lunes, 24 de septiembre de 2012

Un mago del básquetbol

Bahía Blanca, una localidad de apenas 300.000 habitantes situada a pocos kilómetros al sur de Buenos Aires, es conocida como la Capital del Básquetbol Argentino y, probablemente, podría ser la ciudad más representativa del deporte de la pelota gorda, compartiendo el título con algunas localidades de los Balcanes, por la implicación social y el alto porcentaje de población relacionada con la canasta. Y es que Bahía, a pesar de sus estadísticas demográficas, cuenta con 21 pabellones dedicados a la práctica del baloncesto y con otros tantos clubes que compiten en diferentes ligas y categorías. Con esta tradición baloncestística, no es de extrañar la gran cantidad de talentos que esta ciudad ha aportado a diferentes escuadras de la Liga Nacional de Básquetbol (LNB), multitud de equipos europeos y, cómo no, al seleccionado nacional.

En esta larga historia alrededor del deporte de la canasta, que data del primer partido jugado en Argentina en 1910 por parte de soldados norteamericanos atracados en el puerto de Bahía Blanca y de la fundación de la primera liga organizada en el país sudamericano en 1917, hay una figura que destaca entre tantos jugadores aguerridos y de talento. Alberto Pedro Cabrera, apodado “Beto” en sus inicios y “Mandrake”, nombre sacado de un popular mago de la ficción en los años 30 del pasado siglo XX, tras su consolidación al más alto nivel, cerró en 1986 un periplo de más de 30 años dedicados a la práctica del baloncesto, con 38 títulos nacionales. 

Y es que durante los años 60 y 70, la competición argentina tenía ciertas peculiaridades. Debido al tamaño del país y al carácter amateur de los clubes deportivos, el baloncesto albiceleste se dividía en ligas locales en las ciudades más importantes, además de competiciones que, al margen de los clubes, enfrentaban a las selecciones de los mejores jugadores de cada ciudad o provincia. De este modo, “Mandrake” pudo levantar, como líder indiscutible del Estudiantes de esta localidad portuaria prácticamente desde su debut a los 16 años en noviembre de 1961, cinco títulos oficiales y doce de su ciudad natal, además de otros doce representando a Bahía Blanca y nueve con la selección de la provincia de Buenos Aires. Su retirada en 1986, con casi 41 años, supuso un duro golpe para el deporte de la canasta en la ciudad portuaria, aunque la semilla ya había sido plantada y las nuevas generaciones de grtandes jugadores bahíenses ya daban sus primeros botes con la pelota gorda.

Esta exitosa carrera en el más alto nivel del básquetbol argentino se basa en una pasión desmedida por el deporte de la pelota gorda desde niño. A los 7 años, el joven “Beto” comenzó a jugar en las canchas del colegio para pronto enrolarse en el club en el que pasaría casi toda su vida. Desde muy joven, comprendió la necesidad de tener el balón para poder ganar, por lo que sus cualidades defensivas fueron las primeras en destacar, además de mostrar buenas aptitudes físicas, sobre todo en lo que a capacidad de salto se refiere. Con el paso del tiempo, y adaptándose a las exigencias de la posición de base, Cabrera fue desarrollando un buen manejo de balón, una visión de juego analítica y, sobre todo, una gran capacidad para pasar el balón al compañero mejor situado, asistencias que le hicieron ganarse los apodos de “Mago” y el ya citado “Mandrake”. Sus capacidades ofensivas, como el tiro lejano o la facilidad para penetrar o tirar en carrera, le llegaron en sus últimos días de formación y en su periplo en el primer equipo, convirtiendo al joven bahíense en uno de los jugadores más completos de su generación.

A pesar de indudable brillo de la futura estrella de Estudiantes, el baloncesto de Bahía Blanca se encontraba en un momento dulce, en su década de oro. Así, el aparente dominio del club estudiantil durante estos años no era tan abrumador, teniendo que luchar codo a codo con su principal rival de la época, el Olimpo, así como con otros equipos de menor entidad pero también con jugadores de calidad, como Independiente, Club Alem o Pacífico. Los gran competidores de Cabrera en la competición doméstica, y compañeros inseparables en los combinados bahíense y bonaerense y en el seleccionado nacional, eran Atilio “Lito” Fruet, una alero alto e inteligente, y José Ignacio “El Negro” de Lisazo, jugador muy físico y aguerrido en el campo.

