lunes, 2 de julio de 2012

El otro 'showtime'


Un terremoto sacudió la NBA a finales de una de sus décadas más gloriosas, la de los 80. Y es que frente al espectáculo de los contrataques de los Lakers, la sobriedad anotadora de los Celtics y las potentes estrellas que iban llegando cada año a la autodenominada mejor liga del mundo, un equipo decidió saltarse las nuevas reglas del juego para crear una minidinastía que se alzó con el título durante dos años seguidos, 1989 y 1990.

Los Detroit Pistons no tenía nada que ver con los Lakers y los Celtics dominadores de los años anteriores. Nada de 'big threes' de superestrellas como Earvin "Magic" Johnson, James Worthy y Karrem Abdul-Jabbar por un lado, y Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish, por el otro, ni tampoco finos estilistas como los que se estaban incorporando durante los 80 a los equipos de la NBA, nombres como Micheal Jordan, Clyde Drexler, Hakeem Olajuwon y otras futuras estrellas de los 90. Se trata únicamente de una panda de 'currantes', de jugadores dispuestos a dar todo de sí mismos y estirar la permisividad de las reglas al máximo para igualar el juego, aunque fuera por lo bajo. Y es que aprovechar al máximo las capacidades de uno, mostrarse orgulloso de su trabajo y salir a la cancha a competir hasta el límite también es baloncesto.

De este modo, el equipo de la Ciudad del Motor se fue convirtiendo en una de las atracciones de la liga, si bien tenían poco que ver con lo que habitualmente se veía en la NBA de la época. La defensa estaba por encima de todo, haciendo presiones axfisiantes, continuas ayudas y mucho juego subterráneo para ir minando la moral del rival, lo que en ocasiones acababa en peleas y malas caras entre los jugadores de un y otro equipo. A pesar de ello, el ataque no se descuidaba y era habitual superar los 90 y los 100 puntos en casi todos los partidos.

Los resultados de estas dos temporadas se encuentran entre los mejores registros de la historia de la NBA. El balance de la primera temporada ganadora fue de 63-19, un record reducido ligeramente en la segunda, 59-23, cifras difíciles de conseguir en unos años bastante competitivos, con los últimos coletazos de los equipos dominadores de los 80 y el inicio del reinado de los jugadores más determinantes de los 90. En el Play-offs, los registros eran aún mas espectaculares, con apenas dos derrotas en 1989, ambas ante los Chicago Bulls de Michael Jordan en las Finales de Conferencia, y barriendo a Boston Celtics, Milwakee Bucks y Los Angeles Lakers. La post-temporada de 1990 no fue tan espectacular, aunque los de Detroit consiguieron barrer a Indiana Pacers y ganar a New York Knicks (4-1) y Chicago Bulls (4-3) para encaramarse a unas nueva Finales frente a Portland Trail Blazers que se alargaron hasta el sexto partido. De este modo, se da idea de la implicación de este grupo de jugadores durante todas y cada una de las noches de competición en pos de conseguir éxitos que, sobre el papel, podían corresponder a otros.

El artífice de guiar a un grupo de jugadores de clase media a las más altas cotas del deporte de la 'pelota gorda' fue Chuck Daly (1930-2009), un entrenador caracterizado por ser capaz de aprovechar al máximo lo que tenía en el banquillo, capaz de convencer a su plantilla de sus posibilidades de éxito u ordenar los egos de las superestrellas en el Dream Team de los Juegos Olímpicos de 1992.

El mariscal de campo de uno de los 'coaches' más elegantes de la Liga era Isiah Thomas, un base con un manejo del balón exquisito y una gran capacidad para anotar, aunque al que no le dolían prendas en dejarse la piel en su propia canasta y propasarse en su defensa en ocasiones, liderando a veces el juego marrulero y las provocaciones que sacaban a relucior los "Bad Boys". De este modo, el 11 de los Pistons ha sido merecedor del MVP de las finales de 1990 y ha dejado algunos momentos memorables de canastas imposibles, movimientos propios de dibujos animados y robos de balón que ganan partidos, aunque también su carácter y comportamiento en la pista también le ha costado algunas enemistades, como la Michael Jordan, lo que le cerró las puertas del Dream Team de Barcelona'92.

Sin embargo, los máximos exponentes de los que significaba ser un "Motor City Bad Boys" se encontraban dentro de la zona. Bill Laimbeer y Rick Mahorn se repartían las posiciones interiores en el cinco titular y eran los principales arietes del juego subterráneo y de las triquiñuelas que caracterizaron a los Pistons de aquellos años. Tanto era así que Laimbeer tuvo que afrontar dos suspensiones por varios partidos dadas sus frecuentes peleas.  Rick Mahorn era un pivot rocoso, inconmensurable, que se encargaba de poner energía bajo el aro porpio, mientras que Laimbeer suplía su menor velocidad con una mayor conocimiento del juego, tanto limpio como sucio, así como una mayor calidad en la canasta contraria.

