Los Knickerbockers lo tienen todo para ser una de las
grandes dinastías de la historia de la NBA. Residen en la ciudad más
cosmopolita y conocida del mundo, la capital oficiosa del planeta, Nueva York,
una localización de la que no se han movido desde su fundación en 1946 y que
les asegura un mercado de seguidores más que amplio, y su casa, en pleno centro
de Manhattan, el Madison Square Garden, es uno de los palacios del baloncesto
mundial, un referente en sí mismo, además de contar una hinchada entre la que
habitualmente se puede encontrar a grandes nombres del cine y la música. Sin
embargo, en la lucha por ocupar el trono de la Liga se han impuesto otras
franquicias mucho más exitosas y que lideran, con mucha diferencia, el olimpo
de la NBA.
Sin embargo, hubo unos años de gloria en la Gran Manzana, un
periodo que es lo más cercano que este equipo, el ‘pupas’ de la NBA, ha estado
de crear una dinastía por la que ser recordado. Con dos títulos en cuatro años,
y manteniendo la base del equipo, los Knicks consiguieron dar por fin una
alegría a sus atribulados aficionados en las Finales de 1970 y 1973, con una
clasificación para la eliminatoria definitiva también en 1972.
El equipo de Nueva York venia de una racha de siete temporadas
sin entrar en los Play-Offs de la NBA con distintos entrenadores y se veían ya
lejos aquellas tres Finales consecutivas que los Knicks disputaron entre 1951 y
1953 contra Rochester Royals y Minneapolis Lakers. Fue entonces cuando se
decidió cambiar el timonel de la nave, prescindiendo de Dick McGuire tras un
mal inicio de temporada para poner la frente de la plantilla a William “Red”
Holzman en 1967. El elegido era un hombre de la casa, neoyorkino hijo de
inmigrantes que llevaba una década trabajando como ojeador de los Knicks, cuya
experiencia como entrenador se limitaba a un poco exitoso paso de tres
temporadas por los Hawks durante su mudanza de Milwaukee a Saint Louis y cuatro
años en un destino ‘exótico’, los Leones de Ponce de Puerto Rico.
Aunque parece más una maniobra de urgencia que una solución
de futuro, Holzman se ganó en la cancha la confianza de los dirigentes de los
Knicks, consiguiendo revertir la racha perdedora y clasificando al equipo para
la post-temporada. Los resultados fueron aún mejores al año siguiente, firmando
un balance de 54 victorias y 28 derrotadas e imponiéndose a los Baltimore
Bullets en la primera ronda de Playoffs. Y es que Holzman iba configurando el
equipo que, apenas un año más tarde, llevaría a la veterana franquicia de Nueva
York a la gloria. Una estrella en ciernes, el espectacular base Walt “Clyde” Frazier,
llegó en el Draft de 1967, mientras que los Knicks consiguieron hacerse con el
poderoso alero Dave DeBusschere, traspasado desde los Detroit Pistons, y recuperaron
a William “Dollar Bill” Bradley, que había pasado un año jugando en Italia para
terminar sus estudios en Europa tras ser seleccionado por los neoyorkinos. Todo
ello se unía a la que ya era la estrella de los Knicks y uno de los grandes
jugadores interiores de la Liga en aquellos años, el rocoso y habilidoso Willis Reed.
El primer anillo
En apenas un par de años, el equipo había crecido en calidad
y había encontrado un entrenador que se había ganado el respeto de jugadores y
directivos por su trabajo dentro de la franquicia. En esta situación, la
temporada 1969/70 no pudo empezar con mejores sensaciones, con un quinteto
consolidado tras un par de años de rodaje (Reed-DeBusschere-Bradley-Dick Barnett-Frazier)
y algunas ayudas desde el banquillo, sobre todo por parte de Mike Riordan y
Cazzie Russell. Prácticamente en volandas, los Knicks se confirmaron como el
equipo más sólido de la Liga, registrando 60 victorias durante la temporada
regular.