Una noche inolvidable
El gran potencial del baloncesto bahíense tuvo su reflejo en la gran cantidad de títulos recabados por sus clubes y selecciones durante la década de 1967 a 1979, aunque no tenía una sonoridad más allá de las fronteras argentinas. Sin embargo, los orgullosos y aguerridos jugadores de Bahía Blanca tuvieron una oportunidad de que sus andanzas fueran más allá de su país e, incluso, saltaran al otro lado del Atlántico.

La noche del 3 de julio de 1971 fue la elegida para inaugurar el pabellón Norberto Tomás “Patito”, nueva sede social de Olimpo bautizada con el nombre de un joven jugador fallecido durante un partido. El torneo incluía la participación del combinado de Bahía Blanca como anfitriones y del seleccionado albiceleste, además del equipo nacional mexicano y de una escuadra de ensueño dispuesta a llevarse todos los ‘flashes’, la Yugoslavia campeona del mundo en 1970, que estaba realizando una de sus habituales giras americanas para ir adiestrando a los jóvenes talentos en el férreo sistema de la ‘kosarka’. De este modo, el combinado ‘plavi’ no contaba con sus mejores hombres, ya que su principal referente, Kresmir Cosic, apenas disputó algunos minutos durante toda la gira, aunque sí había traído a algunas de las estrellas del oro conseguido en Ljubljana un año antes, como Plecas, Jevolak o Kapicic, junto con jóvenes prometedores como Dragan Ivkovic, Miroljub Damjanovic o Zarko Knezevic.

El primer partido en esta nueva pista sería entre los anfitriones y el equipo estrella, un enfrentamiento que se preveía desigualado pero que haría las delicias de los aficionados bahíenses. Sin embargo, el encuentro no fue por los derroteros esperados, sino que el ardor guerrero propio de los jugadores de Bahía Blanca, contagiado posteriormente a prácticamente todos los jugadores argentinos de baloncesto, consiguió que los yugoslavos no pudieran dispararse en el marcador, llegando al descanso con una ventaja exigua pero meritoria, 34-32. Los de Bahía, encabezados por “Beto” Cabrera y “El Negro” De Lisazo y entrenados por Américo José “El Lungo” Brusa, habían conseguido más de lo que pensaban, por lo que esperaban el vendaval ofensivo de los campeones del mundo en la segunda parte. Sin embargo, la reanudación fue buena para los locales, con un parcial de 8-0, que hizo que se creyeran ganadores y bajaran su rendimiento. En ese momento, Plecas y Kapicic cogieron las riendas del juego yugoslavo para dar la vuelta al partido. Había estado tan cerca que los bahíenses no querían resignarse a caer sin oponer más lucha, por lo que volvieron a poner todo sobre la cancha, imponiendo un juego físico y una defensa aguerrida en busca de balón. Con muchas faltas y mucha emoción, con algunos de los mejores jugadores eliminados, incluido el propio Cabrera, que acabó con 16 puntos, los locales consiguieron una ventaja de tres puntos a diez segundos de la bocina gracias a una canasta de De Lisazo. El marcador ya no se me movería del 78-75 que hizo que prácticamente todos los periódicos deportivos (y prácticamente todos los diarios argentinos) lucieran un titular prácticamente idéntico al día siguiente: “¡Le ganamos al campeón del mundo!”.   

