miércoles, 10 de junio de 2015

Poco que ganar, mucho que perder

El deporte tiene siempre la obligación de desafiar, aunque no siempre exitosamente, los pronósticos de los observadores y estudiosos de los números que su práctica general. Así, a falta de que se disputen los setenta partidos programados hasta el 28 de junio, el Eurobasket femenino que da comienzo esta semana parece ser uno de los más previsibles de la reciente historia de esta competición. Así, por trayectoria, plantilla y resultados, España, Francia y Turquía son los llamados a repartirse los metales, pero, con la clasificación para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro del próximo año en juego (el campeón obtiene la clasificación directa; los cuatro siguientes juegan el torneo previo el verano que viene), cualquier mal movimiento puede tener un precio excesivamente alto, mayor al que uno podría suponer por la entidad del rival y del momento del torneo, que en esta edición incluye cuatro nuevos equipos y se disputa con dos fases de liguilla y torneo eliminatorio desde cuartos de final.

De este modo, Turquía se encuentra ante una de las pocas reválidas restantes para coronar a una de las generaciones de jugadoras más talentosas de este país. Después de la plata de 2011, el bronce del último Eurobasket y el cuarto puesto en el Mundial del pasado año, el equipo tiene ganas de dar el último paso hasta el cajón más alto. El equipo tiene mimbres para ello, con un juego interior potente y talentoso, formado por Nevriye Yilmaz y Latoya Sanders; una de las mejores bases del continente, Isil Alben, algo lejos de su mejor juego, y exteriores con experiencia y conocimiento del juego, como Saziye Ivegin o Birsel Vardarli, quinteto que estará apoyado por jóvenes incorporaciones que van ganando peso en la rotación.

Las otomanas no deberían tener problema en imponerse en un grupo en el que todos los equipos adolecen de algo para terminar de apuntalar sus equipos. Así, Grecia cuenta con jugadoras con talento y capacidad ofensiva, como Zoi Dimitrakou, Artemis Spanou o Stella Kaltsidou, pero pueden sufrir mucho ante rivales con un juego interior potente, ya que Pelagia Papamichail será un isla en la zona griega. Por su parte, Italia y Polonia deberán confiar en marcadores cortos ante una alarmante falta de anotación. En el bando transalpino, serán la base Giorgia Sottana y Kathrin Ross, lejos de su mejor momento, quienes sustenten el ataque, confiando en las aportaciones de Chiara Consolini y Martina Crippa para subir las estadísticas, mientras que las centroeupeas tiene a Ewelina Kobryn como principal referente, con la incógnita de si la base nacionalizada Julie McBride conseguirá hacerse con el mando del equipo. En un posición algo mejor para intentar clasificarse para las rondas definitivas se encuentra Bielorrusia, que cuenta con la incorporación de Lindsey Harding, número 1 del draft de la WNBA en 2007, y la recuperación de la interior Anastasiya Verameyenka, aunque deberá dar más protagonismo a jugadoras como Likhtarovich y Snytsina.

El camino de Turquía se juntará pronto con el de Francia, gran favorita por la contundencia de su juego interior, con Gruda y Yacoubou como principales armas y Miyem como reserva de lujo, la clarividencia de su directora de juego, Celine Dumerc, y una línea exterior con facilidad para anotar desde lejos. En la primera fase, en el grupo B, las galas tendrán que cumplir el trámite de enfrentarse a la anfitriona Rumanía, que tiene a la alero Gabriela Marginean como principal estrella y a veteranas como Pascalau y Parau para secundarla, y a Ucrania, equipo en el que destacan los 2,02 metros de Khomenchuk y el talento de Alina Iagupova. Algo más de batalla presentará la República Checa, lejos de sus momentos más temibles, pero aún con jugadoras competitivas como Jana Vesela y jóvenes prometedoras como Katerina Elhotova y Alena Hanusova, y Montenegro, que deberá confiar en el juego coral sus posibilidades en el torneo. El juego cerca del aro parece bien provisto, con Iva Perovanovic, Angelica Robinson y Jelena Dubljevic, de modo que las dudas están en el perímetro, donde Jelena Skerovic no parece pasar por su mejor momento y Jovana Pasic es aún una incógnita.

El grupo C, por su parte, parece configurado para reverdecer los laureles de Rusia y llamar la atención sobre el baloncesto balcánico, más reconocido en su faceta masculina que la femenina. Las rusas cuentan con una plantilla con muchos centímetros, además de la experiencia de 'viejas conocidas' como Osipova, Kuzina o Sapova, a las que se une la escolta nacionalizada Epiphany Prince, sustituta de otra rusa norteamericana, Becky Hammon. Serbia, por su parte, quiere confirmar las buenas sensaciones de los últimos torneos internacionales, como el cuarto puesto en el Eurobasket de hace dos años, y para ello cuenta con el armazón de aquel equipo, dirigido en la pista por Tamara Radocaj y asentado en el potente juego interior de Sonja Petrovic y, sobre todo, Jelena Milovanovic, al que se une la nacionalizada Danielle Page, más talento para la pintura. 

A pesar de haber visto fuertemente truncados sus planes, la escasa entidad de los otros dos rivales, Gran Bretaña, que se prepara para un interesante futuro con algunas jovenes jugadoras con cierta proyección, y Letonia, que tiene a Anete Jekabsone como jugadora más en forma, Croacia tiene muchas posibilidades de llegar a la segunda fase. La nacionalización de Shavonte Zellous no ha podido consumarse, a lo que se unen las sensibles bajas por lesión de la luchadora Ana Lelas, la polivalente Antonija Musura y Marija Rezan, que había cuajado una de sus mejores temporadas en la Euroliga. La responsabilidad recaerá en las espaldas de la escolta Jelena Ivezic, que tendrá el apoyo interior de Iva Sliskovic y Luca Ivankovic.   

La vigente campeona, la selección española, está encuadrada en el último grupo. Con un currículum inmaculado en los partidos preparatorios, los rivales no parecen poner en demasiado peligro su clasificación, tampoco en la futurible segunda fase de liguilla junto al grupo C. Después del éxito europeo y mundial de los últimos campeonatos, España introduce algunas caras nuevas y jóvenes, como Leticia Romero o Astou Ndour, en sustitución de la nacionalizada Sancho Lyttle, y recupera a jugadoras con las que ya había contado en alguna ocasión, como Laura Herrera o Nuria Martínez, que se unen al grupo cuajado y bien engrasado de las Xargay, Nicholls, Palau, Pascua y Torrens, sobre todo Torrens, principal termómetro del momento de forma y de las posibles aspiraciones del equipo.

