salir botando, aunque finalmente cruzó la cancha y, con 13 segundos para el bocinazo final, pidió un tiempo muerto para zafarse de la defensa y poder preparar la última jugada. Pero la mala suerte quiso que no quedaran tiempos muertos para Michigan, lo que penalizó a la estrella univesitaria, malaconsejada por uno de sus compañeros en el banquillo para tomar esa decisión, con una falta técnica y la práctica imposibilidad de alzarse con el título. Los dos tiros libres y la posesión posterior dejaron el resultado final en un 77-71 de infausto recuerdo.

Webber no podía más. Al desencanto de la primera derrota se unía la sensación de culpabilidad por el infantil error cometido, además de la sensación de sentirse estafado al ver cómo su status de estrella no le era nada beneficioso personalmente, pero enriquecía a los que estaban a su alrededor, las televisiones y, sobre todo, la Universidad, que disparó sus ingresos por merchandising de 1,6 millones de dólares en 1989 a 10,5 tres años después. Así, después de dos años, decidió dar el salto al profesionalismo, siendo elegido en el número 1 del draft de 1993, iniciando la descomposición del “Fab Five”, que se consumaría al año siguiente cuando Juwan Howard y Jalen Rose también dieron el salto a la NBA.

El olvido
Si la posibilidad de haber constituido una leyenda en la NCAA se había desvanecido con las derrotas, a pesar de haber revolucionado la organización y las formas de actuar en la liga universitaria, el recuerdo de los “Fab Five” quedó enturbiado por uno de los escándalos más recordados del deporte amateur en Estados Unidos. En 1999, un Gran Jurado se hizo cargo de un caso de pagos ilegales y apuestas en el que estaban implicados cuatro jugadores de los Wolverines de diferentes temporadas. Según demostró la investigación de seis años iniciada tras el accidente de tráfico de un coche con el equipo de reclutamiento de la Universidad de Michigan y algunos jugadores de instituto, un contacto totalmente ilegal en la NCAA, el empresario Eddie L. Martin, conocido como “Uncle Eddie” o “Little Ed” en el ambiente deportivo de Detroit, había estado pagando y haciendo regalos a algunos jugadores para que ficharan por el equipo de la Universidad de Michigan. En concreto, y según los resultados de las pesquisas, se pudo documentar el gasto de unos 616.000 dólares en distintos pagos y presentes a Chris Webber, Maurice Taylor, Robert Traylor y Louis Bullock, la mayor parte de los cuales fueron para la estrella universitaria y la NBA.

Cuando la investigación terminó, en 2002, la propia Universidad propuso sanciones que incluían la eliminación de todos los registros, tanto individuales como de equipo, de las temporadas en las que jugaron los deportistas impicados, la renuncia a los banderines de subcampeón de los años 1992 y 1993 de los “Fab Five”, la devolución del dinero asignado por la NCAA por sus éxitos deportivos y varios años de descalificación para el torneo nacional. Con la aprobación por parte de la dirección de la NCAA de estas reprimendas, el recuerdo de uno de los equipos más espectaculares e intrépidos de la historia de la liga universitaria quedó fuertemente ensombrecido, si bien su huella sí pervivió algunos años, dando un mayor protagonismo y una cierta libertad a los jugadores, principales actores del teatro del deporte universitario.

Material complementario

Documental “Fab Five” de ESPN

miércoles, 23 de octubre de 2013

El 'primer' hombre en la Luna

Durante muchas décadas, la NBA fue un terreno vedado para cualquier jugador no nacido o formado en Estados Unidos. Si algunos baloncestistas estadounidenses tenían dificultades para ser aceptados por cuestiones religiosas o, sobre todo, raciales, la entrada de jugadores llegados de otros lugares del mundo era una quimera de algunos entusiastas que no vivían enfrascados dentro de las fronteras y sí eran conocedores de las evoluciones del deporte de la pelota gorda en Europa y los países sudamericanos, mientras que el sector ‘proteccionista’ veía esta posibilidad como un insulto a la supremacía norteamericana.

Sin embargo, a lo largo de la década de los 60 y los 70 ya hubo algunos casos aislados de jugadores que, después de un prometedor inicio de carrera allende los mares, llamaron la atención de aquellos visionarios y, trabas administrativas, políticas y familiares aparte, fueron invitados a probar la forma de vida y las maneras de trabajar propias del profesionalismo norteamericano. Junto con el italiano Dino Meneghin y el mexicano Manuel Raga, ambos caprichos personales de Marty Blake, el principal ojeador del extranjero de la NBA en los primeros 70, Drazen Dalipagic fue el primer hombre (de Europa) en pisar la Luna (de la NBA).

La historia de ‘Praja’ es peculiar. Sus inicios deportivos fueron en el balonmano y, sobre todo, en el fútbol, de donde le vino su apodo, dado a su gran parecido con el delantero estrella del equipo local de Mostar, su ciudad natal, Dane Praha. A pesar de sus buenos fundamentos técnicos con el balón en los pies, cuando Drazen probó por primera vez con el baloncesto a los 19 años de edad, quedó automáticamente prendado de este deporte. A ello ayudaron sus 1,97 metros de altura y una facilidad innata para el lanzamiento lejano que, ya en su primera temporada enrolado en el Lokomotiva de Mostar, le permitió desarrollar una suspensión rápida e infalible y le llevó a figurar entre los máximos anotadores de su equipo y a firmar por el mítico Partizan de la capital yugoslava con apenas un año de experiencia. Y fue en Belgrado donde llegó el éxito, tanto colectivo como individual.

Sus buenas actuaciones durante las siguientes temporadas hicieron que Jim McGregor fijara sus ojos en él. Como agente de jugadores, McGregor organizaba frecuentes giras de baloncestistas norteamericanos de segunda fila por Europa, con el fin de asegurarles un contrato a este lado del Atlántico. Con el paso del tiempo y con el objetivo de que estos partidos sirvieran también de promoción de los jugadores locales de cara a mejores contratos o a un remoto ingreso en la NBA, empezó a confeccionarse una selección de los talentos europeos en ciernes para medirse a los estadounidenses. Gracias a sus números de estrella, por encima de los 25 puntos en todas sus temporadas en el Partizan, Dalipagic fue uno de sus invitados en julio de 1975 a la cita celebrada en un pueblo costero cerca de Génova, llamando poderosamente la atención de uno de los pocos ojeadores NBA presentes en la cita, John Killilea, avisado por el propio McGregor del potencial de algunos jugadores europeos. Impresionado, Killilea se puso en contacto con el alero bosnio y le invitó a los campus de entrenamiento para novatos y agentes libres de su equipo, los míticos Boston Celtics, una oferta muy tentadora pero demasiado ambiciosa para alguien con apenas cinco años de experiencia en el baloncesto.

La progresión de Dalipagic siguió adelante la siguiente temporada, algo que se hizo más que palpable en los Juegos Olímpicos de Montreal del verano de 1976, competición en la que ‘Praja’, Kresimir Cosic y Dragan Kicanovic dirigían al equipo yugoslavo. Después del primer partido contra la selección de Estados Unidos, en la que Dalipagic anotó 22 puntos, Killilea, presente en las gradas, no quiso esperar más y pidió una reunión con el alero aquella misma noche, en la que volvió a plantearle la oferta para probar con los Celtics, vigente campeón de la NBA, aquel mismo verano. Los galones adquiridos dentro del equipo plavi (con espectaculares actuaciones, incluyendo sus 27 puntos en la final ante la estrella estadounidense Adrian Dantley), los ánimos de sus compañeros y el hecho de encontrarse tan lejos de casa (y tan cerca del posible futuro destino) fueron haciendo que Drazen cambiara de opinión y se animara a probar con los orgullosos verdes.

