miércoles, 31 de octubre de 2012

Días de gloria en la Gran Manzana

Los Knickerbockers lo tienen todo para ser una de las grandes dinastías de la historia de la NBA. Residen en la ciudad más cosmopolita y conocida del mundo, la capital oficiosa del planeta, Nueva York, una localización de la que no se han movido desde su fundación en 1946 y que les asegura un mercado de seguidores más que amplio, y su casa, en pleno centro de Manhattan, el Madison Square Garden, es uno de los palacios del baloncesto mundial, un referente en sí mismo, además de contar una hinchada entre la que habitualmente se puede encontrar a grandes nombres del cine y la música. Sin embargo, en la lucha por ocupar el trono de la Liga se han impuesto otras franquicias mucho más exitosas y que lideran, con mucha diferencia, el olimpo de la NBA. 

Sin embargo, hubo unos años de gloria en la Gran Manzana, un periodo que es lo más cercano que este equipo, el ‘pupas’ de la NBA, ha estado de crear una dinastía por la que ser recordado. Con dos títulos en cuatro años, y manteniendo la base del equipo, los Knicks consiguieron dar por fin una alegría a sus atribulados aficionados en las Finales de 1970 y 1973, con una clasificación para la eliminatoria definitiva también en 1972.

El equipo de Nueva York venia de una racha de siete temporadas sin entrar en los Play-Offs de la NBA con distintos entrenadores y se veían ya lejos aquellas tres Finales consecutivas que los Knicks disputaron entre 1951 y 1953 contra Rochester Royals y Minneapolis Lakers. Fue entonces cuando se decidió cambiar el timonel de la nave, prescindiendo de Dick McGuire tras un mal inicio de temporada para poner la frente de la plantilla a William “Red” Holzman en 1967. El elegido era un hombre de la casa, neoyorkino hijo de inmigrantes que llevaba una década trabajando como ojeador de los Knicks, cuya experiencia como entrenador se limitaba a un poco exitoso paso de tres temporadas por los Hawks durante su mudanza de Milwaukee a Saint Louis y cuatro años en un destino ‘exótico’, los Leones de Ponce de Puerto Rico.

Aunque parece más una maniobra de urgencia que una solución de futuro, Holzman se ganó en la cancha la confianza de los dirigentes de los Knicks, consiguiendo revertir la racha perdedora y clasificando al equipo para la post-temporada. Los resultados fueron aún mejores al año siguiente, firmando un balance de 54 victorias y 28 derrotadas e imponiéndose a los Baltimore Bullets en la primera ronda de Playoffs. Y es que Holzman iba configurando el equipo que, apenas un año más tarde, llevaría a la veterana franquicia de Nueva York a la gloria. Una estrella en ciernes, el espectacular base Walt “Clyde” Frazier, llegó en el Draft de 1967, mientras que los Knicks consiguieron hacerse con el poderoso alero Dave DeBusschere, traspasado desde los Detroit Pistons, y recuperaron a William “Dollar Bill” Bradley, que había pasado un año jugando en Italia para terminar sus estudios en Europa tras ser seleccionado por los neoyorkinos. Todo ello se unía a la que ya era la estrella de los Knicks y uno de los grandes jugadores interiores de la Liga en aquellos años, el rocoso y habilidoso Willis Reed.

El primer anillo
En apenas un par de años, el equipo había crecido en calidad y había encontrado un entrenador que se había ganado el respeto de jugadores y directivos por su trabajo dentro de la franquicia. En esta situación, la temporada 1969/70 no pudo empezar con mejores sensaciones, con un quinteto consolidado tras un par de años de rodaje (Reed-DeBusschere-Bradley-Dick Barnett-Frazier) y algunas ayudas desde el banquillo, sobre todo por parte de Mike Riordan y Cazzie Russell. Prácticamente en volandas, los Knicks se confirmaron como el equipo más sólido de la Liga, registrando 60 victorias durante la temporada regular.

