lunes, 19 de noviembre de 2012

La corona de Europa, en juego

La suerte está echada para el próximo Eurobasket, que se celebrará en Eslovenia en el mes de septiembre de 2013, para el que ya se han designado los grupos de la primera fase de la competición. Son muchos los equipos que acuden a esta cita con el fin de alzarse como el mejor equipo nacional del continente, convirtiendo el torneo en uno de los más abiertos de los últimos tiempos. España, que seguramente bajará el nivel de su plantilla ante el cansancio de sus jugadores NBA y la segura clasificación para el Mundobasket de 2014 en condición de organizador, tratará de reeditar el título, aunque otras selecciones como Rusia, plagada de talento y centímetros; Serbia, ante la enésima reválida de la generación que deslumbró en 2009, y Eslovenia, que tratará de aprovechar el factor cancha, también se unen al grupo de favoritos, junto a otros equipos tradicionalmente competitivos como Lituania, Francia, Croacia o Turquía.

En el grupo A, Francia, con su elenco de jugadores NBA y su derroche de poderío físico, no deberá pasar demasiados problemas para alcanzar la segunda fase. Un equipo que, potencialmente, podrá contar con Parker, De Colo, Noah, Diaw, Turiaf, Pietrus, Gelabale, Batum y Seraphin, entre otros, se presenta como un hueso duro de roer en na liguilla en la que Ucrania, liderada por Sergey Gladyr y el nacionalizado Steven Burtt, y Bélgica, de Van Rossom, Tabu-Ebome y De Zeeuw, parecen las selecciones más débiles. La lucha por los otros dos puestos que dan paso a la siguiente ronda del torneo se decidirá en la competencia entre Alemania, que deberá iniciar un relevo generacional apoyada en el liderazgo de Dirk Nowitzki y Chris Kaman; Gran Bretaña, con Luol Deng y un potente juego interior como principales baluartes, e Israel, con ganas de demostrar lo que pueden dar de sí jugadores como Casspi, Ohayon, Halperin o Eliyahu.

El grupo B destaca por contener únicamente equipos balcánicos y bálticos, zonas de gran tradición baloncestística. Lituania deberá confeccionar un equipo que medie entre la veteranía de su brillante pasado reciente y las nuevas generaciones, aunque no le van faltar nombres como Martynas Pocius, Ssarunas Jasikevicius, Mantas Kalnietis, Jonas Valanciunas, Paulius Jankunas o Tomas Delininkaitis para conformar un equipo con ciertas garantías. Serbia, por su parte, está obligada a dar un paso adelante después de su errático paso por el torneo de clasificación con el fin de demostrar la valía de una generación que cuenta con jugadores de la talla de Nenad Krstic, Teodosic, Dusko Savanovic, Milenko Tepic, Novica Velickovic, Nemanja Bjelica o Marko Keselj. La competencia para los dos favoritos llegará del lado de Macedonia, que intentará repetir el buen campeonato de 2011 de la mano de Bo McCalleb y pero Antic, bien escoltados por los hermanos Stojanovski, el veterano Vlado Ilievski y el ‘gigante’ Samardziski; de Bosnia, que pretende meterse en el olimpo de los grandes equipos europeos, a la altura del resto de selecciones balcánicas, gracias a la progresión de jóvenes como Nihad Dedovic, estrellas como Mirza Teletovic y aportaciones extranjeras como Zachary Wright, y de Montenegro, que cuenta con jugadores batalladores como Vladimir Dasic, Milko Bjelica, Bojan Dubljevic y el base norteamericano Taylor Rochestie, y se encuentra a la espera de que Nicola Mirotic pudiera decidirse por vestir la camiseta de su país de nacimiento ante las dificultades de tener un hueco en la selección española. El sexto equipo en liza es Letonia, que contará con Kaspars Berzins y Dairis Bertrans como principales referencias.

En el grupo C, España tendrá que demostrar que es una de las favoritas para repetir la corona continental. Sin embargo, la clasificación ya conseguida para el Mundobasket de 2014 y la veteranía de gran parte de la plantilla seguramente haga que muchos de los principales baluartes del equipo, sobre todo los NBA Pau Gasol y José Manuel Calderón, y Juan Carlos Navarro por sus frecuentes problemas físicos, se queden en casa en esta cita. A falta de confirmar más bajas de otros jugadores NBA, serán Rudy Fernández y Marc Gasol los encargados de liderar la selección de Scariolo, obligando a dar un paso adelante a jugadores como Sergio Llull, Ricky Rubio o Victor Claver. La principal competencia de España será Eslovenia, que quiere aprovechar su condición de anfitrión para certificar su puesto en la clase alta del baloncesto europeo. Para ello, intentará contar con todas sus estrellas, como Goran Dragic, Jaka Lakovic, Erazem Lorbek y Uros Slokar, entre otros. Croacia también se presenta en este grupo con el fin de demostrar que su siempre productiva cantera sigue en forma, por lo que se prevé que el equipo cuente con efectivos de la talla de Luka Bogdanovic, Roko Leni Ukic, Krunoslav Simon, Lka Andric o Zoran Planinic. El grupo lo completan tres selecciones duispuesta a dar la sorpresa: una Polonia que tirará de centímetros y potencia física con Gortat, Ignerski y, posiblemente, Lampe; la veterana República Checa, que aún confía en jugadores como Jiri Welsch y Lubos Barton mientras introduce jóvenes talentos como Satoranski, Jelinek o Pumprla, y Georgia, que se presentará con un elenco de nombres como Pachulia, Makroishvili, Shermadini o Sanikidze.

El grupo`D destaca por la presencia de dos equipos nórdicos, Finlandia, con Koponen, Huff y Lee, y Suecia, con su estrella Jonas Jerebko. Sin embargo, no parece que estos dos equipos sean los que vayan a hacer temblar a Rusia, principal favorita de la liguilla gracias a la generación de los Kirilenko, Shved, Khryapa, Mozgov, Fridzon y Monya. Turquía intentará repetir el resultado del Mundobasket de 2010 con jugadores como Erden, Preldzic o Gonlum, si bien se verá obligado a una cierta renovación de los jugadores más veteranos de su plantilla, mientras que Grecia también intentará competir con una escuadra de garantías en la liguilla, reponiéndose a la ausencia de Diamantidis gracias a Spanoulis y otros jugadores más jóvenes como Papanikolau, Bramos, Zisis o Calathes. El grupo lo completa Italia, cuyos jugadores de experiencia NBA, Gallinari, Belinelli y Bargnani marcarán las posibilidades de una selección que ha ido perdiendo en competitividad desde su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de 2004.

martes, 13 de noviembre de 2012

Camisetas rojiblancas de tirantes

El Atlético de Madrid ha sido, prácticamente desde su fundación, uno de los clubes más populares y carismáticos del fútbol español. Sin embargo, uno de los anhelos de su directiva siempre ha sido ser una referencia también en otros deportes, tal y como han conseguido otros clubes con diferentes secciones. El baloncesto ha sido uno de los objetivos que, en sus casi 110 años de historia, los colchoneros han abordado en diferentes ocasiones, aunque siempre sin demasiado éxito para conseguir continuidad en sus proyectos deportivos, aunque sí rozando una cierta gloria en alguna ocasión.

