Bahía Blanca, una localidad de apenas 300.000 habitantes
situada a pocos kilómetros al sur de Buenos Aires, es conocida como la Capital
del Básquetbol Argentino y, probablemente, podría ser la ciudad más
representativa del deporte de la pelota gorda, compartiendo el título con
algunas localidades de los Balcanes, por la implicación social y el alto
porcentaje de población relacionada con la canasta. Y es que Bahía, a pesar de
sus estadísticas demográficas, cuenta con 21 pabellones dedicados a la práctica
del baloncesto y con otros tantos clubes que compiten en diferentes ligas y
categorías. Con esta tradición baloncestística, no es de extrañar la gran
cantidad de talentos que esta ciudad ha aportado a diferentes escuadras de la
Liga Nacional de Básquetbol (LNB), multitud de equipos europeos y, cómo no, al
seleccionado nacional.
En esta larga historia alrededor del deporte de la canasta,
que data del primer partido jugado en Argentina en 1910 por parte de soldados
norteamericanos atracados en el puerto de Bahía Blanca y de la fundación de la
primera liga organizada en el país sudamericano en 1917, hay una figura que
destaca entre tantos jugadores aguerridos y de talento. Alberto Pedro Cabrera,
apodado “Beto” en sus inicios y “Mandrake”, nombre sacado de un popular mago de
la ficción en los años 30 del pasado siglo XX, tras su consolidación al más
alto nivel, cerró en 1986 un periplo de más de 30 años dedicados a la práctica
del baloncesto, con 38 títulos nacionales.
Y es que durante los años 60 y 70, la competición argentina
tenía ciertas peculiaridades. Debido al tamaño del país y al carácter amateur
de los clubes deportivos, el baloncesto albiceleste se dividía en ligas locales
en las ciudades más importantes, además de competiciones que, al margen de los
clubes, enfrentaban a las selecciones de los mejores jugadores de cada ciudad o
provincia. De este modo, “Mandrake” pudo levantar, como líder indiscutible del
Estudiantes de esta localidad portuaria prácticamente desde su debut a los 16
años en noviembre de 1961, cinco títulos oficiales y doce de su ciudad natal,
además de otros doce representando a Bahía Blanca y nueve con la selección de
la provincia de Buenos Aires. Su retirada en 1986, con casi 41 años, supuso un
duro golpe para el deporte de la canasta en la ciudad portuaria, aunque la
semilla ya había sido plantada y las nuevas generaciones de grtandes jugadores
bahíenses ya daban sus primeros botes con la pelota gorda.
Esta exitosa carrera en el más alto nivel del básquetbol
argentino se basa en una pasión desmedida por el deporte de la pelota gorda
desde niño. A los 7 años, el joven “Beto” comenzó a jugar en las canchas del
colegio para pronto enrolarse en el club en el que pasaría casi toda su vida.
Desde muy joven, comprendió la necesidad de tener el balón para poder ganar,
por lo que sus cualidades defensivas fueron las primeras en destacar, además de
mostrar buenas aptitudes físicas, sobre todo en lo que a capacidad de salto se
refiere. Con el paso del tiempo, y adaptándose a las exigencias de la posición
de base, Cabrera fue desarrollando un buen manejo de balón, una visión de juego
analítica y, sobre todo, una gran capacidad para pasar el balón al compañero
mejor situado, asistencias que le hicieron ganarse los apodos de “Mago” y el ya
citado “Mandrake”. Sus capacidades ofensivas, como el tiro lejano o la
facilidad para penetrar o tirar en carrera, le llegaron en sus últimos días de
formación y en su periplo en el primer equipo, convirtiendo al joven bahíense
en uno de los jugadores más completos de su generación.
A pesar de indudable brillo de la futura estrella de
Estudiantes, el baloncesto de Bahía Blanca se encontraba en un momento dulce,
en su década de oro. Así, el aparente dominio del club estudiantil durante
estos años no era tan abrumador, teniendo que luchar codo a codo con su
principal rival de la época, el Olimpo, así como con otros equipos de menor
entidad pero también con jugadores de calidad, como Independiente, Club Alem o
Pacífico. Los gran competidores de Cabrera en la competición doméstica, y
compañeros inseparables en los combinados bahíense y bonaerense y en el
seleccionado nacional, eran Atilio “Lito” Fruet, una alero alto e inteligente,
y José Ignacio “El Negro” de Lisazo, jugador muy físico y aguerrido en el
campo.
Una noche inolvidable
El gran potencial del baloncesto bahíense tuvo su reflejo en
la gran cantidad de títulos recabados por sus clubes y selecciones durante la
década de 1967 a 1979, aunque no tenía una sonoridad más allá de las fronteras
argentinas. Sin embargo, los orgullosos y aguerridos jugadores de Bahía Blanca
tuvieron una oportunidad de que sus andanzas fueran más allá de su país e,
incluso, saltaran al otro lado del Atlántico.