En este grupo, la anfitriona Hungría, con un trío relativamente solvente (Honti-Vajda-Horti) y la incorporación de Alexandra Quigley, pero poco más que ofrecer, y Eslovaquia, con el único atractivo de la nacionalizada Kristi Toliver, parecen los claros descartes, sobre todo teniendo en cuenta la dinámica más o menos positiva en los partidos de preparación de los otros dos contendientes: la Suecia de las espectacular anotadoras exteriores Frida Eldebrink y Ashley Key y una Lituania bastante bien construida, a pesar de sus discretos resultados en las citas internacionales recientes.

jueves, 4 de junio de 2015

Cuarenta años sin sol en la Bahía

Viendo el desarrollo del baloncesto en las últimas dos décadas, pocos podrían aventurarse a decir que Golden State Warriors, que inicia esta madrugada su asalto al título de la NBA en unas Finales totalmente inéditas contra Cleveland Cavaliers, sea un equipo ganador. Quienes hayan seguido la actualidad del baloncesto profesional norteamericano desde la década de los 80 o los 90, se han encontrado con un equipo casi siempre simpático, de juego alegre pero con poca tendencia al orden y al sacrificio, con jugadores de cierta calidad, como Mitch Richmond, Chris Mullin, Tim Hardaway, Chris Webber, Latrell Sprewell, Gilbert Arenas o Baron Davis, que terminaban por abandonar la franquicia, cansados de que apenas se hayan alcanzado los Play-Offs en siete ocasiones en los últimos veinticinco años, tres de ellas en el último trienio, ya bajo la capitanía de Stephen Curry y Klay Thompson. Nadie se acuerda ya de aquellas fotografías en blanco y negro, de los inicios en la otra costa del país, de los Philadelphia Warriors que ganaron la primera edición de la NBA (entonces aún BAA),y que reeditaron el título en 1956 antes de mudarse a California. Y es que hace ya cuarenta años sin que salga el sol en la Bahía de San Francisco...

En concreto, ese último día de alegría para los aficionados al deporte de la pelota gorda en Oakland fue el domingo 25 de mayo de 1975. Aunque nada indicaba durante el desarrollo del partido que el final fuera a ser así, el marcador después de los 48 minutos de juego en el Capital Centre de Landover, Maryland, reflejaba un 96-95 para los visitantes, unos Warriors que habían conseguido 'barrer' a los favoritos Washington Bullets, que llegaban a las Finales acreditando 60 victorias en la temporada y con el liderazgo de dos de los mayores dominadores de la Liga, Wes Unseld y Elvin Hayes. El héroe del partido, casi una anécdota, fue el base Butch Beard, encargado de anotar los últimos siete puntos para los californianos. Sin embargo, el camino victorioso empezó a recorrerse mucho antes.

La llegada a San Francisco
A pesar de estar asentados desde hace medio siglo en California, los Warriors forman parte de la larga lista de equipos deslocalizados por intereses económicos. En concreto, en 1962, el productor televisivo Franklin Mieuli, junto con otros empresarios de la zona, compró la mayoría de las acciones del equipo, entonces radicado en Philadelphia y con Wilt Chamberlain como principal reclamo, y lo trasladó la zona de la Bahía de San Francisco. La apuesta salió bien, ya que se trataba de un equipo ganador que no tardó en hacerse con los favores del público gracias a sus triunfos, lo que les llevó a las Finales de 1964, perdidas ante los Celtics de Auerbach, Russell, Sam y K. C. Jones y Havliceck. Algunos de los mimbres de los futuros éxitos, como Al Attles o Nate Thurmond, ya estaban en el equipo.

Chamberlain sentía morriña de su Philadelphia natal y se marchó de vuelta a los recién renombrados 76ers (antiguos Syracuse Nationals), aunque pronto terminaría volviendo a California para vestir de púrpura y oro. Gracias a esta marcha y la consiguiente temporada para olvidar con únicamente 17 victorias, los Warriors pudieron hacerse en el draft con los servicios de Rick Barry, un anotador impenitente llegado de la Universidad de Miami. En solamente dos años, el nuevo alero de moda se había convertido en el líder del equipo, Rookie del Año en su primera temporada y máximo anotador de la liga con 35,6 puntos de media en la segunda. Y así, volvieron a la senda ganadora de hacía apenas un par de años y a plantarse en unas Finales, en esta ocasión contra unos Sixers plagados de caras conocidas (contaban también con el entrenador Alex Hannum, responsable de los buenos resultados de 1964) que impusieron el favoritismo que da un récord de 68-13 durante la temporada regular en una serie que se alargo hasta los seis partidos.

Aunque parecía que el futuro podía ser brillante para los de San Francisco (faltaban aún un par de años para que se bautizaran como Golden State), la liga rival de la NBA en aquel momento, la ABA, se entrometió en los planes de los Warriors y, gracias a una cuantiosa oferta económica, a una mayor laxitud en la exigencia defensiva, la existencia de la línea de tres puntos, lo que podía disparar sus promedios, y a la presencia en el banquillo de su suegro y ex-entrenador en la Universidad de Miami, Bruce Hale, consiguió que la estrella Rick Barry se mudara de equipo, que no de ciudad, a los Oakland Oaks, lo que le supuso, además, un año sin jugar como penalización por incumplir su contrato con los Warriors. El experimento de la ABA duró cuatro temporadas, en las que el alero se mudó a Washington, a Virginia y a Nueva York y se alzó con un campeonato de la liga del balón tricolor, mientras que los Warriors se mantenían en una digna participación en la NBA, consiguiendo llegar a la eliminatorias casi todos los años, aunque con menos brillantez, redoblando los esfuerzos de Thurmond y, sobre todo, de Attles, que asumió el cargo de entrenador cuando aún era el base titular del equipo.

Una nueva era ganadora
Con la reincorporación de Barry, el sistema estaba claro. El balón iba a ser para el alero estrella (precursor del point forward tan de moda desde la irrupción en la NBA de Lebron James, Carmelo Anthony, Kevin Durant y Paul George), que, a pesar de sus nuevas funciones, podía mantener sus registros anotadores cercanos a los 30 puntos. De este modo, la misión de los demás, jugadores como Charles Johnson, el citado Beard, Jeff Mullins o Phil Smith, era no fallar cuando se les necesitara.

Y así llegó la temporada 1974-75, en la que los Warriors incorporaban en el draft a un potente joven alero de la Universidad de UCLA, Jackson Keith Wilkes, que pasaría a la historia vestido de púrpura y oro y respondiendo al nombre de Jamaal. Este fichaje supuso una importante mejora de las capacidades atléticas del equipo, sobre todo en lo que se refería al rebote y la intimidación, dada la gran actividad de Wilkes bajo los aros, que contrarrestaba sobradamente su falta de centímetros. El curso baloncestístico fue desarrollándose y los Warriors iban mejorando moderadamente sus resultados, para terminar la temporada como campeones de la División Pacífico con 48 victorias.

Este título honorífico no aseguraba nada y, de hecho, los Seattle SuperSonics, que llegaban por primera vez a las eliminatorias de post-temporada con Bill Russell en el banquillo y Spencer Haywood en la pintura, consiguieron alargar la serie a seis partidos robando alguna que otra victoria inesperada. Las Finales de Conferencia también se hicieron algo más cuesta arriba de lo esperado, con los Chicago Bulls (todavía localizados en el Oeste a efectos baloncestísticos) obligando a los Warriors a pelearse bajo el aro con el poderío de Bob Love y el viejo conocido Nate Thurmond y a estar atentos a la pericia exterior de Norm Van Lier, Chet Walker y Jerry Sloan. Siete partidos bastante largos y disputados, y con menos anotación de lo que los de la Bahía de San Francisco hubieran deseado, para por fin medirse al 'coco' de la competición, los Bullets de las 60 victorias.