En 1989, ya con el carismático Jesús Gil en la presidencia, el Atlético de Madrid se hizo con la plaza del Club Baloncesto Oviedo en Primera División, la segunda categoría nacional, con la meta de conseguir al ascenso a la máxima competición, la Liga ACB en pocos años. Para ello, reunieron en el polideportivo de Arganzuela, pabellón en el que jugaban sus partidos como local, una plantilla bastante competitiva para la categoría. Sin embargo, aquella primera temporada fue un completo fracaso y terminó con el descenso del recién creado equipo. Parecía que, una vez más, el proyecto de que el Atleti tuviera cierto predicamento también en el deporte de la pelota gorda se iba a ir al traste

Desembarco en la élite
La desgracia del vecino se convirtió en el último billete del Atlético de Madrid para tomar el tren hacia lo más alto del baloncesto nacional. El CB Collado-Villalba terminó la temporada 1989/90 en el undécimo puesto de la ACB, aunque su patrocinador, el banco BBV, no consideró suficientemente buenos los resultados deportivos y optó por abandonar el mecenazgo. En ese momento entraron en juego los millones de Jesús Gil, que decidió rubricar un acuerdo entre el club baloncestístico y el Atlético de Madrid con el fin de conseguir que, por fin y durante al menos nueve temporadas, los colores de la camiseta rojiblanca hicieran su aparición en la máximo competición española.

El Atlético de Madrid-Villalba quiso dar un golpe sobre la mesa en su primera campaña en la ACB. De este modo, se mantuvo el bloque de jugadores nacionales que habían conseguido la holgada permanencia el año anterior, con trabajadors como los bases Quique Ruiz Paz y Carlos Gil, los aleros Luis Barroso y Javier Gorroño, y los interiores Imanol Rementería, Antón Soler y Andrés Valdivieso, uniendo a ellos el fichaje del joven escolta estudiantil Javier García Coll, todos ellos dirigidos desde la banda por un personaje mítico de este deporte, Clifford Luyk. Para dar el salto de calidad, y dada la estridencia de Jesús Gil, los puestos de extranjeros fueron ocupados por dos fichajes de relumbrón, dos jugadores poderosos con pasado NBA, Walter Berry y Shelton Jones.

A pesar de ello, la temporada no empezó del todo bien, sobre todo por la lesión que mantuvo alejado de las pistas a Berry, principal referencia ofensiva, durante tres partidos. En esos primeros encuentros, Jones dio un paso al frente con promedios de 33,1 puntos y 11,6 rebotes. El regreso del espectacular alero se produjo en el primer derbi de los dos conjuntos futboleros madrileños. En aquella mañana en el polideportivo municipal de Villalba, Berry ofreció un recital de 52 puntos y 15 rebotes, lo que permitió a los atléticos forzar la prórroga, aunque el tiempo extra se saldó con una nueva derrota para el faraónico proyecto de Jesús Gil y la primera derrota ante el histórico rival, el Real Madrid.

Las cosas seguían sin marchar bien, sobre todo por las envidias entre los dos norteamericanos, con Jones intentando repetir las espectaculares acciones de Berry y saltándose las jerarquías y los sistemas del equipo. Con este deficiente funcionamiento, la directiva optó por prescindir de Luyk y sustituirlo por otro entrenador laureado, en este caso en el vecino Portugal, Tim Shea, mientras que un pívot más trabajador aunque menos prometedor a efectos mediáticos, Howard Wright, sustituyó en la plantilla a Jones, que apenas dejó tres brillantes actuaciones en el inicio de la temporada y una victoria en el concurso de mates de la ACB esa temporada.

La marcha del equipo fue mejorando con las nuevas incorporaciones y el Altlético de Madrid-Villalba completó la temporada con 17 victorias por otras tantas derrotas, consiguiendo la clasificación para los Play-Offs y la entrada en la competición europea a través de la Copa Korac para la siguiente temporada, un hito histórico para el modesto club de Collado-Villalba. Además, Berry se reveló como una de las sensaciones de la temporada, con medias de 33,4 puntos y 11,7 rebotes por partido. Una vez en las eliminatorias, el equipo serrano se deshizo del Valvi Girona, que contaba por aquel entonces con un anotador de lujo como Dusko Ivanovic, en la ronda previa, pasando a cuartos de final contra uno de los favoritos oara llevarse el campeonato, un Montigalá Joventut que finalmente se proclamó campeón.

El objetivo de Jesús Gil y su aventura baloncestística estaba cumplido, con un salto de calidad y de resultados con respecto a la temporada anterior y la clasificación para sacar los colores rojiblancos de gira por Europa. Sin embargo, las malas relaciones entre el presidente atlético y las autoridades de la localidad de la sierra de Madrid, así como el incremento de precios que habían experimentado las entradas en el polideportivo de Villalba, hicieron que la asamblea del club rescindiera el acuerdo con el equipo de fútbol, ante el temor de que Gil quisiera llevarse el equipo a Marbella dados sus intereses empresariales y urbanísticos.

De este modo, con la mediación de la Comunidad de Madrid, finalizó el último intento del Atlético de Madrid de introducirse en el baloncesto de élite. El Collado-Villaba, por su parte, retornó a su anterior denominación y, a pesar de la contratación de otro impenitente anotador norteamericano, Henry Turner, los resultdos no fueron buenos y tuvo que jugarse el descenso en la siguiente temporada y, más tarde y con la eliminatoria de permanencia superada, renunciar a la plaza en ACB por problemas económicos.

Historia de un viejo anhelo
El asalto del Atlético de Madrid a la ACB en 1990 fue el punto final a una larga lista de intentos del club colchonero de formar una sección competitiva en el deporte de la canasta. Ya en 1922, el entonces Athletic de Madrid creó sendos equipos masculino y femenino, siendo el primer club de baloncesto de Castilla, si bien apenas duró un año. Una década después, un nuevo proyecto baloncestístico toma forma, aunque el último puesto en el campeonato nacional vuelve a dar al traste con las aspiraciones atléticas. En 1941, se repite la táctica y, esta vez tras dos temporadas, un descenso a la segunda categoría vuelve a hacer desaparecer las camisetas rojiblancas del panorama baloncestístico.

En 1952, se produce un nuevo intento, esta vez más ambicioso, llegando a conseguir el segundo puesto en el Campeonato de Castilla y llegar a las semifinales en el torneo nacional. A pesar de ello y tras un partido celebrado en abril de 1953 con motivo de las bodas de oro del Atlético de Madrid, el equipo de basket volvió a desaparecer. La última aventura antes de la poca exitosa compra de la plaza del CB Oviedo y el idilio temporal con el Collado-Villalba se produjo en 1983, una vez más partiendo de la segunda categoría del baloncesto nacional. Los resultados fueron aceptables e, incluso, hubo oportunidad de ascender a ACB, si bien el club no quiso apostar tan fuerte cuando se le presentó la opción.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Días de gloria en la Gran Manzana

Los Knickerbockers lo tienen todo para ser una de las grandes dinastías de la historia de la NBA. Residen en la ciudad más cosmopolita y conocida del mundo, la capital oficiosa del planeta, Nueva York, una localización de la que no se han movido desde su fundación en 1946 y que les asegura un mercado de seguidores más que amplio, y su casa, en pleno centro de Manhattan, el Madison Square Garden, es uno de los palacios del baloncesto mundial, un referente en sí mismo, además de contar una hinchada entre la que habitualmente se puede encontrar a grandes nombres del cine y la música. Sin embargo, en la lucha por ocupar el trono de la Liga se han impuesto otras franquicias mucho más exitosas y que lideran, con mucha diferencia, el olimpo de la NBA. 

