Durante muchas décadas, la NBA fue un terreno vedado para cualquier
jugador no nacido o formado en Estados Unidos. Si algunos baloncestistas
estadounidenses tenían dificultades para ser aceptados por cuestiones
religiosas o, sobre todo, raciales, la entrada de jugadores llegados de otros
lugares del mundo era una quimera de algunos entusiastas que no vivían
enfrascados dentro de las fronteras y sí eran conocedores de las evoluciones
del deporte de la pelota gorda en Europa y los países sudamericanos, mientras
que el sector ‘proteccionista’ veía esta posibilidad como un insulto a la
supremacía norteamericana.
Sin embargo, a lo largo de la década de los 60 y los 70 ya
hubo algunos casos aislados de jugadores que, después de un prometedor inicio
de carrera allende los mares, llamaron la atención de aquellos visionarios y,
trabas administrativas, políticas y familiares aparte, fueron invitados a
probar la forma de vida y las maneras de trabajar propias del profesionalismo
norteamericano. Junto con el italiano Dino Meneghin y el mexicano Manuel Raga, ambos
caprichos personales de Marty Blake, el principal ojeador del extranjero de la
NBA en los primeros 70, Drazen Dalipagic fue el primer hombre (de Europa) en
pisar la Luna (de la NBA).
La historia de ‘Praja’ es peculiar. Sus inicios deportivos
fueron en el balonmano y, sobre todo, en el fútbol, de donde le vino su apodo,
dado a su gran parecido con el delantero estrella del equipo local de Mostar,
su ciudad natal, Dane Praha. A pesar de sus buenos fundamentos técnicos con el
balón en los pies, cuando Drazen probó por primera vez con el baloncesto a los
19 años de edad, quedó automáticamente prendado de este deporte. A ello
ayudaron sus 1,97 metros de altura y una facilidad innata para el lanzamiento
lejano que, ya en su primera temporada enrolado en el Lokomotiva de Mostar, le
permitió desarrollar una suspensión rápida e infalible y le llevó a figurar
entre los máximos anotadores de su equipo y a firmar por el mítico Partizan de
la capital yugoslava con apenas un año de experiencia. Y fue en Belgrado donde
llegó el éxito, tanto colectivo como individual.
Sus buenas actuaciones durante las siguientes temporadas
hicieron que Jim McGregor fijara sus ojos en él. Como agente de jugadores, McGregor
organizaba frecuentes giras de baloncestistas norteamericanos de segunda fila
por Europa, con el fin de asegurarles un contrato a este lado del Atlántico. Con
el paso del tiempo y con el objetivo de que estos partidos sirvieran también de
promoción de los jugadores locales de cara a mejores contratos o a un remoto
ingreso en la NBA, empezó a confeccionarse una selección de los talentos
europeos en ciernes para medirse a los estadounidenses. Gracias a sus números
de estrella, por encima de los 25 puntos en todas sus temporadas en el
Partizan, Dalipagic fue uno de sus invitados en julio de 1975 a la cita
celebrada en un pueblo costero cerca de Génova, llamando poderosamente la
atención de uno de los pocos ojeadores NBA presentes en la cita, John Killilea,
avisado por el propio McGregor del potencial de algunos jugadores europeos.
Impresionado, Killilea se puso en contacto con el alero bosnio y le invitó a
los campus de entrenamiento para novatos y agentes libres de su equipo, los
míticos Boston Celtics, una oferta muy tentadora pero demasiado ambiciosa para
alguien con apenas cinco años de experiencia en el baloncesto.
La progresión de Dalipagic siguió adelante la siguiente
temporada, algo que se hizo más que palpable en los Juegos Olímpicos de
Montreal del verano de 1976, competición en la que ‘Praja’, Kresimir Cosic y
Dragan Kicanovic dirigían al equipo yugoslavo. Después del primer partido
contra la selección de Estados Unidos, en la que Dalipagic anotó 22 puntos,
Killilea, presente en las gradas, no quiso esperar más y pidió una reunión con
el alero aquella misma noche, en la que volvió a plantearle la oferta para
probar con los Celtics, vigente campeón de la NBA, aquel mismo verano. Los
galones adquiridos dentro del equipo plavi
(con espectaculares actuaciones, incluyendo sus 27 puntos en la final ante la
estrella estadounidense Adrian Dantley), los ánimos de sus compañeros y el
hecho de encontrarse tan lejos de casa (y tan cerca del posible futuro destino)
fueron haciendo que Drazen cambiara de opinión y se animara a probar con los orgullosos verdes.