El legado de “Mandrake”


La figura de Alberto Pedro Cabrera en Bahía Blanca es más grande de lo que indican sus más de tres décadas como jugador, su indiscutible trayectoria al más alto nivel en Argentina, su desigual trabajo como entrenador o la calle bautizada con su nombre en la ciudad, una de las vías principales del tráfico bahíense. Nombrado mejor deportista del siglo XX en esta localidad, “Mandrake” consiguió que el básquetbol fuera aún más popular, demostrando que tantos partidos y entrenamientos pueden tener la recompensa de llevar el nombre de tu ciudad natal prácticamente por todo el mundo. Siguiendo la estela de “Beto”, así como del resto de jugadores de su generación, muchos jóvenes siguieron practicando el deporte de la pelota gorda para llevar Bahía Blanca aún más lejos, a otros países y otras cotas deportivas. El legado de Cabrera ha tomado forma en nombres como Juan Alberto Espil, Hernán Montenegro, “Pancho” Jasen, Alejandro Montecchia, Pepe Sánchez o Manu Ginóbili, estos últimos responsables del mayor éxito del basket argentino, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004.

Material adicional:
“Bahía contra el mundo” de Matías Castañón, en “Cuadernos de basket” nº 2
“El amargo recuerdo del básquetbol en Bahía Blanca”, en “El ritmo de la cancha. Historias del mundo alrededor del baloncesto” de Jacabo Rivero
Documental “El mago del básquetbol” de Alberto Freinkel

lunes, 17 de septiembre de 2012

El posible regreso de los SuperSonics

La desaparición de los Seattle SuperSonics en el año 2008 fue una triste noticia para los seguidores del deporte de la ‘pelota gorda’, mucho más cuando se conocieron algunos de los tejemanejes que hubo tras ese operación empresarial. Sin embargo, apenas cuatro años después de que el balón dejara de botar sobre el parqué del Key Arena, los aficionados de la ciudad portuaria del estado de Washington podrían estar de enhorabuena. El ayuntamiento de Seattle ha llegado a un acuerdo con unos inversores privados para llevar a cabo la construcción de un nuevo pabellón para baloncesto y hockey sobre hielo en una zona cercana a los estadios de los equipos de fútbol americano y béisbol de la ciudad, los Seahawks y los Mariners.

La operación se estima en unos 490 millones de dólares, de los que las arcas públicas aportarán unos 200. Además de diversas condiciones de explotación y futura compraventa o adquisición total de la infraestructura por parte de los inversores, el acuerdo incluye un apartado de unos 40 millones para mejorar las comunicaciones si el nuevo pabellón supusiera prejuicios al tráfico de la zona. A pesar de que todo está en ciernes y que quedan varios años de construcción antes de que el baloncesto vuelva a la ciudad del ‘grunge’, los aficionados han recibido con agrado este acuerdo, que tiene más de negocio urbanístico que de amor por el deporte de la canasta, e incluso se rumorea ya con la adquisición de alguna franquicia, como los Sacramento Kings, en caso de que la NBA no cree nuevas plazas en la competición.

De este modo, los colores verde, blanco y dorado de los SuperSonics podrían volver a hacer su aparición en las canchas de la Liga después de que los aficionados de Seattle fueran desposeídos de su equipo tras cuarenta años de historia. De consumarse todas las operaciones en marcha, algo que todavía se dilatará algunos años más, el nuevo equipo conservaría su denominación de antaño y los dorsales retirados, acuerdo al que llegaron los actuales propietarios de la franquicia con las autoridades locales antes de su mudanza al Medio Oeste, y sería la NBA quien tendría que decidir si los títulos y el historial de récords del club corresponderían al nuevo equipo de Seattle o a los ‘usurpadores’ Oklahoma City Thunder.

Cuatro décadas de baloncesto
En diciembre de 1966, un grupo de empresarios de la ciudad de Seattle, encabezados por Sam Schulman, recibieron la noticia de que la ciudad contaría con un equipo en la NBA. Ya en la siguiente temporada, la 1967/68, los Seattle SuperSonics, cuyo nombre se debe al proyecto de la compañía Boeing de fabricar el primer avión supersónico, debutaron en la Liga con un balance de 23 victorias y 59 derrotas liderados por Walt Hazzard. La estrella de este primer año de vida de los Sonics fue traspasada a Atlanta Hawks a cambio de una de las figuras capitales de esta franquicia tanto dentro de la cancha como en el banquillo, Lenny Wilkens, que añadió a sus responsabilidades de jugador de referencia la tarea de entrenador el año siguiente a su llegada.  