Los capitalinos no había tenido un camino especialmente sencillo, con series de siete partidos ante Buffalo Braves (posteriormente los Clippers) y seis ante los Celtics, pero aupados siempre por su sólida temporada y la fortaleza interior de Hayes y Unseld, apoyados por el base Kevin Porter, el escolta tirador Phil Chenier y el polivalente alero Mike Riordan.

Los números sobre el papel asustaban, pero los partidos hay que jugarlos, una regla que debe ser aún más obligatoria para un equipo apodado los guerreros.

Los dos primeros partidos fueron similares, con diferencias iniciales de cierta importante para los Bullets, a pesar de no poder contar con la aportación habitual de Elvin Hayes, muy bien defendido por Wilkes. Sin embargo, en el segundo tiempo, el vendaval anotador de los Warriors conseguía neutralizar las ventajas y dar la vuelta al marcador. En el primer encuentro fue Phil Smith quien, con sus 20 puntos desde el banquillo, ayudó a la remontada, mientras que en el segundo fue Rick Barry quien anotó 36 puntos para contrarrestar los esfuerzos capitalinos. El tercer partido fue el más plácido para los futuros campeones, con 38 tantos de Barry y 10 de George Johnson, y sin tener que protagonizar grandes remontadas, gracias a un juego ofensivo coral y a la gran defensa de Wilkes bajo el aro.

Con su equipo al borde de la eliminación, el entrenador de los Bullets, K. C. Jones, decidió colocar al correoso Riordan encima de Barry para que no pudiera repetir sus grandes actuaciones anotadoras. El experimento funcionó y el equipo capitalino logró una ventaja de 14 puntos al inicio del partido. Sin embargo, el juego físico de Riordan sobre el alero estrella terminó siendo decisivo... para sus rivales. Tras una dura falta por la espalda, Attles saltó del banquillo e inició una pelea con el jugador de los Bullets, con el fin de que no fuera el propio Barry el que se revolviera y fuera expulsado. El tumulto terminó con el entrenador en el vestuario, pero con el 24 de los Warriors sobre el parqué para protagonizar otra actuación estelar (29,5 puntos de media en los cuatro partidos de las Finales que que, unida a la defensa presionante, asfixió al equipo capitalino, que terminó perdiendo su ventaja. Dos tiros libres de Butch Beard certificaron el 96-95 final y la alegría de los aficionados californianos.

Después de la gloria

La tendencia ganadora duró poco en Oakland. La plantilla apenas permaneció intacta tres temporadas, en las cuales no se pudo volver a repetir el golpe de efecto logrado en 1975. A partir de entonces, los Warriors cayeron en el vorágine de cambios casi constantes de entrenadores y jugadores que han impedido la fructificación de un equipo ganador. Desde aquel anillo de hace cuarenta años, las temporadas por debajo del 30% de victorias casi igualan a las que se ha logrado la clasificación para los Play-Offs, y la fuga de jugadores destinados a ser los abanderados del proyecto Warrior ha sido la tónica habitual hasta la presente década. De este modo, y tras tres temporadas mejorando sus resultados y alcanzar este año el récord de 67 partidos ganados y el MVP para su base estrella, Stephen Curry, la franquicia se encuentra en un situación inmejorable par reverdecer aquellos laureles y cambiar su trayectoria histórica de equipo perdedor. El trabajo de Mark Jackson para la conformación de esta plantilla, liderada por Curry y Klay Thompson en lo espectacular y lo anotador, y apuntalada por Andrew Bogut y David Lee, ahora casi en desuso, se dio por terminado con la incorporación de Andre Igoudala, que dio al equipo el empaque defensivo y de disciplina que le faltaba, un salto de calidad que se ha confirmado ya con Steve Kerr en en banquillo. El pasado año fue un mal cruce con unos Clippers crecidos lo que les dejó en la cuneta mucho antes de lo previsto. Este año, solamente la genialidad de Lebron y su capacidad de liderar a unos Cavaliers bien cuajados puede separar a los Warriors de su cuarto anillo, el segundo en California, el primero para la gran mayoría de sus seguidores.

martes, 19 de mayo de 2015

La (im)productividad de la inversión

El refranero español tienen muchos dichos aplicables a aquel que llega precedido por su fama y, posteriormente, decepciona con su rendimiento. La historia clásica de la guerra está llena, asimismo, de ejemplos de estos perros ladradores y poco mordedores, y la expresión moderna de esta épica, el deporte, no le podía ser menos. En el caso que nos ocupa, el baloncesto, hay un ejército temible capitaneado por algunos de los más reputados generales del mundo que, a fuerza de acumular derrotas en las batallas importantes, corre el riesgo de convertirse en uno de esos proyectos fallidos, de esos castillos de naipes que, en apariencia majestuosos, son constatados una y otra vez por sus rivales y no hacen sino caer indefectiblemente. Una temporada más, el siempre deslumbrante proyecto del CSKA de Moscú ha fracasado en su intento de hacerse con la corona europea, la que debiera ser la séptima en su palmarés, y lo ha hecho tropezando en la misma piedra.

En la Final Four de Madrid, el CSKA volvía a presentarse con una hoja de servicios prácticamente inmaculada, como líder de su grupo en ambas rondas y una plantilla de muchos quilates. Dirigidos por Dimitris Itoudis, el equipo parecía un poco más engrasado que en anteriores ediciones. Y es que, tras las incorporaciones de Nando de Colo y Manuchar Markoishvili, Milos Teodosic no se veía en la necesidad de obligarse tanto en ataque, por lo que podía dedicarse a hacer jugar a sus compañeros, mientras que Sonny Weems y Vitaly Fridzon ya tenían bien aprendido cuál era su papel. Además, Victor Khryapa y Shasha Kaun ponían centímetros y experiencia en la pintura, y Andrei Kirilenko apareció, como el eterno hijo pródigo, en la recta final de la temporada para hacer aún más brillante esta plantilla.

Por contra, el resultado ha sido el mismo. Un equipo que, sobre el papel, estaba a años luz del nivel que puede desarrollar el CSKA, en concreto ha vuelto a ser el Olympiakos griego, les ha ganado gracias a todo eso que, normalmente llamado 'intangibles', no se puede comprar con dinero: ganas, capacidad de sufrimiento, concentración, intensidad, respeto al rival... Y un triple lejano de Vasilis Spanoulis en la última jugada.


El origen de la mala suerte
La maldición del CSKA empezó tras la exitosa era de Ettore Messina y Theodoros Papaloukas. Fue con estos dos principales líderes, junto con algunos ejecutores de lujo tales como Trajan Langdon, J. R. Holden, Matjaz Smodis o David Andersen, entre otros, de un proyecto que se alzó con el título de la Euroliga en 2006 y 2008 y vivió apasionantes duelos con el Maccabi de Pini Gershon y el Panathinaikos de Zeljko Obradovic por la supremacía continental.

