jueves, 26 de septiembre de 2013

Un tigre en el backcourt

La década de los 90 en la NBA fue una época de especial esplendor en la posición de escolta. Bajo la gigantesca sombra y la dominadora presencia de Michael Jordan se arremolinaban otras jóvenes estrellas y líderes rutilantes como Reggie Miller, Eddie Jones, Latrell Sprewell y, más tarde, Allen Iverson, Ray Allen y Kobe Bryant; las primeras muestras del talento extranjero de la mano de Drazen Petrovic y Shasha Danilovic; viejos rockeros que venían dando el callo desde los 80 como Joe Dumars, Mitch Richmond o Mario Elie, y tiradores infalibles como Jeff Hornacek, Steve Smith, Allan Houston o Dell Curry. En esta larga nómina de hombres exteriores, una lista casi inolvidable para los mitómanos del baloncesto de hace dos décadas, aparece un nombre algo menos brillante pero que, sin duda, dejó una huella importante en uno de los escenarios baloncestísticos más emblemáticos del mundo. El relumbrón de sus contemporáneos no le ha reservado un hueco en el Olimpo, pero el Madison Square Garden aún recuerda a John Starks.

La infancia de Starks no fue precisamente sencilla. Nacido en Tulsa, una de las principales ciudades del estado de Oklahoma, el pequeño John convivió durante su infancia con cuatro hermanos y dos hermanas, casi todos ellos de padres diferentes, un total de siete quebraderos de cabeza para Irene, una madre siempre pendiente de mejorar, en la medida de lo posible, la calidad de vida de su extensa familia. En este contexto, fue uno de sus hermanos mayores el que continuamente le retaba en la cancha de baloncesto, lo que le obligaba a esforzarse al máximo para poder conseguir arrebatarle un balón o meter una canasta, un rasgo de carácter que le acompañaría siempre que pisara el parquet, ese empeño por “jugar como un tigre”, como él mismo lo calificaba. A pesar de este pique continuo, Starks no empezó a jugar al baloncesto de forma organizada hasta su último año de instituto, en Tulsa Central High School, una experiencia finalmente positiva y que le hizo decidirse para intentar convertir el deporte de la pelota naranja en su modo de vida.

Cuatro universidades en cinco años
Sin embargo, la vida no iba a ser sencilla. Inscrito en una universidad de segunda fila, Rogers State College, el entrenador incluyó a Starks en una segunda unidad del equipo de baloncesto, un grupo de jugadores que solamente servían de sparring durante los entrenamientos para la plantilla oficial, sin posibilidad de jugar ni un solo partido. A ello se unían los problemas de conducta, que concluyeron con su expulsión cuando fue acusado del allanamiento de la habitación de un compañero de clase y el robo de un aparato estéreo. Northern Oklahoma College fue la elegida para el segundo curso, durante el que ya tuvo más oportunidades en el equipo de baloncesto. Incluso las autoridades universitarias y deportivas no le pusieron impedimento para que pudiera cumplir los cinco días en la cárcel a que había sido sentenciado por los altercados del curso anterior. Pero la cosa volvió a torcerse al curso siguiente, cuando ya jugaba con continuidad y promediaba más de 11 puntos por partido. Fue entonces cuando Starks fue sorprendido en su habitación fumando marihuana, motivo más que suficiente para la expulsión según las normas de la universidad.

Este segundo tropiezo en su errática conducta parecía dar al traste con sus intentos por hacerse un nombre en el baloncesto universitario, por lo que se buscó un trabajo ‘de verdad’ como dependiente del supermercado Safeway. Su nueva realidad le hizo darse cuenta de sus errores del pasado, por lo que intentó volver a la universidad, esta vez con claro propósito de enmienda para mejorar su formación en la rama de Empresariales. Una vez de nuevo en clase, esta vez en Tulsa Junior College, no pudo dejar pasar la oportunidad de enrolarse nuevamente en el equipo de baloncesto. Su buen rendimiento, en clase y, sobre todo, en la cancha, hicieron que Oklahoma State University, de mayor reputación dentro de la NCAA y su competición baloncestística, pujara por él.