Una semana en Boston
La aventura americana comenzó el 21 de agosto de 1976 en el aeropuerto de Belgrado, del que partieron Dalipagic, su suegro, Tony Pozeg, y Cosic, que le ayudaría con el idioma gracias a su estelar paso de cuatro años por la Universidad de Brigham Young, un viaje que había causado un gran revuelo mediático a ambos lados del Atlántico (un periódico de Hartford llegó a asegurar que había una oferta por dos años y 900.000 dólares, un sueldo de estrella para la época). Pocas horas después de aterrizar en Boston, ‘Praja’ tuvo que hacer frente a su primer entrenamiento, la primera de las dos sesiones diarios a las que eran sometidos los 16 jugadores novatos y agentes libres pretendidos por los Celtics y que eran observadas de forma pormenorizada por Killilea, Tom Heinsohn, entrenador del equipo, y John Havlicek, estrella bostoniana cercana a la jubilación y capitán de la plantilla.

Durante los primeros entrenamientos, Drazen se sorprendió de la dureza defensiva y el juego individualista que se imponía, aunque precisamente era la potencia física del bosnio, además de su gran acierto en el tiro, lo que había llamado la atención de Killilea. Así, Dalipagic se puso manos a la obra para mostrar todo su potencial, primero reivindicando su gran capacidad reboteadora y, unos días más tarde, priorizado su aportación ofensiva, tanto en sus efectivos tiros desde prácticamente cualquier punto de la cancha (sus preferidos eran desde las esquinas) como sus penetraciones rebosantes de potencia, finalizadas con elegancia con la mano derecha o con fuerza con un mate, aunque se repetía un lunar que los ojeadores NBA veían en todos los prospectos europeos que probaban en EEUU, una cierta indolencia defensiva. Gracias a esta nueva faceta más activa, la prensa comenzó a conocerle con el sobrenombre de “Yumpin’ Yugo”. Su fama crecía a la misma velocidad que su aportación al equipo, e incluso el mandamás de los Celtics, el mítico Arnold ‘Red’ Auerbach, se había acercado a los campus de entrenamiento para conocer al yugoslavo. Tras una breve entrevista, quedó impresionado con la madurez y el juego de ‘Praja’, por lo que no dudó en bromear y presentarle a Havlicek como “sucesor”.  

Sin embargo, las buenas vibraciones que estaba causando en el seno de la franquicia de Boston no pasaban desapercibidas en su Yugoslavia natal. Así, la Federación y el Gobierno iniciaron su propia campaña con una nota de prensa difundida en las agencias periodísticas internacionales recordando que el país balcánico no permitía a sus jugadores salir de sus fronteras a jugar hasta los 30 años, habiendo cumplido el servicio militar y disponiendo de un doble permiso de su equipo de origen y de la Federación, encargados de jugar si se habían acreditado “suficientes méritos en el servicio a la patria”. Todos estos condicionantes se unían a la normativa FIBA, que prohibía que los jugadores NBA, los únicos considerados profesionales, volvieran a militar con su selección nacional, además de ocupar plaza de extranjero en los equipos amateur en caso de verse obligados a volver de EEUU. Aunque Dalipagic solamente tenía en mente probar sus capacidades en los campus NBA sin llegar a fichar por un equipo profesional, estas noticias no hacían sino devolver al suelo los posibles sueños que pudieran haberse despertado en su estancia de apenas una semana en EEUU.

Así que todo siguió como estaba planeado y, una vez concluido el campus, Drazen hacía las maletas de vuelta a Belgrado. Antes del viaje de vuelta, y aunque la decisión era de sobra conocida por los gestores célticos, Auerbach quiso tener una última reunión con Dalipagic en su despacho, en la que le ofreció un contrato garantizado por un año y 30.000 dólares con posibilidad de renegociación al final de la temporada. ‘Praja’ aludió a la llamada del servicio militar, su desconocimiento del inglés, su nueva situación familiar, ya que acababa de ser padre; y la restrictiva normativa FIBA para cumplir con Yugoslavia para declinar amablemente esta invitación. De esa reunión, queda el consejo de ‘Red’ de que aprendiera idiomas de cara al futuro y un libro con la dedicatoria “al amigo para quien espero que algún día vista la camiseta de los Celtics”.

La vida sigue
Tras su aventura americana, Dalipagic completó una longeva y estelar carrera hasta los 40 años en Partizan, Real Madrid, Venecia, Udine, Verona y Estrella Roja, con promedios de puntos por encima de los 30 casi todas las temporadas y descollantes exhibiciones anotadoras de hasta 70 puntos, todo ello contando con que gran parte de su carrera se desarrolló antes de la inclusión de la línea de tres puntos en el reglamento FIBA. Por su parte, los Celtics prolongaron un par de años más la carrera de Havlicek hasta 1978, momento en el que Auerbach hizo otra de sus magistrales jugadas de efecto para hacerse con Larry Bird, que debutó una temporada después. De este modo, no pudo consumarse la llegada a los Celtics de lo que parece el eslabón intermedio entre el trabajador Havlicek y el estelar Bird, dando por sentado el gusto céltico por los aleros blancos con un buen conocimiento del juego en equipo.

martes, 15 de octubre de 2013

Fin de lo que pudo ser una leyenda

Su historia tenía todos los alicientes para convertirse en una de esas leyendas de superación y éxito que el deporte, no solamente el de la pelota gorda, regalan a veces a sus seguidores. Sin embargo, la realidad ha sido más tozuda y, unida a un poco de mala suerte, han hecho que el cuento de hadas termine antes de tiempo y sin el brillo que se pronosticaba. Después de ser una estrella universitaria, plantar cara a una enfermedad crónica y superar una grave lesión de rodilla, de asombrar con un carisma especial y un look más que llamativo, Adam Morrison se retira del baloncesto activo y pasará a formar parte del cuerpo técnico de la Universidad de Gonzaga, donde militó durante tres temporadas, mientras concluye sus estudios. De este modo, el que fuera proyecto de estrella baloncestística se unirá a su mentor, Mark Few, y aconsejará a los jóvenes estudiantes sobre los avatares que les esperan en el paso al profesionalismo.

Es cierto que cualquier prometedor proyecto de alero blanco es siempre comparado con Larry Bird, pero puede que Morrison fuera el primero que pudiera convertirse verdaderamente en el heredero de Larry Legend, uno de los principales ídolos dentro de un vasto universo cultural y deportivo de este baloncestista. Algo menos creativo a la hora de crear juego y con una actitud defensiva más perezosa que el de Indiana, Morrison contaba con la enorme capacidad anotadora de Bird, además de una capacidad de liderazgo y una desmedida pasión por la victoria, además de una aspecto algo alejado de los stándares de un deportista profesional, con diferentes estilismos capilares, siempre con melena, y un bigote que, una vez más, recordaba al ídolo de los 80.

Nacido en un pequeño pueblo de Montana, Glendive, Morrison empezó a practicar baloncesto muy pronto, dado que su padre era entrenador de instituto y le inculcó desde joven los fundamentos técnicos de este deporte. La infancia itinerante en pos de los nuevos destinos de su familia concluyó en Spokane, una ciudad mediana del estado de Washington, sede de la Universidad de Gonzaga, entidad a la que se verá asociado desde su mudanza en adelante. Y es que, nada más llegar al que sería su nuevo hogar con apenas diez años, y siempre con una pasión desmedida por el deporte del balón naranja, se enroló en la organización universitaria como recogepelotas, lo que le permitió estar presente en todos los partidos y muchos entrenamientos.

Un enfermedad para toda la vida
Su progresión no era ningún secreto para los ojeadores locales, que incluso le invitaban a campus con jugadores de mayor edad, si bien nunca fue considerado uno de los mejores proyectos de su generación, a pesar de su rendimiento en la cancha. Durante uno de estos talleres de trabajo técnico y táctico, con la edad de 13 años, Morrison tuvo que enfrentarse al primer gran escollo en su carrera. Durante los días de entrenamiento, el joven alero fue perdiendo peso de forma exagerada, un proceso que culminó con el desmayo durante una de las sesiones el 2 de mayo de 1999. Tras varias pruebas en el hospital, el diagnóstico confirmó que el problema era una diabetes tipo 1, una enfermedad crónica que le haría esclavo de una dieta estricta y de la necesidad de inyectarse insulina frecuentemente, algo prácticamente incompatible con la vida de un deportista profesional.