Ahora tocaba enfrentarse a los Play-Offs. En un duelo que se convirtió en clásico durante los años 60 y 70, el equipo de Nueva York tuvo que deshacerse en primera ronda de unos combativos Baltimore Bullets, que llevaron la serie a siete partidos. Menos oposición ofrecieron los Milwaukee Bucks de un debutante Kareem Adbul-Jabbar (entonces conocido como Lew Alcindor), que resistieron hasta el quinto partido. La suerte estaba echada y llegaba una nueva oportunidad para que los Knicks llegasen a lo más alto, un lance en el que no se encontraban desde hacía casi dos décadas.

Los rivales eran unos Lakers más experimentados en este tipo de lances, ya que habían disputado las Finales de 1968 y 1969. Además, su plantilla no tenía nada que envidiar a la de los Knicks, con el todopoderoso Wilt Chamberlain bajo los tableros, Jerry West marcando el ritmo de los partidos y anotando con una facilidad pasmosa desde cualquier parte del campo y Elgin Baylor como desatascador en las posesiones más complicadas. La gesta se antojaba difícil, pero la motivación estaba a la altura tras haber completado una temporada casi de ensueño. De este modo, con la inercia positiva y el factor cancha a favor, los Knicks se hicieron pronto con una ventaja para llevarse el primer partido en el Madison. Sin embargo, las dudas y la falta de experiencia en los grandes partidos se vieron ya en la segunda entrega, aunque los neoyorkinos lucharon para reducir la renta angelina a únicamente dos puntos. La serie viajaba a California, donde los visitantes ganarían el tercer encuentro en la prórroga y los locales se harían con el cuarto imponiendo su juego con claridad. La serie se empataría a 3 con victorias en casa de ambos equipos, aunque con la mala noticia de una lesión de Willis Reed que le impidió disputar el sexto partido y, prácticamente, descartaba su participación en el último. 

Sin embargo, para sorpresa de aficionados y jugadores, el pívot apareció cojeando apenas unos segundos antes del inicio del partido para integrar el quinteto titular e, incluso, anotar las dos primeras canastas de los Knicks. Con este golpe de moral y la asfixiante presión de los aficionados del Madison, los neoyorkinos consiguieron una importante ventaja que consiguieron mantener hasta el 113-99 final. De este modo, el 8 de mayo de 1970, el pabellón de Manhattan colgaba de su techo la primera banderola de “World Champions”.

Después del espaldarazo que el éxito supuso para “Red” Holzman y el equipo de la Gran Manzana, los Knicks afrontaban la temporada 1970/71 con la motivación de repetir el título de la NBA y el núcleo duro del equipo en plena forma. Sin embargo, los resultados fueron algo peores que en la campaña anterior, consiguiendo 52 victorias. Sin embargo, el juego durante los Play-Offs no fue tan fluido y, aunque se deshicieron de los Atlanta Hawks con relativa facilidad en cinco partidos, las Finales de la Conferencia Este contra Baltimore Bullets no fueron tan sencillas. En siete partidos, y con una gran actuación de Earl “The Pearl” Monroe, los neoyorkinos tuvieron que decir adiós a sus posibilidades de reeditar el anillo del pasado año.

Eso no desanimó a la directiva de los Knicks que, lejos de dejarse llevar por el primer revés, se mostró persistente para conseguir la contratación del ala-pívot Jerry Lucas y de su verdugo el pasado curso, Earl Monroe. Pero la euforia propia de este nuevo asalto al título de la NBA se vio pronto cortado por la lesión de Willis Reed, que apenas pudo disputar 11 partidos durante toda la temporada regular, lo que hizo recaer una mayor responsabilidad anotadora y defensiva en el recién llegado Lucas y en Phil Jackson, adquirido por los Knicks en el Draft de 1967 y que fue ganando peso en el equipo con el paso de las temporadas. 

El grupo pudo sobreponerse a la ausencia de su principal baluarte y consiguió una balance de 48 victorias y 34 derrotas, el peor de todo el periodo pero suficiente para clasificarse para la post-temporada. Una vez en Play-Offs, los Knicks volvieron a confiar en las gestas protagonizadas en los años anteriores y fueron eliminando rivales, Baltimore Bullets y Boston Celtics, hasta plantarse en la ronda definitiva de la NBA, otra vez ante Los Angeles Lakers. En esta ocasión, los californianos no dieron tantas oportunidades, habida cuenta de sus derrotas en las últimas siete Finales contra Celtics y Knicks, y consiguieron llevarse el ansiado anillo en cinco partidos a pesar de la baja de Baylor, retirado ese año, y con una gran aportación de Gail Goodrich, que se unió al binomio Chamberlain-West.  