Con la marcha de estos dos baluartes en 2008 y 2009 y el desmembramiento progresivo del equipo, el CSKA cayó en una pequeña crisis. Si bien en 2009, el equipo del Ejército Rojo alcanzó nuevamente la final continental, sucumbiendo nuevamente frente al equipo griego el trébol, y en 2010, con el experimento de Evgenyi Pashutin en el banquillo, el Barça, a la postre campeón, quien detuvo el camino ruso en el primer partido de la Final Four, la temporada 2010-2011 fue terriblemente aciaga para los rusos. A pesar de que la plantilla no había cambiado demasiado con respecto al año anterior, y con Dusko Vujosevic, entrenador revelación de los últimos años tras un interesante trabajo en Partizán de Belgrado durante casi una década, en el banquillo, el CSKA no logró siquiera superar la primera fase para encaramarse al Top 16, registrando su peor resultado en la Euroliga en todas sus participaciones.

Fue entonces cuando los dólares, siempre presentes en el equipo ruso más importante de todos los deportes desde los tiempos de la planificación totalitaria de todos los ámbitos de la vida en la URSS, hicieron su aparición de forma más evidente que hasta el momento. Se eligió un entrenador con cierta reputación pero sin ínfulas de estrella, Jonas Kazlauskas, y recuperó a Nenad Krstic y Andrei Kirilenko de la NBA aprovechando el 'lockout' patronal y se gastó 10 millones de euros en Milos Teodosic, que se unían a una ya temible familia que incluía a Victor Khryapa, Jamont Gordon, Alexei Shved y Ramunas Siskauskas. El equipo fue tan efectivo como temible hasta el final de la temporada 2011-2012, pero nuevamente adolecieron de una cierta falta de carácter, de un marcado exceso de confianza que hizo que el Olympiakos, bastante mermado con respecto a las plantillas de los años anteriores precisamente por falta de liquidez, les remontara 19 puntos en algo más de diez minutos de juego en la final de la Euroliga, dando además importancia a sus jugadores más jóvenes, como Papanikolau, Mantzaris, Sloukas o Keselj. El semigancho de Printezis en el último segundo queda ya para la historia.

Un paso más atrás
Desde aquella final prácticamente ganada en el minuto 30 de juego y finalmente perdida, el CSKA no ha vuelto a pisar el partido definitivo de la competición continental, aunque sí ha estado presente en las tres Final Four jugadas desde entonces. En la temporada 2012-2013, los rusos quisieron reverdecer laureles a base de hacer retornar a los otrora héroes de sus gestas, pero ni Papaloukas, cansado y casi ejerciendo más de segundo entrenador y consejero de Teodosic que de jugador desequilibrante y brillante en la dirección de juego, ni Ettore Messina, junto con los que también llegaron Vladimir Micov, Zoran Erceg, Aaron Jackson y Sonny Weems, más talento, velocidad y centímetros a un vestuario presuntamente sobrado de todo ello, pudieron con el mismo verdugo un año después.

Para el curso 2013-2014, las novedades fueron Kyle Hines, ala-pívot de corta estatura pero que les había complicado la vida sobremanera a base de colocación e intensidad en los últimos (y dolorosos) duelos con el Olympiakos, y un tirador fiable como Fridzon. Tampoco eran estas las piezas que faltaban para dominar un arte excesivamente delicado, el de ganar los partidos comprometidos, los que determinan si uno toca la gloria o queda para siempre en el montón de los segundones. En esta ocasión fue el Maccabi de Tel Aviv, a posteriori campeón continental, quien apeó a los rusos de la competición un partido antes de lo deseado, y por un punto, con fallo de los rojos a pocos segundos del final incluido.

Idas y venidas
La maldición del CSKA ha sido tal que muchos jugadores se han cansado de esperar el prometido éxito que no termina de llegar, además de todos aquellos jugadores, protagonistas o segundones, que han ido despidiéndose de Moscú por capricho de los entrenadores o por falta de adaptación al juego o a la disciplina del equipo. Así, Krstic prefirió escuchar los cantos de sirena del Anadolu Efes, otro proyecto, este con el sello Obradovic, que aún no se ha visto recompensado con éxitos continentales; Alexei Shved se dejó tentar por la NBA, donde ha protagonizado tres temporadas más bien irregulares como moneda de cambio en diversos equipos, Jeremy Pargo ha optado por vestir el amarillo del Maccabi, aunque la suerte de los israelíes no ha sido la mejor este año, y Kirilenko no terminar de decidirse sobre su estancia en Moscú, donde no terminar de tocar la gloria, o su vuelta a la NBA, donde los salarios son más abultados.

martes, 4 de marzo de 2014

La alargada leyenda de ‘El Virginiano’

Jeff Hornacek se ha convertido por motivos propios (y de sus jugadores) en una de las sensaciones de la presente temporada de la NBA. De este modo, el que fuera uno de los tiradores más temibles en una década dorada para los escoltas en la mejor Liga del mundo, ‘El Virginiano’ para aquellos que seguíamos las retransmisiones del añorado Andrés Montes, alarga su leyenda, esta vez desde el banquillo de los Phoenix Suns, equipo con el que debutó en la NBA, gracias a un conocimiento del juego del que ya hizo gala durante su carrera universitaria y profesional. Y es que, con una de las plantillas menos mejoradas de la Liga y después de firmar sus peores resultados desde el año de su fundación la pasada temporada, los analistas no apostaban sino por otra campaña plena de fracasos para el equipo de Arizona, una previsión que ha sido desechada a través de una buena defensa, sobre todo a los jugadores exteriores, cierta facilidad para el contraataque, un buen movimiento de balón y, en general, un trabajo incansable en los fundamentos técnicos y tácticos del juego, precisamente el mismo factor que hizo que un enclenque joven blanco se convirtiera en uno de los mejores triplistas de la NBA en los 90.

Tiro y visión de juego
A pesar del apodo del comentarista español, Hornacek no tiene nada de virginiano, más allá de una facilidad para sacar el revolver aún mayor que la del cowboy de la mítica serie televisiva. Nació en una localidad de tamaño medio en el frío y gris estado de Illinois, Elmhurst, en el área metropolitana de Chicago en una familia de inmigrantes checos ya plenamente integrados en la vida estadounidense. Esa tradición familiar de recién llegados que han de hacerse un hueco en un lugar completamente nuevo, así como la influencia de su padre, profesor de instituto y entrenador colegial de baloncesto y béisbol, le hicieron ver que el trabajo y la dedicación era la única manera de alcanzar sus retos. De este modo, el joven y delgaducho Jeff comenzó a tirar incansablemente, muchas veces bajo la atenta mirada de su progenitor, que le fue inculcando la importancia del movimiento de balón y de los buenos movimientos para poder recibir la pelota en las mejores condiciones.

Así, siguiendo el trabajo de su padre por algunas localidades de pequeño tamaño en el entorno de Chicago, Hornacek fue puliendo su estilo tirador y, sobre todo, una gran intuición para la lectura y la dirección del juego en el colegio Konarek Elementary School de North Riverside y los institutos Gurrie Middle School y, sobre todo, Lyons Township High School en La Grange.

