miércoles, 12 de febrero de 2014

Veinte años y diecisiete días

El baloncesto femenino en España siempre ha vivido en una relativa sombra, como ocurre más frecuentemente de lo deseado con cualquier modalidad deportiva en su versión femenina. Pabellones pequeños, aunque casi siempre intensamente poblados, competiciones con cada vez menos equipos y más diferencia de presupuestos y potenciales, jugadoras casi desconocidas y, más recientemente, el exilio de las mejores deportistas a ligas más potentes en lo económico. A nivel internacional, ha habido algunas alegrías a nivel de clubes recientemente, aunque quizás el trabajo que más destaque en la última década. 20 años casi exactos, con apenas una diferencia de 17 días, separan los dos momentos más gloriosos para las aficionadas al deporte de la pelota gorda en España.

El primero tuvo lugar el 13 de junio de 1993 en la ciudad italiana de Perugia, cuando un grupo de mujeres fueron avanzando con buenas sensaciones y resultados más positivos de los esperados por los cinco partidos que entonces componían los Eurobaskets. El segundo momento sucedió la tarde del 30 de junio de 2013, cuando la última colaboración sobre la pista de las dos generaciones más talentosas de mujeres del baloncesto español tocaba a su fin en la ciudad francesa Orchies. Quiso el destino que, en ambos casos y para hacer el aniversario aún más redondo, el rival en la final fuera Francia en ambos casos. Aquí están sus historias…

Perugia’93
Con la organización de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona, la Federación Española de Baloncesto estaba algo inquieta. Si bien la sección masculina tenía nombres de cierto prestigio en Europa y había vivido momentos de cierta gloria en un pasado reciente, el equipo femenino había ido coleccionando resultados más que mejorables y presencias intermitentes en los Eurobaskets desde mediados de los 70. Como ocurrió prácticamente en todas las disciplinas, el objetivo era que el papel de los atletas nacionales se viera fuertemente mejorado con respecto a citas anteriores, por lo que se multiplicaron las becas y ayudas a estos deportistas, incluyendo también a las baloncestistas, cuya competición aún estaba lejos de ser profesional.

Así, se decidió premiar a algunas de las jugadoras más prometedoras para que, durante varios años, pudieran entrenar en condiciones profesionales y comenzaran a jugar juntas. Finalmente, el grupo que acudió a los JJ.OO. estuvo formado por Patricia Hernández, Carolina Mújica, Blanca Ares, Piluca Alonso, Mónica Pulgar, Margarita Geuer, Almudena Vara, Ana Belén Alvaro, Mónica Messa, Marina Ferragut, Betty Cebrián y Carlota Castrejana, dirigidas desde el banquillo por Chema Buceta. A pesar de mostrar síntomas de mejoría en el juego y una gran competitividad en la cancha, estas jugadoras apenas consiguieron ganar un partido en la primera fase, ante Checoslovaquia, lo que las relegó al torneo por las cuatro últimas plazas. Sin embargo, con una victoria de relumbrón contra Italia e imponiéndose nuevamente ante Checoslovaquia, las españolas consiguieron una meritoria quinta plaza, la mejor clasificación histórica de la selección femenina en un torneo internacional hasta el momento.

El trabajo realizado había dado sus frutos, aunque nadie podía prever, salvo quizás las propias protagonistas, lo que iba a pasar apenas un año después. La convocatoria para el Eurobasket de Perugia de junio de 1993, esta vez con Manolo Coloma al frente, fue muy similar a la de la cita olímpica, manteniendo algunos de los principales mimbres e introduciendo con papeles más bien secundarios a Laura Grande, Mar Xantal, Pilar Valero y Paloma Sánchez, aunque éstas dos últimas sí sumaron algunas actuaciones meritorias a lo largo del torneo.

Los esquemas de juego estaban claros. La primera opción en ataque era Blanca Ares, la joven más talentosa de la generación, que promedió 19 puntos en el torneo europeo. La segunda opción le correspondía a las dos jovencísimas interiores destinadas a dominar las pinturas en el baloncesto  nacional en los siguientes años, Marina Ferragut (9) y Betty Cebrián (6,4), que pagaron esta falta de experiencia en forma de cierta irregularidad. Para poner la serenidad y la veteranía ya estaban Carolina Mújica (6,8), alero polivalente y capitana del equipo, y Margarita “Wonny” Geuer (7,8) que, aunque sus compañeras aún no lo sabían, afrontaba su última participación con la selección, mientras que la dirección del conjunto se dejaba en manos de Ana Belén Álvaro (6,6), que cuajó un campeonato bastante completo.