Sin embargo, hubo unos años de gloria en la Gran Manzana, un periodo que es lo más cercano que este equipo, el ‘pupas’ de la NBA, ha estado de crear una dinastía por la que ser recordado. Con dos títulos en cuatro años, y manteniendo la base del equipo, los Knicks consiguieron dar por fin una alegría a sus atribulados aficionados en las Finales de 1970 y 1973, con una clasificación para la eliminatoria definitiva también en 1972.

El equipo de Nueva York venia de una racha de siete temporadas sin entrar en los Play-Offs de la NBA con distintos entrenadores y se veían ya lejos aquellas tres Finales consecutivas que los Knicks disputaron entre 1951 y 1953 contra Rochester Royals y Minneapolis Lakers. Fue entonces cuando se decidió cambiar el timonel de la nave, prescindiendo de Dick McGuire tras un mal inicio de temporada para poner la frente de la plantilla a William “Red” Holzman en 1967. El elegido era un hombre de la casa, neoyorkino hijo de inmigrantes que llevaba una década trabajando como ojeador de los Knicks, cuya experiencia como entrenador se limitaba a un poco exitoso paso de tres temporadas por los Hawks durante su mudanza de Milwaukee a Saint Louis y cuatro años en un destino ‘exótico’, los Leones de Ponce de Puerto Rico.

Aunque parece más una maniobra de urgencia que una solución de futuro, Holzman se ganó en la cancha la confianza de los dirigentes de los Knicks, consiguiendo revertir la racha perdedora y clasificando al equipo para la post-temporada. Los resultados fueron aún mejores al año siguiente, firmando un balance de 54 victorias y 28 derrotadas e imponiéndose a los Baltimore Bullets en la primera ronda de Playoffs. Y es que Holzman iba configurando el equipo que, apenas un año más tarde, llevaría a la veterana franquicia de Nueva York a la gloria. Una estrella en ciernes, el espectacular base Walt “Clyde” Frazier, llegó en el Draft de 1967, mientras que los Knicks consiguieron hacerse con el poderoso alero Dave DeBusschere, traspasado desde los Detroit Pistons, y recuperaron a William “Dollar Bill” Bradley, que había pasado un año jugando en Italia para terminar sus estudios en Europa tras ser seleccionado por los neoyorkinos. Todo ello se unía a la que ya era la estrella de los Knicks y uno de los grandes jugadores interiores de la Liga en aquellos años, el rocoso y habilidoso Willis Reed.

El primer anillo
En apenas un par de años, el equipo había crecido en calidad y había encontrado un entrenador que se había ganado el respeto de jugadores y directivos por su trabajo dentro de la franquicia. En esta situación, la temporada 1969/70 no pudo empezar con mejores sensaciones, con un quinteto consolidado tras un par de años de rodaje (Reed-DeBusschere-Bradley-Dick Barnett-Frazier) y algunas ayudas desde el banquillo, sobre todo por parte de Mike Riordan y Cazzie Russell. Prácticamente en volandas, los Knicks se confirmaron como el equipo más sólido de la Liga, registrando 60 victorias durante la temporada regular.

Ahora tocaba enfrentarse a los Play-Offs. En un duelo que se convirtió en clásico durante los años 60 y 70, el equipo de Nueva York tuvo que deshacerse en primera ronda de unos combativos Baltimore Bullets, que llevaron la serie a siete partidos. Menos oposición ofrecieron los Milwaukee Bucks de un debutante Kareem Adbul-Jabbar (entonces conocido como Lew Alcindor), que resistieron hasta el quinto partido. La suerte estaba echada y llegaba una nueva oportunidad para que los Knicks llegasen a lo más alto, un lance en el que no se encontraban desde hacía casi dos décadas.

Los rivales eran unos Lakers más experimentados en este tipo de lances, ya que habían disputado las Finales de 1968 y 1969. Además, su plantilla no tenía nada que envidiar a la de los Knicks, con el todopoderoso Wilt Chamberlain bajo los tableros, Jerry West marcando el ritmo de los partidos y anotando con una facilidad pasmosa desde cualquier parte del campo y Elgin Baylor como desatascador en las posesiones más complicadas. La gesta se antojaba difícil, pero la motivación estaba a la altura tras haber completado una temporada casi de ensueño. De este modo, con la inercia positiva y el factor cancha a favor, los Knicks se hicieron pronto con una ventaja para llevarse el primer partido en el Madison. Sin embargo, las dudas y la falta de experiencia en los grandes partidos se vieron ya en la segunda entrega, aunque los neoyorkinos lucharon para reducir la renta angelina a únicamente dos puntos. La serie viajaba a California, donde los visitantes ganarían el tercer encuentro en la prórroga y los locales se harían con el cuarto imponiendo su juego con claridad. La serie se empataría a 3 con victorias en casa de ambos equipos, aunque con la mala noticia de una lesión de Willis Reed que le impidió disputar el sexto partido y, prácticamente, descartaba su participación en el último. 

Sin embargo, para sorpresa de aficionados y jugadores, el pívot apareció cojeando apenas unos segundos antes del inicio del partido para integrar el quinteto titular e, incluso, anotar las dos primeras canastas de los Knicks. Con este golpe de moral y la asfixiante presión de los aficionados del Madison, los neoyorkinos consiguieron una importante ventaja que consiguieron mantener hasta el 113-99 final. De este modo, el 8 de mayo de 1970, el pabellón de Manhattan colgaba de su techo la primera banderola de “World Champions”.

Después del espaldarazo que el éxito supuso para “Red” Holzman y el equipo de la Gran Manzana, los Knicks afrontaban la temporada 1970/71 con la motivación de repetir el título de la NBA y el núcleo duro del equipo en plena forma. Sin embargo, los resultados fueron algo peores que en la campaña anterior, consiguiendo 52 victorias. Sin embargo, el juego durante los Play-Offs no fue tan fluido y, aunque se deshicieron de los Atlanta Hawks con relativa facilidad en cinco partidos, las Finales de la Conferencia Este contra Baltimore Bullets no fueron tan sencillas. En siete partidos, y con una gran actuación de Earl “The Pearl” Monroe, los neoyorkinos tuvieron que decir adiós a sus posibilidades de reeditar el anillo del pasado año.

