Reggie Miller es una de las incorporaciones con el que este 2012
el Naismith Memorial Hall of Fame de Springfield hace justicia. Y es que el
delgaducho escolta insignia de los Indiana Pacers ha sido uno de los jugadores
más determinantes de la NBA en su época moderna. Eclipsado por la grandeza y el
mito de otros jugadores contemporáneos y en su misma posición, como Michael
Jordan, Clyde Drexler o Drazen Petrovic, probablemente no sea uno de los jugadores
más conocidos de una de las edades de oro de la Liga, la década de los 90, al
menos no entre el público menos entendido. Tampoco el mejor recordado por
rivales y aficionados, dado su carácter competitivo, sus discusiones con otros
jugadores y espectadores y, sobre todo, por su inagotable deseo de ganar cada
partido.
A pesar de estas particularidades, Miller causó un gran
impacto en la NBA dada la mejora de sus prestaciones año a año hasta
convertirse en una estrella y, sobre todo, por el increíble protagonismo y la
endiablada efectividad que ganaba cuando el partido estaba en el alero, cuando
la pelota quema demasiado para muchos jugadores. Esos momentos fueron
bautizados por los comentaristas y los aficionados como “Miller time” (“Time
for Miller” para otros periodistas y “Tiempo de Miller, tiempo de un killer”
para el siempre añorado Andrés Montes). Básicamente, estos momentos se
correspondían con un vendaval anotador con canastas de todos los colores, una
explosión de ambición y deseo por conseguir la victoria que se materializaba en
ambos lados de la cancha e, incluso, con desafíos a los espectadores de las
primeras filas.
El “Miller time” más intenso y significativo se produjo en
la noche del miércoles 1 de junio de 1994, en el cuarto partido de la Final de
la Conferencia Este entre los Indiana Pacers y los New York Knicks. Se preveía
una intensa noche de juego, aunque los locales pretendían imponerse con
facilidad en el Madison Square Garden a unos neófitos que en aquellos
Playoffs’94 habían superado por primera vez una ronda eliminatoria, colándose
posteriormente en la final del Este. Sin embargo, el enfrentamiento que se convirtió en
uno de los mayores ejemplos de crueldad baloncestística jamás vividos.
Y es que, después de 36 minutos de juego, los Knicks
dominaban por doce puntos (70-58), con John Starks como encargado de frenar con
una asfixiante defensa a la estrella rival, un Miller que apenas contaba con 14
puntos en el casillero (solamente 2 en el primer cuarto y cinco en el tercero).
Los Pacers salieron a jugar el último cuarto con una motivación extra, aunque
conscientes de que los neoyorkinos apenas les habían dejado acercarse a siete
puntos en sus mejores momentos del partido. Con apenas un minuto jugado, Miller
anotó su primera canasta, un triple que se convertiría en el primero de una
serie de cinco lanzamientos sin fallo desde más allá del arco y los tres puntos
que inauguraron la cuenta de 25 que firmó durante el periodo definitivo para un
total de 39 en todo el partido. No tardó en anotar un segundo triple y un tiro
de dos desde la esquina en medio de una sequía anotadora de los Knicks gracias
a una incesante defensa de Indiana.
Los nervios estaban a flor de piel entre todos los
seguidores de los Knicks, una realidad que se constató con la siguiente canasta
de Miller, el 72-70, cuando el cineasta Spike Lee se levantó de su butaca a pie
de pista y gritó algo al escolta californiano de los Pacers, que no dudó en
responderle y en dedicarle su siguiente canasta, un triple desde casi nueve
metros que ponía por delante por primera vez a los visitantes, culminando en
menos de la mitad del cuarto lo que había sido imposible a lo largo del partido.
La anécdota fue una de las más recordadas de ese partido y sirvió para que el
director de cine y el baloncestista compartieran espacio en varios anuncios en
los siguientes meses, dando paso a una buena relación a pesar de la rivalidad deportiva entre un seguidor de los Knicks y la mayor pesadilla de sus opciones en los Playoffs. Un nuevo triple, esta vez pisando la línea, el cuarto sin
fallo, conseguía ya una distancia de cinco puntos con apenas cinco minutos
jugados, seguido de un nuevo tiro lejano, esta vez tras un contraataque.
La defensa de los Knicks mejoró entonces, tras un tiempo
muerto, cuando Miller ya llevaba 19 puntos anotados en el cuarto, lo que frenó
brevemente el vendaval anotador del escolta de Indiana y situó a los de Nueva
York a dos puntos de distancia, un parcial roto nuevamente por Miller con un
tiro de dos a apenas unos centímetros de Starks. Los casi cuatro minutos
restantes fueron un intercambio de canastas, que incluyó cuatro tiros libres
para el escolta pacer, concluyendo el partido con un resultado de 86-93, lo que
supone un parcial de 35-16 en el último cuarto.
Los números de Miller esa noche dan miedo, con 39 puntos y
14 de 26 en tiros de campo, máxime si se tiene en cuenta que 25 de esos puntos
vinieron en el último cuarto, con series de 3/5 en tiros de dos, 5/5 en triples
y 4/4 en tiros libres. Se trata probablemente de la mayor demostración del
poderío de este genial tirador frente a uno de sus rivales favoritos, los
Knicks, a los que se enfrentó cinco veces en siete años en los Playoffs. De
hecho, apenas un año después, en el primer partido de la semifinales de
Conferencia en el Madison, Miller fue capaz de anotar ocho puntos en 8,9 segundos para decantar del lado de Indiana la balanza de un enfrentamiento
igualada.
Al margen de estos arranques de ira anotadora que servían para ganar los
partidos igualados, o precisamente por ello, Reggie Miller, el flacucho niño que tuvo que luchar contra
la enfermedad para poder siquiera andar, el jugador que tuvo que soportar ser
comparado con su hermana Cheryl, el ídolo que llevó a la locura a algunos fans que
llegaron a amenazarle de muerte y quemarle su lujosa casa, se retiró en 2005 en
su equipo de toda la vida, los Indiana Pacers, con 25.279 puntos, 2.560 triples
anotados, una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta’96, unas
Finales de la NBA perdidas ante los Lakers y una infinidad de jugadas
emocionantes difíciles de borrar de la retina de los aficionados. Que se lo
digan a los seguidores de los Knicks…
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