Pero por aquel entonces, el baloncesto era solamente un juego, a pesar del carácter ganador que siempre le había acompañado, por lo que siguió compitiendo en su instituto, el Mead Senior High School, donde fue haciéndose un jugador indispensable en los esquemas de juego gracias a su facilidad anotadora y su liderazgo sobre la pista. Así, en sus cuatro años, fue el máximo anotador del equipo, logrando el récord de su conferencia con 1.904 puntos en una de las temporadas. En su último año, su instituto consigue llegar a la final de estado de Washington, un partido épico que Morrison tuvo que jugar fuertemente mermado por una hipoglucemia, a pesar de lo cual logró anotar 37 puntos que no ayudaron a conseguir la victoria.

En casa como en ningún sitio
Llegaba la hora de dar el salto a la universidad, y Gonzaga parecía el lugar más indicado. Allí podría saciar sus inquietudes intelectuales, que junto con su aspecto le había granjeado una fama de tipo estrafalario en la ciudad, sobre todo para un atleta, y permanecer cerca de casa para estar más arropado en su enfermedad, con la que ya había aprendido a vivir, inoculándose solo la insulina prácticamente desde el comienzo de su tratamiento. De esta forma, pronto se convirtió en una celebridad en su campus, como después lo sería en el seno de la NBA, gracias a su espíritu de superación de su enfermedad y a sus polémicas declaraciones políticas, su carácter intelectual, su reconocida defensa de las tendencias de izquierdas, esas tan poco presentes en el espectro político de EEUU, su admiración por el “Ché” Guevara, su interés por las tesis del marxismo-leninismo y su gusto por el heavy metal y estilos afines.

De la mano de Mark Few y con el número 3 a la espalda, Morrison fue progresando en su juego y en su importancia en al pista. En su primer curso, el equipo fue el mejor de su Conferencia con 11,4 puntos de aportación del joven alero. El segundo año, ya con más galones en los esquemas de Gonzaga, sus prestaciones subieron hasta 19 puntos por partido, logrando una vez más ser el mejor equipo de la WCC. Ya convertido casi en un ídolo en su tercera temporada en los Bulldogs, Morrison promedió 28,1 puntos por partido, con 13 partidos por encima de los 30 y un máximo de 40 puntos frente a Loyola Marymount. Este rendimiento le llevó a una rivalidad a distancia con el base de Duke J. J. Reddick como gran revelación de la temporada, una competición que se saldó con un MVP compartido por los dos jugadores. 

A nivel colectivo también fue el mejor año para los Zags, logrando colarse en el Sweet Sixteen, a apenas un par de pasos de la Final Four de la NCAA, si bien un competido partido contra UCLA, saldado con una pérdida de balón en la última posesión del pívot J. P. Batista, el segundo mejor jugador del equipo durante la temporada. Ese sería su último partido en Gonzaga, ya que había decidido dar el salto a la NBA antes de que su enfermedad le dificultara aún más la tarea, por lo que no pudo evitar echarse a llorar sobre el parqué al no haber podido poner la guinda al pastel, un requisito indispensable para su carácter ganador.

Sus buenos años en Gonzaga le habían abierto la puerta del baloncesto profesional, y su trabajo había costado. Mientras sus compañeros podían llevar una dieta normal para un deportista, con copiosas y energéticas comidas varias horas antes de los partidos, Morrison tenía que comer un par de filetes, una patata y unos guisantes apenas 2 horas y cuarto antes de cada encuentro, además de tener siempre dosis suficientes de insulina, que en su vida diaria llevada en una bomba pegada al pecho, en el banquillo, ya que llegaba a pincharse entre tres y cinco veces en cada partido, unas rutinas que tuvo que compaginar también, esta vez con más dificultades dados los continuos viajes y cambios de horario, en su vida profesional.

Después de tres años de creciente estrellato universitario, misteriosamente Morrison no se encontraba entre los jugadores más deseados para el Draft de 2006 según periodistas y expertos, lo que hacía que su futuro fuera una nueva incógnita. Sin embargo, su MVP no pasó desapercibido para Michael Jordan, que se acababa de hacer cargo de la dirección de la recién creada franquicia de Charlotte Bobcats, y decidió darle una oportunidad al joven alero. Un más que digno número 3 del Draft por detrás de Andrea Bargnani y LaMarcus Aldridge y grandes expectativas en una joven franquicia con malos resultados en sus únicas dos temporadas en la Liga.

De estrella a último recambio
Su deber fue esperanzador, con 14 puntos y 3 rebotes y, después de un partido de 30 puntos contra Indiana Pacers, el 35 se convirtió en la camiseta favorita en Charlotte, mientras que su peculiar aspecto con pelo largo y bigote también era imitado en las gradas Time Warner Cable Arena con pelucas y postizos. Sin embargo, su escasa implicación defensiva hizo que Bernie Bickerstaff le relegara a un papel más secundario en la rotación. Aún así, la temporada concluyó con 11,8 puntos y 2,9 rebotes de promedio, a pesar del descenso de protagonismo.

Sin embargo, su inicio más o menos prometedor se cortó de repente el 21 de octubre de 2007, en un partido de pretemporada contra Los Angeles Lakers mientras Morrison defendía a Luke Walton. Las pruebas médicas revelaron que la consecuencia de aquella dolorosa caída causó la rotura del ligamento cruzado anterior de su rodilla, una lesión que le mantuvo apartado de las canchas toda su segunda temporada, la 2007/08, y parte de la tercera. Su regreso, mediado el curso 2008/09, no fue nada exitoso, ya que el nuevo entrenador, Larry Brown, tenía más que decidida su rotación habitual y no estaba dispuesto a incluir en ella a un poco experimentado proyecto de estrella con poca inclinación hacia la defensa y que no había recuperado su facilidad anotadora después de la grave lesión. Así, en 44 partidos, sus promedios cayeron a 4,5 puntos y 1,6 rebotes, un papel testimonial que le relegó a servir como moneda de cambio, junto a Shannon Brown, para que Charlotte consiguiera a Vladimir Radmanovic.

Una vez en los Lakers, sus minutos sobre el parqué fueron nuevamente en descenso, aunque al menos estaba enrolado en un equipo ganador con una química en el vestuario más placentera que la de los perdedores Bobcats, un lugar en la que su peculiar carácter intelectual era bien aceptado, sobre todo por su entrenador, Phil Jackson, que le regaló varios libros de interés, como la biografía del “Ché” Guevara. Gracias a ello, y con el número 6 a la espalda, logró levantar dos títulos de Campeón, aunque con aportaciones simbólicas de 1,3 puntos en sus ocho partidos en 2009 y 2,4 en sus 31 encuentros la campaña 2009/10. La nueva temporada marcaba un nuevo inicio, otra vez en un equipo con sistemas de juego menos definidos ya que se encontraban en busca de una nueva estrella. Sin embargo, Morrison tampoco consiguió encajar en Washington Wizards, donde fue cortado antes del inicio de la temporada después de varios campus de entrenamiento.

Buscando un futuro más brillante
Un año en blanco no ayudaba a un posible regreso a la NBA, por lo que, con el fin de volver a sentirse importante, el peculiar y prometedor alero decidió probar en Europa durante la temporada 2011/12 para no desaprovechar su talento. Belgrado fue su destino, atraído por la fogosidad del público del Estrella Roja, muy similar a la de su alma máter Gonzaga, y el inicio fue más que prometedor. Líder de anotación del equipo y plenamente integrado para defender los colores, se ganó a la grada con su amplio repertorio de movimientos ofensivos y por un recobrado espíritu ganador, que le llevaba a celebrar sus canastas, hacer toda clase de gestos e, incluso, a tener sus más y sus menos con algunos jugadores rivales (y, por tanto, con los árbitros) durante los partidos. 8 partidos, 15,5 puntos y 3,1 rebotes por noche le hicieron volver a sentirse importante, por lo que abandonó la disciplina del Estrella Roja en busca de aspiraciones mayores, ya fuera en Europa o en la NBA.