Unos buenos registros como estudiante, aunque en escuelas de segunda fila, le abrieron las puertas, aunque sin derecho a una beca deportiva, de Iowa State University, un centro más cualificado por su certificación académica que por su tradición deportiva. En la NCAA, se fue haciendo un hueco en el equipo gracias a su buena lectura del juego, ocupando el puesto de combo guard, a medio camino entre el base y el escolta. De esta manera, los Cyclones, dirigidos por el mítico Johnny Orr, fueron mejorando su nivel según crecía la importancia de Hornacek, clasificándose en su último para el torneo de la NCAA y ganando dos partidos y llegando hasta el Sweet Sixteen, todo un hito para la historia de la universidad. De estos años quedan como recuerdo los promedios de 13,7 puntos y 3,8 asistencias en la temporada senior y la canasta ganadora desde más de ocho metros ante Miami University en la prórroga, tras haber conseguido también el empate sobre la bocina minutos antes.

De secundario a protagonista
Su entrada en el profesionalismo no fue nada espectacular. El draft de 1986 fue el del número 1 de Brad Daugherty, el del trágico final de Len Bias, el de la llegada a la Liga de una generación de interesantes proyectos (Dell Curry, Ron Harper, Chuck Person, Dennis Rodman y Mark Price, entre otros) y de otros que terminarían siendo ilustres en Europa (Walter Berry, Roy Tarpley, Harold Pressley y Johnny Rodgers). Al final de la segunda ronda, los Phoenix Suns, que habían recibido esa opción tras varios traspasos en 1983, eligieron a un enclenque escolta de 1,91 metros que serviría para completar su rotación o, más bien, sus entrenamientos.

Sin embargo, Cotton Fitzsimmons, entrenador de los de Arizona, pronto se dio cuenta de que, a pesar de su no muy llamativo cartel, Hornacek podía ser una pieza útil, todo ello gracias, una vez más, a la perseverancia en el trabajo y a la importancia otorgada al conocimiento táctico y a los fundamentos técnicos del juego. Ya en su temporada rookie, gozó de hasta 19 minutos de media, aunque su protagonismo en ataque era aún limitado, más como organizador (4,51 asistencias) que como anotador (5,3 puntos). A la altura de su segunda temporada, ya se había ganado la titularidad en la mayoría de los partidos, así como un buen puñado de minutos más. Y es que su juego era ideal para el equipo, ya que podía asumir el rol de base durante bastantes minutos para descargar a Kevin Johnson, que podía permitirse más minutos de descanso o una mayor dedicación a su faceta anotadora, o ser la referencia exterior cuando el equipo sacaba a sus jugadores de perfil defensivo, como Kurt Rambis, Mark West, Tim Perry o Andrew Lang.

Y así pasaron seis años en los que Hornacek fue aumentando sus prestaciones, llegando a promediar 20,1 puntos en su última temporada en Arizona, siempre superando ampliamente las 5 asistencias por partido y con porcentajes más que aceptables. Pero los Suns querían dar un paso adelante, y para ello se habían fijado en Charles Barkley, cuyos Philadelphia 76ers iniciaban su enésimo proceso de reconstrucción. Así, el de Illinois volvía al Este junto a Lang y Perry, aunque su posición más habitual sería la de base, ante la titularidad indiscutible de Hersey Hawkins como escolta. A pesar de ello, sus números no se resintieron, consiguiendo 19,1 puntos y 6,9 asistencias en la temporada 1992/93, la única completa en Pennsylvania. Y es que, en pleno año 94, con 53 partidos ya jugados en Philadelphia manteniendo los buenos registros, los Sixers decidieron afrontar su reconstrucción, enviando a Hornacek a Utah a cambio del veterano escolta Jeff Malone y una futura elección del Draft no muy bien empleada.

Y será en el estado mormón, con la treintena ya cumplida y encasillado en el papel de escolta anotador en general y tirador en particular cuando la leyenda de ‘El Virginiano’ toma forma, a pesar de que los registros estadísticos se vieron algo mermados (aún así, nunca bajó de 12 puntos y 4 asistencias hasta su retirada en 2000). Número parte, ésa fue la época dorada en la que, junto a John Stockton y Karl Malone, el equipo llegó a dos Finales de la NBA (1997 y 1998) perdidas ante Chicago Bulls, mientras que el tirador de Illinois mejoraba sus porcentajes, popularizaba su peculiar gesto de tocarse la cara antes de los tiros libres para felicitar a su familia y ganó dos veces el Concurso de Triples (1998 y 2000), además de, como tanto gusta en la épica del deporte  estadounidense, convertirse en un pilar de la comunidad y un hombre de familia.

Junto a la cancha
En los siguientes años, los Jazz reconocieron su labor, colgando el número 14 en el techo del pabellón de Salt Lake City, mientras que su entrenador y mentor durante los años en el estado mormón, Jerry Sloan, no se olvidaba de sus cualidades. Así, en 2007, el entrenador contrató a su antiguo pupilo como preparador especialista en tiro para ayudar a Andrei Kirilenko y otros jugadores exteriores. Durante cuatro años, su labor no pasó de la de trabajar con los tiradores pero la marcha de Jerry Sloan y su sustitución por Tyrone Corbin en febrero de 2011, sus servicios fueron requeridos como asistente, tanto para cuestiones técnicas individuales como, sobre todo, para mejorar el trabajo táctico y de lectura del juego de la plantilla.


Este buen trabajo durante dos años hizo que varios equipos se fijaran en él como entrenador jefe, principalmente sus antiguas franquicias, Sixers y Suns, que finalmente se llevaron el gato al agua. Hornacek aceptó el reto de ponerse al frente de uno de los equipos de la campaña 2012/13, con una plantilla en continua reconstrucción desde los días del run & gun de Mike D’Antoni. Sin embargo, los resultados no pueden ser mejores. A pesar de competir en la Conferencia más dura, en el salvaje Oeste, los de Hornacek se han mantenido en los puestos de honor desde el inicio de la temporada y ahora, con apenas veinte partidos por jugar, lucen sus 35 victorias y su porcentaje del 59,3 por ciento de triunfos. Pero, más allá de los resultados, la incidencia del nuevo entrenador se nota en el trabajo realizado, con un juego más fluido, mejores opciones en ataque para los jugadores, menos dependencia de los talentos individuales, un sistema de juego y de trabajo en el que la plantilla confía y la irrupción de algunas piezas que, a principio de temporada, se preveía que iban a contar con pocos minutos, lo que le está garantizando 105,3 puntos por noche, la quinta media de anotación más alta de la Liga. Además, ha habido una importante mejora en los sistemas defensivos y en la jerarquía de las ayudas, sobre todo los que se refieren a la línea exterior, lo que hace que sea el equipo que menos tiros liberados concede y, por tanto, que menos triples encaja. 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Veinte años y diecisiete días

El baloncesto femenino en España siempre ha vivido en una relativa sombra, como ocurre más frecuentemente de lo deseado con cualquier modalidad deportiva en su versión femenina. Pabellones pequeños, aunque casi siempre intensamente poblados, competiciones con cada vez menos equipos y más diferencia de presupuestos y potenciales, jugadoras casi desconocidas y, más recientemente, el exilio de las mejores deportistas a ligas más potentes en lo económico. A nivel internacional, ha habido algunas alegrías a nivel de clubes recientemente, aunque quizás el trabajo que más destaque en la última década. 20 años casi exactos, con apenas una diferencia de 17 días, separan los dos momentos más gloriosos para las aficionadas al deporte de la pelota gorda en España.