Eso no desanimó a la directiva de los Knicks que, lejos de dejarse llevar por el primer revés, se mostró persistente para conseguir la contratación del ala-pívot Jerry Lucas y de su verdugo el pasado curso, Earl Monroe. Pero la euforia propia de este nuevo asalto al título de la NBA se vio pronto cortado por la lesión de Willis Reed, que apenas pudo disputar 11 partidos durante toda la temporada regular, lo que hizo recaer una mayor responsabilidad anotadora y defensiva en el recién llegado Lucas y en Phil Jackson, adquirido por los Knicks en el Draft de 1967 y que fue ganando peso en el equipo con el paso de las temporadas. 

El grupo pudo sobreponerse a la ausencia de su principal baluarte y consiguió una balance de 48 victorias y 34 derrotas, el peor de todo el periodo pero suficiente para clasificarse para la post-temporada. Una vez en Play-Offs, los Knicks volvieron a confiar en las gestas protagonizadas en los años anteriores y fueron eliminando rivales, Baltimore Bullets y Boston Celtics, hasta plantarse en la ronda definitiva de la NBA, otra vez ante Los Angeles Lakers. En esta ocasión, los californianos no dieron tantas oportunidades, habida cuenta de sus derrotas en las últimas siete Finales contra Celtics y Knicks, y consiguieron llevarse el ansiado anillo en cinco partidos a pesar de la baja de Baylor, retirado ese año, y con una gran aportación de Gail Goodrich, que se unió al binomio Chamberlain-West.  

Segundo anillo… y punto y final
Afortunadamente para los Knicks, la venganza tardó poco en consumarse. Extramotivados por la derrota ante los Lakers y espoleados por lo inesperado de su clasificación para la eliminatoria final la pasada campaña, los jugadores de Nueva York encontraron nuevos motivos para volver a luchar, contando además con la reincorporación de Willis Reed tras su aciago año de lesiones. El bloque del año anterior se mantenía, con un quinteto estelar compuesto por Reed, DeBusschere, Bradley, Monroe y Frazier, acompañados desde el banquillo por suplentes contrastados como Jerry Lucas, Phil Jackson, Dick Barnett o Dean Meminger.

Con este plantel, el equipo neoyorkino recuperó las buenas sensaciones de la temporada del título de 1970, repitiendo casi los mismos registros, 57 victorias por 25 derrotas. Alcanzando los Play-Offs con esta solvencia, los Knicks no quisieron dejar pasar esta segunda oportunidad, de modo que mantuvieron el nivel competitivo durante las eliminatorias. Las primeras víctimas fueron los Baltimore Bullets, en un enfrentamiento ya convertido en un clásico de la post-temporada, prolongando la serie hasta cinco partidos. El siguiente escollo, el último antes de las Finales, fueron los Boston Celtics, que seguían sin encontrar la continuidad en el éxito que tuvieron en la década de los 60. Una competida serie agotando los siete partidos para demostrar que los de Nueva York iban en serio.

El rival en la ronda definitiva sería el mismo de la pasada temporada, reeditando también el enfrentamiento de la exitosa temporada de 1970. Los Angeles Lakers querían conseguir el “back to back”, mientras que los Knicks, con el factor cancha a favor y una temporada casi inmaculada, no quería padecer las penurias del año anterior, pagando el precio de no contar con su más carismática estrella y la ambición de los angelinos. A pesar de ello, los Lakers golpearon primero en el Madison, ganando por tres puntos, si bien los Knicks se repusieron y ganaron los cuatro siguientes partidos, todos ellos muy ajustados, con diferencias de menos de cinco puntos, a excepción del último encuentro, celebrado en el Forum de Inglewood la noche del 10 de mayo de 1973, que se saldó con una renta de 9 puntos para otorgar a los aficionados de la gran Manzana su segunda noche de gloria baloncestística.

A pesar de mantener el núcleo duro del equipo, con Holzman en el banquillo y gran parte de los jugadores que habían alcanzado la gloria, los Knicks no volverían a optar al anillo, cayendo en un periodo de mediocridad con cuatro temporadas bajando sus registros e, incluso, dos de ellas sin alcanzar las eliminatorias por el título. Con el paso del tiempo, varios de los jugadores irían diciendo adiós a la franquicia y a sus carreras en activo, al igual que el entrenador, que apenas estuvo dos temporadas lejos de los Knicks para volver a comandar una nave que nunca atracaría en buen puerto.

El legado de una casi dinastía
El periodo de mayor éxito de la larga historia de este veterano equipo no ha pasado desapercibido en el espíritu y la mitomanía de los Knickerbockers. Así, dentro de los más de sesenta años de historia, la franquicia solamente ha retirado el número de ocho jugadores o entrenadores, siendo Patrick Ewing el único merecedor de este honor que no pertenece al equipo de los cuatro años dorados de los neoyorkinos. Los homenajeados con sus números colgados del techo del Madison son Walt Frazier (10), Dick Barnett (12), Earl Monroe (15, que comparte honores con Dick McGuire, entrenador y jugador de los Knicks con este mismo dorsal), Willis Reed (19), Dave Debusschere (22), Bill Bradley (24) y “Red” Holzman (613, número otorgado por el número de victorias conseguidas en la NBA con este equipo).

martes, 9 de octubre de 2012

Belgrado-Fuenlabrada-Bolonia-Estambul

Aquel coqueto pabellón flamantemente nuevo, el Fernando Martín, no era demasiado distinto del Hall Pionir, ni del vetusto Hala Sportova. Algo más pequeño, con espacio para unos 2.000 espectadores menos, pero podía convertirse en una olla a presión aún más caliente y humeante que el mítico campo de Belgrado. Solamente había una condición, que aquel grupo de once serbios y un croata, todos yugoslavos en aquel momento, fueran capaces de movilizar a una ciudad predispuesta para el baloncesto, a pesar de que no habían tenido la oportunidad de disponer de su propio equipo de élite.

Mientras la guerra se desataba en una zona acostumbrada a los conflictos territoriales aunque razonablemente habituada a la convivencia impuesta tras las Segunda Guerra Mundial, los jugadores yugoslavos encontraban en el baloncesto una tabla de salvación, una forma distinta de luchar por su país sin tener que empuñar las armas. La pelota gorda seguía en movimiento mientras miles de serbios, croatas y bosnios, algunos de ellos familiares y amigos de las estrellas del basket, acudían a luchar contra los que hasta el momento habían sido sus compatriotas.

En este caldo de cultivo, y aunque la liga nacional yugoslava no sufrió demasiados problemas, más allá de la ausencia de los equipos croatas y eslovenos, naciones ya proclamadas independientes, la FIBA clamó por la seguridad de los equipos participantes en las competiciones internacionales europeas, por lo que obligó al exilio a las escuadras con base en la zona en conflicto a buscarse otros campos en los que jugar sus partidos como locales. Los tres equipos en liza se refugiaron en España durante esa temporada. La Jugoplastika de Split, por aquel entonces Slobodna Dalmacija, se refugió en La Coruña, mientras que la Cibona de Zagreb dejó la capital croata por la localidad gaditana de Puerto Real. Por su parte, los protagonistas de esta historia, los únicos que consiguieron hacer del destierro su nueva casa, los jugadores del Partizan de Belgrado recalaron cerca de Madrid, en Fuenlabrada, en una coqueto pabellón estrenado hacía apenas unos meses, sin un equipo de élite que impusiera horarios y restringiera entrenamientos y a pocos minutos del aeropuerto más importante del país, Barajas.