Su reaparición no había causado tanta sensación en los círculos baloncestísticos como él había creído, por lo que, después de un par de meses sin jugar, tuvo que conformarse con la atracción del dinero turco. De este modo, el alero recaló en el Besiktas, donde rindió a buen nivel con 11,8 puntos aunque se quejaba de la ausencia de minutos de juego. Estas tensiones con el entrenador acerca de su protagonismo en el juego hicieron que se retirara voluntariamente del equipo después de tres meses enrolado en la disciplina del equipo, aunque sin causar tanta impresión en Estambul como en la capital serbia.

La aventura europea le sirvió para que los equipos NBA volvieran a abrirle las puertas, aunque los interesados tomaron toda clase de precauciones para no terminar de comprometerse del todo. Así, Morrison pasó por los campus de entrenamiento en Brooklyn Nets, Los Angeles Clippers y Pórtland Trail Blazers, los más interesados en su incorporación, aunque finalmente un nuevo corte antes de iniciar la temporada le dejó en la estacada y, después de otra temporada completa sin jugar, con casi 30 años de edad, el alero no se ve animado para un nuevo comienzo sobre la cancha. Habrá que marcarle de cerca en los banquillos para comprobar su adaptación.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Un tigre en el backcourt

La década de los 90 en la NBA fue una época de especial esplendor en la posición de escolta. Bajo la gigantesca sombra y la dominadora presencia de Michael Jordan se arremolinaban otras jóvenes estrellas y líderes rutilantes como Reggie Miller, Eddie Jones, Latrell Sprewell y, más tarde, Allen Iverson, Ray Allen y Kobe Bryant; las primeras muestras del talento extranjero de la mano de Drazen Petrovic y Shasha Danilovic; viejos rockeros que venían dando el callo desde los 80 como Joe Dumars, Mitch Richmond o Mario Elie, y tiradores infalibles como Jeff Hornacek, Steve Smith, Allan Houston o Dell Curry. En esta larga nómina de hombres exteriores, una lista casi inolvidable para los mitómanos del baloncesto de hace dos décadas, aparece un nombre algo menos brillante pero que, sin duda, dejó una huella importante en uno de los escenarios baloncestísticos más emblemáticos del mundo. El relumbrón de sus contemporáneos no le ha reservado un hueco en el Olimpo, pero el Madison Square Garden aún recuerda a John Starks.

La infancia de Starks no fue precisamente sencilla. Nacido en Tulsa, una de las principales ciudades del estado de Oklahoma, el pequeño John convivió durante su infancia con cuatro hermanos y dos hermanas, casi todos ellos de padres diferentes, un total de siete quebraderos de cabeza para Irene, una madre siempre pendiente de mejorar, en la medida de lo posible, la calidad de vida de su extensa familia. En este contexto, fue uno de sus hermanos mayores el que continuamente le retaba en la cancha de baloncesto, lo que le obligaba a esforzarse al máximo para poder conseguir arrebatarle un balón o meter una canasta, un rasgo de carácter que le acompañaría siempre que pisara el parquet, ese empeño por “jugar como un tigre”, como él mismo lo calificaba. A pesar de este pique continuo, Starks no empezó a jugar al baloncesto de forma organizada hasta su último año de instituto, en Tulsa Central High School, una experiencia finalmente positiva y que le hizo decidirse para intentar convertir el deporte de la pelota naranja en su modo de vida.

Cuatro universidades en cinco años
Sin embargo, la vida no iba a ser sencilla. Inscrito en una universidad de segunda fila, Rogers State College, el entrenador incluyó a Starks en una segunda unidad del equipo de baloncesto, un grupo de jugadores que solamente servían de sparring durante los entrenamientos para la plantilla oficial, sin posibilidad de jugar ni un solo partido. A ello se unían los problemas de conducta, que concluyeron con su expulsión cuando fue acusado del allanamiento de la habitación de un compañero de clase y el robo de un aparato estéreo. Northern Oklahoma College fue la elegida para el segundo curso, durante el que ya tuvo más oportunidades en el equipo de baloncesto. Incluso las autoridades universitarias y deportivas no le pusieron impedimento para que pudiera cumplir los cinco días en la cárcel a que había sido sentenciado por los altercados del curso anterior. Pero la cosa volvió a torcerse al curso siguiente, cuando ya jugaba con continuidad y promediaba más de 11 puntos por partido. Fue entonces cuando Starks fue sorprendido en su habitación fumando marihuana, motivo más que suficiente para la expulsión según las normas de la universidad.

Este segundo tropiezo en su errática conducta parecía dar al traste con sus intentos por hacerse un nombre en el baloncesto universitario, por lo que se buscó un trabajo ‘de verdad’ como dependiente del supermercado Safeway. Su nueva realidad le hizo darse cuenta de sus errores del pasado, por lo que intentó volver a la universidad, esta vez con claro propósito de enmienda para mejorar su formación en la rama de Empresariales. Una vez de nuevo en clase, esta vez en Tulsa Junior College, no pudo dejar pasar la oportunidad de enrolarse nuevamente en el equipo de baloncesto. Su buen rendimiento, en clase y, sobre todo, en la cancha, hicieron que Oklahoma State University, de mayor reputación dentro de la NCAA y su competición baloncestística, pujara por él.

Esta mejora de comportamiento y juego no fue refrendada por los equipos profesionales de baloncesto, que no confiaron en este menudo escolta con pasado problemático en el Draft de 1988. Sin embargo, sí había causado cierta buena sensación en algunos círculos, por lo que finalmente consiguió que los Golden State Warriors de Larry Brown le ofrecieron un contrato. Su primera experiencia NBA no fue demasiado positiva, con muy poca regularidad en sus minutos en cancha, lo que finalmente condujo a que la franquicia californiana le cortara sin terminar el curso. Sin embargo, el sueño ya había tomado forma y, con unos cuantos partidos sobre el parqué de la mejor Liga del mundo, la idea de ser baloncestitsta profesional se había convertido en una realidad al alcance de la mano. Las minoritarias Continental Basketball Association (CBA) y World Basketball League (WBL) fueron su refugio durante una temporada en la que compitió defendiendo los colores de Cedar Rapad Silver Bullets y Memphis Rockers, un trabajo callado que finalmente le valió una segunda oportunidad en la NBA.

El comienzo de una hermosa amistad
Los New York Knicks llamaron a su puerta para que probara en distintos campus de verano y en la pretemporada del equipo. Parecía que la garra derrochada sobre el parqué no iba a ser suficiente, a pesar de lo cual, Starks seguía esforzándose y dejando jugadas espectaculares en cada uno de los entrenamientos. La mala (o buena) suerte quiso que el joven escolta se lesionara la rodilla justo cuando intentaba hacer una acción de gran mérito, de esas que pueden garantizar un contrato en la NBA: un mate sobre Patrick Ewing, estrella del equipo de la Gran Manzana y uno de los pívots más reputados de la Liga. El convenio colectivo impedía que un jugador fuera cortado en caso de lesión e imponía un plazo máximo para asegurar la continuidad hasta final de temporada en caso de que la dolencia se prolongara. Y con esta argucia legal comenzó una de las historias de amor mutuo más intensas del baloncesto profesional, la de John Starks y el público del Madison.

El retorno de Starks a las canchas se produjo mediada la temporada 1990/91, justo en un partido ante los Chicago Bulls y la imponente figura de Jordan. Su intensa defensa sobre la gran estrella de la Liga le hicieron ganarse pronto el beneplácito del público en este primer partido con los Knicks, si bien su participación en el equipo no era aún protagonista. La llegada de Pat Riley al banquillo la temporada siguiente supuso un espaldarazo para el juego de Starks, dado el gusto del nuevo entrenador por el juego físico e intenso del escolta de Oklahoma, que se completaba con otros tipos duros de la plantilla como Charles Oakley y Anthony Mason.