El torneo, mucho más modesto que los actuales con apenas ocho equipos en liza, no pudo comenzar con mejores sensaciones, anotando 92 puntos ante Polonia, con cierta solidez defensiva y con todas las piezas funcionando. Cuando la segunda victoria se consumó ante Bulgaria, un rival más exigente, la clasificación para las eliminatorias estaba asegurada, por lo que las jugadoras sintieron el descargo que suponía el objetivo más que cumplido. El partido de trámite ante Italia fue la única derrota del corto torneo.

En las eliminatorias, el primer escollo fue una Eslovaquia, un equipo algo mermado con respecto a la Checoslovaquia del año anterior en Barcelona y al que las españolas pronto comenzaron a sacar ventajas que se extendieron hasta los 18 puntos finales (73-55). La otra semifinal fue más batallada entre dos selecciones que sí entraban en los pronósticos para cazar medalla, Francia e Italia, con victoria final para las galas por apenas dos puntos.

Y así se plantaron en la final. El día más importante de la historia del baloncesto femenino nacional, que apenas había participado en seis Eurobaskets y en los JJ.OO. a los que fue invitada como anfitriona. El partido entre España y Francia no fue especialmente estético, aunque sí bastante disputado a lo largo de casi todo el encuentro. Las francesas trataban de imponer la fuerte defensa y el bajo tanteo que les había llevado hasta la final. Así consiguieron mantener el partido igualado en los primeros minutos, consiguiendo distancias de hasta cinco puntos gracias a la anotación de Odile Santaniello. Finalmente, el marcado al descanso daba 3 puntos de ventaja para la francesas, 30-27.

Siete minutos tardaron las jugadoras españolas en ponerse otra vez por encima en el marcador, 32-34, gracias a una mayor contundencia en la defensa y, sobre todo, en el rebote. Esta intensidad se mantuvo durante gran parte del segundo tiempo, llegando con una distancia de 12 puntos a los cuatro minutos finales. Las francesas reaccionaron con algunas canastas fáciles y 7 puntos en apenas un minuto, aunque la sangría se quedó ahí y las españolas pudieron ir gestionando las diferencias y los tiempos para, a través de tiros libres y alguna jugada aislada, concluir el partido con el 53-63 final.

Esta victoria supuso la despedida de esta generación y el desmembramiento paulatino de un equipo que, en las siguientes citas internacionales, volvió a sus discretos papeles lejos de las medallas, si bien sí consiguió sembrar una semilla en un generación más joven y, sobre todo, asentar una infraestructura en la Federación y en la Liga que hizo que la selección española se convirtiera en un participante fijo en Mundobasket y Eurobasket.

Francia’13
El caldo de cultivo veinte años después era totalmente diferente. Las nuevas condiciones y, cómo no, el referente que marcaron Ares, Geuer, Cebrián y compañía en las niñas nacidas a mediados y finales de los 80 hizo que la popularidad del baloncesto creciera en todos los públicos y, sobre todo, en las jugadoras de cantera, lo que ha motivado que, con el paso del tiempo, deportistas como Amaya Valdemoro, Marta Fernández, Anna Montañana, Lucila Pascua, Elisa Aguilar, Rosi Sánchez, Nieves Anula, Laia Palau, Isa Sánchez o Nuria Martínez fueran llegando a los primeros equipos de las grandes potencias del baloncesto nacional y a la Selección. Ya no hacía falta ir buscando a los mejores proyectos para incluirlos el programas becados de entrenamiento específico, sino que los propios clubes habían ido profesionalizando sus métodos y ampliando sus categorías inferiores.

Este efecto empezó a eclosionar apenas ocho años después, en el Eurobasket de Francia de 2001, cuando España consiguió su segunda medalla internacional, esta vez de bronce. A partir de entonces, las jugadoras nacionales apenas se han bajado del podio, con una plata (2007) y tres bronces (2003, 2005, 2009) europeos y un tercer puesto mundial (2010), siempre capitaneadas por algunos de los mejores entrenadores nacionales especializados en deporte femenino, como Evaristo Pérez, José Ignacio Hernández o Domingo Díaz.