Con la paulatina mejora de los resultados, el equipo de Seattle fue haciéndose con nuevas piezas, como Spencer Haywood o Fred Brown, que entraron en la plantilla en la primera temporada ganadora del equipo, la 1971/72, que concluyó con un balance de 47-35. A pesar de ello, tendrían que esperar a la llegada de un nuevo entrenador, el mítico Bill Russell, para clasificarse para los Play-Offs por primera vez en el curso baloncestístico 1974/75. De este modo, la franquicia de expansión fue convirtiéndose en menos de una década en un habitual de la post-temporada, alcanzado su primero título de Conferencia y, por tanto las Finales de la NBA en 1978, temporada de regreso de Lenny Wilkens al banquillo después de un comienzo bastante irregular de los de Seattle. A pesar de alcanzar esta ansiada meta, la de reivindicarse como uno de los mejores equipos de la Liga, el esfuerzo no fue suficiente para doblegar a los Washington Bullets de Wes Unseld y “Big E” Elvin Hayes, a los que exprimieron hasta alargar la serie a siete partidos.
Sin embargo, el tiempo no tardaría en darles la oportunidad de vengarse de esa oportunidad perdida. En el curso 1978/79, los de Seattle mejoraron su balance de victorias (52-30) hasta alcanzar el primer puesto de su Conferencia, que entonces eximía de jugar la primera ronda eliminatoria. En los Play-Offs, los Sonics se deshicieron con suficiencia de Los Angeles Lakers (4-1) y con ciertos apuros de los Phoenix Suns (4-3) para alcanzar un nuevo banderín de la Conferencia Oeste y el pasaporte a las Finales, una vez más contra el equipo capitalino. En el primer partido en Washington, los Bullets salieron muy concentrados, llegando al último cuarto con 18 puntos de ventaja, si bien el empuje ‘supersónico’ empató el partido y fue un tiro de Larry Wright sobre la bocina el que dio la victoria a los locales. Los de Wilkens no querían que eso volviese a pasar, por lo que se aplicaron en controlar el ritmo del segundo encuentro, sobre todo en la segunda mitad, consiguiendo romper el factor cancha. Con la serie instalada en Seattle, los Sonics no dejaron escapar ninguno de los dos partidos, aunque unos Bullets con el agua al cuello se lo pusieron difícil en el cuarto encuentro, que se decidió por apenas dos puntos en la prórroga con un tapón de Dennis Johnson a cuatro segundos para el final. Finalmente, el Capital Centre de los Bullets fue el lugar en el que el equipo formado por el joven pívot Jack Sikma, el polivalente base-escolta Dennis Jonson (MVP de las Finales y posteriormente leyenda con los Boston Celtics), el Sonic de por vida Fred Brown y el anotador Gus Williams se alzaron con el único título de “World champions” que cuelga del Seattle Center Colisseum, posteriormente Key Arena.

A pesar del espaldarazo que el título nacional supuso para los de Lenny Wilkens, el éxito le sería esquivo a la franquicia de Seattle. En la siguiente temporada se mantuvo gran parte del núcleo duro del equipo y, aunque con un ligero empeoramiento de los resultados, los Sonics consiguieron meterse en la post-temporada y hacer su camino hasta la final de la Conferencia Oeste, donde los Lakers, a la postre campeones, les eliminaron en cinco partidos. Con esta derrota, el sueño llegaba a su fin, dando paso a una época en la que el cambio de propietarios, el abandono de piezas clave como Wilkens o Sikma y una cierta desorientación en la gestión deportiva hicieron caer a los Sonics en la mediocridad. Ya a finales de la década de los 80, los de Seattle verían un camino algo más luminoso, aunque aún lejano del éxito de 1979, gracias a un equipo dominado por el ‘power trio’ de Xavier McDaniel, Tom Chambers y Dale Ellis.