Con “Mr. Gomina” a los mandos y Patrick Ewing como principal referencia ofensiva en el campo, los minutos en el campo y el rendimiento en la pista fueron creciendo, revelándose como un más que decente tirador de larga distancia, una defensor implacable y un buen generador de juego gracias a rápidas y poderosas penetraciones. Además, su entrega y un carácter explosivo también habían ayudado a que los fans le tomaran como referencia en el equipo, alguien que, al margen de sus condiciones técnicas, mostraba un deseo de ganar que, entre los habituales del Madison, se interpretaba como un amor incondicional a los colores. Celebraciones exaltadas, gestos de rabia y confrontaciones con sus defensores y defendidos son aún recordados por algunos seguidores, destacando anécdotas como el enfado de Jordan y Pippen que casi acaba en una pelea, el cabezazo propinado a Reggie Miller que el costó la expulsión o el pateo del balón tras una polémica decisión arbitral.

Sin embargo, a nivel colectivo, los Knicks y su mejorado juego se chocaban siempre con la supremacía de los Bulls en aquellos años, además de las encarnizadas luchas con dos de sus grandes rivales en la década de los 90, Indiana Pacers y Miami Heat. Precisamente uno de los sus enfrentamientos contra los indiscutibles campeones de aquellos años se produjo la jugada que elevaría definitivamente a Starks a los altares de los fans neyorkinos. El 25 de mayo de 1993, con apenas 50 segundos por jugarse en el igualado segundo partido de las Finales de la Conferencia Este en el Madison Square Garden, el escolta cogió el balón, dribló a BJ Armstrong, remontó la línea de fondo y desafió con un potentísimo salto a Horace Grant y Michael Jordan que intentaban taponarle, una jugada que, en el imaginario Knickerbocker se conoce únicamente como “The Dunk”.

Convertido en leyenda para sus propios seguidores, tocaba dar un golpe sobre la mesa de la NBA. Y éste llegó en la temporada 1993/94. Plenamente asentado como titular en el equipo y con una participación importante en minutos, Starks aprovechó el curso para elevar su rendimiento en la pista, registrando el mejor promedio de su carrera en puntos (19), asistencias (5,9) y robos de balón (1,6), cifras que le valieron su selección para la disputa del All-Star Game. Sin embargo, la felicidad no pudo ser completa y una grave lesión le apartó de los últimos meses de competición, algo que, afortunadamente, no arruinó la buena marcha del equipo, que siguió su camino hacia la post-temporada a pesar de la ausencia de su segundo máximo anotador, solamente por detrás de la titánica presencia de Ewing.

Afortunadamente, los plazos de recuperación de la lesión se fueron acortando, de modo que Starks pudo reincorporarse al equipo en los Play-Offs y ser importante en las Finales de la NBA contra Houston Rockets, las primeras de la franquicia neoyorkina en dos décadas. De hecho, después de mostrar un buen rendimiento durante casi todos los partidos, lo que ayudó a conseguir una ventaja de 3-2 para los de Nueva York, el séptimo partido en Houston fue uno de los peores recuerdos para Starks, con apenas dos canastas anotadas en todo el partido y un total de diez tiros fallados solamente en el último cuarto.

La competencia en la Conferencia Este volvía a ser máxima con la llegada de nuevas estrellas y, sobre todo, por el regreso de Jordan a los Bulls después de una retirada de un año y medio. Así, a pesar de que la química del equipo seguía siendo buena, los resultados finales fueron peores que los del año anterior, lo que hizo que el equipo se fuera desmembrando. El golpe más duro fue el fichaje de Pat Riley por Miami Heat, lo que supuso la llegada al banquillo de Don Nelson y la reducción del protagonismo de Starks en beneficio de Hubert Davis, un jugador menos querido por la afición pero con un carácter más dócil y más disciplina táctica. El experimento Nelson duró poco y pronto fue sustituido por Jeff Van Gundy, que volvió a situar a Starks como titular. Sin embargo, los tiempos habían cambiado y era momento de ir reestructurando el equipo, algo que afectó de forma especial al escolta de Oklahoma cuando los Knicks ficharon a Allan Houston, uno de los mejores tiradores de la Liga. Con la titularidad perdido en beneficio del nuevo fichaje, Starks no se desanimó y siguió trabajando con intensidad, aunque con menos presencia en pista. A pesar de ello, sus promedios anotadores se mantuvieron por encima de los 13 puntos por partido, lo que le valió el premio del Mejor Sexto Hombre en la temporada 1996/97.

Despedida y cierre
Tras dos años de suplencia y buenas actuaciones a pesar de la reducción de minutos en pista, los Knicks buscaban nuevas piezas para mantener un buen nivel en la competición. De este modo, Starks fue enviado a cambio de Latrell Sprewell a Golden State Warriors, su primer equipo en la NBA, aunque con una suerte bien distinta a aquella primera temporada tras la universidad. En California, el escolta recuperó la titularidad y vio aumenta sus minutos de juego, aunque sus prestaciones no se vieron muy beneficiadas por este aumento de protagonismo, manteniendo buenas medias aunque mostrando una menor explosividad en sus movimientos y un acierto algo menor en sus tiros lejamos. A pesar de abandonar la Gran Manzana, los aficionados neoyorkinos no olvidaban a su carismático jugador, que ha sido recibido con sonoras ovaciones siempre que ha acudido al Madison, más como público que para jugar. Y así, con unos promedios anotadores menguantes, la carrera de 13 años de Starks en la NBA se fue apagando con un fugaz paso por Chicago Bulls y dos temporadas en Utah Jazz.

Después del baloncesto, la vida de Starks se ha dedicado a los comentarios televisivos de partidos de sus queridos Knicks, a una breve experiencia como entrenador del espectacular slamball, a la inversión en diferentes empresas, la más importante una marca de zapatillas, y, sobre todo, a la creación de John Starks Foundation, una asociación que trabaja en Tulsa y otras localidades de Oklahoma con familias en riesgo de exclusión social o con falta de recursos para una buena alimentación o la educación de los más pequeños.

El eterno '3'

Al no haber conseguido llevarse el gato al agua en las Finales de 1994, John Starks no figura en el Olimpo de jugadores con su número retirado en el Madison Square Garden, como sí lo hacen los héroes de los títulos de 1970 y 1973 o su compañero Patrick Ewing, líder histórico de la franquicia en gran parte de las categorías estadísticas. Sin embargo, el escolta de Oklahoma siempre será el número 3 de los Knicks para muchos aficionados, entre ellos el director de cine Spike Lee, que frecuentemente luce su camiseta en la silla a pie de pista que ocupa desde hace décadas en el pabellón neoyorkino. Los aficionados más jóvenes quizás recuerden mejor a otros que, a pesar de la legendaria presencia de Starks, han decidido llevar este número en los Knicks, como Stephon Marbury, Tracy McGrady o, más recientemente, Kenyon Martin, jugadores que no han conseguido hacer olvidar a ese menudo tirador que lucha “como un tigre” cada posesión.

Información complementaria

viernes, 13 de septiembre de 2013

Sorpresa en la conquista de América

Como suele ser habitual, el campeonato FIBA Américas de 2013 se presentaba algo descafeinado por la renuncia de muchas de las grandes estrellas del continente a participar en esta cita, que servía como torneo clasificatorio para el MundoBasket de 2014 en España. Sin embargo, una vez que se echó el balón al aire, los análisis sobre el papel no sirvieron para nada y la pasión y las ganas de algunas de las selecciones participantes pusieron cierto picante a una cita dominada por las sorpresas, tanto agradables como negativas.