Ahora tocaba enfrentarse a los Play-Offs. En un duelo que se
convirtió en clásico durante los años 60 y 70, el equipo de Nueva York tuvo que
deshacerse en primera ronda de unos combativos Baltimore Bullets, que llevaron
la serie a siete partidos. Menos oposición ofrecieron los Milwaukee Bucks de un
debutante Kareem Adbul-Jabbar (entonces conocido como Lew Alcindor), que
resistieron hasta el quinto partido. La suerte estaba echada y llegaba una
nueva oportunidad para que los Knicks llegasen a lo más alto, un lance en el
que no se encontraban desde hacía casi dos décadas.
Los rivales eran unos Lakers más experimentados en este tipo de lances, ya que habían disputado las Finales de 1968 y 1969. Además, su
plantilla no tenía nada que envidiar a la de los Knicks, con el todopoderoso
Wilt Chamberlain bajo los tableros, Jerry West marcando el ritmo de los
partidos y anotando con una facilidad pasmosa desde cualquier parte del campo y
Elgin Baylor como desatascador en las posesiones más complicadas. La gesta se
antojaba difícil, pero la motivación estaba a la altura tras haber completado
una temporada casi de ensueño. De este modo, con la inercia positiva y el
factor cancha a favor, los Knicks se hicieron pronto con una ventaja para
llevarse el primer partido en el Madison. Sin embargo, las dudas y la falta de
experiencia en los grandes partidos se vieron ya en la segunda entrega, aunque
los neoyorkinos lucharon para reducir la renta angelina a únicamente dos
puntos. La serie viajaba a California, donde los visitantes ganarían el tercer
encuentro en la prórroga y los locales se harían con el cuarto imponiendo su
juego con claridad. La serie se empataría a 3 con victorias en casa de ambos
equipos, aunque con la mala noticia de una lesión de Willis Reed que le impidió
disputar el sexto partido y, prácticamente, descartaba su participación en el
último.
Sin embargo, para sorpresa de aficionados y jugadores, el pívot apareció cojeando apenas unos segundos antes del inicio del partido para
integrar el quinteto titular e, incluso, anotar las dos primeras canastas de
los Knicks. Con este golpe de moral y la asfixiante presión de los aficionados
del Madison, los neoyorkinos consiguieron una importante ventaja que
consiguieron mantener hasta el 113-99 final. De este modo, el 8 de mayo de
1970, el pabellón de Manhattan colgaba de su techo la primera banderola de
“World Champions”.
Después del espaldarazo que el éxito supuso para “Red”
Holzman y el equipo de la Gran Manzana, los Knicks afrontaban la temporada
1970/71 con la motivación de repetir el título de la NBA y el núcleo duro del equipo
en plena forma. Sin embargo, los resultados fueron algo peores que en la
campaña anterior, consiguiendo 52 victorias. Sin embargo, el juego durante los
Play-Offs no fue tan fluido y, aunque se deshicieron de los Atlanta Hawks con
relativa facilidad en cinco partidos, las Finales de la Conferencia Este contra
Baltimore Bullets no fueron tan sencillas. En siete partidos, y con una gran
actuación de Earl “The Pearl” Monroe, los neoyorkinos tuvieron que decir adiós
a sus posibilidades de reeditar el anillo del pasado año.
Eso no desanimó a la directiva de los Knicks que, lejos de
dejarse llevar por el primer revés, se mostró persistente para conseguir la
contratación del ala-pívot Jerry Lucas y de su verdugo el pasado curso, Earl
Monroe. Pero la euforia propia de este nuevo asalto al título de la NBA se vio
pronto cortado por la lesión de Willis Reed, que apenas pudo disputar 11
partidos durante toda la temporada regular, lo que hizo recaer una mayor
responsabilidad anotadora y defensiva en el recién llegado Lucas y en Phil
Jackson, adquirido por los Knicks en el Draft de 1967 y que fue ganando peso en
el equipo con el paso de las temporadas.
El grupo pudo sobreponerse a la
ausencia de su principal baluarte y consiguió una balance de 48 victorias y 34
derrotas, el peor de todo el periodo pero suficiente para clasificarse para la
post-temporada. Una vez en Play-Offs, los Knicks volvieron a confiar en las
gestas protagonizadas en los años anteriores y fueron eliminando rivales,
Baltimore Bullets y Boston Celtics, hasta plantarse en la ronda definitiva de
la NBA, otra vez ante Los Angeles Lakers. En esta ocasión, los californianos no
dieron tantas oportunidades, habida cuenta de sus derrotas en las últimas siete
Finales contra Celtics y Knicks, y consiguieron llevarse el ansiado anillo en cinco partidos a pesar de la baja de Baylor, retirado ese año, y con una gran
aportación de Gail Goodrich, que se unió al binomio Chamberlain-West.