Sin embargo, para reverdecer laureles, hubo que renovar por completo la plantilla y la dirección técnica. De este modo, entre 1989 y 1992, los Sonics hicieron un esfuerzo por ir incorporando las piezas más importantes del que será, en 1996, su tercer asalto al título de la NBA. En 1989, el recién llegado será Shawn Kemp, ídolo de la afición de Seattle durante casi una década, mientras que un año después hará su aparición uno de los bases más imaginativos e intensos de las últimas décadas, Gary Payton. Para redondear una escuadra dispuesta a ser importante en las siguientes temporadas, George Karl, experimentado técnico a ambos lados del Atlántico, se sentó en el banquillo desde 1992. Con estos mimbres, los Sonics fueron alcanzando los mejores resultados de su historia durante la temporada regular, aunque con participaciones desiguales en Play-Offs (final de Conferencia en 1993 perdida ante los Suns y eliminaciones en primera ronda en 1994 y 1995).

Este periodo de ‘calentamiento’ hizo que el equipo ‘estallara’ en la temporada 1995/96. Después de los seis meses de competición, los Sonics acabaron un balance de 64-18, el mejor de su historia, solamente superado por el 72-10 de los Chicago Bulls de Michael Jordan. En la post-temporada, el dúo Payton-Kemp no tuvo problemas para deshacerse de Sacramento Kings (3-1) y Houston Rockets (4-0), a pesar de que defendían título NBA. Los problemas llegaron en la final de Conferencia, en la que los potentes Utah Jazz, que se colarían en las Finales de la NBA las dos temporadas siguientes, les obligaron a llegar hasta el séptimo partido para hacerse con el tercer banderín de campeones de la Conferencia Oeste y para acceder a la ronda definitiva. En las Finales, los Sonics no pudieron derrotar a los triunfantes Bulls en estado de gracia, aunque hicieron un papel más que digno ganando dos de sus partidos en casa por diferencias de 21 y 11 puntos. Dirigidos desde la banda por Karl y liderados por Payton y Kemp, aquella plantilla incluía algunos de los grandes de la historia de la franquicia de Seattle, como el polivalente alero alemán Detlef Schrempf, el veterano pívot Sam Perkins, el trabajador base-escolta Nate McMillan y el eficiente escolta Hersey Hawkins, entre otros.

Como ocurrió después del título de 1979, el equipo fue sufriendo un lento ocaso hacia una nueva era de mediocridad. A pesar de firmar dos buenas temporadas alrededor de las 60 victorias en liga regular, los Sonics ya no eran el equipo de moda y se veían castigados por encuadrarse en una Conferencia Oeste que contaba con demasiadas plantillas potentes (Utah Jazz, Houston Rockets, Los Angeles Lakers), sufriendo derrotas ante ellos en los Play-Offs. Además, en los siguientes años, la franquicia ve cómo sus principales pilares abandonan el barco entre 1998 y 1999 con la retirada de McMillan, el traspaso de Kemp a los Cleveland Cavaliers o la renuncia de George Karl, un proceso que se culminó en 2003 con la marcha de Gary Payton.

La travesía por el desierto que ha supuesto la NBA para los Sonics desde finales de los noventa hasta su conversión en Thunder y su traslado a Oklahoma en 2008 se ha visto jalonada por campañas desiguales en los resultados, instalándose en una clase media de la Liga que no siempre aseguraba la clasificación para las eliminatorias de post-temporada. A pesar de ello, los de Seattle han firmado algunas temporadas exitosas, consiguiendo 52 victorias en 2004/2005, además de asegurarse la llegada de algunos buenos jugadores que han hecho disfrutar a los seguidores del Key Arena, como Ray Allen, Rashard Lewis, Brent Barry, Vin Baker o Kevin Durant. El punto y seguido a la historia de más de cuatro décadas de los SuperSonics fue la temporada con peor balance de su historia, un 20-62 que obedecía más a los intereses de sus propietarios de trasladar la franquicia que al tradicional espíritu de crecimiento y superación que ha caracterizado al equipo de Seattle.

