El baloncesto femenino en España siempre ha vivido en una
relativa sombra, como ocurre más frecuentemente de lo deseado con cualquier
modalidad deportiva en su versión femenina. Pabellones pequeños, aunque casi
siempre intensamente poblados, competiciones con cada vez menos equipos y más
diferencia de presupuestos y potenciales, jugadoras casi desconocidas y, más
recientemente, el exilio de las mejores deportistas a ligas más potentes en lo
económico. A nivel internacional, ha habido algunas alegrías a nivel de clubes
recientemente, aunque quizás el trabajo que más destaque en la última década.
20 años casi exactos, con apenas una diferencia de 17 días, separan los dos
momentos más gloriosos para las aficionadas al deporte de la pelota gorda en
España.
El primero tuvo lugar el 13 de junio de 1993 en la ciudad
italiana de Perugia, cuando un grupo de mujeres fueron avanzando con buenas
sensaciones y resultados más positivos de los esperados por los cinco partidos
que entonces componían los Eurobaskets. El segundo momento sucedió la tarde del
30 de junio de 2013, cuando la última colaboración sobre la pista de las dos
generaciones más talentosas de mujeres del baloncesto español tocaba a su fin
en la ciudad francesa Orchies. Quiso el destino que, en ambos casos y para
hacer el aniversario aún más redondo, el rival en la final fuera Francia en
ambos casos. Aquí están sus historias…
Perugia’93
Con la organización de los Juegos Olímpicos de 1992 en
Barcelona, la Federación Española de Baloncesto estaba algo inquieta. Si bien
la sección masculina tenía nombres de cierto prestigio en Europa y había vivido
momentos de cierta gloria en un pasado reciente, el equipo femenino había ido
coleccionando resultados más que mejorables y presencias intermitentes en los
Eurobaskets desde mediados de los 70. Como ocurrió prácticamente en todas las
disciplinas, el objetivo era que el papel de los atletas nacionales se viera
fuertemente mejorado con respecto a citas anteriores, por lo que se
multiplicaron las becas y ayudas a estos deportistas, incluyendo también a las
baloncestistas, cuya competición aún estaba lejos de ser profesional.
Así, se decidió premiar a algunas de las jugadoras más
prometedoras para que, durante varios años, pudieran entrenar en condiciones
profesionales y comenzaran a jugar juntas. Finalmente, el grupo que acudió a
los JJ.OO. estuvo formado por Patricia Hernández, Carolina Mújica, Blanca Ares,
Piluca Alonso, Mónica Pulgar, Margarita Geuer, Almudena Vara, Ana Belén Alvaro,
Mónica Messa, Marina Ferragut, Betty Cebrián y Carlota Castrejana, dirigidas
desde el banquillo por Chema Buceta. A pesar de mostrar síntomas de mejoría en
el juego y una gran competitividad en la cancha, estas jugadoras apenas
consiguieron ganar un partido en la primera fase, ante Checoslovaquia, lo que
las relegó al torneo por las cuatro últimas plazas. Sin embargo, con una
victoria de relumbrón contra Italia e imponiéndose nuevamente ante
Checoslovaquia, las españolas consiguieron una meritoria quinta plaza, la mejor
clasificación histórica de la selección femenina en un torneo internacional
hasta el momento.
El trabajo realizado había dado sus frutos, aunque nadie
podía prever, salvo quizás las propias protagonistas, lo que iba a pasar apenas
un año después. La convocatoria para el Eurobasket de Perugia de junio de 1993,
esta vez con Manolo Coloma al frente, fue muy similar a la de la cita olímpica,
manteniendo algunos de los principales mimbres e introduciendo con papeles más
bien secundarios a Laura Grande, Mar Xantal, Pilar Valero y Paloma Sánchez,
aunque éstas dos últimas sí sumaron algunas actuaciones meritorias a lo largo
del torneo.
Los esquemas de juego estaban claros. La primera opción en
ataque era Blanca Ares, la joven más talentosa de la generación, que promedió
19 puntos en el torneo europeo. La segunda opción le correspondía a las dos
jovencísimas interiores destinadas a dominar las pinturas en el baloncesto
nacional en los siguientes años, Marina Ferragut (9) y Betty Cebrián (6,4), que
pagaron esta falta de experiencia en forma de cierta irregularidad. Para poner
la serenidad y la veteranía ya estaban Carolina Mújica (6,8), alero polivalente
y capitana del equipo, y Margarita “Wonny” Geuer (7,8) que, aunque sus
compañeras aún no lo sabían, afrontaba su última participación con la
selección, mientras que la dirección del conjunto se dejaba en manos de Ana
Belén Álvaro (6,6), que cuajó un campeonato bastante completo.