Segundo anillo… y punto y final
Afortunadamente para los Knicks, la venganza tardó poco en
consumarse. Extramotivados por la derrota ante los Lakers y espoleados por lo
inesperado de su clasificación para la eliminatoria final la pasada campaña,
los jugadores de Nueva York encontraron nuevos motivos para volver a luchar,
contando además con la reincorporación de Willis Reed tras su aciago año de
lesiones. El bloque del año anterior se mantenía, con un quinteto estelar
compuesto por Reed, DeBusschere, Bradley, Monroe y Frazier, acompañados desde
el banquillo por suplentes contrastados como Jerry Lucas, Phil Jackson, Dick
Barnett o Dean Meminger.
Con este plantel, el equipo neoyorkino recuperó las buenas
sensaciones de la temporada del título de 1970, repitiendo casi los mismos
registros, 57 victorias por 25 derrotas. Alcanzando los Play-Offs con esta
solvencia, los Knicks no quisieron dejar pasar esta segunda oportunidad, de
modo que mantuvieron el nivel competitivo durante las eliminatorias. Las
primeras víctimas fueron los Baltimore Bullets, en un enfrentamiento ya
convertido en un clásico de la post-temporada, prolongando la serie hasta cinco
partidos. El siguiente escollo, el último antes de las Finales, fueron los
Boston Celtics, que seguían sin encontrar la continuidad en el éxito que
tuvieron en la década de los 60. Una competida serie agotando los siete
partidos para demostrar que los de Nueva York iban en serio.
El rival en la ronda definitiva sería el mismo de la pasada
temporada, reeditando también el enfrentamiento de la exitosa temporada de
1970. Los Angeles Lakers querían conseguir el “back to back”, mientras que los
Knicks, con el factor cancha a favor y una temporada casi inmaculada, no quería
padecer las penurias del año anterior, pagando el precio de no contar con su
más carismática estrella y la ambición de los angelinos. A pesar de ello, los
Lakers golpearon primero en el Madison, ganando por tres puntos, si bien los
Knicks se repusieron y ganaron los cuatro siguientes partidos, todos ellos muy
ajustados, con diferencias de menos de cinco puntos, a excepción del último
encuentro, celebrado en el Forum de Inglewood la noche del 10 de mayo de 1973,
que se saldó con una renta de 9 puntos para otorgar a los aficionados de la
gran Manzana su segunda noche de gloria baloncestística.
A pesar de mantener el núcleo duro del equipo, con Holzman
en el banquillo y gran parte de los jugadores que habían alcanzado la gloria,
los Knicks no volverían a optar al anillo, cayendo en un periodo de mediocridad
con cuatro temporadas bajando sus registros e, incluso, dos de ellas sin alcanzar
las eliminatorias por el título. Con el paso del tiempo, varios de los
jugadores irían diciendo adiós a la franquicia y a sus carreras en activo, al
igual que el entrenador, que apenas estuvo dos temporadas lejos de los Knicks
para volver a comandar una nave que nunca atracaría en buen puerto.
El legado de una casi dinastía
El periodo de mayor éxito de la larga historia de este
veterano equipo no ha pasado desapercibido en el espíritu y la mitomanía de los
Knickerbockers. Así, dentro de los más de sesenta años de historia, la
franquicia solamente ha retirado el número de ocho jugadores o entrenadores,
siendo Patrick Ewing el único merecedor de este honor que no pertenece al
equipo de los cuatro años dorados de los neoyorkinos. Los homenajeados con sus
números colgados del techo del Madison son Walt Frazier (10), Dick Barnett
(12), Earl Monroe (15, que comparte honores con Dick McGuire, entrenador y
jugador de los Knicks con este mismo dorsal), Willis Reed (19), Dave
Debusschere (22), Bill Bradley (24) y “Red” Holzman (613, número otorgado por
el número de victorias conseguidas en la NBA con este equipo).
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