Sin duda, el gran protagonista del torneo ha sido el equipo de México. Después de no clasificarse para el FIBA Américas de 2011 y tener actuaciones más bien discretas en sus anteriores participaciones, la selección centroamericana se presentaba en el torneo sin ningún tipo de presión y como invitada por la organización. Sobre la cancha, las cosas serían diferentes a lo previsto, con tres victorias en los primeros partidos, todas ellas con bastante solvencia, y un único tropiezo contra Argentina. Ya en estos primeros compases del campeonato, la figura de Gustavo Ayón se erigió como pieza central del juego mexicano, con muchos minutos de presencia en pista y una importancia capital en el juego en ambos lados de la cancha. La segunda fase comenzó un poco peor, encadenando una derrota ante Canadá, aunque se pudo solventar el paso a las semifinales con victorias en los tres partidos restantes, lo que suponía la clasificación de los mexicanos para el Mundial de 2014, dando además una buena imagen. La selección dirigida por el español Sergio Valdeolmillos tenía dos partidos para seguir soñando con la tranquilidad de tener el trabajo bien hecho y haber superado con creces las expectativas. Con esta tranquilidad, México supo vengarse de su único verdugo en primera ronda, Argentina, y clasificarse de esta manera para su primera final de este torneo. Puerto Rico sería la última víctima en un partido con multitud de alternancias en el marcador y que se decidió por apenas dos puntos. El éxito de los mexicanos se debe a un juego que, a excepción del liderazgo absoluto de Ayón y de un destacado papel secundario de Orlando Méndez por fuera y Héctor Hernández Gallego por dentro, es muy coral tanto en ataque como en defensa, con una implicación total de los jugadores, incluyendo aquellos que han tenido una presencia testimonial.

De este modo, Puerto Rico se quedó a las puertas del que parecía que iba a ser su torneo. Invicto en la primera fase, el equipo boricua buscaba imponerse gracias a un juego ágil y rápido, con muchas posesiones y una gran cantidad de posibilidades en ataque. Renaldo Walkman ejercía de líder en la anotación, mientras que el ritmo del juego lo marcaban dos jugadores imaginativos y resolutivos, J. J. Barea y Carlos Arroyo. Un juego atractivo pero que, tras un inicio deslumbrante, sufrió tres derrotas, dos en la segunda fase y una en el partido definitivo, un encuentro en el que los portorriqueños lucharon con todas sus fuerzas para remontar las ventajas de México, aunque finalmente sucumbieron en un último cuarto de mucho acierto.

Con ese mismo sabor de boca agridulce vuelven los jugadores de Argentina. A pesar de que la Generación Dorada estaba únicamente representada por Luis Scola, los albicelestes confiaban en que fuera suficiente la presencia de jugadores que ya habían entrado en al dinámica del equipo en anteriores campeonatos, la dirección experta de Julio César Lamas y la costumbre reciente de que Argentina es un equipo victorioso. Sin embargo, desde muy pronto el juego argentino dio síntomas de cierta endeblez, teniendo que echar mano del oficio y las ganas para sacar adelante muchos partidos, a pesar de lo cual se llevan el bronce colgado al cuello. Scola ha rayado a buen nível, Juan Gutiérrez ha hecho su trabajo sin rechistar y Facundo Campazzo se ha erigido en líder y conductor del juego demostrando que, con algo menos de talento que sus predecesores (Pepe Sánchez, Pablo Prigioni o Alejandro Montecchia), sí tiene carácter y desparpajo de sobra para guiar el juego albiceleste en el futuro. Sin embargo, el relevo generacional que se esperaba de otros jugadores no se ha producido aún y, salvo Selem Safar y algunos momentos de Marcos Mata, el futuro sigue siendo una incógnita para los argentinos.

El cuarto clasificado para el MundoBasket de España es la República Dominicana, que alcanzó las semifinales con cierta solidez. Al igual que Puerto Rico, los dominicanos basaron su juego en las transiciones rápidas y, por tanto, la multiplicación de posesiones y opciones de ataque, jugándose la mayor parte de los tiros al acierto del tirador Francisco García, las penetraciones de james Feldeine y el trabajo interior de Eulis Báez.

Aparte de las selecciones que han conseguido la medalla o la clasificación para el Mundial, hay otros equipos que pueden poner buena nota a su participación en este FIBA Américas de Caracas. La selección anfitriona, Venezuela, ha conseguido dar más de una sorpresa a equipos a priori más fuertes gracias a una gran motivación y a pesar de no contar con Greivis Vásquez, su jugador más talentoso. Así, los vinotinto estuvieron a punto de colarse en las semifinales gracias a un juego muy coral y a los arrebatos anotadores y de calidad del nacionalizado Donta Smith. Por su parte, Uruguay también ha conseguido sacar algunos buenos resultados gracias a un plantel bastante experimentado y con las jerarquías claras. Esteban Batista era el principal referente en ataque, mientras que Leandro García tenía licencia para acaparar balón y tiros en sistemas dirigidos por el joven Fitipaldo y el veterano Mazzarino.

Jamaica y Canadá se han encargado de dar algo de emoción a la segunda fase con alguna victoria inesperada y un buen trabajo sobre la cancha, sobre todo en el caso de los canadienses, que contaban con varios jugadores con experiencia en NBA y en Europa, como Cory Joseph, Joel Anthony, Andy Rautins, Levon Kendall o Tristan Thompson, para armar un equipo rocoso y conjuntado. Por su parte, Paraguay fue el convidado de piedra en este torneo, con el equipo más débil del campeonato, compuesto por jugadores que no han salido de su país.


Sin embargo, la gran decepción del FIBA Américas ha sido Brasil. Acostumbrado a estar presente en la lucha pro las medallas y sin problemas para clasificarse para MundoBaskets y Juegos Olímpicos, los cariocas han jugado el peor torneo de su historia, contando todos sus partidos por derrotas. Es cierto que el potencial de su plantilla se encontraba bastante mermado con respecto a otras citas internacionales, si bien esta selección suele contar con bajas para el torneo continental y nunca ha protagonizado un papel tan discreto. Marcelino Huertas era el nombre más brillante en un plantel compuesto principalmente por jugadores que compiten en Brasil y que presentaba un juego interior muy mermado con respecto al potencial que habitualmente tiene. Sin Splitter, Varejao y Nené, ni siquiera Vitor Faverani ha acudido a la llamada de la selección, que se ha jugado la clasificación para el Mundial con la eterna promesa de Caio Torres y Rafael Hettsheimer, inutilizado durante toda la temporada en el Real Madrid. Imprecisiones, nervios y falta de fe han lastrado al equipo de Rubén Magnazo, que tendrá que esperar las buenas intenciones de la FIBA para recibir una invitación para la ciudad internacional de 2014.

Todos los resultados y estadísticas en la web oficial del torneo.

martes, 3 de septiembre de 2013

Los ‘segundones’, a sacar brillo a la Corona de Europa

El EuroBasket de Eslovenia decidirá, como ocurre cada dos años, cual es la cantera europea de jugadores de baloncesto más en forma del momento. Sin embargo, las lesiones, la veteranía y los contratos NBA, entre otros motivos, han hecho que esta sea una de las ediciones del campeonato de selecciones con mayor número de bajas de renombre. De este modo, muchos de los equipos han tenido que rehacer sus esquemas, replantear sus expectativas y dar una vuelta de tuerca a su libro de jugadas, ya que, en muchos casos, serán los ‘segundones’, jugadores que otrora ocuparan un rol menos protagonista o jóvenes talentos en busca de su confirmación, quienes tendrán que tomar las riendas de sus equipos y reivindicar el brillo de la Corona de Europa, empañado sobre el papel por la cantidad y la entidad de las ausencias anunciadas.