La polémica mudanza
El traslado de la franquicia de Seattle a Oklahoma City supuso un gran revuelo entre los aficionados al baloncesto, principalmente en el estado de Washington, pero también en todo el mundo. La operación se inició en octubre de 2006, cuando un grupo de inversores encabezado por Clayton Bennett se hizo con la franquicia, lo que generó gran cantidad de rumores dado que los nuevos propietarios no estaban instalados en la zona, sino que eran naturales de Oklahoma. A pesar de ello, los nuevos gestores tranquilizaron a los seguidores asegurando que el equipo permanecería en la ciudad y comprometiéndose con el ayuntamiento de Seattle al uso del Key Arena durante los siguientes años.

Sin embargo, Bennett pronto comenzaron a tensar las relaciones con las autoridades locales pidiendo inversiones públicas para la construcción de un nuevo pabellón, si bien la ciudad se había mostrado en varias ocasiones reacia de acometer ese tipo de obras con anterioridad a demanda de los anteriores propietarios. A pesar de que la negativa de implicación pública era conocida desde tiempo antes de la compraventa de la franquicia, los nuevos gestores se hicieron los sorprendidos por la decisión municipal y, gracias a una temporada mala en lo deportivo y, por tanto, en las audiencias televisivas y en la venta de entradas y ‘merchandising’, vieron razones suficientes para cumplir sus planes de trasladar la franquicia a su ciudad de origen, Oklahoma City, que casualmente estrenaba un pabellón financiado con fondos públicos y de las empresas del grupo inversor.

La escasa ligazón de Bennett y los suyos con el equipo de Seattle se muestra en que solamente se llevaron de esta ciudad la plaza en la competición, creando una nueva franquicia con distintos colores y una nueva denominación y dejando allí el nombre de SuperSonics, las banderolas de campeones de Conferencia y de la NBA, unos colores con más de cuatro décadas de tradición y seis números retirados, los de Gus Williams (1), Nate McMillan (10), Lenny Wilkens (19), Spencer Haywood (24), Fred Brown (32) y Jack Sikma (43).

viernes, 7 de septiembre de 2012

Tiempo de Miller

Reggie Miller es una de las incorporaciones con el que este 2012 el Naismith Memorial Hall of Fame de Springfield hace justicia. Y es que el delgaducho escolta insignia de los Indiana Pacers ha sido uno de los jugadores más determinantes de la NBA en su época moderna. Eclipsado por la grandeza y el mito de otros jugadores contemporáneos y en su misma posición, como Michael Jordan, Clyde Drexler o Drazen Petrovic, probablemente no sea uno de los jugadores más conocidos de una de las edades de oro de la Liga, la década de los 90, al menos no entre el público menos entendido. Tampoco el mejor recordado por rivales y aficionados, dado su carácter competitivo, sus discusiones con otros jugadores y espectadores y, sobre todo, por su inagotable deseo de ganar cada partido.

A pesar de estas particularidades, Miller causó un gran impacto en la NBA dada la mejora de sus prestaciones año a año hasta convertirse en una estrella y, sobre todo, por el increíble protagonismo y la endiablada efectividad que ganaba cuando el partido estaba en el alero, cuando la pelota quema demasiado para muchos jugadores. Esos momentos fueron bautizados por los comentaristas y los aficionados como “Miller time” (“Time for Miller” para otros periodistas y “Tiempo de Miller, tiempo de un killer” para el siempre añorado Andrés Montes). Básicamente, estos momentos se correspondían con un vendaval anotador con canastas de todos los colores, una explosión de ambición y deseo por conseguir la victoria que se materializaba en ambos lados de la cancha e, incluso, con desafíos a los espectadores de las primeras filas.

El “Miller time” más intenso y significativo se produjo en la noche del miércoles 1 de junio de 1994, en el cuarto partido de la Final de la Conferencia Este entre los Indiana Pacers y los New York Knicks. Se preveía una intensa noche de juego, aunque los locales pretendían imponerse con facilidad en el Madison Square Garden a unos neófitos que en aquellos Playoffs’94 habían superado por primera vez una ronda eliminatoria, colándose posteriormente en la final del Este. Sin embargo, el enfrentamiento que se convirtió en uno de los mayores ejemplos de crueldad baloncestística jamás vividos.