Segundo anillo… y punto y final
Afortunadamente para los Knicks, la venganza tardó poco en consumarse. Extramotivados por la derrota ante los Lakers y espoleados por lo inesperado de su clasificación para la eliminatoria final la pasada campaña, los jugadores de Nueva York encontraron nuevos motivos para volver a luchar, contando además con la reincorporación de Willis Reed tras su aciago año de lesiones. El bloque del año anterior se mantenía, con un quinteto estelar compuesto por Reed, DeBusschere, Bradley, Monroe y Frazier, acompañados desde el banquillo por suplentes contrastados como Jerry Lucas, Phil Jackson, Dick Barnett o Dean Meminger.

Con este plantel, el equipo neoyorkino recuperó las buenas sensaciones de la temporada del título de 1970, repitiendo casi los mismos registros, 57 victorias por 25 derrotas. Alcanzando los Play-Offs con esta solvencia, los Knicks no quisieron dejar pasar esta segunda oportunidad, de modo que mantuvieron el nivel competitivo durante las eliminatorias. Las primeras víctimas fueron los Baltimore Bullets, en un enfrentamiento ya convertido en un clásico de la post-temporada, prolongando la serie hasta cinco partidos. El siguiente escollo, el último antes de las Finales, fueron los Boston Celtics, que seguían sin encontrar la continuidad en el éxito que tuvieron en la década de los 60. Una competida serie agotando los siete partidos para demostrar que los de Nueva York iban en serio.

El rival en la ronda definitiva sería el mismo de la pasada temporada, reeditando también el enfrentamiento de la exitosa temporada de 1970. Los Angeles Lakers querían conseguir el “back to back”, mientras que los Knicks, con el factor cancha a favor y una temporada casi inmaculada, no quería padecer las penurias del año anterior, pagando el precio de no contar con su más carismática estrella y la ambición de los angelinos. A pesar de ello, los Lakers golpearon primero en el Madison, ganando por tres puntos, si bien los Knicks se repusieron y ganaron los cuatro siguientes partidos, todos ellos muy ajustados, con diferencias de menos de cinco puntos, a excepción del último encuentro, celebrado en el Forum de Inglewood la noche del 10 de mayo de 1973, que se saldó con una renta de 9 puntos para otorgar a los aficionados de la gran Manzana su segunda noche de gloria baloncestística.

A pesar de mantener el núcleo duro del equipo, con Holzman en el banquillo y gran parte de los jugadores que habían alcanzado la gloria, los Knicks no volverían a optar al anillo, cayendo en un periodo de mediocridad con cuatro temporadas bajando sus registros e, incluso, dos de ellas sin alcanzar las eliminatorias por el título. Con el paso del tiempo, varios de los jugadores irían diciendo adiós a la franquicia y a sus carreras en activo, al igual que el entrenador, que apenas estuvo dos temporadas lejos de los Knicks para volver a comandar una nave que nunca atracaría en buen puerto.

El legado de una casi dinastía
El periodo de mayor éxito de la larga historia de este veterano equipo no ha pasado desapercibido en el espíritu y la mitomanía de los Knickerbockers. Así, dentro de los más de sesenta años de historia, la franquicia solamente ha retirado el número de ocho jugadores o entrenadores, siendo Patrick Ewing el único merecedor de este honor que no pertenece al equipo de los cuatro años dorados de los neoyorkinos. Los homenajeados con sus números colgados del techo del Madison son Walt Frazier (10), Dick Barnett (12), Earl Monroe (15, que comparte honores con Dick McGuire, entrenador y jugador de los Knicks con este mismo dorsal), Willis Reed (19), Dave Debusschere (22), Bill Bradley (24) y “Red” Holzman (613, número otorgado por el número de victorias conseguidas en la NBA con este equipo).

martes, 9 de octubre de 2012

Belgrado-Fuenlabrada-Bolonia-Estambul

Aquel coqueto pabellón flamantemente nuevo, el Fernando Martín, no era demasiado distinto del Hall Pionir, ni del vetusto Hala Sportova. Algo más pequeño, con espacio para unos 2.000 espectadores menos, pero podía convertirse en una olla a presión aún más caliente y humeante que el mítico campo de Belgrado. Solamente había una condición, que aquel grupo de once serbios y un croata, todos yugoslavos en aquel momento, fueran capaces de movilizar a una ciudad predispuesta para el baloncesto, a pesar de que no habían tenido la oportunidad de disponer de su propio equipo de élite.