Esta mejora de comportamiento y juego no fue refrendada por los equipos profesionales de baloncesto, que no confiaron en este menudo escolta con pasado problemático en el Draft de 1988. Sin embargo, sí había causado cierta buena sensación en algunos círculos, por lo que finalmente consiguió que los Golden State Warriors de Larry Brown le ofrecieron un contrato. Su primera experiencia NBA no fue demasiado positiva, con muy poca regularidad en sus minutos en cancha, lo que finalmente condujo a que la franquicia californiana le cortara sin terminar el curso. Sin embargo, el sueño ya había tomado forma y, con unos cuantos partidos sobre el parqué de la mejor Liga del mundo, la idea de ser baloncestitsta profesional se había convertido en una realidad al alcance de la mano. Las minoritarias Continental Basketball Association (CBA) y World Basketball League (WBL) fueron su refugio durante una temporada en la que compitió defendiendo los colores de Cedar Rapad Silver Bullets y Memphis Rockers, un trabajo callado que finalmente le valió una segunda oportunidad en la NBA.

El comienzo de una hermosa amistad
Los New York Knicks llamaron a su puerta para que probara en distintos campus de verano y en la pretemporada del equipo. Parecía que la garra derrochada sobre el parqué no iba a ser suficiente, a pesar de lo cual, Starks seguía esforzándose y dejando jugadas espectaculares en cada uno de los entrenamientos. La mala (o buena) suerte quiso que el joven escolta se lesionara la rodilla justo cuando intentaba hacer una acción de gran mérito, de esas que pueden garantizar un contrato en la NBA: un mate sobre Patrick Ewing, estrella del equipo de la Gran Manzana y uno de los pívots más reputados de la Liga. El convenio colectivo impedía que un jugador fuera cortado en caso de lesión e imponía un plazo máximo para asegurar la continuidad hasta final de temporada en caso de que la dolencia se prolongara. Y con esta argucia legal comenzó una de las historias de amor mutuo más intensas del baloncesto profesional, la de John Starks y el público del Madison.

El retorno de Starks a las canchas se produjo mediada la temporada 1990/91, justo en un partido ante los Chicago Bulls y la imponente figura de Jordan. Su intensa defensa sobre la gran estrella de la Liga le hicieron ganarse pronto el beneplácito del público en este primer partido con los Knicks, si bien su participación en el equipo no era aún protagonista. La llegada de Pat Riley al banquillo la temporada siguiente supuso un espaldarazo para el juego de Starks, dado el gusto del nuevo entrenador por el juego físico e intenso del escolta de Oklahoma, que se completaba con otros tipos duros de la plantilla como Charles Oakley y Anthony Mason.

Con “Mr. Gomina” a los mandos y Patrick Ewing como principal referencia ofensiva en el campo, los minutos en el campo y el rendimiento en la pista fueron creciendo, revelándose como un más que decente tirador de larga distancia, una defensor implacable y un buen generador de juego gracias a rápidas y poderosas penetraciones. Además, su entrega y un carácter explosivo también habían ayudado a que los fans le tomaran como referencia en el equipo, alguien que, al margen de sus condiciones técnicas, mostraba un deseo de ganar que, entre los habituales del Madison, se interpretaba como un amor incondicional a los colores. Celebraciones exaltadas, gestos de rabia y confrontaciones con sus defensores y defendidos son aún recordados por algunos seguidores, destacando anécdotas como el enfado de Jordan y Pippen que casi acaba en una pelea, el cabezazo propinado a Reggie Miller que el costó la expulsión o el pateo del balón tras una polémica decisión arbitral.

Sin embargo, a nivel colectivo, los Knicks y su mejorado juego se chocaban siempre con la supremacía de los Bulls en aquellos años, además de las encarnizadas luchas con dos de sus grandes rivales en la década de los 90, Indiana Pacers y Miami Heat. Precisamente uno de los sus enfrentamientos contra los indiscutibles campeones de aquellos años se produjo la jugada que elevaría definitivamente a Starks a los altares de los fans neyorkinos. El 25 de mayo de 1993, con apenas 50 segundos por jugarse en el igualado segundo partido de las Finales de la Conferencia Este en el Madison Square Garden, el escolta cogió el balón, dribló a BJ Armstrong, remontó la línea de fondo y desafió con un potentísimo salto a Horace Grant y Michael Jordan que intentaban taponarle, una jugada que, en el imaginario Knickerbocker se conoce únicamente como “The Dunk”.

Convertido en leyenda para sus propios seguidores, tocaba dar un golpe sobre la mesa de la NBA. Y éste llegó en la temporada 1993/94. Plenamente asentado como titular en el equipo y con una participación importante en minutos, Starks aprovechó el curso para elevar su rendimiento en la pista, registrando el mejor promedio de su carrera en puntos (19), asistencias (5,9) y robos de balón (1,6), cifras que le valieron su selección para la disputa del All-Star Game. Sin embargo, la felicidad no pudo ser completa y una grave lesión le apartó de los últimos meses de competición, algo que, afortunadamente, no arruinó la buena marcha del equipo, que siguió su camino hacia la post-temporada a pesar de la ausencia de su segundo máximo anotador, solamente por detrás de la titánica presencia de Ewing.