Y es que, después de 36 minutos de juego, los Knicks dominaban por doce puntos (70-58), con John Starks como encargado de frenar con una asfixiante defensa a la estrella rival, un Miller que apenas contaba con 14 puntos en el casillero (solamente 2 en el primer cuarto y cinco en el tercero). Los Pacers salieron a jugar el último cuarto con una motivación extra, aunque conscientes de que los neoyorkinos apenas les habían dejado acercarse a siete puntos en sus mejores momentos del partido. Con apenas un minuto jugado, Miller anotó su primera canasta, un triple que se convertiría en el primero de una serie de cinco lanzamientos sin fallo desde más allá del arco y los tres puntos que inauguraron la cuenta de 25 que firmó durante el periodo definitivo para un total de 39 en todo el partido. No tardó en anotar un segundo triple y un tiro de dos desde la esquina en medio de una sequía anotadora de los Knicks gracias a una incesante defensa de Indiana.

Los nervios estaban a flor de piel entre todos los seguidores de los Knicks, una realidad que se constató con la siguiente canasta de Miller, el 72-70, cuando el cineasta Spike Lee se levantó de su butaca a pie de pista y gritó algo al escolta californiano de los Pacers, que no dudó en responderle y en dedicarle su siguiente canasta, un triple desde casi nueve metros que ponía por delante por primera vez a los visitantes, culminando en menos de la mitad del cuarto lo que había sido imposible a lo largo del partido. La anécdota fue una de las más recordadas de ese partido y sirvió para que el director de cine y el baloncestista compartieran espacio en varios anuncios en los siguientes meses, dando paso a una buena relación a pesar de la rivalidad deportiva entre un seguidor de los Knicks y la mayor pesadilla de sus opciones en los Playoffs. Un nuevo triple, esta vez pisando la línea, el cuarto sin fallo, conseguía ya una distancia de cinco puntos con apenas cinco minutos jugados, seguido de un nuevo tiro lejano, esta vez tras un contraataque.

La defensa de los Knicks mejoró entonces, tras un tiempo muerto, cuando Miller ya llevaba 19 puntos anotados en el cuarto, lo que frenó brevemente el vendaval anotador del escolta de Indiana y situó a los de Nueva York a dos puntos de distancia, un parcial roto nuevamente por Miller con un tiro de dos a apenas unos centímetros de Starks. Los casi cuatro minutos restantes fueron un intercambio de canastas, que incluyó cuatro tiros libres para el escolta pacer, concluyendo el partido con un resultado de 86-93, lo que supone un parcial de 35-16 en el último cuarto.

Los números de Miller esa noche dan miedo, con 39 puntos y 14 de 26 en tiros de campo, máxime si se tiene en cuenta que 25 de esos puntos vinieron en el último cuarto, con series de 3/5 en tiros de dos, 5/5 en triples y 4/4 en tiros libres. Se trata probablemente de la mayor demostración del poderío de este genial tirador frente a uno de sus rivales favoritos, los Knicks, a los que se enfrentó cinco veces en siete años en los Playoffs. De hecho, apenas un año después, en el primer partido de la semifinales de Conferencia en el Madison, Miller fue capaz de anotar ocho puntos en 8,9 segundos para decantar del lado de Indiana la balanza de un enfrentamiento igualada.

Al margen de estos arranques de ira anotadora que servían para ganar los partidos igualados, o precisamente por ello, Reggie Miller, el flacucho niño que tuvo que luchar contra la enfermedad para poder siquiera andar, el jugador que tuvo que soportar ser comparado con su hermana Cheryl, el ídolo que llevó a la locura a algunos fans que llegaron a amenazarle de muerte y quemarle su lujosa casa, se retiró en 2005 en su equipo de toda la vida, los Indiana Pacers, con 25.279 puntos, 2.560 triples anotados, una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta’96, unas Finales de la NBA perdidas ante los Lakers y una infinidad de jugadas emocionantes difíciles de borrar de la retina de los aficionados. Que se lo digan a los seguidores de los Knicks…