Mientras la guerra se desataba en una zona acostumbrada a los conflictos territoriales aunque razonablemente habituada a la convivencia impuesta tras las Segunda Guerra Mundial, los jugadores yugoslavos encontraban en el baloncesto una tabla de salvación, una forma distinta de luchar por su país sin tener que empuñar las armas. La pelota gorda seguía en movimiento mientras miles de serbios, croatas y bosnios, algunos de ellos familiares y amigos de las estrellas del basket, acudían a luchar contra los que hasta el momento habían sido sus compatriotas.

En este caldo de cultivo, y aunque la liga nacional yugoslava no sufrió demasiados problemas, más allá de la ausencia de los equipos croatas y eslovenos, naciones ya proclamadas independientes, la FIBA clamó por la seguridad de los equipos participantes en las competiciones internacionales europeas, por lo que obligó al exilio a las escuadras con base en la zona en conflicto a buscarse otros campos en los que jugar sus partidos como locales. Los tres equipos en liza se refugiaron en España durante esa temporada. La Jugoplastika de Split, por aquel entonces Slobodna Dalmacija, se refugió en La Coruña, mientras que la Cibona de Zagreb dejó la capital croata por la localidad gaditana de Puerto Real. Por su parte, los protagonistas de esta historia, los únicos que consiguieron hacer del destierro su nueva casa, los jugadores del Partizan de Belgrado recalaron cerca de Madrid, en Fuenlabrada, en una coqueto pabellón estrenado hacía apenas unos meses, sin un equipo de élite que impusiera horarios y restringiera entrenamientos y a pocos minutos del aeropuerto más importante del país, Barajas.

A pesar de que la elección fue estratégicamente buena, descontando el perjuicio inevitable de tener que jugar a miles de kilómetros de casa, el Partizan de Belgrado no planificaba la temporada 1991/1992 como una de las más exitosas de su historia. Sus jugadores más destacados de las pasadas campañas, Vlade Divac y Zarko Paspalj, habían abandonado la disciplina de Belgrado siguiendo el esplendor de la NBA y de los siempre manirrotos equipos griegos, dejando una plantilla de jugadores talentosos pero jovencísimos, con una media de 21,7 años y con ‘Shasha’ Djordjevic y Pedrag Danilovic como principales referencias ofensivas. Y es que, además de las grandes estrellas, la disciplina serbia también perdió a uno de sus jugadores más veteranos, el base Zeljko Obradovic, que iniciaba con 31 años, y dejando inesperadamente su puesto en la primera plantilla y su carrera de jugador en activo (la oferta le llegó cuando estaba concentrado con la selección yugoslava), su exitosa leyenda en los banquillos de media Europa.

Con estos mimbres, muchos de ellos novatos, los partisanos aún no eran conscientes de lo que iba a suceder. Y es que el equipo serbio y la ciudad madrileña pronto iniciaron un idilio que se prolongaría durante los siete partidos como locales de la fase de grupos sw la Copa de Europa, una ronda en la que, a pesar de los miles de kilómetros, sí hubo una conexión entre los jugadores y el público. Los seguidores fuenlabreños estaban sedientos de baloncesto de élite, y la llegada de un club de referencia de uno de los países con mayor tradición baloncestística pareció bastarles para que llenaran el pabellón en todas las citas, tomaran la camisera blanquinegra como suya e incluso defendieran a los ‘suyos’ en sus enfrentamientos contra los equipos españoles en liza. Por su parte, los jóvenes jugadores yugoslavos hicieron un especial esfuerzo para responder a la animosidad de la afición, permaneciendo durante más de una hora firmando autógrafos y complaciendo a los aficionados e intentando aprender a marchas forzadas algo de castellano, al menos los números y algunas expresiones útiles. Como una suerte de amor de fin de semana, los jugadores podían huir durante algunos días de la triste realidad de una guerra civil y los seguidores podían maravillarse con el juego de un equipo plagado de talento y deseo y, al fin, entregarse a unos colores.