Antes de que se lance el balón al aire, y a pesar de que las selecciones más potentes son las que más bajas de renombre presentan, apenas un pequeño grupo de equipos parece lo suficientemente fuerte, ya sea por juego, plantilla o dinámica en los últimos campeonatos, como para luchar por las medallas. España, como defensora del título y a pesar de que los MVP de los pasados EuroBasket, Pau Gasol y Juan Carlos Navarro, no sean de la partida, y Francia, uno de los equipos más físicos y finalista hace dos años, son los que parten con más posibilidades, aunque la habitual competitividad de las escuadras griega y lituana puede acercar el oro a estos lugares. Además, Eslovenia puede intentar estrenarse en el medallero de la competición aprovechando su condición de anfitrión, mientras que Croacia parece estar lista para poner fin a su continua reconstrucción y a la sequía de perseas que dura ya desde 1995. La siempre competitiva Grecia también llega dispuesta a plantar batalla con un equipo que incluye a varios de los dominadores de las dos últimas ediciones de la Euroliga y una plantilla de jugadores batalladores y con oficio.

Los equipos. Grupo A
Francia se presenta en esta ocasión con un equipo algo mermado en lo que a su juego interior se refiere, aunque no parece que las piezas de recambio vayan a reducir mucho la capacidad atlética y las posibilidades de juego rápido y con alternativas en el ataque. Sin Joakim Noah, Kevin Seraphin, Ali Traoré, Ronnie Turiaf y Ian Mahinmi, la pintura será organizada por el capitán, Boris Diaw, que será el encargado de moldear a los ‘nuevos’ (Alex Ajinça, Joffrey Lauvergne y Johan Petro) para que puedan desempeñar las funciones de los que ahora faltan. Los líderes sobre la pista estarán, sin embargo, fuera de la línea de tres puntos, con Tony Parker como catalizador principal del juego, Mickael Gelabale y Nicolas Batum aprovechando su superioridad física en ambos lados de la cancha y Nando de Colo como referencia indiscutible de una segunda unidad francesa, que contará con la dirección de Thomas Heurtel y el músculo de Florent Pietrus y de Charles Kahudi.

El caso de las bajas se ceba especialmente con el equipo de Gran Bretaña, ya que gran parte de sus posibilidades de mejorar en algo su anterior participación pasaban por la presencia de Luol Deng y de un juego interior nada desdeñable con jugadores como Joel Freeland, Pops Mensah-Bonsu y, en menor medida, el retirado Robert Archibald y el lesionado Daniel Clark. Devon Van Oostrum y Kieron Achara tratarán de echarse a la espalda un equipo que, a priori, no cuenta con los mimbres necesarios para competir en condiciones.

Tal y como ocurre en el caso británico, las exiguas posibilidades de llegar a algo de una selección de Alemania cada vez más mermada pasaban por la participación de sus jugadores NBA. Pero sin Dirk Nowitzki ni Chris Kaman y una plantilla cada vez más renovada debido a la retirada de algunos viejos rockeros que protagonizaron los buenos resultados de la década anterior, los germanos no han de hacerse muchas ilusiones. Se trata de un equipo joven y muy voluntarioso, pero al que le falta algo de velocidad a la hora de ejecutar los sistemas y algunas de esas pillerías que te dan los años. Heiko Schaffartzik, seguramente desplazado a la posición de escolta para aprovechar su capacidad anotadora, y Tibor Pleiss en la pintura serán las dos referencias de un equipo que puede dar alguna alegría a su país en los próximos años (y una muy grande si la cantera teutona alumbrara un nuevo Nowitzki).

Tanto Ucrania como Bélgica pueden conformarse con el premio de estar incluidas en el torneo final del Eurobasket, aunque el nivel de clase media-baja del grupo puede hacer que se cuelen en la segunda ronda. Los bálticos se presentan con la intención de correr o, al menos, jugar lo más rápido posible. Para ello, cuenta con el nacionalizado Pooh Jeter, que dirigirá el juego de los ucranianos, y el tirador impenitente Sergii Gladyr, máximo anotador del equipo, aunque adolece de bajas en un juego interior que, ya de por sí, no era demasiado impresionante. Los belgas, por su parte, dejarán el juego en manos de Axel Hervelle, Maxime De Zeeuw y Sam Van Rossom, aportando pocas alternativas más, aunque puede que suficiente para asustar a alguno de los equipos del grupo.

Israel es la principal incógnita del grupo. Por nombres, esta plantilla no debería tener ningún problema para pasar la primera ronda y, una vez en el segundo grupo, empezar a soñar con meterse en las eliminatorias. Sin embargo, la endeblez de su juego, una cierta improvisación en sus formas y un juego interior bastante corto pueden hacer florecer las dudas, sobre todo si aparece alguna derrota inesperada. Omar Casspi está llamado a ser la referencia en un equipo en el que Yogev Ohayon dirige, el nacionalizado Alex Tyus guarda la pintura, Guy Pnini tira y Lior Eliyahu se reserva los momentos de inspiración.

Grupo B
Lituania y Serbia son las dos selecciones que deberían dominar este grupo, si bien cada una de ellas se encuentra en un momento distinto. Los bálticos presentan a sus estrellas con cartel NBA y generosas en centímetros, Linas Kleiza, Donatas Montejunas y Jonas Valanciunas, como principales baluartes, junto a un equipo en el que hay unas cuantas caras nuevas, algunas piezas talentosas con experiencia y peso en la selección, como Mantas Kalnietis y Martynas Pocius, y un frontcourt curtido en mil batallas, con los hermanos Lavrinovic y Robertas Javtokas. Puede echarse de menos ese liderazgo, más ‘mediterráneo’ que báltico, de Sarunas Jasikevicius, sobre todo en momentos de cierto atasco, así como la veteranía de otros habituales, aunque nadie puede dudar de la competitividad y la tradición baloncestística de Lituania, siempre seria y aspirante a todo.

El caso de los balcánicos es distinto. El seleccionador Dusan Ivkovic ha iniciado el enésimo relevo generacional de Serbia. Nenad Krstic es el jugador con más galones y gran parte del juego orbitará a su alrededor, mientras que Stefan Markovic y Nemanja Bjelica tendrán que dar un paso al frente dentro de la comandancia de la selección. Y es que, con una convocatoria de jugadores de entre 19 y 22 años, las bajas repentinas de Vladimir Lucic y Milos Teodosic parecen un poco más graves. A pesar de que el potencial de la selección parece reducirse si se compara con las plantillas de otros campeonatos, que contaban con piezas muy versátiles como Marko Keselj, Novica Velickovic o Dusko Savanovic, no hay que dudar de la capacidad de motivación y dirección de Ivkovic, de la experiencia de los tres ‘viejos’ de esta selección y del inagotable talento y los extraordinarios resultados del método de trabajo de la cantera balcánica. Ya en 2009, con un equipo formado por jugadores casi imberbes, se plantaron en la final y derrotaron a la futura campeona, España, en el primer partido.

La tercera plaza del grupo se disputará principalmente entre las otras tres selecciones balcánicas del grupo. Así, Macedonia intentará volver a sorprender con el juego aguerrido y los arranques de talento de Bo McCalebb que le llevaron a las semifinales en 2011. La estructura del equipo sigue siendo la misma, con Pero Antic como segundo espada, y su carácter al saltar a la pista también, aunque puede que el factor sorpresa de hace dos años ya no les valga. Por su parte, Montenegro tendrá que hacer fuerte su juego interior, su principal baza a pesar de la baja de Nikola Pekovic, e intentar minimizar las carencias en el perímetro. Bosnia Herzegovina parece el rival más débil del grupo balcánico, aunque una buena racha de Mirza Teletovic, máximo anotador del equipo, o el esperado salto de calidad de Nihad Djedovic podrían dar alguna que otra sorpresa a sus contendientes, todo ello al ritmo que marque el base nacionalizado Zach Wright.

El último contendiente en este grupo es Letonia, que seguramente sea uno de los sacrificados en la primera fase. Sin Andris Biedrins, jugador en franca decadencia en su carrera NBA, el juego letón resulta un tanto previsible, siempre buscando a Kaspars Berzins en el interior o a Janis Blums en el exterior. La sorpresa puede llegar de la mano de Janis Strelnieks, un base joven que ganará protagonismo en la rotación y que puede intentar imprimir algo de frescura al juego de su selección.