En 2013, esta exitosa generación había ido perdiendo a algunos de sus referentes, aunque una nueva cantera de talentosas jóvenes ya se acercaba con ganas y experiencia suficiente para ir ganando importancia en los esquemas del equipo nacional. Así, el Eurobasket de Francia se revelaba crucial ya que podía ser el del definitivo cambio de ciclo, el último en el que la vieja guardia se vistiera de corto y el primero en el que la nueva hornada estaba lo suficientemente preparada para aparecer de forma protagonista sobre la cancha.

Así, por parte de las veteranas con varias medallas al cuello, Valdemoro y Aguilar se enfrentaban a sus últimos partidos con la Selección, mientras que Palau y Cindy Lima también tenían galones de sobra para estar en la convocatoria. Por parte de las ‘nuevas’, algunas jóvenes que ya habían dado sobradas muestras de carácter, calidad y liderazgo en sus equipos y en competiciones anteriores defendiendo a España, como Alba Torrens, Laura Nicholls, Cristina Ouviña, Marta Xargay y una más experimentada Silvia Domínguez (Anna Cruz se lesionó del tobillo apenas unos días antes de la concentración del equipo). Completaban el equipo, dirigido desde la banda por Lucas Mondelo, dos debutantes con buenos partidos a sus espaldas en categorías inferiores del la Selección y en los últimos años en sus equipos, Queralt Casas y Laura Gil, y, sobre todo, la presencia titánica en la pintura de la caribeña de formación estadounidense, Sancho Lyttle, nacionalizada en el año 2010 para terminar de dar el salto de calidad al equipo.

Con Lyttle recién incorporada a la concentración, España llegó a Francia para abrir el torneo ante uno de los rivales más temibles de la primera fase. Torrens y Valdemoro tuvieron que tomar las riendas para conseguir la primera victoria del campeonato, la más disputada hasta la final, ante Rusia por cinco puntos. Y es que, en el resto de la primera fase fue de triunfos relativamente cómodos, 12 puntos ante Italia y 24 ante Suecia. Por el momento, las sensaciones no podían ser mejores, con un juego efectivo, cierta facilidad anotadora y una defensa bastante férrea, algo que había que certificar en la segunda fase. En esta ocasión, tampoco hubo grandes agobios, con una victoria inicial de 26 puntos ante Eslovaquia, y dos triunfos algo más reñidos, no tanto por el resultado final sino por encontrar mayor dificultad en la anotación y una creciente intensidad defensiva de las rivales, ante Montenegro por 16 y ante Turquía por 13.

A pesar de que pudiera haber algunas dudas por la menor fluidez del ataque, los partidos se habían salvado con mucha solvencia, por lo que la confianza ante las eliminatorias directas era buena. Y así se demostró con el 75-58 ante la República Checa y el 88-69 ante Serbia, con Torrens (29 y 11 puntos, 16,2 de media en todo el torneo) y Lyttle (23+12 y 22+11) como principales arietes, a las que se habían ido uniendo puntualmente en distintos partidos jugadoras como Xargay (9,3 puntos de media), Ouviña (19 puntos en las semifinales), Valdemoro (11 puntos en cuartos de final) o Palau (3,4 asistencias en el torneo).

Y así España se plantaba en la final contra las anfitrionas. Francia, que venía de quedar segunda en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, estaba haciendo un torneo bastante sólido en ambos lados de la cancha, aunque menos espectacular en ataque que el de España. Su juego se basaba en la potencia física de sus jugadores, principalmente en el poste bajo, donde Isabelle Yacoubou (11,1 puntos) y Sandrine Gruda (12) se encargaban de finalizar, mientras que la dirección del equipo recaía en manos de la eléctrica e imaginativa Celine Dumerc, capitana y líder absoluta del grupo. De este modo, se preveía un partido intenso, con dificultad para conseguir canastas y muchas alternancias en el marcador. Y así fue incluso desde antes de lanzar el balón al aire, cuando el público francés cantó “La Marsellesa” a capella para motivar a sus jugadoras.

El partido comenzó con ambos equipos tanteándose y poniendo en práctica el scouting previo al partido. De hecho, la primera canasta llegó pasados más de dos minutos y tras varios ataques imprecisos. Sin embargo, el juego fue bastante más fluido a partido de entonces, con un intercambio de canastas durante los siguientes dos minutos hasta que, finalmente, los contraataques tras buenas defensas hicieron que España tomara una distancia de nueve puntos, 21-12 tras el primer acto. En el segundo, el parcial siguió creciendo hasta los 12 de diferencia, momento en el que Francia tomó el relevo y con 13 puntos seguidos dio un golpe sobre la mesa. Nueva alternativa en el marcador, con 7 puntos para España a apenas dos minutos del final, una ventaja que la intensidad de las francesas atrás y una serie de buenos ataque dejaron en apenas un punto al descanso, 36-35.