El torneo, mucho más modesto que los actuales con apenas
ocho equipos en liza, no pudo comenzar con mejores sensaciones, anotando 92
puntos ante Polonia, con cierta solidez defensiva y con todas las piezas
funcionando. Cuando la segunda victoria se consumó ante Bulgaria, un rival más
exigente, la clasificación para las eliminatorias estaba asegurada, por lo que
las jugadoras sintieron el descargo que suponía el objetivo más que cumplido.
El partido de trámite ante Italia fue la única derrota del corto torneo.
En las eliminatorias, el primer escollo fue una Eslovaquia,
un equipo algo mermado con respecto a la Checoslovaquia del año anterior en
Barcelona y al que las españolas pronto comenzaron a sacar ventajas que se
extendieron hasta los 18 puntos finales (73-55). La otra semifinal
fue más batallada entre dos selecciones que sí entraban en los pronósticos para
cazar medalla, Francia e Italia, con victoria final para las galas por apenas
dos puntos.
Y así se plantaron en la final. El
día más importante de la historia del baloncesto femenino nacional, que
apenas había participado en seis Eurobaskets y en los JJ.OO. a los que fue
invitada como anfitriona. El partido entre España y Francia no fue especialmente
estético, aunque sí bastante disputado a lo largo de casi todo el encuentro.
Las francesas trataban de imponer la fuerte defensa y el bajo tanteo que les
había llevado hasta la final. Así consiguieron mantener el partido igualado en
los primeros minutos, consiguiendo distancias de hasta cinco puntos gracias a
la anotación de Odile Santaniello. Finalmente, el marcado al descanso daba 3
puntos de ventaja para la francesas, 30-27.
Siete minutos tardaron las jugadoras españolas en ponerse
otra vez por encima en el marcador, 32-34, gracias a una mayor contundencia en
la defensa y, sobre todo, en el rebote. Esta intensidad se mantuvo durante gran
parte del segundo tiempo, llegando con una distancia de 12 puntos a los cuatro
minutos finales. Las francesas reaccionaron con algunas canastas fáciles y 7
puntos en apenas un minuto, aunque la sangría se quedó ahí y las españolas
pudieron ir gestionando las diferencias y los tiempos para, a través de tiros
libres y alguna jugada aislada, concluir el partido con el 53-63 final.
Esta victoria supuso la despedida de esta generación y el
desmembramiento paulatino de un equipo que, en las siguientes citas
internacionales, volvió a sus discretos papeles lejos de las medallas, si bien
sí consiguió sembrar una semilla en un generación más joven y, sobre todo,
asentar una infraestructura en la Federación y en la Liga que hizo que la
selección española se convirtiera en un participante fijo en Mundobasket y
Eurobasket.
Francia’13
El caldo de cultivo veinte años después era totalmente
diferente. Las nuevas condiciones y, cómo no, el referente que marcaron Ares,
Geuer, Cebrián y compañía en las niñas nacidas a mediados y finales de los 80
hizo que la popularidad del baloncesto creciera en todos los públicos y, sobre
todo, en las jugadoras de cantera, lo que ha motivado que, con el paso del
tiempo, deportistas como Amaya Valdemoro, Marta Fernández, Anna Montañana,
Lucila Pascua, Elisa Aguilar, Rosi Sánchez, Nieves Anula, Laia Palau, Isa
Sánchez o Nuria Martínez fueran llegando a los primeros equipos de las grandes
potencias del baloncesto nacional y a la Selección. Ya no hacía falta ir
buscando a los mejores proyectos para incluirlos el programas becados de
entrenamiento específico, sino que los propios clubes habían ido
profesionalizando sus métodos y ampliando sus categorías inferiores.