Grupo C
Se prevé que España sea el dominador de este grupo. Sin Pau Gasol y Juan Carlos Navarro, líderes sobre la pista de este equipo, le toca a sus sustitutos naturales dar un paso adelante. Marc Gasol ya lo está haciendo, a pesar de que su juego no es tan efectivo en ataque como el de su hermano, aunque sí más dado a la ayuda a los compañeros en ambos lados de la pista. Rudy Fernández, por su parte, no termina de ser el jugador total al que se lleva esperando casi un lustro, aunque sin duda cumple con buena actitud defensiva y rachas irregulares de acierto anotador, quizás el mayor de los problemas que puede presentar la selección. Y es que, salvo por la sobriedad de José Manuel Calderón, el ordenado caos de Sergio Rodríguez, en ocasiones malinterpretado por sus compañeros, y las aportaciones ocasionales de Álex Mumbrú y Fernando San Emeterio, el juego de España en ocasiones parece abocado a las ráfagas de inspiración de los jugadores. Ricky Rubio puede parecer el mejor base del mundo o un aprendiz con apenas unos segundos de diferencia, Sergi Llull rema muy bien a favor de corriente pero le falta cierto carácter para echarse el equipo a las espaldas en momentos malos, Germán Gabriel necesita más minutos de los que va a disponer para ofrecer lo mejor de su juego y Víctor Claver sigue haciendo esperar su mejor versión, esa que se deduce de sus inmejorables condiciones para este deporte pero que, quizás por falta de sangre competitiva, nunca se ha llegado a ver.

Croacia y Eslovenia se encuentran en un punto de inflexión importante. Por un lado, los dálmatas parecen presentar un equipo sin demasiadas fisuras por primera vez desde los tiempos gloriosos de Petrovic, Kukoc y Radja, aunque evidentemente este nivel es difícil de alcanzar. En esta ocasión, el referente interior es Ante Tomic, muy mejorado después de su primera temporada en Barcelona, mientras que la amenaza exterior pasa por Roko Leni Ukic, todo ello con la inestimable ayuda de Bojan Bogdanovic, que puede ejercer como jugador total desde la posición de alero. Además, la rotación no se antoja precisamente corta, por lo que jugadores como Luka Zoric, Luksa Andric y Damir Markota en la pintura y Dontaye Draper y Krunoslav Simon en el perímetro van a ser de gran ayuda en el conjunto de Jasmin Repesa.

Eslovenia, por su parte, está viendo como una de sus generaciones de más calidad va envejeciendo. Beno Udrih renuncia a la selección, como suele ser habitual, pero Maljkovic no podía contar a priori con la baja de Erazem Lorbek, una de las referencias dentro del vestuario y encima del parqué. De este modo, Goran Dragic marcará el estado de salud del juego esloveno, siempre apoyado por jugadores con oficio, como Jaka Lakovic y Uros Slokar, y el genio y la polivalencia de Bostjan Nachbar. En la pintura, un importante termómetro de hasta donde puede llegar Eslovenia en las eliminatorias está en las actuaciones de Mirza Begic, que debe demostrar que está a la altura del contrato que acaba de firmar.

El grupo se completa con una República Checa aún inmersa en un relevo generacional entre los veteranos Jiri Welsch y Lubos Barton, que han mutado su papel en el equipo con el paso de los años, y los jóvenes Tomas Satoransky y Jan Vesely, la estrela absoluta de este combinado; una Polonia que intentará imponer los centímetros y la fuerza de jugadores como Maciej Lampe, Marcin Gortat y Michal Ignerski y saber usar con moderación los arrebatos anotadores del nacionalizado Thomas Kelati, y una Georgia que cuenta con jugadores desequilibrantes, como Manuchar Markoishvili y Ricky Hickman, y con oficio, como Victor Sanikidze y Giorgi Shermadini.

Grupo D
El último grupo es el de las incógnitas. Quitando a las dos selecciones nórdicas, Finlandia y Suecia, los otros cuatro equipos tienen posibilidades de hacerse un hueco en la segunda ronda e, incluso, en las eliminatorias, aunque deberán sobreponerse a diferentes problemas, desde las bajas que afectan a la gran mayoría de selecciones a periodios históricos difíciles en sus federaciones.

Parece que Grecia parte con cierta ventaja en este grupo. Hace ya varios campeonatos que no pueden contar con dos de las joyas más brillantes de su última generación dorada, Theo Papaloukas y Dimitris Diamantidis, por lo que se han habituado sobradamente a jugar sin ellos. El mariscal de campo es, sin duda, Vassilis Spanoulis, que se verá rodeado de un buen grupo de jugadores cumplidores y experimentados. Ioannis Boroussis será el referente en la pintura, donde también se darán cita Kaimakoglou, Mavrokefalidis, Printezis y Fotsis, mientras que por fuera estarán Michael Bramos como tirador especialista y Kostas Papanikolau y Stratos Perperoglou poniendo intensidad a ambos lados de la pista. Su principal defecto puede ser una cierta improvisación en algunos momentos del partido, mientras que uno de sus puntos fuertes será su competitividad sin límites, que hace que nunca dejen de agarrarse a la pista.

Turquía y Rusia parecen claros candidatos a pasar a la segunda ronda, aunque afrontan situaciones comprometidas. En el casi de los otomanos, el segundo puesto en el MundoBasket de 2010 queda ya lejano y, a pesar de poder contar con sus principales estrellas, no parece un equipo tan temible como en anteriores ocasiones, sobre todo al haber perdido algunas piezas de cierto valor en los puestos de base y escolta. Ersan Ilyasova deberá dar un paso al frente, ya que Hedo Turkoglu ya no está para liderar el ataque durante todo el partido. Su sucesor natural, Emir Preldzic, también deberá dar un golpe sobre la mesa. Por dentro, centímetros y mala lecha hay de sobra, con jugadores como Omer Asik, Semih Erden, Oguz Savas y Kerem Gonlum.

La situación de Rusia parece aún mas complicada por la dimensión de sus bajas, sobre todo en la pintura (Kirilenko, Khryapa, Mozgof, Kaun), y por el rocambolesco caso vivido pro su federación y su cuerpo técnico, con la dimisión prácticamente obligada de Fotis Katsikaris a apenas unos días de la concentración. Sea como fuera, el equipo cuenta con algunos de los jugadores que fueron importantes para la consecución de la medalla de bronce en los JJ.OO. de Londres, tales como el talentoso base Alexey Shved, el tirador impenitente Vitali Fridzon o la polivalente figura de Sergey Monya. Las ausencias hacen un poco más complicada la alineación interior, para la que se ha recuperado a un viejo rockero, Alexey Savrasenko.

De este río revuelto puede beneficiarse Italia. Su momento no es el mejor, con dos de sus principales estrellas, Andrea Bargnani y Danilo Gallinari, en el dique seco por lesión y a la espera de la llegada de la prometedora generación de Amadeo Della Valle, campeona del Europeo Sub20 de este mismo año. De este modo, Marco Bellinelli queda como único capitán del barco, y no lo tendrá fácil en un equipo que también acusará algunas bajas no NBA. Para ayudarle, el base nacionalizado Travis Diener, el alero Luigi Datome y, por dentro, Marco Cusin.

Completan el grupo las dos selecciones nórdicas, que pocas opciones tienen de pasar a la siguiente ronda, salvo que consigan dar alguna sorpresa a estos equipos en dificultades. Suecia parte con Jonas Jerebko como estrella indiscutible, aunque tendrá que dejar algo de brillo para el joven alero Jeffery Taylor. Finlandia, por su parte, confiará en la creatividad en ataque de Peteri Koponen, que estará bien secundado en la dirección por Teemu Rannikko. Por dentro, gran parte de los minutos y de los balones serán para el nacionalizado Gerld Lee, que tendrá la ayuda del veteranísimo Hanno Möttölä.

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Toda la información oficial del torneo, en la página www.eurobasket2013.org