El primero tuvo lugar el 13 de junio de 1993 en la ciudad italiana de Perugia, cuando un grupo de mujeres fueron avanzando con buenas sensaciones y resultados más positivos de los esperados por los cinco partidos que entonces componían los Eurobaskets. El segundo momento sucedió la tarde del 30 de junio de 2013, cuando la última colaboración sobre la pista de las dos generaciones más talentosas de mujeres del baloncesto español tocaba a su fin en la ciudad francesa Orchies. Quiso el destino que, en ambos casos y para hacer el aniversario aún más redondo, el rival en la final fuera Francia en ambos casos. Aquí están sus historias…

Perugia’93
Con la organización de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, la Federación Española de Baloncesto estaba algo inquieta. Si bien la sección masculina tenía nombres de cierto prestigio en Europa y había vivido momentos de cierta gloria en un pasado reciente, el equipo femenino había ido coleccionando resultados más que mejorables y presencias intermitentes en los Eurobaskets desde mediados de los 70. Como ocurrió prácticamente en todas las disciplinas, el objetivo era que el papel de los atletas nacionales se viera fuertemente mejorado con respecto a citas anteriores, por lo que se multiplicaron las becas y ayudas a estos deportistas, incluyendo también a las baloncestistas, cuya competición aún estaba lejos de ser profesional.

Así, se decidió premiar a algunas de las jugadoras más prometedoras para que, durante varios años, pudieran entrenar en condiciones profesionales y comenzaran a jugar juntas. Finalmente, el grupo que acudió a los JJ.OO. estuvo formado por Patricia Hernández, Carolina Mújica, Blanca Ares, Piluca Alonso, Mónica Pulgar, Margarita Geuer, Almudena Vara, Ana Belén Alvaro, Mónica Messa, Marina Ferragut, Betty Cebrián y Carlota Castrejana, dirigidas desde el banquillo por Chema Buceta. A pesar de mostrar síntomas de mejoría en el juego y una gran competitividad en la cancha, estas jugadoras apenas consiguieron ganar un partido en la primera fase, ante Checoslovaquia, lo que las relegó al torneo por las cuatro últimas plazas. Sin embargo, con una victoria de relumbrón contra Italia e imponiéndose nuevamente ante Checoslovaquia, las españolas consiguieron una meritoria quinta plaza, la mejor clasificación histórica de la selección femenina en un torneo internacional hasta el momento.

El trabajo realizado había dado sus frutos, aunque nadie podía prever, salvo quizás las propias protagonistas, lo que iba a pasar apenas un año después. La convocatoria para el Eurobasket de Perugia de junio de 1993, esta vez con Manolo Coloma al frente, fue muy similar a la de la cita olímpica, manteniendo algunos de los principales mimbres e introduciendo con papeles más bien secundarios a Laura Grande, Mar Xantal, Pilar Valero y Paloma Sánchez, aunque éstas dos últimas sí sumaron algunas actuaciones meritorias a lo largo del torneo.

Los esquemas de juego estaban claros. La primera opción en ataque era Blanca Ares, la joven más talentosa de la generación, que promedió 19 puntos en el torneo europeo. La segunda opción le correspondía a las dos jovencísimas interiores destinadas a dominar las pinturas en el baloncesto  nacional en los siguientes años, Marina Ferragut (9) y Betty Cebrián (6,4), que pagaron esta falta de experiencia en forma de cierta irregularidad. Para poner la serenidad y la veteranía ya estaban Carolina Mújica (6,8), alero polivalente y capitana del equipo, y Margarita “Wonny” Geuer (7,8) que, aunque sus compañeras aún no lo sabían, afrontaba su última participación con la selección, mientras que la dirección del conjunto se dejaba en manos de Ana Belén Álvaro (6,6), que cuajó un campeonato bastante completo.

El torneo, mucho más modesto que los actuales con apenas ocho equipos en liza, no pudo comenzar con mejores sensaciones, anotando 92 puntos ante Polonia, con cierta solidez defensiva y con todas las piezas funcionando. Cuando la segunda victoria se consumó ante Bulgaria, un rival más exigente, la clasificación para las eliminatorias estaba asegurada, por lo que las jugadoras sintieron el descargo que suponía el objetivo más que cumplido. El partido de trámite ante Italia fue la única derrota del corto torneo.

En las eliminatorias, el primer escollo fue una Eslovaquia, un equipo algo mermado con respecto a la Checoslovaquia del año anterior en Barcelona y al que las españolas pronto comenzaron a sacar ventajas que se extendieron hasta los 18 puntos finales (73-55). La otra semifinal fue más batallada entre dos selecciones que sí entraban en los pronósticos para cazar medalla, Francia e Italia, con victoria final para las galas por apenas dos puntos.

Y así se plantaron en la final. El día más importante de la historia del baloncesto femenino nacional, que apenas había participado en seis Eurobaskets y en los JJ.OO. a los que fue invitada como anfitriona. El partido entre España y Francia no fue especialmente estético, aunque sí bastante disputado a lo largo de casi todo el encuentro. Las francesas trataban de imponer la fuerte defensa y el bajo tanteo que les había llevado hasta la final. Así consiguieron mantener el partido igualado en los primeros minutos, consiguiendo distancias de hasta cinco puntos gracias a la anotación de Odile Santaniello. Finalmente, el marcado al descanso daba 3 puntos de ventaja para la francesas, 30-27.

Siete minutos tardaron las jugadoras españolas en ponerse otra vez por encima en el marcador, 32-34, gracias a una mayor contundencia en la defensa y, sobre todo, en el rebote. Esta intensidad se mantuvo durante gran parte del segundo tiempo, llegando con una distancia de 12 puntos a los cuatro minutos finales. Las francesas reaccionaron con algunas canastas fáciles y 7 puntos en apenas un minuto, aunque la sangría se quedó ahí y las españolas pudieron ir gestionando las diferencias y los tiempos para, a través de tiros libres y alguna jugada aislada, concluir el partido con el 53-63 final.

Esta victoria supuso la despedida de esta generación y el desmembramiento paulatino de un equipo que, en las siguientes citas internacionales, volvió a sus discretos papeles lejos de las medallas, si bien sí consiguió sembrar una semilla en un generación más joven y, sobre todo, asentar una infraestructura en la Federación y en la Liga que hizo que la selección española se convirtiera en un participante fijo en Mundobasket y Eurobasket.

Francia’13
El caldo de cultivo veinte años después era totalmente diferente. Las nuevas condiciones y, cómo no, el referente que marcaron Ares, Geuer, Cebrián y compañía en las niñas nacidas a mediados y finales de los 80 hizo que la popularidad del baloncesto creciera en todos los públicos y, sobre todo, en las jugadoras de cantera, lo que ha motivado que, con el paso del tiempo, deportistas como Amaya Valdemoro, Marta Fernández, Anna Montañana, Lucila Pascua, Elisa Aguilar, Rosi Sánchez, Nieves Anula, Laia Palau, Isa Sánchez o Nuria Martínez fueran llegando a los primeros equipos de las grandes potencias del baloncesto nacional y a la Selección. Ya no hacía falta ir buscando a los mejores proyectos para incluirlos el programas becados de entrenamiento específico, sino que los propios clubes habían ido profesionalizando sus métodos y ampliando sus categorías inferiores.