El juego exterior titular era cosa de Mark Aguirre y Joe Dumars. El primero era un alero que se creía más determinante de lo que era, algo pasado de peso y con el balón en las manos más minutos de lo recomendable. A pesar de ello, era un jugador carismático y bastante querido por el público y también hizo suya la actitud peleona de aquellos Pistons. Por su parte, Dumars era un tirador estiloso y efectivo, la estrella para cualquier otro equipo, pero al que se le exigía defender e implicarse más que a nadie en un equipo lleno de jugadores de menor calidad. El escolta aceptó este espíritu del sacrificio, lo que le llevó a la titularidad indiscutible y al MVP de las Finales de 1989.

Sin embargo, y a pesar de no situarse en el quinteto titular de forma habitual, una de las caras más conocidas de estos Bad Boys era la de Dennis Rodman, "El Gusano". Si Mahorn y Laimbeer eran los principales 'chicos malos' de este equipo, el 10 de los Pistons simbolizaba la forma de jugar que pedía Daly en la pista, un sacrificio continuo y un esfuerzo extenuante en ambos lados de la cancha y en cualquier posición con el único objetivo de ganar cada partido. De este modo, y gracias a su importancia dentro del banquillo y de la pista, Rodman se convirtió, sin cualidades baloncestísticas evidentes tales como la anotación o los recursos técnicos, en una de las piezas más cotizadas de la NBA, jugando en exitosos equipos como San Antonio Spurs, Chicago Bulls o Los Angeles Lakers.

Otro jugador sin el que este equipo sería inconcevible es Vinnie Johnson, el "Microondas", el único jugador netamente ofensivo de la plantilla. Encargado de sustituir a Thomas y a Dumars, su misión prinicpal era subir el ritmo de los partidos y anotar lo más posible en los minutos que estaba en pista. Además, el él le corresponde uno de los momentos de oro de esta minidinastía, el último de ellos, la canasta ganadora en el sextor partido de las Finales de 1990 en Portland. En el caso del juego interior, los sustitutos eran James Edwards y John Salley, dos pivots de más de 2,10 aunque con bastante movilidad y las suficientes ganas de ganar como para someterse a la actitud reinante en este equipo.

De este modo, durante dos años, la NBA se dejó seducir por otro tipo de baloncesto, muy distinto al de los años 80, en el que el deseo por vencer valía más que las exquisiteces técnicas, en el que el valor del equipo se ponía por encima de las individualidades técnicas, en el que el trabajo duro en la pista trasera era recompensado con canastas fáciles. Quizás no fuera tan bonito y en ocasiones se volviera tosco, pero se trataba de un juego emocionante que no dejaba indiferente a nadie (de hecho, dudo que algún seguidor de Bulls, Celtics o Lakers eche de menos a los "Bad Boys").

15 años después 
El legado del equipo campeón de los Detroit Pistons en 1989 y 1990 ha tenido un importante recorrido en la Ciudad del Motor y en su equipo de baloncesto. Así, la demografía de la ciudad más importante del estado de Michigan destaca por su mayoría de trabajadores industriales, con una mayor proporción de monos que de trajes en sus calles. Es por ello que la actitud de los “Bad Boys” casaba muy bien con la composición social de sus anfitriones, por lo que la franquicia siempre ha buscado concretar equipos competitivos y comprometidos, sacrificando en algunos casos la permanencia de superestrellas en la plantilla.

Esta herencia tuvo su punto álgido en la temporada 2003-2004, cuando los Pistons se alzaron nuevamente con el título de la NBA gracias a un equipo con algunos puntos en común con sus predecesores. Al igual que en el back-to-back de 1989 y 1990, se trataba de un equipo con buenos números durante las temporadas anteriores pero al que le hacía falta un salto de calidad para colarse en las Finales. Además, como ocurriera década y media antes, la plantilla contaba con un entrenador exigente, Larry Brown, hombre experimentado y capaz de convencer a los jugadores de que su primer impulso sea lo que necesita el equipo, poniendo el acento en la defensa hasta tal punto de que los Pistons de 2003-2004 tienen el record de más partidos dejando al rival en menos de 70 puntos.

El lema de aquel vestuario, de ese grupo de jugadores que se colaron casi por sorpresa en las Finales y que tomaron al asalto el Staples Center de Los Angeles para demostrar a los Lakers que no iban a dejar escapar aquella serie, era “play hard, play smart, play together, have fun” (algo así como “juega duro, juega con astucia, juega en equipo, diviértete”), preceptos que bien podían ser aplicados a los Bad Boys. El ‘roster’ de los campeones de 2004 estaba liderado por el trabajador incansable “Big Ben” Wallace, el siempre aguerrido Tayshaun Prince, el anotador impenitente Richard “RIP” Hamilton, los veteranos Lindsay Hunter y Elden Campbell y el talentoso base Chauncey Billups, además de Rasheed Wallace, jugador intenso en ambos lados de la cancha que dio el salto de calidad definitivo al equipo llegando mediada la temporada.

Otra conexión con los “Bad Boys”: el encargado de juntar a este grupos de jugadores deseosos de ganar y sacrifricarse por el equipo fue Joe Dumars, otrora referente ofensivo de la franquicia y entonces director de Operaciones Deportivas de su equipo de toda la vida.

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