martes, 19 de mayo de 2015

La (im)productividad de la inversión

El refranero español tienen muchos dichos aplicables a aquel que llega precedido por su fama y, posteriormente, decepciona con su rendimiento. La historia clásica de la guerra está llena, asimismo, de ejemplos de estos perros ladradores y poco mordedores, y la expresión moderna de esta épica, el deporte, no le podía ser menos. En el caso que nos ocupa, el baloncesto, hay un ejército temible capitaneado por algunos de los más reputados generales del mundo que, a fuerza de acumular derrotas en las batallas importantes, corre el riesgo de convertirse en uno de esos proyectos fallidos, de esos castillos de naipes que, en apariencia majestuosos, son constatados una y otra vez por sus rivales y no hacen sino caer indefectiblemente. Una temporada más, el siempre deslumbrante proyecto del CSKA de Moscú ha fracasado en su intento de hacerse con la corona europea, la que debiera ser la séptima en su palmarés, y lo ha hecho tropezando en la misma piedra.

En la Final Four de Madrid, el CSKA volvía a presentarse con una hoja de servicios prácticamente inmaculada, como líder de su grupo en ambas rondas y una plantilla de muchos quilates. Dirigidos por Dimitris Itoudis, el equipo parecía un poco más engrasado que en anteriores ediciones. Y es que, tras las incorporaciones de Nando de Colo y Manuchar Markoishvili, Milos Teodosic no se veía en la necesidad de obligarse tanto en ataque, por lo que podía dedicarse a hacer jugar a sus compañeros, mientras que Sonny Weems y Vitaly Fridzon ya tenían bien aprendido cuál era su papel. Además, Victor Khryapa y Shasha Kaun ponían centímetros y experiencia en la pintura, y Andrei Kirilenko apareció, como el eterno hijo pródigo, en la recta final de la temporada para hacer aún más brillante esta plantilla.

Por contra, el resultado ha sido el mismo. Un equipo que, sobre el papel, estaba a años luz del nivel que puede desarrollar el CSKA, en concreto ha vuelto a ser el Olympiakos griego, les ha ganado gracias a todo eso que, normalmente llamado 'intangibles', no se puede comprar con dinero: ganas, capacidad de sufrimiento, concentración, intensidad, respeto al rival... Y un triple lejano de Vasilis Spanoulis en la última jugada.


El origen de la mala suerte
La maldición del CSKA empezó tras la exitosa era de Ettore Messina y Theodoros Papaloukas. Fue con estos dos principales líderes, junto con algunos ejecutores de lujo tales como Trajan Langdon, J. R. Holden, Matjaz Smodis o David Andersen, entre otros, de un proyecto que se alzó con el título de la Euroliga en 2006 y 2008 y vivió apasionantes duelos con el Maccabi de Pini Gershon y el Panathinaikos de Zeljko Obradovic por la supremacía continental.

Con la marcha de estos dos baluartes en 2008 y 2009 y el desmembramiento progresivo del equipo, el CSKA cayó en una pequeña crisis. Si bien en 2009, el equipo del Ejército Rojo alcanzó nuevamente la final continental, sucumbiendo nuevamente frente al equipo griego el trébol, y en 2010, con el experimento de Evgenyi Pashutin en el banquillo, el Barça, a la postre campeón, quien detuvo el camino ruso en el primer partido de la Final Four, la temporada 2010-2011 fue terriblemente aciaga para los rusos. A pesar de que la plantilla no había cambiado demasiado con respecto al año anterior, y con Dusko Vujosevic, entrenador revelación de los últimos años tras un interesante trabajo en Partizán de Belgrado durante casi una década, en el banquillo, el CSKA no logró siquiera superar la primera fase para encaramarse al Top 16, registrando su peor resultado en la Euroliga en todas sus participaciones.

Fue entonces cuando los dólares, siempre presentes en el equipo ruso más importante de todos los deportes desde los tiempos de la planificación totalitaria de todos los ámbitos de la vida en la URSS, hicieron su aparición de forma más evidente que hasta el momento. Se eligió un entrenador con cierta reputación pero sin ínfulas de estrella, Jonas Kazlauskas, y recuperó a Nenad Krstic y Andrei Kirilenko de la NBA aprovechando el 'lockout' patronal y se gastó 10 millones de euros en Milos Teodosic, que se unían a una ya temible familia que incluía a Victor Khryapa, Jamont Gordon, Alexei Shved y Ramunas Siskauskas. El equipo fue tan efectivo como temible hasta el final de la temporada 2011-2012, pero nuevamente adolecieron de una cierta falta de carácter, de un marcado exceso de confianza que hizo que el Olympiakos, bastante mermado con respecto a las plantillas de los años anteriores precisamente por falta de liquidez, les remontara 19 puntos en algo más de diez minutos de juego en la final de la Euroliga, dando además importancia a sus jugadores más jóvenes, como Papanikolau, Mantzaris, Sloukas o Keselj. El semigancho de Printezis en el último segundo queda ya para la historia.

Un paso más atrás
Desde aquella final prácticamente ganada en el minuto 30 de juego y finalmente perdida, el CSKA no ha vuelto a pisar el partido definitivo de la competición continental, aunque sí ha estado presente en las tres Final Four jugadas desde entonces. En la temporada 2012-2013, los rusos quisieron reverdecer laureles a base de hacer retornar a los otrora héroes de sus gestas, pero ni Papaloukas, cansado y casi ejerciendo más de segundo entrenador y consejero de Teodosic que de jugador desequilibrante y brillante en la dirección de juego, ni Ettore Messina, junto con los que también llegaron Vladimir Micov, Zoran Erceg, Aaron Jackson y Sonny Weems, más talento, velocidad y centímetros a un vestuario presuntamente sobrado de todo ello, pudieron con el mismo verdugo un año después.

Para el curso 2013-2014, las novedades fueron Kyle Hines, ala-pívot de corta estatura pero que les había complicado la vida sobremanera a base de colocación e intensidad en los últimos (y dolorosos) duelos con el Olympiakos, y un tirador fiable como Fridzon. Tampoco eran estas las piezas que faltaban para dominar un arte excesivamente delicado, el de ganar los partidos comprometidos, los que determinan si uno toca la gloria o queda para siempre en el montón de los segundones. En esta ocasión fue el Maccabi de Tel Aviv, a posteriori campeón continental, quien apeó a los rusos de la competición un partido antes de lo deseado, y por un punto, con fallo de los rojos a pocos segundos del final incluido.

Idas y venidas
La maldición del CSKA ha sido tal que muchos jugadores se han cansado de esperar el prometido éxito que no termina de llegar, además de todos aquellos jugadores, protagonistas o segundones, que han ido despidiéndose de Moscú por capricho de los entrenadores o por falta de adaptación al juego o a la disciplina del equipo. Así, Krstic prefirió escuchar los cantos de sirena del Anadolu Efes, otro proyecto, este con el sello Obradovic, que aún no se ha visto recompensado con éxitos continentales; Alexei Shved se dejó tentar por la NBA, donde ha protagonizado tres temporadas más bien irregulares como moneda de cambio en diversos equipos, Jeremy Pargo ha optado por vestir el amarillo del Maccabi, aunque la suerte de los israelíes no ha sido la mejor este año, y Kirilenko no terminar de decidirse sobre su estancia en Moscú, donde no terminar de tocar la gloria, o su vuelta a la NBA, donde los salarios son más abultados.