Este efecto empezó a eclosionar apenas ocho años después, en el Eurobasket de Francia de 2001, cuando España consiguió su segunda medalla internacional, esta vez de bronce. A partir de entonces, las jugadoras nacionales apenas se han bajado del podio, con una plata (2007) y tres bronces (2003, 2005, 2009) europeos y un tercer puesto mundial (2010), siempre capitaneadas por algunos de los mejores entrenadores nacionales especializados en deporte femenino, como Evaristo Pérez, José Ignacio Hernández o Domingo Díaz.

En 2013, esta exitosa generación había ido perdiendo a algunos de sus referentes, aunque una nueva cantera de talentosas jóvenes ya se acercaba con ganas y experiencia suficiente para ir ganando importancia en los esquemas del equipo nacional. Así, el Eurobasket de Francia se revelaba crucial ya que podía ser el del definitivo cambio de ciclo, el último en el que la vieja guardia se vistiera de corto y el primero en el que la nueva hornada estaba lo suficientemente preparada para aparecer de forma protagonista sobre la cancha.

Así, por parte de las veteranas con varias medallas al cuello, Valdemoro y Aguilar se enfrentaban a sus últimos partidos con la Selección, mientras que Palau y Cindy Lima también tenían galones de sobra para estar en la convocatoria. Por parte de las ‘nuevas’, algunas jóvenes que ya habían dado sobradas muestras de carácter, calidad y liderazgo en sus equipos y en competiciones anteriores defendiendo a España, como Alba Torrens, Laura Nicholls, Cristina Ouviña, Marta Xargay y una más experimentada Silvia Domínguez (Anna Cruz se lesionó del tobillo apenas unos días antes de la concentración del equipo). Completaban el equipo, dirigido desde la banda por Lucas Mondelo, dos debutantes con buenos partidos a sus espaldas en categorías inferiores del la Selección y en los últimos años en sus equipos, Queralt Casas y Laura Gil, y, sobre todo, la presencia titánica en la pintura de la caribeña de formación estadounidense, Sancho Lyttle, nacionalizada en el año 2010 para terminar de dar el salto de calidad al equipo.

Con Lyttle recién incorporada a la concentración, España llegó a Francia para abrir el torneo ante uno de los rivales más temibles de la primera fase. Torrens y Valdemoro tuvieron que tomar las riendas para conseguir la primera victoria del campeonato, la más disputada hasta la final, ante Rusia por cinco puntos. Y es que, en el resto de la primera fase fue de triunfos relativamente cómodos, 12 puntos ante Italia y 24 ante Suecia. Por el momento, las sensaciones no podían ser mejores, con un juego efectivo, cierta facilidad anotadora y una defensa bastante férrea, algo que había que certificar en la segunda fase. En esta ocasión, tampoco hubo grandes agobios, con una victoria inicial de 26 puntos ante Eslovaquia, y dos triunfos algo más reñidos, no tanto por el resultado final sino por encontrar mayor dificultad en la anotación y una creciente intensidad defensiva de las rivales, ante Montenegro por 16 y ante Turquía por 13.

A pesar de que pudiera haber algunas dudas por la menor fluidez del ataque, los partidos se habían salvado con mucha solvencia, por lo que la confianza ante las eliminatorias directas era buena. Y así se demostró con el 75-58 ante la República Checa y el 88-69 ante Serbia, con Torrens (29 y 11 puntos, 16,2 de media en todo el torneo) y Lyttle (23+12 y 22+11) como principales arietes, a las que se habían ido uniendo puntualmente en distintos partidos jugadoras como Xargay (9,3 puntos de media), Ouviña (19 puntos en las semifinales), Valdemoro (11 puntos en cuartos de final) o Palau (3,4 asistencias en el torneo).

Y así España se plantaba en la final contra las anfitrionas. Francia, que venía de quedar segunda en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, estaba haciendo un torneo bastante sólido en ambos lados de la cancha, aunque menos espectacular en ataque que el de España. Su juego se basaba en la potencia física de sus jugadores, principalmente en el poste bajo, donde Isabelle Yacoubou (11,1 puntos) y Sandrine Gruda (12) se encargaban de finalizar, mientras que la dirección del equipo recaía en manos de la eléctrica e imaginativa Celine Dumerc, capitana y líder absoluta del grupo. De este modo, se preveía un partido intenso, con dificultad para conseguir canastas y muchas alternancias en el marcador. Y así fue incluso desde antes de lanzar el balón al aire, cuando el público francés cantó “La Marsellesa” a capella para motivar a sus jugadoras.

El partido comenzó con ambos equipos tanteándose y poniendo en práctica el scouting previo al partido. De hecho, la primera canasta llegó pasados más de dos minutos y tras varios ataques imprecisos. Sin embargo, el juego fue bastante más fluido a partido de entonces, con un intercambio de canastas durante los siguientes dos minutos hasta que, finalmente, los contraataques tras buenas defensas hicieron que España tomara una distancia de nueve puntos, 21-12 tras el primer acto. En el segundo, el parcial siguió creciendo hasta los 12 de diferencia, momento en el que Francia tomó el relevo y con 13 puntos seguidos dio un golpe sobre la mesa. Nueva alternativa en el marcador, con 7 puntos para España a apenas dos minutos del final, una ventaja que la intensidad de las francesas atrás y una serie de buenos ataque dejaron en apenas un punto al descanso, 36-35.

El tercer cuarto parecía responder al planteamiento previo del equipo anfitrión, logrando sujetar las embestidas españolas y mantener el marcador equilibros, siempre con ligeras ventajas de dos o tres puntos para las azules. Sin embargo, la pizarra de Mondelo volvió a funcionar en los primeros minutos del periodo definitivo, con un parcial de 8-0 en los primeros dos minutos que dio a España el mando del partido hasta los últimos segundos. Sin embargo, la cosa no era cómoda, ya que las diferencias eran de entre 1 y 3 puntos. De hecho, con 68-67 a las de 46 segundos, la cosa no estaba nada decidida. Tras un fallo en la zona de las francesas, Palau y Xargay se las ingeniaron para mantener la posesión hasta que, tras una frenética penetración, Lyttle recibió el balón para meter la canasta definitiva. 7,5 segundos y tres puntos de ventaja, una buena defensa, un triple a la desesperada y un rebote para maquilar el resultado. 70-69.

El gesto de que la organización dejara recibir la copa a Aguilar, ante su último partido internacional, junto a Valdemoro, capitana por derecho del equipo, y la música de “Star Wars” o el MVP de Sancho Lyttle (18,4 puntos y 11,1 rebotes) son las imágenes que quedan para el recuerdo después del que, por ahora, y a falta de que esta nueva hornada certifique su capacidad de sufrimiento y liderazgo en la Copa del Mundo de Turquía de este otoño, es el último momento dorado de la historia del baloncesto femenino español.