A pesar de que la elección fue estratégicamente buena, descontando el perjuicio inevitable de tener que jugar a miles de kilómetros de casa, el Partizan de Belgrado no planificaba la temporada 1991/1992 como una de las más exitosas de su historia. Sus jugadores más destacados de las pasadas campañas, Vlade Divac y Zarko Paspalj, habían abandonado la disciplina de Belgrado siguiendo el esplendor de la NBA y de los siempre manirrotos equipos griegos, dejando una plantilla de jugadores talentosos pero jovencísimos, con una media de 21,7 años y con ‘Shasha’ Djordjevic y Pedrag Danilovic como principales referencias ofensivas. Y es que, además de las grandes estrellas, la disciplina serbia también perdió a uno de sus jugadores más veteranos, el base Zeljko Obradovic, que iniciaba con 31 años, y dejando inesperadamente su puesto en la primera plantilla y su carrera de jugador en activo (la oferta le llegó cuando estaba concentrado con la selección yugoslava), su exitosa leyenda en los banquillos de media Europa.

Con estos mimbres, muchos de ellos novatos, los partisanos aún no eran conscientes de lo que iba a suceder. Y es que el equipo serbio y la ciudad madrileña pronto iniciaron un idilio que se prolongaría durante los siete partidos como locales de la fase de grupos sw la Copa de Europa, una ronda en la que, a pesar de los miles de kilómetros, sí hubo una conexión entre los jugadores y el público. Los seguidores fuenlabreños estaban sedientos de baloncesto de élite, y la llegada de un club de referencia de uno de los países con mayor tradición baloncestística pareció bastarles para que llenaran el pabellón en todas las citas, tomaran la camisera blanquinegra como suya e incluso defendieran a los ‘suyos’ en sus enfrentamientos contra los equipos españoles en liza. Por su parte, los jóvenes jugadores yugoslavos hicieron un especial esfuerzo para responder a la animosidad de la afición, permaneciendo durante más de una hora firmando autógrafos y complaciendo a los aficionados e intentando aprender a marchas forzadas algo de castellano, al menos los números y algunas expresiones útiles. Como una suerte de amor de fin de semana, los jugadores podían huir durante algunos días de la triste realidad de una guerra civil y los seguidores podían maravillarse con el juego de un equipo plagado de talento y deseo y, al fin, entregarse a unos colores.

En lo deportivo, el paso del Partizan por el pabellón Fernando Martín fue muy positivo, venciendo todos sus partidos menos uno, al ‘vecino’ Estudiantes, que posteriormente se plantaría contra todo pronóstico en la Final Four. Por el recién estrenado parqué pasaron Commodore, Maes Piels, Phillips Milán, TSU Bayer 04 y Aris, además del Joventut de Badalona, que esperaba encontrar un ambiente más favorable al tratarse de un equipo nacional, pero que se toparon con la realidad de que, a efectos de la Copa de Europa, el Partizan no era un equipo llegado del otro lado del Mediterráneo, sino que se había convertido en el Partizan de Fuenlabrada.

La peripecia fuera de casa en esta fase de grupos no fue tan exitosa, aunque los balcánicos sí consiguieron vencer en Milán y Salónica, clasificándose como cuartos del grupo para la eliminatoria previa a la Final Four. Objetivo más que cumplido para los jóvenes y viajeros jugadores partisanos, con los que pocos contaban dada la odisea deportiva y geopolítica que atravesaban y a los que la FIBA permitía volver a casa a jugar los cuartos de final contra el Knorr de Bolonia. Atrás quedaban cuatro meses de competición, muchos recuerdos y un buen recibimiento, que fue agradecido con la invitación de varias autoridades y aficionados fuenlabreños al Hall Pionir en el primer partido ya en casa.

Con la inercia positiva, los de Belgrado vencieron a los italianos en una serie que se prolongó hasta los tres partidos, sellando su pasaporte a la Final Four de Estambul, donde compartían los focos con tres viejos conocidos de la fase de grupos, Phillips Milán, Joventut de Badalona y Estudiantes. Una vez en la ciudad turca, el sueño, tan irrealizable a principio de temporada, estaba más cerca y había que luchar por con seguirlo. Ya no había nada que perder.

El Partizan volvió a deslumbrar con su juego en las semifinales ante el equipo milanés, consiguiendo clasificarse para el partido definitivo con un resultado de 82-75. Dos días después, el rival sería el Joventut de Badalona, equipo mucho más experimentado que obligaría a los balcánicos a exprimirse al máximo. En un partido rocoso y difícil, brusco en algunos momentos, brillante en otros, el marcador reflejaba un empate a 68 a apenas 20 segundos para el final. Tomás Jofresa intentaba una penetración más trabada de lo previsto para conseguir una canasta llorosa y emocionante cuando restaban menos de 10 segundos para la bocina. Solamente quedaba una bala en el cargador.

El balón se puso en juego con rapidez. Djordjevic avanzó rápidamente a pesar de la presionante defensa de Jofresa. Una vez en la pista de ataque, y antes de que Juanan Morales llegara a la ayuda, el genial base de Belgrado se elevó en un un salto algo desequilibrado, aunque con el torso perfectamente orientado hacia la canasta… El resto ya es historia: triple a menos de tres segundos que colocada a los partisanos 71-70 y un escasísimo margen de maniobra para los de Badalona, que solamente pudieron lanzar a la desesperada y ya sin tocar siquiera el aro.

La aventura del Partizan en su temporada más difícil, con la pérdida de sus mejores jugadores, la guerra en casa y el exilio en la competición europea, se saldaba con el primer y único máximo título continental para los blanquinegros. Como si de un cuento de hadas o una novela de aventuras se tratara, la escuadra dirigida por Obradovic, liderada por Djordjevic y Danilovic y completada por Ivo Nakic, Nikola Loncar, Vladimir Dragutinovic y Zeljko Rebraca, entre otros, consiguió sobreponerse a todas las adversidades para terminar besando su primera y única Copa de Europa.

Material adicional
“Sueños robados. El baloncesto yugoslavo” de Juanan Hinojo

lunes, 24 de septiembre de 2012

Un mago del básquetbol

Bahía Blanca, una localidad de apenas 300.000 habitantes situada a pocos kilómetros al sur de Buenos Aires, es conocida como la Capital del Básquetbol Argentino y, probablemente, podría ser la ciudad más representativa del deporte de la pelota gorda, compartiendo el título con algunas localidades de los Balcanes, por la implicación social y el alto porcentaje de población relacionada con la canasta. Y es que Bahía, a pesar de sus estadísticas demográficas, cuenta con 21 pabellones dedicados a la práctica del baloncesto y con otros tantos clubes que compiten en diferentes ligas y categorías. Con esta tradición baloncestística, no es de extrañar la gran cantidad de talentos que esta ciudad ha aportado a diferentes escuadras de la Liga Nacional de Básquetbol (LNB), multitud de equipos europeos y, cómo no, al seleccionado nacional.