Una semana en Boston
La aventura americana comenzó el 21 de agosto de 1976 en el
aeropuerto de Belgrado, del que partieron Dalipagic, su suegro, Tony Pozeg, y
Cosic, que le ayudaría con el idioma gracias a su estelar paso de cuatro años
por la Universidad de Brigham Young, un viaje que había causado un gran revuelo
mediático a ambos lados del Atlántico (un periódico de Hartford llegó a
asegurar que había una oferta por dos años y 900.000 dólares, un sueldo de
estrella para la época). Pocas horas después de aterrizar en Boston, ‘Praja’
tuvo que hacer frente a su primer entrenamiento, la primera de las dos sesiones
diarios a las que eran sometidos los 16 jugadores novatos y agentes libres
pretendidos por los Celtics y que eran observadas de forma pormenorizada por
Killilea, Tom Heinsohn, entrenador del equipo, y John Havlicek, estrella
bostoniana cercana a la jubilación y capitán de la plantilla.
Durante los primeros entrenamientos, Drazen se sorprendió de
la dureza defensiva y el juego individualista que se imponía, aunque
precisamente era la potencia física del bosnio, además de su gran acierto en el
tiro, lo que había llamado la atención de Killilea. Así, Dalipagic se puso
manos a la obra para mostrar todo su potencial, primero reivindicando su gran
capacidad reboteadora y, unos días más tarde, priorizado su aportación
ofensiva, tanto en sus efectivos tiros desde prácticamente cualquier punto de
la cancha (sus preferidos eran desde las esquinas) como sus penetraciones
rebosantes de potencia, finalizadas con elegancia con la mano derecha o con
fuerza con un mate, aunque se repetía un lunar que los ojeadores NBA veían en
todos los prospectos europeos que probaban en EEUU, una cierta indolencia
defensiva. Gracias a esta nueva faceta más activa, la prensa comenzó a
conocerle con el sobrenombre de “Yumpin’ Yugo”. Su fama crecía a la misma
velocidad que su aportación al equipo, e incluso el mandamás de los Celtics, el
mítico Arnold ‘Red’ Auerbach, se había acercado a los campus de entrenamiento
para conocer al yugoslavo. Tras una breve entrevista, quedó impresionado con la
madurez y el juego de ‘Praja’, por lo que no dudó en bromear y presentarle a
Havlicek como “sucesor”.
Sin embargo, las buenas vibraciones que estaba causando en
el seno de la franquicia de Boston no pasaban desapercibidas en su Yugoslavia
natal. Así, la Federación y el Gobierno iniciaron su propia campaña con una
nota de prensa difundida en las agencias periodísticas internacionales
recordando que el país balcánico no permitía a sus jugadores salir de sus
fronteras a jugar hasta los 30 años, habiendo cumplido el servicio militar y
disponiendo de un doble permiso de su equipo de origen y de la Federación,
encargados de jugar si se habían acreditado “suficientes méritos en el servicio
a la patria”. Todos estos condicionantes se unían a la normativa FIBA, que
prohibía que los jugadores NBA, los únicos considerados profesionales,
volvieran a militar con su selección nacional, además de ocupar plaza de
extranjero en los equipos amateur en caso de verse obligados a volver de EEUU.
Aunque Dalipagic solamente tenía en mente probar sus capacidades en los campus
NBA sin llegar a fichar por un equipo profesional, estas noticias no hacían
sino devolver al suelo los posibles sueños que pudieran haberse despertado en
su estancia de apenas una semana en EEUU.
Así que todo siguió como estaba planeado y, una vez
concluido el campus, Drazen hacía las maletas de vuelta a Belgrado. Antes del
viaje de vuelta, y aunque la decisión era de sobra conocida por los gestores
célticos, Auerbach quiso tener una última reunión con Dalipagic en su despacho,
en la que le ofreció un contrato garantizado por un año y 30.000 dólares con
posibilidad de renegociación al final de la temporada. ‘Praja’ aludió a la
llamada del servicio militar, su desconocimiento del inglés, su nueva situación
familiar, ya que acababa de ser padre; y la restrictiva normativa FIBA para
cumplir con Yugoslavia para declinar amablemente esta invitación. De esa reunión,
queda el consejo de ‘Red’ de que aprendiera idiomas de cara al futuro y un
libro con la dedicatoria “al amigo para quien espero que algún día vista la
camiseta de los Celtics”.
La vida sigue
Tras su aventura americana, Dalipagic completó una longeva y estelar
carrera hasta los 40 años en Partizan, Real Madrid, Venecia, Udine, Verona y
Estrella Roja, con promedios de puntos por encima de los 30 casi todas las
temporadas y descollantes exhibiciones anotadoras de hasta 70 puntos, todo ello
contando con que gran parte de su carrera se desarrolló antes de la inclusión
de la línea de tres puntos en el reglamento FIBA. Por su parte, los Celtics
prolongaron un par de años más la carrera de Havlicek hasta 1978, momento en el
que Auerbach hizo otra de sus magistrales jugadas de efecto para hacerse con
Larry Bird, que debutó una temporada después. De este modo, no pudo consumarse
la llegada a los Celtics de lo que parece el eslabón intermedio entre el
trabajador Havlicek y el estelar Bird, dando por sentado el gusto céltico por
los aleros blancos con un buen conocimiento del juego en equipo.
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