La noche del 3 de julio de 1971 fue la elegida para inaugurar
el pabellón Norberto Tomás “Patito”, nueva sede social de Olimpo bautizada con
el nombre de un joven jugador fallecido durante un partido. El torneo incluía
la participación del combinado de Bahía Blanca como anfitriones y del
seleccionado albiceleste, además del equipo nacional mexicano y de una escuadra
de ensueño dispuesta a llevarse todos los ‘flashes’, la Yugoslavia campeona del
mundo en 1970, que estaba realizando una de sus habituales giras americanas
para ir adiestrando a los jóvenes talentos en el férreo sistema de la
‘kosarka’. De este modo, el combinado ‘plavi’ no contaba con sus mejores
hombres, ya que su principal referente, Kresmir Cosic, apenas disputó algunos
minutos durante toda la gira, aunque sí había traído a algunas de las estrellas
del oro conseguido en Ljubljana un año antes, como Plecas, Jevolak o Kapicic,
junto con jóvenes prometedores como Dragan Ivkovic, Miroljub Damjanovic o Zarko
Knezevic.
El primer partido en esta nueva pista sería entre los
anfitriones y el equipo estrella, un enfrentamiento que se preveía desigualado
pero que haría las delicias de los aficionados bahíenses. Sin embargo, el
encuentro no fue por los derroteros esperados, sino que el ardor guerrero
propio de los jugadores de Bahía Blanca, contagiado posteriormente a
prácticamente todos los jugadores argentinos de baloncesto, consiguió que los
yugoslavos no pudieran dispararse en el marcador, llegando al descanso con una
ventaja exigua pero meritoria, 34-32. Los de Bahía, encabezados por “Beto”
Cabrera y “El Negro” De Lisazo y entrenados por Américo José “El Lungo” Brusa,
habían conseguido más de lo que pensaban, por lo que esperaban el vendaval
ofensivo de los campeones del mundo en la segunda parte. Sin embargo, la
reanudación fue buena para los locales, con un parcial de 8-0, que hizo que se
creyeran ganadores y bajaran su rendimiento. En ese momento, Plecas y Kapicic
cogieron las riendas del juego yugoslavo para dar la vuelta al partido. Había
estado tan cerca que los bahíenses no querían resignarse a caer sin oponer más
lucha, por lo que volvieron a poner todo sobre la cancha, imponiendo un juego
físico y una defensa aguerrida en busca de balón. Con muchas faltas y mucha
emoción, con algunos de los mejores jugadores eliminados, incluido el propio
Cabrera, que acabó con 16 puntos, los locales consiguieron una ventaja de tres
puntos a diez segundos de la bocina gracias a una canasta de De Lisazo. El
marcador ya no se me movería del 78-75 que hizo que prácticamente todos los
periódicos deportivos (y prácticamente todos los diarios argentinos) lucieran
un titular prácticamente idéntico al día siguiente: “¡Le ganamos al campeón del
mundo!”.
El legado de “Mandrake”
La figura de Alberto Pedro Cabrera en Bahía Blanca es más grande de lo
que indican sus más de tres décadas como jugador, su indiscutible trayectoria
al más alto nivel en Argentina, su desigual trabajo como entrenador o la calle
bautizada con su nombre en la ciudad, una de las vías principales del tráfico
bahíense. Nombrado mejor deportista del siglo XX en esta localidad, “Mandrake”
consiguió que el básquetbol fuera aún más popular, demostrando que tantos
partidos y entrenamientos pueden tener la recompensa de llevar el nombre de tu
ciudad natal prácticamente por todo el mundo. Siguiendo la estela de “Beto”,
así como del resto de jugadores de su generación, muchos jóvenes siguieron
practicando el deporte de la pelota gorda para llevar Bahía Blanca aún más
lejos, a otros países y otras cotas deportivas. El legado de Cabrera ha tomado
forma en nombres como Juan Alberto Espil, Hernán Montenegro, “Pancho” Jasen,
Alejandro Montecchia, Pepe Sánchez o Manu Ginóbili, estos últimos responsables
del mayor éxito del basket argentino, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos
de Atenas en 2004.
Material adicional:
“Bahía contra el mundo” de Matías Castañón, en “Cuadernos de
basket” nº 2
“El amargo recuerdo del básquetbol en Bahía Blanca”, en “El
ritmo de la cancha. Historias del mundo alrededor del baloncesto” de Jacabo
Rivero
Documental “El mago del básquetbol” de Alberto Freinkel
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