En lo deportivo, el paso del Partizan por el pabellón Fernando Martín fue muy positivo, venciendo todos sus partidos menos uno, al ‘vecino’ Estudiantes, que posteriormente se plantaría contra todo pronóstico en la Final Four. Por el recién estrenado parqué pasaron Commodore, Maes Piels, Phillips Milán, TSU Bayer 04 y Aris, además del Joventut de Badalona, que esperaba encontrar un ambiente más favorable al tratarse de un equipo nacional, pero que se toparon con la realidad de que, a efectos de la Copa de Europa, el Partizan no era un equipo llegado del otro lado del Mediterráneo, sino que se había convertido en el Partizan de Fuenlabrada.

La peripecia fuera de casa en esta fase de grupos no fue tan exitosa, aunque los balcánicos sí consiguieron vencer en Milán y Salónica, clasificándose como cuartos del grupo para la eliminatoria previa a la Final Four. Objetivo más que cumplido para los jóvenes y viajeros jugadores partisanos, con los que pocos contaban dada la odisea deportiva y geopolítica que atravesaban y a los que la FIBA permitía volver a casa a jugar los cuartos de final contra el Knorr de Bolonia. Atrás quedaban cuatro meses de competición, muchos recuerdos y un buen recibimiento, que fue agradecido con la invitación de varias autoridades y aficionados fuenlabreños al Hall Pionir en el primer partido ya en casa.

Con la inercia positiva, los de Belgrado vencieron a los italianos en una serie que se prolongó hasta los tres partidos, sellando su pasaporte a la Final Four de Estambul, donde compartían los focos con tres viejos conocidos de la fase de grupos, Phillips Milán, Joventut de Badalona y Estudiantes. Una vez en la ciudad turca, el sueño, tan irrealizable a principio de temporada, estaba más cerca y había que luchar por con seguirlo. Ya no había nada que perder.

El Partizan volvió a deslumbrar con su juego en las semifinales ante el equipo milanés, consiguiendo clasificarse para el partido definitivo con un resultado de 82-75. Dos días después, el rival sería el Joventut de Badalona, equipo mucho más experimentado que obligaría a los balcánicos a exprimirse al máximo. En un partido rocoso y difícil, brusco en algunos momentos, brillante en otros, el marcador reflejaba un empate a 68 a apenas 20 segundos para el final. Tomás Jofresa intentaba una penetración más trabada de lo previsto para conseguir una canasta llorosa y emocionante cuando restaban menos de 10 segundos para la bocina. Solamente quedaba una bala en el cargador.

El balón se puso en juego con rapidez. Djordjevic avanzó rápidamente a pesar de la presionante defensa de Jofresa. Una vez en la pista de ataque, y antes de que Juanan Morales llegara a la ayuda, el genial base de Belgrado se elevó en un un salto algo desequilibrado, aunque con el torso perfectamente orientado hacia la canasta… El resto ya es historia: triple a menos de tres segundos que colocada a los partisanos 71-70 y un escasísimo margen de maniobra para los de Badalona, que solamente pudieron lanzar a la desesperada y ya sin tocar siquiera el aro.

La aventura del Partizan en su temporada más difícil, con la pérdida de sus mejores jugadores, la guerra en casa y el exilio en la competición europea, se saldaba con el primer y único máximo título continental para los blanquinegros. Como si de un cuento de hadas o una novela de aventuras se tratara, la escuadra dirigida por Obradovic, liderada por Djordjevic y Danilovic y completada por Ivo Nakic, Nikola Loncar, Vladimir Dragutinovic y Zeljko Rebraca, entre otros, consiguió sobreponerse a todas las adversidades para terminar besando su primera y única Copa de Europa.

Material adicional
“Sueños robados. El baloncesto yugoslavo” de Juanan Hinojo