En esta larga historia alrededor del deporte de la canasta, que data del primer partido jugado en Argentina en 1910 por parte de soldados norteamericanos atracados en el puerto de Bahía Blanca y de la fundación de la primera liga organizada en el país sudamericano en 1917, hay una figura que destaca entre tantos jugadores aguerridos y de talento. Alberto Pedro Cabrera, apodado “Beto” en sus inicios y “Mandrake”, nombre sacado de un popular mago de la ficción en los años 30 del pasado siglo XX, tras su consolidación al más alto nivel, cerró en 1986 un periplo de más de 30 años dedicados a la práctica del baloncesto, con 38 títulos nacionales. 

Y es que durante los años 60 y 70, la competición argentina tenía ciertas peculiaridades. Debido al tamaño del país y al carácter amateur de los clubes deportivos, el baloncesto albiceleste se dividía en ligas locales en las ciudades más importantes, además de competiciones que, al margen de los clubes, enfrentaban a las selecciones de los mejores jugadores de cada ciudad o provincia. De este modo, “Mandrake” pudo levantar, como líder indiscutible del Estudiantes de esta localidad portuaria prácticamente desde su debut a los 16 años en noviembre de 1961, cinco títulos oficiales y doce de su ciudad natal, además de otros doce representando a Bahía Blanca y nueve con la selección de la provincia de Buenos Aires. Su retirada en 1986, con casi 41 años, supuso un duro golpe para el deporte de la canasta en la ciudad portuaria, aunque la semilla ya había sido plantada y las nuevas generaciones de grtandes jugadores bahíenses ya daban sus primeros botes con la pelota gorda.

Esta exitosa carrera en el más alto nivel del básquetbol argentino se basa en una pasión desmedida por el deporte de la pelota gorda desde niño. A los 7 años, el joven “Beto” comenzó a jugar en las canchas del colegio para pronto enrolarse en el club en el que pasaría casi toda su vida. Desde muy joven, comprendió la necesidad de tener el balón para poder ganar, por lo que sus cualidades defensivas fueron las primeras en destacar, además de mostrar buenas aptitudes físicas, sobre todo en lo que a capacidad de salto se refiere. Con el paso del tiempo, y adaptándose a las exigencias de la posición de base, Cabrera fue desarrollando un buen manejo de balón, una visión de juego analítica y, sobre todo, una gran capacidad para pasar el balón al compañero mejor situado, asistencias que le hicieron ganarse los apodos de “Mago” y el ya citado “Mandrake”. Sus capacidades ofensivas, como el tiro lejano o la facilidad para penetrar o tirar en carrera, le llegaron en sus últimos días de formación y en su periplo en el primer equipo, convirtiendo al joven bahíense en uno de los jugadores más completos de su generación.

A pesar de indudable brillo de la futura estrella de Estudiantes, el baloncesto de Bahía Blanca se encontraba en un momento dulce, en su década de oro. Así, el aparente dominio del club estudiantil durante estos años no era tan abrumador, teniendo que luchar codo a codo con su principal rival de la época, el Olimpo, así como con otros equipos de menor entidad pero también con jugadores de calidad, como Independiente, Club Alem o Pacífico. Los gran competidores de Cabrera en la competición doméstica, y compañeros inseparables en los combinados bahíense y bonaerense y en el seleccionado nacional, eran Atilio “Lito” Fruet, una alero alto e inteligente, y José Ignacio “El Negro” de Lisazo, jugador muy físico y aguerrido en el campo.

Una noche inolvidable
El gran potencial del baloncesto bahíense tuvo su reflejo en la gran cantidad de títulos recabados por sus clubes y selecciones durante la década de 1967 a 1979, aunque no tenía una sonoridad más allá de las fronteras argentinas. Sin embargo, los orgullosos y aguerridos jugadores de Bahía Blanca tuvieron una oportunidad de que sus andanzas fueran más allá de su país e, incluso, saltaran al otro lado del Atlántico.

La noche del 3 de julio de 1971 fue la elegida para inaugurar el pabellón Norberto Tomás “Patito”, nueva sede social de Olimpo bautizada con el nombre de un joven jugador fallecido durante un partido. El torneo incluía la participación del combinado de Bahía Blanca como anfitriones y del seleccionado albiceleste, además del equipo nacional mexicano y de una escuadra de ensueño dispuesta a llevarse todos los ‘flashes’, la Yugoslavia campeona del mundo en 1970, que estaba realizando una de sus habituales giras americanas para ir adiestrando a los jóvenes talentos en el férreo sistema de la ‘kosarka’. De este modo, el combinado ‘plavi’ no contaba con sus mejores hombres, ya que su principal referente, Kresmir Cosic, apenas disputó algunos minutos durante toda la gira, aunque sí había traído a algunas de las estrellas del oro conseguido en Ljubljana un año antes, como Plecas, Jevolak o Kapicic, junto con jóvenes prometedores como Dragan Ivkovic, Miroljub Damjanovic o Zarko Knezevic.

El primer partido en esta nueva pista sería entre los anfitriones y el equipo estrella, un enfrentamiento que se preveía desigualado pero que haría las delicias de los aficionados bahíenses. Sin embargo, el encuentro no fue por los derroteros esperados, sino que el ardor guerrero propio de los jugadores de Bahía Blanca, contagiado posteriormente a prácticamente todos los jugadores argentinos de baloncesto, consiguió que los yugoslavos no pudieran dispararse en el marcador, llegando al descanso con una ventaja exigua pero meritoria, 34-32. Los de Bahía, encabezados por “Beto” Cabrera y “El Negro” De Lisazo y entrenados por Américo José “El Lungo” Brusa, habían conseguido más de lo que pensaban, por lo que esperaban el vendaval ofensivo de los campeones del mundo en la segunda parte. Sin embargo, la reanudación fue buena para los locales, con un parcial de 8-0, que hizo que se creyeran ganadores y bajaran su rendimiento. En ese momento, Plecas y Kapicic cogieron las riendas del juego yugoslavo para dar la vuelta al partido. Había estado tan cerca que los bahíenses no querían resignarse a caer sin oponer más lucha, por lo que volvieron a poner todo sobre la cancha, imponiendo un juego físico y una defensa aguerrida en busca de balón. Con muchas faltas y mucha emoción, con algunos de los mejores jugadores eliminados, incluido el propio Cabrera, que acabó con 16 puntos, los locales consiguieron una ventaja de tres puntos a diez segundos de la bocina gracias a una canasta de De Lisazo. El marcador ya no se me movería del 78-75 que hizo que prácticamente todos los periódicos deportivos (y prácticamente todos los diarios argentinos) lucieran un titular prácticamente idéntico al día siguiente: “¡Le ganamos al campeón del mundo!”.   

