martes, 9 de octubre de 2012

Belgrado-Fuenlabrada-Bolonia-Estambul

Aquel coqueto pabellón flamantemente nuevo, el Fernando Martín, no era demasiado distinto del Hall Pionir, ni del vetusto Hala Sportova. Algo más pequeño, con espacio para unos 2.000 espectadores menos, pero podía convertirse en una olla a presión aún más caliente y humeante que el mítico campo de Belgrado. Solamente había una condición, que aquel grupo de once serbios y un croata, todos yugoslavos en aquel momento, fueran capaces de movilizar a una ciudad predispuesta para el baloncesto, a pesar de que no habían tenido la oportunidad de disponer de su propio equipo de élite.

Mientras la guerra se desataba en una zona acostumbrada a los conflictos territoriales aunque razonablemente habituada a la convivencia impuesta tras las Segunda Guerra Mundial, los jugadores yugoslavos encontraban en el baloncesto una tabla de salvación, una forma distinta de luchar por su país sin tener que empuñar las armas. La pelota gorda seguía en movimiento mientras miles de serbios, croatas y bosnios, algunos de ellos familiares y amigos de las estrellas del basket, acudían a luchar contra los que hasta el momento habían sido sus compatriotas.

En este caldo de cultivo, y aunque la liga nacional yugoslava no sufrió demasiados problemas, más allá de la ausencia de los equipos croatas y eslovenos, naciones ya proclamadas independientes, la FIBA clamó por la seguridad de los equipos participantes en las competiciones internacionales europeas, por lo que obligó al exilio a las escuadras con base en la zona en conflicto a buscarse otros campos en los que jugar sus partidos como locales. Los tres equipos en liza se refugiaron en España durante esa temporada. La Jugoplastika de Split, por aquel entonces Slobodna Dalmacija, se refugió en La Coruña, mientras que la Cibona de Zagreb dejó la capital croata por la localidad gaditana de Puerto Real. Por su parte, los protagonistas de esta historia, los únicos que consiguieron hacer del destierro su nueva casa, los jugadores del Partizan de Belgrado recalaron cerca de Madrid, en Fuenlabrada, en una coqueto pabellón estrenado hacía apenas unos meses, sin un equipo de élite que impusiera horarios y restringiera entrenamientos y a pocos minutos del aeropuerto más importante del país, Barajas.

A pesar de que la elección fue estratégicamente buena, descontando el perjuicio inevitable de tener que jugar a miles de kilómetros de casa, el Partizan de Belgrado no planificaba la temporada 1991/1992 como una de las más exitosas de su historia. Sus jugadores más destacados de las pasadas campañas, Vlade Divac y Zarko Paspalj, habían abandonado la disciplina de Belgrado siguiendo el esplendor de la NBA y de los siempre manirrotos equipos griegos, dejando una plantilla de jugadores talentosos pero jovencísimos, con una media de 21,7 años y con ‘Shasha’ Djordjevic y Pedrag Danilovic como principales referencias ofensivas. Y es que, además de las grandes estrellas, la disciplina serbia también perdió a uno de sus jugadores más veteranos, el base Zeljko Obradovic, que iniciaba con 31 años, y dejando inesperadamente su puesto en la primera plantilla y su carrera de jugador en activo (la oferta le llegó cuando estaba concentrado con la selección yugoslava), su exitosa leyenda en los banquillos de media Europa.

Con estos mimbres, muchos de ellos novatos, los partisanos aún no eran conscientes de lo que iba a suceder. Y es que el equipo serbio y la ciudad madrileña pronto iniciaron un idilio que se prolongaría durante los siete partidos como locales de la fase de grupos sw la Copa de Europa, una ronda en la que, a pesar de los miles de kilómetros, sí hubo una conexión entre los jugadores y el público. Los seguidores fuenlabreños estaban sedientos de baloncesto de élite, y la llegada de un club de referencia de uno de los países con mayor tradición baloncestística pareció bastarles para que llenaran el pabellón en todas las citas, tomaran la camisera blanquinegra como suya e incluso defendieran a los ‘suyos’ en sus enfrentamientos contra los equipos españoles en liza. Por su parte, los jóvenes jugadores yugoslavos hicieron un especial esfuerzo para responder a la animosidad de la afición, permaneciendo durante más de una hora firmando autógrafos y complaciendo a los aficionados e intentando aprender a marchas forzadas algo de castellano, al menos los números y algunas expresiones útiles. Como una suerte de amor de fin de semana, los jugadores podían huir durante algunos días de la triste realidad de una guerra civil y los seguidores podían maravillarse con el juego de un equipo plagado de talento y deseo y, al fin, entregarse a unos colores.