El tercer cuarto parecía responder al planteamiento previo del equipo anfitrión, logrando sujetar las embestidas españolas y mantener el marcador equilibros, siempre con ligeras ventajas de dos o tres puntos para las azules. Sin embargo, la pizarra de Mondelo volvió a funcionar en los primeros minutos del periodo definitivo, con un parcial de 8-0 en los primeros dos minutos que dio a España el mando del partido hasta los últimos segundos. Sin embargo, la cosa no era cómoda, ya que las diferencias eran de entre 1 y 3 puntos. De hecho, con 68-67 a las de 46 segundos, la cosa no estaba nada decidida. Tras un fallo en la zona de las francesas, Palau y Xargay se las ingeniaron para mantener la posesión hasta que, tras una frenética penetración, Lyttle recibió el balón para meter la canasta definitiva. 7,5 segundos y tres puntos de ventaja, una buena defensa, un triple a la desesperada y un rebote para maquilar el resultado. 70-69.

El gesto de que la organización dejara recibir la copa a Aguilar, ante su último partido internacional, junto a Valdemoro, capitana por derecho del equipo, y la música de “Star Wars” o el MVP de Sancho Lyttle (18,4 puntos y 11,1 rebotes) son las imágenes que quedan para el recuerdo después del que, por ahora, y a falta de que esta nueva hornada certifique su capacidad de sufrimiento y liderazgo en la Copa del Mundo de Turquía de este otoño, es el último momento dorado de la historia del baloncesto femenino español.

De aquellos polvos, estos lodos
Si el camino andado por la exitosa generación que se coronó en 2013 había sido empedrado por las pioneras que veinte años antes asaltaron Perugia, las primeras sendas fueron abiertas, aún con más esfuerzo y menos reconocimiento, por otras mujeres que no tuvieron la suerte de contar con becas, patrocinadores, seguimiento mediático o entrenamientos regularizados, solamente amor por el deporte de la pelota gorda. El juego sí tenía su cierto púdicamente entre el público femenino, sobre todo en Cataluña y, en menor medida, Andalucía y Madrid, por lo que no fue difícil encontrar mujeres que jugaran, eso sí, con un nivel de competición totalmente amateur.

El primer partido de la Selección española femenina de baloncesto fue un amistoso disputado en la localidad catalana de Malgrat de Mar ante Suiza. El marcador era lo menos importante, al menos para María Isabel Díez de la Lastra, Luisa Puentes, Mabel Martínez Ortíz, Monserrat Bobee, Mª Luz Rosales, Mª Josefa Senante, Ángeles Gómez Mínguez, Teresa Pérez, Antonia Gimeno, Teresa Tamayo y Teresa Vela, dirigidas por Cholo Méndez, las verdaderas pioneras que dieron el golpe en la mesa para demostrar que las mujeres también se manajeban en un mundo tradicionalmente reservado a los hombres. Después de ellas, y antes de que la generación de los JJ.OO. de Barcelona lograra la relevancia nacional con su oro un año después, otras figuras como las de Ana Junyer, Rocío Jiménez, Conchi Navío, Ana María Eizaguirre o Rosa Castillo se encargaron de mantener viva la llama del baloncesto entre las aficionadas y deportistas.

Material adicional
Programa “Conexión vintage” de TDP: “Históricas del baloncesto femenino” (incluye un amplio resumen de la Final de Perugia’93)

martes, 4 de febrero de 2014

El Mundial de las confirmaciones

La Copa del Mundo de la FIBA, que estrena denominación en esta edición tras conocerse como Mundial, Mundobasket y Campeonato Mundial en diferentes épocas desde su primera celebración en 1950, buscará el próximo mes de septiembre al nuevo mejor equipo nacional del planeta, y lo hará en España, en un total de seis sedes repartidas por todo el país.