El legado de “Mandrake”


La figura de Alberto Pedro Cabrera en Bahía Blanca es más grande de lo que indican sus más de tres décadas como jugador, su indiscutible trayectoria al más alto nivel en Argentina, su desigual trabajo como entrenador o la calle bautizada con su nombre en la ciudad, una de las vías principales del tráfico bahíense. Nombrado mejor deportista del siglo XX en esta localidad, “Mandrake” consiguió que el básquetbol fuera aún más popular, demostrando que tantos partidos y entrenamientos pueden tener la recompensa de llevar el nombre de tu ciudad natal prácticamente por todo el mundo. Siguiendo la estela de “Beto”, así como del resto de jugadores de su generación, muchos jóvenes siguieron practicando el deporte de la pelota gorda para llevar Bahía Blanca aún más lejos, a otros países y otras cotas deportivas. El legado de Cabrera ha tomado forma en nombres como Juan Alberto Espil, Hernán Montenegro, “Pancho” Jasen, Alejandro Montecchia, Pepe Sánchez o Manu Ginóbili, estos últimos responsables del mayor éxito del basket argentino, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004.

Material adicional:
“Bahía contra el mundo” de Matías Castañón, en “Cuadernos de basket” nº 2
“El amargo recuerdo del básquetbol en Bahía Blanca”, en “El ritmo de la cancha. Historias del mundo alrededor del baloncesto” de Jacabo Rivero
Documental “El mago del básquetbol” de Alberto Freinkel

lunes, 17 de septiembre de 2012

El posible regreso de los SuperSonics

La desaparición de los Seattle SuperSonics en el año 2008 fue una triste noticia para los seguidores del deporte de la ‘pelota gorda’, mucho más cuando se conocieron algunos de los tejemanejes que hubo tras ese operación empresarial. Sin embargo, apenas cuatro años después de que el balón dejara de botar sobre el parqué del Key Arena, los aficionados de la ciudad portuaria del estado de Washington podrían estar de enhorabuena. El ayuntamiento de Seattle ha llegado a un acuerdo con unos inversores privados para llevar a cabo la construcción de un nuevo pabellón para baloncesto y hockey sobre hielo en una zona cercana a los estadios de los equipos de fútbol americano y béisbol de la ciudad, los Seahawks y los Mariners.

La operación se estima en unos 490 millones de dólares, de los que las arcas públicas aportarán unos 200. Además de diversas condiciones de explotación y futura compraventa o adquisición total de la infraestructura por parte de los inversores, el acuerdo incluye un apartado de unos 40 millones para mejorar las comunicaciones si el nuevo pabellón supusiera prejuicios al tráfico de la zona. A pesar de que todo está en ciernes y que quedan varios años de construcción antes de que el baloncesto vuelva a la ciudad del ‘grunge’, los aficionados han recibido con agrado este acuerdo, que tiene más de negocio urbanístico que de amor por el deporte de la canasta, e incluso se rumorea ya con la adquisición de alguna franquicia, como los Sacramento Kings, en caso de que la NBA no cree nuevas plazas en la competición.

De este modo, los colores verde, blanco y dorado de los SuperSonics podrían volver a hacer su aparición en las canchas de la Liga después de que los aficionados de Seattle fueran desposeídos de su equipo tras cuarenta años de historia. De consumarse todas las operaciones en marcha, algo que todavía se dilatará algunos años más, el nuevo equipo conservaría su denominación de antaño y los dorsales retirados, acuerdo al que llegaron los actuales propietarios de la franquicia con las autoridades locales antes de su mudanza al Medio Oeste, y sería la NBA quien tendría que decidir si los títulos y el historial de récords del club corresponderían al nuevo equipo de Seattle o a los ‘usurpadores’ Oklahoma City Thunder.

Cuatro décadas de baloncesto
En diciembre de 1966, un grupo de empresarios de la ciudad de Seattle, encabezados por Sam Schulman, recibieron la noticia de que la ciudad contaría con un equipo en la NBA. Ya en la siguiente temporada, la 1967/68, los Seattle SuperSonics, cuyo nombre se debe al proyecto de la compañía Boeing de fabricar el primer avión supersónico, debutaron en la Liga con un balance de 23 victorias y 59 derrotas liderados por Walt Hazzard. La estrella de este primer año de vida de los Sonics fue traspasada a Atlanta Hawks a cambio de una de las figuras capitales de esta franquicia tanto dentro de la cancha como en el banquillo, Lenny Wilkens, que añadió a sus responsabilidades de jugador de referencia la tarea de entrenador el año siguiente a su llegada.  

Con la paulatina mejora de los resultados, el equipo de Seattle fue haciéndose con nuevas piezas, como Spencer Haywood o Fred Brown, que entraron en la plantilla en la primera temporada ganadora del equipo, la 1971/72, que concluyó con un balance de 47-35. A pesar de ello, tendrían que esperar a la llegada de un nuevo entrenador, el mítico Bill Russell, para clasificarse para los Play-Offs por primera vez en el curso baloncestístico 1974/75. De este modo, la franquicia de expansión fue convirtiéndose en menos de una década en un habitual de la post-temporada, alcanzado su primero título de Conferencia y, por tanto las Finales de la NBA en 1978, temporada de regreso de Lenny Wilkens al banquillo después de un comienzo bastante irregular de los de Seattle. A pesar de alcanzar esta ansiada meta, la de reivindicarse como uno de los mejores equipos de la Liga, el esfuerzo no fue suficiente para doblegar a los Washington Bullets de Wes Unseld y “Big E” Elvin Hayes, a los que exprimieron hasta alargar la serie a siete partidos.
Sin embargo, el tiempo no tardaría en darles la oportunidad de vengarse de esa oportunidad perdida. En el curso 1978/79, los de Seattle mejoraron su balance de victorias (52-30) hasta alcanzar el primer puesto de su Conferencia, que entonces eximía de jugar la primera ronda eliminatoria. En los Play-Offs, los Sonics se deshicieron con suficiencia de Los Angeles Lakers (4-1) y con ciertos apuros de los Phoenix Suns (4-3) para alcanzar un nuevo banderín de la Conferencia Oeste y el pasaporte a las Finales, una vez más contra el equipo capitalino. En el primer partido en Washington, los Bullets salieron muy concentrados, llegando al último cuarto con 18 puntos de ventaja, si bien el empuje ‘supersónico’ empató el partido y fue un tiro de Larry Wright sobre la bocina el que dio la victoria a los locales. Los de Wilkens no querían que eso volviese a pasar, por lo que se aplicaron en controlar el ritmo del segundo encuentro, sobre todo en la segunda mitad, consiguiendo romper el factor cancha. Con la serie instalada en Seattle, los Sonics no dejaron escapar ninguno de los dos partidos, aunque unos Bullets con el agua al cuello se lo pusieron difícil en el cuarto encuentro, que se decidió por apenas dos puntos en la prórroga con un tapón de Dennis Johnson a cuatro segundos para el final. Finalmente, el Capital Centre de los Bullets fue el lugar en el que el equipo formado por el joven pívot Jack Sikma, el polivalente base-escolta Dennis Jonson (MVP de las Finales y posteriormente leyenda con los Boston Celtics), el Sonic de por vida Fred Brown y el anotador Gus Williams se alzaron con el único título de “World champions” que cuelga del Seattle Center Colisseum, posteriormente Key Arena.