De aquellos polvos, estos lodos
Si el camino andado por la exitosa generación que se coronó en 2013 había sido empedrado por las pioneras que veinte años antes asaltaron Perugia, las primeras sendas fueron abiertas, aún con más esfuerzo y menos reconocimiento, por otras mujeres que no tuvieron la suerte de contar con becas, patrocinadores, seguimiento mediático o entrenamientos regularizados, solamente amor por el deporte de la pelota gorda. El juego sí tenía su cierto púdicamente entre el público femenino, sobre todo en Cataluña y, en menor medida, Andalucía y Madrid, por lo que no fue difícil encontrar mujeres que jugaran, eso sí, con un nivel de competición totalmente amateur.

El primer partido de la Selección española femenina de baloncesto fue un amistoso disputado en la localidad catalana de Malgrat de Mar ante Suiza. El marcador era lo menos importante, al menos para María Isabel Díez de la Lastra, Luisa Puentes, Mabel Martínez Ortíz, Monserrat Bobee, Mª Luz Rosales, Mª Josefa Senante, Ángeles Gómez Mínguez, Teresa Pérez, Antonia Gimeno, Teresa Tamayo y Teresa Vela, dirigidas por Cholo Méndez, las verdaderas pioneras que dieron el golpe en la mesa para demostrar que las mujeres también se manajeban en un mundo tradicionalmente reservado a los hombres. Después de ellas, y antes de que la generación de los JJ.OO. de Barcelona lograra la relevancia nacional con su oro un año después, otras figuras como las de Ana Junyer, Rocío Jiménez, Conchi Navío, Ana María Eizaguirre o Rosa Castillo se encargaron de mantener viva la llama del baloncesto entre las aficionadas y deportistas.

Material adicional
Programa “Conexión vintage” de TDP: “Históricas del baloncesto femenino” (incluye un amplio resumen de la Final de Perugia’93)

martes, 4 de febrero de 2014

El Mundial de las confirmaciones

La Copa del Mundo de la FIBA, que estrena denominación en esta edición tras conocerse como Mundial, Mundobasket y Campeonato Mundial en diferentes épocas desde su primera celebración en 1950, buscará el próximo mes de septiembre al nuevo mejor equipo nacional del planeta, y lo hará en España, en un total de seis sedes repartidas por todo el país.

El sorteo, celebrado este lunes en Barcelona, ha confirmado las previsiones de la FIBA de que Estados Unidos y España, los dos principales cabezas de serie para determinar el calendario, serán los favoritos y no se cruzarían hasta una hipotética final. Sin embargo, selecciones como Francia, Argentina o Lituania intentarán acercarse lo más posible al partido definitivo y a las medallas. Y es que la suerte ha querido que uno de los cuadros del torneo se vea mucho más cargados de candidatos a medalla que el otro, haciendo más duro el camino de algunos de los equipos destinados a alcanzar cotas altas. A pesar de ello, la primera ronda, en la que reclasifican para octavos de final cuatro de los seis equipos encuadrados en cada grupo, no parece que vaya a ser demasiado complicada para ninguno de los favoritos, salvo sorpresa mayúscula. Además, a más de medio año para el inicio de la gran cita, muchos países aún no saben con qué jugadores podrán contar, tanto en el caso de las nacionalizaciones como de posibles lesiones o renuncias, mientras que también podría haber algunos cambios en los banquillos de aquí al periodo de convocatorias.

Así, en el grupo A, España no debería pasar penurias para clasificarse, buscando poner la primera piedra de una nueva medalla, a ser posible de oro como en Japón en 2006, para poner un buen broche a la mejor generación baloncestística nacional. Sin embargo, los resultados en los partidos contra una Serbia en constante renovación y con el debut de Shasha Djordjevic en el banquillo; contra Brasil, invitado al torneo tras un FIBA Américas decepcionante sin ninguna de sus estrellas del juego interior, y, sobre todo, contra Francia, campeón del Eurobasket, determinarán la posición de cada uno de ellos y, por tanto, los emparejamientos con los equipos del grupo B de cara a la segunda fase. Egipto e Irán son los rivales más débiles de este cuadro y la clasificación final puede depender de que alguna de estas dos selecciones dé la sorpresa a los cuatro favoritos.

En el grupo B, Argentina intentará prolongar un torneo más a su veterana Generación Dorada, que se enfrenta probablemente a su último torneo, si bien el equipo liderado por Ginobili, Nocioni y Scola se nutrirá, como el los torneos anteriores, de jóvenes promesas y otros jugadores contrastados que, lamentablemente, no han llegado al nivel de sus antecesores. La siempre competitiva Grecia; Puerto Rico, en constante renovación y búsqueda de jóvenes talentos tanto dentro de la isla como en Estados Unidos; y Croacia, que quiere ratificar el buen papel realizado en el Eurobasket de 2013, serán los principales rivales para determinar los puestos de clasificación y, por tanto, los cruces como en el grupo A. Igual que en el caso anterior, dos selecciones parecen, en principio, convidados de piedra en el torneo, Senegal y Filipinas.

De este modo, cualquiera de los cruces que se presenta a los clasificados de los dos primeros grupos, así como el camino hacia las medallas, no parece que vaya a tener paradas sencillas para ninguno de los equipos en liza.

En el otro lado del cuadro, la superioridad de Lituania y EEUU en sus respectivos grupos y, probablemente, hasta las seminifinales, no parece que vaya a tener demasiada discusión. En el grupo C, los estadounidenses, dependiendo de la plantilla que finalmente presenten a la competición (parece que Kevin Durant, Kevin Love y Stephen Curry serán de la partida, mientras otras superestrellas como Lebrun James, Carmelo Anthony o Kobe Bryant esperarán hasta los Juegos Olímpicos), tienen asegurado el primer puesto. El resto de los clasificados se decidirán en una ardua competición entre cinco equipos con argumentos suficientes para intentar colarse en la siguiente fase. Turquía querrá repetir la medalla de plata del Mundobasket de 2010 y olvidar así el descalabro del pasado Eurobasket, mientras que, en el caso contrario, Finlandia y Ucrania intentarán repetir las buenas sensaciones de hace un año para colarse en las eliminatorias. Por su parte, Nueva Zelanda siempre presenta equipos muy intensos y activos, aunque algo carentes de talento en algunas posiciones, por lo que parece uno de los más débiles, mientras que la República Dominicana intentará movilizar a sus jugadores NBA y a las estrellas que juegan en Europa para armar un equipo con más peligro en ataque que en defensa.

En el último grupo, el D, una de las naciones con más tradición baloncestística, Lituania será la gran favorita, teniendo que medirse en los primeros partidos con otra selección siempre competitiva, Eslovenia. Aparte de las dos europeas, la sorprendente campeona del FIBA Américas, México, liderada por Gustavo Ayón, y Australia, un país que siempre junta plantillas de cierta calidad técnica, intentarán aprovechar la oportunidad de acercarse a las eliminatorias dado el mejorable nivel de los dos equipos que completan el grupo, Angola, habitual en las citas internacionales, y Corea del Sur.