En lo deportivo, el paso del Partizan por el pabellón Fernando Martín fue muy positivo, venciendo todos sus partidos menos uno, al ‘vecino’ Estudiantes, que posteriormente se plantaría contra todo pronóstico en la Final Four. Por el recién estrenado parqué pasaron Commodore, Maes Piels, Phillips Milán, TSU Bayer 04 y Aris, además del Joventut de Badalona, que esperaba encontrar un ambiente más favorable al tratarse de un equipo nacional, pero que se toparon con la realidad de que, a efectos de la Copa de Europa, el Partizan no era un equipo llegado del otro lado del Mediterráneo, sino que se había convertido en el Partizan de Fuenlabrada.

La peripecia fuera de casa en esta fase de grupos no fue tan exitosa, aunque los balcánicos sí consiguieron vencer en Milán y Salónica, clasificándose como cuartos del grupo para la eliminatoria previa a la Final Four. Objetivo más que cumplido para los jóvenes y viajeros jugadores partisanos, con los que pocos contaban dada la odisea deportiva y geopolítica que atravesaban y a los que la FIBA permitía volver a casa a jugar los cuartos de final contra el Knorr de Bolonia. Atrás quedaban cuatro meses de competición, muchos recuerdos y un buen recibimiento, que fue agradecido con la invitación de varias autoridades y aficionados fuenlabreños al Hall Pionir en el primer partido ya en casa.

Con la inercia positiva, los de Belgrado vencieron a los italianos en una serie que se prolongó hasta los tres partidos, sellando su pasaporte a la Final Four de Estambul, donde compartían los focos con tres viejos conocidos de la fase de grupos, Phillips Milán, Joventut de Badalona y Estudiantes. Una vez en la ciudad turca, el sueño, tan irrealizable a principio de temporada, estaba más cerca y había que luchar por con seguirlo. Ya no había nada que perder.

El Partizan volvió a deslumbrar con su juego en las semifinales ante el equipo milanés, consiguiendo clasificarse para el partido definitivo con un resultado de 82-75. Dos días después, el rival sería el Joventut de Badalona, equipo mucho más experimentado que obligaría a los balcánicos a exprimirse al máximo. En un partido rocoso y difícil, brusco en algunos momentos, brillante en otros, el marcador reflejaba un empate a 68 a apenas 20 segundos para el final. Tomás Jofresa intentaba una penetración más trabada de lo previsto para conseguir una canasta llorosa y emocionante cuando restaban menos de 10 segundos para la bocina. Solamente quedaba una bala en el cargador.

El balón se puso en juego con rapidez. Djordjevic avanzó rápidamente a pesar de la presionante defensa de Jofresa. Una vez en la pista de ataque, y antes de que Juanan Morales llegara a la ayuda, el genial base de Belgrado se elevó en un un salto algo desequilibrado, aunque con el torso perfectamente orientado hacia la canasta… El resto ya es historia: triple a menos de tres segundos que colocada a los partisanos 71-70 y un escasísimo margen de maniobra para los de Badalona, que solamente pudieron lanzar a la desesperada y ya sin tocar siquiera el aro.

La aventura del Partizan en su temporada más difícil, con la pérdida de sus mejores jugadores, la guerra en casa y el exilio en la competición europea, se saldaba con el primer y único máximo título continental para los blanquinegros. Como si de un cuento de hadas o una novela de aventuras se tratara, la escuadra dirigida por Obradovic, liderada por Djordjevic y Danilovic y completada por Ivo Nakic, Nikola Loncar, Vladimir Dragutinovic y Zeljko Rebraca, entre otros, consiguió sobreponerse a todas las adversidades para terminar besando su primera y única Copa de Europa.

Material adicional
“Sueños robados. El baloncesto yugoslavo” de Juanan Hinojo

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