Este efecto empezó a eclosionar apenas ocho años después, en
el Eurobasket de Francia de 2001, cuando España consiguió su segunda medalla
internacional, esta vez de bronce. A partir de entonces, las jugadoras
nacionales apenas se han bajado del podio, con una plata (2007) y tres bronces
(2003, 2005, 2009) europeos y un tercer puesto mundial (2010), siempre
capitaneadas por algunos de los mejores entrenadores nacionales especializados
en deporte femenino, como Evaristo Pérez, José Ignacio Hernández o Domingo Díaz.
En 2013, esta exitosa generación había ido perdiendo a
algunos de sus referentes, aunque una nueva cantera de talentosas jóvenes ya se
acercaba con ganas y experiencia suficiente para ir ganando importancia en los
esquemas del equipo nacional. Así, el Eurobasket de Francia se revelaba crucial
ya que podía ser el del definitivo cambio de ciclo, el último en el que la vieja
guardia se vistiera de corto y el primero en el que la nueva hornada estaba
lo suficientemente preparada para aparecer de forma protagonista sobre la
cancha.
Así, por parte de las veteranas con varias medallas al
cuello, Valdemoro y Aguilar se enfrentaban a sus últimos partidos con la
Selección, mientras que Palau y Cindy Lima también tenían galones de sobra para
estar en la convocatoria. Por parte de las ‘nuevas’, algunas jóvenes que ya
habían dado sobradas muestras de carácter, calidad y liderazgo en sus equipos y
en competiciones anteriores defendiendo a España, como Alba Torrens, Laura
Nicholls, Cristina Ouviña, Marta Xargay y una más experimentada Silvia
Domínguez (Anna Cruz se lesionó del tobillo apenas unos días antes de la
concentración del equipo). Completaban el equipo, dirigido desde la banda por
Lucas Mondelo, dos debutantes con buenos partidos a sus espaldas en categorías
inferiores del la Selección y en los últimos años en sus equipos, Queralt Casas
y Laura Gil, y, sobre todo, la presencia titánica en la pintura de la caribeña
de formación estadounidense, Sancho Lyttle, nacionalizada en el año 2010 para
terminar de dar el salto de calidad al equipo.
Con Lyttle recién incorporada a la concentración, España
llegó a Francia para abrir el torneo ante uno de los rivales más temibles de la
primera fase. Torrens y Valdemoro tuvieron que tomar las riendas para conseguir
la primera victoria del campeonato, la más disputada hasta la final, ante Rusia
por cinco puntos. Y es que, en el resto de la primera fase fue de triunfos relativamente
cómodos, 12 puntos ante Italia y 24 ante Suecia. Por el momento, las
sensaciones no podían ser mejores, con un juego efectivo, cierta facilidad
anotadora y una defensa bastante férrea, algo que había que certificar en la
segunda fase. En esta ocasión, tampoco hubo grandes agobios, con una victoria
inicial de 26 puntos ante Eslovaquia, y dos triunfos algo más reñidos, no tanto
por el resultado final sino por encontrar mayor dificultad en la anotación y
una creciente intensidad defensiva de las rivales, ante Montenegro por 16 y
ante Turquía por 13.
A pesar de que pudiera haber algunas dudas por la menor
fluidez del ataque, los partidos se habían salvado con mucha solvencia, por lo
que la confianza ante las eliminatorias directas era buena. Y así se demostró
con el 75-58 ante la República Checa y el 88-69 ante Serbia, con Torrens (29 y
11 puntos, 16,2 de media en todo el torneo) y Lyttle (23+12 y 22+11) como
principales arietes, a las que se habían ido uniendo puntualmente en distintos
partidos jugadoras como Xargay (9,3 puntos de media), Ouviña (19 puntos en las
semifinales), Valdemoro (11 puntos en cuartos de final) o Palau (3,4
asistencias en el torneo).
Y así España se plantaba en la final contra las
anfitrionas. Francia, que venía de quedar segunda en los Juegos Olímpicos
de Londres en 2012, estaba haciendo un torneo bastante sólido en ambos lados de
la cancha, aunque menos espectacular en ataque que el de España. Su juego se
basaba en la potencia física de sus jugadores, principalmente en el poste bajo,
donde Isabelle Yacoubou (11,1 puntos) y Sandrine Gruda (12) se encargaban de
finalizar, mientras que la dirección del equipo recaía en manos de la eléctrica
e imaginativa Celine Dumerc, capitana y líder absoluta del grupo. De este modo,
se preveía un partido intenso, con dificultad para conseguir canastas y muchas
alternancias en el marcador. Y así fue incluso desde antes de lanzar el balón
al aire, cuando el público francés cantó “La Marsellesa” a
capella para motivar a sus jugadoras.