A pesar del espaldarazo que el título nacional supuso para los de Lenny Wilkens, el éxito le sería esquivo a la franquicia de Seattle. En la siguiente temporada se mantuvo gran parte del núcleo duro del equipo y, aunque con un ligero empeoramiento de los resultados, los Sonics consiguieron meterse en la post-temporada y hacer su camino hasta la final de la Conferencia Oeste, donde los Lakers, a la postre campeones, les eliminaron en cinco partidos. Con esta derrota, el sueño llegaba a su fin, dando paso a una época en la que el cambio de propietarios, el abandono de piezas clave como Wilkens o Sikma y una cierta desorientación en la gestión deportiva hicieron caer a los Sonics en la mediocridad. Ya a finales de la década de los 80, los de Seattle verían un camino algo más luminoso, aunque aún lejano del éxito de 1979, gracias a un equipo dominado por el ‘power trio’ de Xavier McDaniel, Tom Chambers y Dale Ellis.

Sin embargo, para reverdecer laureles, hubo que renovar por completo la plantilla y la dirección técnica. De este modo, entre 1989 y 1992, los Sonics hicieron un esfuerzo por ir incorporando las piezas más importantes del que será, en 1996, su tercer asalto al título de la NBA. En 1989, el recién llegado será Shawn Kemp, ídolo de la afición de Seattle durante casi una década, mientras que un año después hará su aparición uno de los bases más imaginativos e intensos de las últimas décadas, Gary Payton. Para redondear una escuadra dispuesta a ser importante en las siguientes temporadas, George Karl, experimentado técnico a ambos lados del Atlántico, se sentó en el banquillo desde 1992. Con estos mimbres, los Sonics fueron alcanzando los mejores resultados de su historia durante la temporada regular, aunque con participaciones desiguales en Play-Offs (final de Conferencia en 1993 perdida ante los Suns y eliminaciones en primera ronda en 1994 y 1995).

Este periodo de ‘calentamiento’ hizo que el equipo ‘estallara’ en la temporada 1995/96. Después de los seis meses de competición, los Sonics acabaron un balance de 64-18, el mejor de su historia, solamente superado por el 72-10 de los Chicago Bulls de Michael Jordan. En la post-temporada, el dúo Payton-Kemp no tuvo problemas para deshacerse de Sacramento Kings (3-1) y Houston Rockets (4-0), a pesar de que defendían título NBA. Los problemas llegaron en la final de Conferencia, en la que los potentes Utah Jazz, que se colarían en las Finales de la NBA las dos temporadas siguientes, les obligaron a llegar hasta el séptimo partido para hacerse con el tercer banderín de campeones de la Conferencia Oeste y para acceder a la ronda definitiva. En las Finales, los Sonics no pudieron derrotar a los triunfantes Bulls en estado de gracia, aunque hicieron un papel más que digno ganando dos de sus partidos en casa por diferencias de 21 y 11 puntos. Dirigidos desde la banda por Karl y liderados por Payton y Kemp, aquella plantilla incluía algunos de los grandes de la historia de la franquicia de Seattle, como el polivalente alero alemán Detlef Schrempf, el veterano pívot Sam Perkins, el trabajador base-escolta Nate McMillan y el eficiente escolta Hersey Hawkins, entre otros.

Como ocurrió después del título de 1979, el equipo fue sufriendo un lento ocaso hacia una nueva era de mediocridad. A pesar de firmar dos buenas temporadas alrededor de las 60 victorias en liga regular, los Sonics ya no eran el equipo de moda y se veían castigados por encuadrarse en una Conferencia Oeste que contaba con demasiadas plantillas potentes (Utah Jazz, Houston Rockets, Los Angeles Lakers), sufriendo derrotas ante ellos en los Play-Offs. Además, en los siguientes años, la franquicia ve cómo sus principales pilares abandonan el barco entre 1998 y 1999 con la retirada de McMillan, el traspaso de Kemp a los Cleveland Cavaliers o la renuncia de George Karl, un proceso que se culminó en 2003 con la marcha de Gary Payton.

La travesía por el desierto que ha supuesto la NBA para los Sonics desde finales de los noventa hasta su conversión en Thunder y su traslado a Oklahoma en 2008 se ha visto jalonada por campañas desiguales en los resultados, instalándose en una clase media de la Liga que no siempre aseguraba la clasificación para las eliminatorias de post-temporada. A pesar de ello, los de Seattle han firmado algunas temporadas exitosas, consiguiendo 52 victorias en 2004/2005, además de asegurarse la llegada de algunos buenos jugadores que han hecho disfrutar a los seguidores del Key Arena, como Ray Allen, Rashard Lewis, Brent Barry, Vin Baker o Kevin Durant. El punto y seguido a la historia de más de cuatro décadas de los SuperSonics fue la temporada con peor balance de su historia, un 20-62 que obedecía más a los intereses de sus propietarios de trasladar la franquicia que al tradicional espíritu de crecimiento y superación que ha caracterizado al equipo de Seattle.

La polémica mudanza
El traslado de la franquicia de Seattle a Oklahoma City supuso un gran revuelo entre los aficionados al baloncesto, principalmente en el estado de Washington, pero también en todo el mundo. La operación se inició en octubre de 2006, cuando un grupo de inversores encabezado por Clayton Bennett se hizo con la franquicia, lo que generó gran cantidad de rumores dado que los nuevos propietarios no estaban instalados en la zona, sino que eran naturales de Oklahoma. A pesar de ello, los nuevos gestores tranquilizaron a los seguidores asegurando que el equipo permanecería en la ciudad y comprometiéndose con el ayuntamiento de Seattle al uso del Key Arena durante los siguientes años.

Sin embargo, Bennett pronto comenzaron a tensar las relaciones con las autoridades locales pidiendo inversiones públicas para la construcción de un nuevo pabellón, si bien la ciudad se había mostrado en varias ocasiones reacia de acometer ese tipo de obras con anterioridad a demanda de los anteriores propietarios. A pesar de que la negativa de implicación pública era conocida desde tiempo antes de la compraventa de la franquicia, los nuevos gestores se hicieron los sorprendidos por la decisión municipal y, gracias a una temporada mala en lo deportivo y, por tanto, en las audiencias televisivas y en la venta de entradas y ‘merchandising’, vieron razones suficientes para cumplir sus planes de trasladar la franquicia a su ciudad de origen, Oklahoma City, que casualmente estrenaba un pabellón financiado con fondos públicos y de las empresas del grupo inversor.

La escasa ligazón de Bennett y los suyos con el equipo de Seattle se muestra en que solamente se llevaron de esta ciudad la plaza en la competición, creando una nueva franquicia con distintos colores y una nueva denominación y dejando allí el nombre de SuperSonics, las banderolas de campeones de Conferencia y de la NBA, unos colores con más de cuatro décadas de tradición y seis números retirados, los de Gus Williams (1), Nate McMillan (10), Lenny Wilkens (19), Spencer Haywood (24), Fred Brown (32) y Jack Sikma (43).