El sorteo, celebrado este lunes en Barcelona, ha confirmado las previsiones de la FIBA de que Estados Unidos y España, los dos principales cabezas de serie para determinar el calendario, serán los favoritos y no se cruzarían hasta una hipotética final. Sin embargo, selecciones como Francia, Argentina o Lituania intentarán acercarse lo más posible al partido definitivo y a las medallas. Y es que la suerte ha querido que uno de los cuadros del torneo se vea mucho más cargados de candidatos a medalla que el otro, haciendo más duro el camino de algunos de los equipos destinados a alcanzar cotas altas. A pesar de ello, la primera ronda, en la que reclasifican para octavos de final cuatro de los seis equipos encuadrados en cada grupo, no parece que vaya a ser demasiado complicada para ninguno de los favoritos, salvo sorpresa mayúscula. Además, a más de medio año para el inicio de la gran cita, muchos países aún no saben con qué jugadores podrán contar, tanto en el caso de las nacionalizaciones como de posibles lesiones o renuncias, mientras que también podría haber algunos cambios en los banquillos de aquí al periodo de convocatorias.

Así, en el grupo A, España no debería pasar penurias para clasificarse, buscando poner la primera piedra de una nueva medalla, a ser posible de oro como en Japón en 2006, para poner un buen broche a la mejor generación baloncestística nacional. Sin embargo, los resultados en los partidos contra una Serbia en constante renovación y con el debut de Shasha Djordjevic en el banquillo; contra Brasil, invitado al torneo tras un FIBA Américas decepcionante sin ninguna de sus estrellas del juego interior, y, sobre todo, contra Francia, campeón del Eurobasket, determinarán la posición de cada uno de ellos y, por tanto, los emparejamientos con los equipos del grupo B de cara a la segunda fase. Egipto e Irán son los rivales más débiles de este cuadro y la clasificación final puede depender de que alguna de estas dos selecciones dé la sorpresa a los cuatro favoritos.

En el grupo B, Argentina intentará prolongar un torneo más a su veterana Generación Dorada, que se enfrenta probablemente a su último torneo, si bien el equipo liderado por Ginobili, Nocioni y Scola se nutrirá, como el los torneos anteriores, de jóvenes promesas y otros jugadores contrastados que, lamentablemente, no han llegado al nivel de sus antecesores. La siempre competitiva Grecia; Puerto Rico, en constante renovación y búsqueda de jóvenes talentos tanto dentro de la isla como en Estados Unidos; y Croacia, que quiere ratificar el buen papel realizado en el Eurobasket de 2013, serán los principales rivales para determinar los puestos de clasificación y, por tanto, los cruces como en el grupo A. Igual que en el caso anterior, dos selecciones parecen, en principio, convidados de piedra en el torneo, Senegal y Filipinas.

De este modo, cualquiera de los cruces que se presenta a los clasificados de los dos primeros grupos, así como el camino hacia las medallas, no parece que vaya a tener paradas sencillas para ninguno de los equipos en liza.

En el otro lado del cuadro, la superioridad de Lituania y EEUU en sus respectivos grupos y, probablemente, hasta las seminifinales, no parece que vaya a tener demasiada discusión. En el grupo C, los estadounidenses, dependiendo de la plantilla que finalmente presenten a la competición (parece que Kevin Durant, Kevin Love y Stephen Curry serán de la partida, mientras otras superestrellas como Lebrun James, Carmelo Anthony o Kobe Bryant esperarán hasta los Juegos Olímpicos), tienen asegurado el primer puesto. El resto de los clasificados se decidirán en una ardua competición entre cinco equipos con argumentos suficientes para intentar colarse en la siguiente fase. Turquía querrá repetir la medalla de plata del Mundobasket de 2010 y olvidar así el descalabro del pasado Eurobasket, mientras que, en el caso contrario, Finlandia y Ucrania intentarán repetir las buenas sensaciones de hace un año para colarse en las eliminatorias. Por su parte, Nueva Zelanda siempre presenta equipos muy intensos y activos, aunque algo carentes de talento en algunas posiciones, por lo que parece uno de los más débiles, mientras que la República Dominicana intentará movilizar a sus jugadores NBA y a las estrellas que juegan en Europa para armar un equipo con más peligro en ataque que en defensa.

En el último grupo, el D, una de las naciones con más tradición baloncestística, Lituania será la gran favorita, teniendo que medirse en los primeros partidos con otra selección siempre competitiva, Eslovenia. Aparte de las dos europeas, la sorprendente campeona del FIBA Américas, México, liderada por Gustavo Ayón, y Australia, un país que siempre junta plantillas de cierta calidad técnica, intentarán aprovechar la oportunidad de acercarse a las eliminatorias dado el mejorable nivel de los dos equipos que completan el grupo, Angola, habitual en las citas internacionales, y Corea del Sur.