El partido comenzó con ambos equipos tanteándose y poniendo
en práctica el scouting previo al partido. De hecho, la primera
canasta llegó pasados más de dos minutos y tras varios ataques imprecisos. Sin
embargo, el juego fue bastante más fluido a partido de entonces, con un
intercambio de canastas durante los siguientes dos minutos hasta que,
finalmente, los contraataques tras buenas defensas hicieron que España tomara
una distancia de nueve puntos, 21-12 tras el primer acto. En el segundo, el
parcial siguió creciendo hasta los 12 de diferencia, momento en el que Francia
tomó el relevo y con 13 puntos seguidos dio un golpe sobre la mesa. Nueva
alternativa en el marcador, con 7 puntos para España a apenas dos minutos del
final, una ventaja que la intensidad de las francesas atrás y una serie de
buenos ataque dejaron en apenas un punto al descanso, 36-35.
El tercer cuarto parecía responder al planteamiento previo
del equipo anfitrión, logrando sujetar las embestidas españolas y mantener el
marcador equilibros, siempre con ligeras ventajas de dos o tres puntos para las
azules. Sin embargo, la pizarra de Mondelo volvió a funcionar en los primeros
minutos del periodo definitivo, con un parcial de 8-0 en los primeros dos
minutos que dio a España el mando del partido hasta los últimos segundos. Sin
embargo, la cosa no era cómoda, ya que las diferencias eran de entre 1 y 3
puntos. De hecho, con 68-67 a las de 46 segundos, la cosa no estaba nada
decidida. Tras un fallo en la zona de las francesas, Palau y Xargay se las
ingeniaron para mantener la posesión hasta que, tras una frenética penetración,
Lyttle recibió el balón para meter la canasta definitiva. 7,5 segundos y tres
puntos de ventaja, una buena defensa, un triple a la desesperada y un rebote
para maquilar el resultado. 70-69.
El gesto de que la organización dejara recibir la copa a
Aguilar, ante su último partido internacional, junto a Valdemoro, capitana por
derecho del equipo, y la música de “Star Wars” o el MVP de Sancho Lyttle (18,4
puntos y 11,1 rebotes) son las imágenes que quedan para el recuerdo después del
que, por ahora, y a falta de que esta nueva hornada certifique su
capacidad de sufrimiento y liderazgo en la Copa del Mundo de Turquía de este
otoño, es el último momento dorado de la historia del baloncesto femenino
español.
De aquellos polvos, estos lodos
Si el camino andado por la exitosa generación que se coronó
en 2013 había sido empedrado por las pioneras que veinte años antes asaltaron
Perugia, las primeras sendas fueron abiertas, aún con más esfuerzo y menos
reconocimiento, por otras mujeres que no tuvieron la suerte de contar con
becas, patrocinadores, seguimiento mediático o entrenamientos regularizados,
solamente amor por el deporte de la pelota gorda. El juego sí tenía su cierto
púdicamente entre el público femenino, sobre todo en Cataluña y, en menor
medida, Andalucía y Madrid, por lo que no fue difícil encontrar mujeres que
jugaran, eso sí, con un nivel de competición totalmente amateur.
El primer partido de la Selección española femenina de
baloncesto fue un amistoso disputado en la localidad catalana de Malgrat de Mar
ante Suiza. El marcador era lo menos importante, al menos para María
Isabel Díez de la Lastra, Luisa Puentes, Mabel Martínez Ortíz, Monserrat Bobee,
Mª Luz Rosales, Mª Josefa Senante, Ángeles Gómez Mínguez, Teresa Pérez, Antonia
Gimeno, Teresa Tamayo y Teresa Vela, dirigidas por Cholo Méndez, las verdaderas
pioneras que dieron el golpe en la mesa para demostrar que las mujeres también
se manajeban en un mundo tradicionalmente reservado a los hombres. Después de
ellas, y antes de que la generación de los JJ.OO. de Barcelona lograra la
relevancia nacional con su oro un año después, otras figuras como las de Ana Junyer,
Rocío Jiménez, Conchi Navío, Ana María Eizaguirre o Rosa Castillo se encargaron
de mantener viva la llama del baloncesto entre las aficionadas y deportistas.
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