Afortunadamente, los plazos de recuperación de la lesión se fueron acortando, de modo que Starks pudo reincorporarse al equipo en los Play-Offs y ser importante en las Finales de la NBA contra Houston Rockets, las primeras de la franquicia neoyorkina en dos décadas. De hecho, después de mostrar un buen rendimiento durante casi todos los partidos, lo que ayudó a conseguir una ventaja de 3-2 para los de Nueva York, el séptimo partido en Houston fue uno de los peores recuerdos para Starks, con apenas dos canastas anotadas en todo el partido y un total de diez tiros fallados solamente en el último cuarto.

La competencia en la Conferencia Este volvía a ser máxima con la llegada de nuevas estrellas y, sobre todo, por el regreso de Jordan a los Bulls después de una retirada de un año y medio. Así, a pesar de que la química del equipo seguía siendo buena, los resultados finales fueron peores que los del año anterior, lo que hizo que el equipo se fuera desmembrando. El golpe más duro fue el fichaje de Pat Riley por Miami Heat, lo que supuso la llegada al banquillo de Don Nelson y la reducción del protagonismo de Starks en beneficio de Hubert Davis, un jugador menos querido por la afición pero con un carácter más dócil y más disciplina táctica. El experimento Nelson duró poco y pronto fue sustituido por Jeff Van Gundy, que volvió a situar a Starks como titular. Sin embargo, los tiempos habían cambiado y era momento de ir reestructurando el equipo, algo que afectó de forma especial al escolta de Oklahoma cuando los Knicks ficharon a Allan Houston, uno de los mejores tiradores de la Liga. Con la titularidad perdido en beneficio del nuevo fichaje, Starks no se desanimó y siguió trabajando con intensidad, aunque con menos presencia en pista. A pesar de ello, sus promedios anotadores se mantuvieron por encima de los 13 puntos por partido, lo que le valió el premio del Mejor Sexto Hombre en la temporada 1996/97.

Despedida y cierre
Tras dos años de suplencia y buenas actuaciones a pesar de la reducción de minutos en pista, los Knicks buscaban nuevas piezas para mantener un buen nivel en la competición. De este modo, Starks fue enviado a cambio de Latrell Sprewell a Golden State Warriors, su primer equipo en la NBA, aunque con una suerte bien distinta a aquella primera temporada tras la universidad. En California, el escolta recuperó la titularidad y vio aumenta sus minutos de juego, aunque sus prestaciones no se vieron muy beneficiadas por este aumento de protagonismo, manteniendo buenas medias aunque mostrando una menor explosividad en sus movimientos y un acierto algo menor en sus tiros lejamos. A pesar de abandonar la Gran Manzana, los aficionados neoyorkinos no olvidaban a su carismático jugador, que ha sido recibido con sonoras ovaciones siempre que ha acudido al Madison, más como público que para jugar. Y así, con unos promedios anotadores menguantes, la carrera de 13 años de Starks en la NBA se fue apagando con un fugaz paso por Chicago Bulls y dos temporadas en Utah Jazz.

Después del baloncesto, la vida de Starks se ha dedicado a los comentarios televisivos de partidos de sus queridos Knicks, a una breve experiencia como entrenador del espectacular slamball, a la inversión en diferentes empresas, la más importante una marca de zapatillas, y, sobre todo, a la creación de John Starks Foundation, una asociación que trabaja en Tulsa y otras localidades de Oklahoma con familias en riesgo de exclusión social o con falta de recursos para una buena alimentación o la educación de los más pequeños.

El eterno '3'

Al no haber conseguido llevarse el gato al agua en las Finales de 1994, John Starks no figura en el Olimpo de jugadores con su número retirado en el Madison Square Garden, como sí lo hacen los héroes de los títulos de 1970 y 1973 o su compañero Patrick Ewing, líder histórico de la franquicia en gran parte de las categorías estadísticas. Sin embargo, el escolta de Oklahoma siempre será el número 3 de los Knicks para muchos aficionados, entre ellos el director de cine Spike Lee, que frecuentemente luce su camiseta en la silla a pie de pista que ocupa desde hace décadas en el pabellón neoyorkino. Los aficionados más jóvenes quizás recuerden mejor a otros que, a pesar de la legendaria presencia de Starks, han decidido llevar este número en los Knicks, como Stephon Marbury, Tracy McGrady o, más recientemente, Kenyon Martin, jugadores que no han conseguido hacer olvidar a ese menudo tirador que lucha “como un tigre” cada posesión.

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